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análisis

Parolin, Prevost y el 'efecto Miguel Ángel'

Los cardenales en la Capilla Sixtina.
9 de mayo de 2025 06:42 h

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Cuando los visitantes entran en la Capilla Sixtina lo hacen con el rostro vuelto hacia arriba, no por devoción religiosa sino porque en su techo está quizá el fresco más famoso del mundo, pintado por el celebérrimo Miguel Ángel. Dicen que el papa Julio II se arrodilló y lloró emocionado el día que vio el trabajo de Buonarotti completado, con esas figuras que parecen desafiar la gravedad a más de 20 metros de altura. Pero ese majestuoso cielo de la Sixtina eclipsa lo que la capilla ofrece a una escala algo más humana, a la altura de los ojos: el trabajo de grandes artistas del Quattrocento como Sandro Botticelli, Pietro Perugino, Domenico Ghirlandaio o Luca Signorelli. 

En Roma daba la sensación de que llevábamos semanas mirando al techo de la Sixtina, revisitando lo obvio, reproduciendo quinielas que se alimentaban de la información que los cardenales dejaban caer durante el precónclave, y también de las obsesiones de la prensa italiana, ansiosa por tener un papa tras casi medio siglo. Pietro Parolin aparecía como la opción más plausible: suficientemente 'continuista' por haber formado parte del Gobierno de Francisco, pero suficientemente independiente –o pactista– como para no sentirse atado a su legado. De hecho, algunas informaciones apuntaban a que Bergoglio le había quitado su confianza en los últimos tiempos.

Completaban la terna italiana una opción a medio camino entre el continuismo y la 'vuelta al orden', Pierbattista Pizzaballa, y Matteo María Zuppi, el preferido de los que querían un Papa en la línea del legado bergogliano.

Parolin se consolidó como el gran papable, y en las conversaciones y reuniones informales precónclave –luego publicadas en la prensa– se le adjudicaban entre 20 y 50 votos garantizados de los 89 necesarios para llegar a la Sala de las Lágrimas. Tantas eran sus posibilidades que el sector más ultra –encabezado ex pesos pesados de la Curia como el guineano Robert Sarah, el estadounidense Raymond Burke o el alemán Gerhard Müller– puso en marcha una operación para apoyar a Parolin a cambio de que pusiera a uno de los de su cuerda, Peter Erdo, como número dos de un futuro Gobierno vaticano. Parolin, designado además director del cónclave, entraba a la Capilla Sixtina como Papa, con la doble felicitación de su compatriota Gianbattista Re captada por un traicionero micrófono abierto antes del encierro.

Pero la clave estaba en las paredes y no en el techo.

Un perfil difícil, un legado en cuestión

Está claro que la elección del líder de la Iglesia católica tiene varias dimensiones: hay una en clave religiosa, por supuesto; un perfil capaz de conectar con un rebaño de casi 1.400 millones de fieles. Hay una dimensión política obvia, porque la del Papa es una voz con peso en la escena global, algo que quedó muy claro en los 13 años de gestión de Francisco, y en lo que han insistido mucho los cardenales en la previa: el desafío de un mundo fragmentado y en guerra, que olvida a los que más necesitan. 

Hay además una clave interna de equilibrio entre el poder de la Curia y las congregaciones religiosas que trabajan sobre el terreno. Y también una de supervivencia de una institución que flaquea en el mundo Occidental y que con Bergoglio dejó de mirar su europeo ombligo para apostar por unas periferias en las que el catolicismo tiene oportunidades de crecer –África y Asia– y donde se le escurren devotos hacia otros credos cristianos como Latinoamérica –en las reuniones previas se habló repetidamente de la “amenaza de las sectas”–. 

Esta complejidad multiplicó las opciones en un cónclave diverso y dividido, en la disyuntiva entre continuar o no la senda de Francisco.

Misionero, político y conocido en la Curia

Una figura llegada del otro lado del Atlántico comenzó a ganar fuerza. Primero por su perfil político. La imagen de Robert Prevost se dibujó desde el principio como una contrafigura de su compatriota Raymond Burke, la apuesta de un Donald Trump al que le divierte aparecer vestido de pontífice. ¿Un Papa estadounidense para contrarrestar la deriva antiderechos del Gobierno de Estados Unidos? Al menos un hombre que conoce el poder político en ese país, sus códigos, y que puede abrir una vía de diálogo y también plantarse frente a lo que resulte inaceptable a ojos de una Iglesia que, en su primer discurso, ha definido como “abierta a los que menos tienen”.

Aunque el carisma no es lo suyo, o al menos eso dicen quienes lo conocen más de cerca, Prevost reunía otra característica importante: su conexión con el mundo latinoamericano, ya que tiene también nacionalidad peruana, país en el que pasó buena parte de su vida religiosa. De hecho, uno de sus primeros gestos ha sido dar parte de su discurso en español y no en inglés, saludando especialmente a su diócesis en Chiclayo, en el país andino.

En cuanto a su papel frente a la división interna de la Iglesia, Francisco colocó a Prevost en el centro mismo de la Curia, en el dicasterio de los obispos, por lo que no es un desconocido en Roma y puede tender esos puentes de los que habla también con el poder político vaticano. El nuevo Papa no era el perfil más obvio. Ni siquiera supone un mensaje de efecto como lo hubiera sido un papa asiático o africano. Es del país de Trump y habla español, y puede ver en clave vaticana los nuevos ejes políticos de un mundo en crisis.

En 2024 los Museos Vaticanos recibieron cerca de siete millones de visitantes. No es extraño. El poder político y económico de la Iglesia católica a lo largo de la historia la ha convertido en depositaria de algunas de las obras de arte más importantes del mundo. La joya de ese patrimonio, adonde peregrinan miles de turistas cada año, es una habitación de 40 metros de largo por 13 de ancho. Un recinto decorado de paredes a techo donde este jueves se ha decidido un futuro para esta institución mirando no el techo, sino las paredes.

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