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El arte de no hacerse cargo

Federico Sturzenegger junto al entonces presidente Mauricio Macri y el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, durante la cumbre del G20 que se realizó en Buenos Aires en 2018.

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Es un clásico: cada gobierno que asume trata de echarle todas las culpas al anterior. ¿Duele el ajuste? Culpa de la gestión anterior, que vivió de fiesta. En un país como la Argentina, que casi no conoció época en la que no padeciese desequilibrios, siempre hay algo de razón en el argumento. ¿Pero cómo saber cuánto tiene de realidad y cuánto de engaño para incautos?

Fueron pocos los gobernantes que asumieron en un momento de bonanza y orden macroeconómico. Casi todos tuvieron que vérselas con herencias más o menos pesadas. Algunos de verdad recibieron el país en llamas: Carlos Pellegrini, Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde, Néstor Kirchner, Alberto Fernández y Milei pueden ponerse en esta lista. El primero, el quinto y el sexto dejaron un país un poco mejor que el que les tocó. Menem mejoró algunos indicadores, pero destruyó otros y dejó la peor crisis de la historia argentina. Ni Alfonsín, ni De la Rúa, ni Fernández crearon los problemas con los que tuvieron que lidiar, pero sí puede decirse que no supieron manejarlos y terminaron empeorándolos. Todos se quejaron del país que recibieron y trataron de justificar las limitaciones que enfrentaron en sus mandatos. Algo de razón tenían, lo que por supuesto no los exculpa por sus limitaciones. 

Macri es un caso especial. Fue uno de los dos presidentes de la posdictadura, junto con Cristina Kirchner, que no recibieron un país en crisis. Sí con desequilibrios a resolver, pero no en crisis. Durante la campaña que lo llevó a la presidencia y los primeros tiempos de su gobierno él mismo minimizó los problemas que recibía. La inflación empezaba entonces a preocupar: en septiembre de 2015 los precios subieron 1,72%; era algo así como 22% de inflación anualizada, con tendencia a la baja. Para Macri, bajarla del todo era “lo más fácil del mundo” y prometía el logro en tiempo récord. Apenas asumido levantó el cepo como si nada, y pareció que todo iba bien. Su ministro de economía, Nicolás Dujovne, reconocía poco después que le habían dejado un país con bajísimo nivel de endeudamiento, lo que hacía todo más fácil. Y los mercados coincidían, a juzgar por la carretillada de dinero les prestaron y que se dio a la fuga así como ingresaba. A poco de asumir, sin embargo, Macri comenzó a referir a una “pesada herencia” que el kirchnerismo le había dejado, un argumento al que fue apelando cada vez más a medida que sus políticas hundían el país. También corría el plazo cada vez más hacia atrás. No eran solo los desatinos de los K, eran “setenta años de peronismo” lo que pesaba sobre sus espaldas. ¿Cómo cambiar eso en solo cuatro años? Macri dejó un país mucho peor que el que recibió, con mucha más inflación, con recesión, más pobreza, una pronunciada caída de los salarios y con un problema enteramente de su cosecha: la deuda impagable con el FMI. Todo culpa de otros, según él.

Macri fue un verdadero creador en el terreno de las excusas. No solo con esa cuenta absurda –como si la mitad de esos setenta años no hubiesen estado en el gobierno fuerzas antiperonistas– sino también con una innovación: la culpabilización del gobierno entrante. El “pesado porvenir”, digamos. En efecto, Macri insistió en argumentar, en entrevistas y en sus memorias,  que su gobierno “terminó el 11 de agosto de 2019”, cuando perdió las PASO. Para él, desde entonces los mercados reaccionaron mal en expectativa de un retorno del kirchnerismo. Por lo que, en verdad, todos los problemas de sus últimos cuatro meses de mandato corresponde cargarlos a la cuenta del peronismo. La culpa era del pasado y del futuro. Entre la pesada herencia y el pesado porvenir, casi que no gobernó.

Seamos buenos: es cierto que unas PASO con mal resultado causan turbulencias. Economía y elecciones están conectadas. Por ejemplo, la inflación, que en el segundo semestre de 2015 venía a la baja, volvió a subir en expectativa de la asunción de Macri, mientras el poder de Cristina Kirchner se desvanecía. Alberto Fernández también podría decir que sus problemas se agravaron luego de la mala performance de Massa en agosto. No sería falso. Pero en Argentina no somos buenos: la derecha se siente con derecho a excusarse en herencias y a desentenderse de cuatro meses enteros de calamidades, pero no concede esas prerrogativas a los demás. Para negarle la primera a Alberto Fernández –que tenía bastante más derecho a usarla– impusieron el “Ah, pero Macri”. ¡Hágase cargo de su gobierno, señor! Y hagan la prueba de aplicar el argumento del “ya no es mi gobierno” y de culpar a Milei por la devaluación de Massa y la inflación galopante del final. Vean cómo les va en ese diálogo. 

El co-gobierno de Milei y el PRO continúa en la senda de la innovación en el terreno de las excusas y relecturas de la historia. En 2018 Milei afirmaba que Macri era “lo peor que le había pasado al país en toda su historia” y todavía en 2020 explicaba que la crisis que golpeaba a Fernández había sido generada por Macri. Con la alianza con el PRO, se olvidó de todo eso y las culpas volvieron al kirchnerismo, pero también, yendo más atrás, a Alfonsín y a cien años de políticas desatinadas, una centuria que comienza justo en el momento en el que al pueblo argentino se le dio la posibilidad de elegir a sus propios gobernantes. La pesada herencia de la democracia. 

Al asumir, Milei sorprendió con otra innovación (en verdad no tan nueva: recuperaba un argumento que Martínez de Hoz había usado en 1980): la pesada herencia que recibía incluía una “inflación plantada” que nadie registraba, pero que estaba allí. Los datos al final del gobierno de Alberto Fernández mostraban una inflación anual de más de 160%, muy preocupante por cierto. Pero Milei afirmó que en verdad Fernández había “plantado” una hiperinflación que, con su pura inercia, alcanzaría el 15.000% anual, a menos que él pudiera detenerla, lo que no era seguro. Entramos aquí enteramente en el terreno gaseoso de la fantasía: hay que creer en ese dato sin ningún indicio empírico. ¿Todos los manuales dicen que una devaluación drástica sin política de precios se traslada inmediatamente a inflación? Pues se equivocan: no es mi culpa, es de Fernández. 

Al mismo tiempo, Milei corrió el horizonte de la mejora a un futuro cada vez más lejano. Macri había prometido un “segundo semestre” luminoso, que nunca llegó. Milei, en cambio, promete que, quizás, la inflación baje dentro de dos años (siempre y cuando el Congreso deje pasar todos sus decretazos) y que una parte de las mejoras que promete se verán recién en 15 años. Una parte, no todas. En fin, virtualmente toda la inflación que haya durante su mandato es endilgable a Fernández y/o a los obstáculos o demoras que ponga el Congreso. Y todos los sufrimientos que vengan son culpa de los cien años de decadencia. No de sus políticas. De hecho, lo bueno, si llega, será gracias a sus políticas y se verá quién sabe cuándo. Puede que se haga notar en otros gobiernos, que deberán entonces agradecerle. Y si no se nota, será que continúa la decadencia que plantaron otros. En fin, una narrativa circular, inexpugnable. Nada, nunca, será su responsabilidad. Para confirmación: sus seguidores ya arrancaron con el “Ah, pero Milei”. 

Nuestra derecha es monótona y repetitiva en las políticas que fracasaron una y mil veces. Pero nadie podrá decir que no es original en el arte de eludir las culpas.

EA/DTC

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