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columna nómade

El backstage de un poema

Ya no hay ciudades, ni comercios ni nada...

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Hace unos días recibí un correo de una chica desconocida que me preguntaba sobre un poema que yo había escrito. El poema se llama Ezeiza. Ella me decía que lo habían estado discutiendo con unos amigos en una sobremesa y que no sabían de qué trataba. ¿Era el poema un texto a favor del peronismo o era un poema gorila?, me escribía. Me causó gracia. Yo no recordaba bien al poema, pero sí recordaba el momento en que lo escribí, dónde estaba, qué sentí en ese momento. Intercambiamos algunos mails y listo. Pero me quedé pensando en el poema y lo fui a buscar. No tenía el libro donde se había publicado -Oda- , así que se lo pedí prestado a un amigo que me dijo: Quedátelo, no me gusta ese libro tuyo.

Me hubiera gustado decirle a mi amiga misteriosa que uno espera siempre que el poema sea algo más que sobre algo. Si el poema es sobre algo a veces puede ser una porquería, porque tiene cierta fecha de vencimiento o depende de los vaivenes ideológicos de ese “algo” sobre el que trate. Pasa también con las palabras, hay algunas que salen de stock como ciertos animales a los que ya no se los ve en zonas salvajes. A veces algunos poetas, como los conservacionistas, recuperan una palabra, la limpian del viejo sentido y la vuelven a poner en la cadena de significantes del lenguaje para que lo potencie.

El poema Ezeiza lo escribí en un departamento en el que vivía solo, después de terminar una larga y profunda relación. También se había producido un deshielo en mi estado de ánimo y estaba saliendo de una depresión ayudado por una cura psiconalítica y por Quique Fogwill, que se empecinaba en llevarme a nadar. Durante el año completo que duró la depresión, dejé de escribir y de leer. Perdí el oído. Hasta que me conecté con cierta parte mía religiosa que había mantenido a raya y que hace que Oda sea un libro con muchos rezos: la palabra bendito aparece muchas veces.

Voy a aprovechar esta columna de elDiario.ar para contarle a mi amiga de correspondencia cosas que pensé después sobre el poema Ezeiza. El principio es un claro robo a Los Mares del Sur, de Cesare Pavese. Mi poema empieza así: “Mi primo ya no es un gigante/ en el crepúsculo de esta terraza/ donde estamos sentados”. Nunca me interesó ser original y me gusta robarle a todo el mundo. El poema de Pavese empieza así. “Íbamos por la falda de un cerro,/ silenciosos. En la sombra del tardío crepúsculo/ mi primo es un gigante vestido de blanco/ que se mueve tranquilo. Con el rostro bronceado”. La poesía de Pavese, prosaica, narrativa en extremo, es una respuesta a la que había reinado en Italia con el nombre del Hermetismo y cuyo poeta central fue Eugenio Montale.

En mi poema paso a describir lo que sucede en la terraza y después hablo de mi primo, que fue como mi hermano mayor y que estuvo inmerso en las luchas generacionales de la generación del setenta, ya que era miembro de la JP. Creo que partes del poema, las descripciones de la mujer que con broches en los labios, en otra terraza, con un pañuelo azul en la cabeza, cuelga la ropa, son imágenes que tenía anotadas en una libreta para usar en alguna ocasión.

Ezeiza es un poema largo y traté de que fuera inestable, que no se mantuviera el mismo ritmo porque eso puede hacer fracasar a un poema largo. ¿Por qué alguien querría leer un poema largo cuando puede leer uno corto? En un momento, el poema pregunta en plural: “Príncipes violentos de los setenta/ ¿Qué podemos hacer por ustedes?/ No se convirtieron en políticos/ ni se exiliaron, ni están/ con dos enes en el pecho debajo de la tierra...”.

Supongo que estos versos vienen porque yo vi cómo mi primo fue perseguido tanto por los militares como por los miembros de su propia organización. Estaría bueno para reflexionar sobre este tema leer Contraderrota, conversaciones con Juan Gelman, de Roberto Mero. 

Después de los versos citados más arriba el poema dice: “Ustedes/ que se colgaron de los árboles de Gaspar Campos/ y fueron a esperar al Duce a Ezeiza,/ tuvieron que soportar/ que el viejo no les trajera la revolución/ si no la peste”.

Mi mamá le lavaba los vaqueros a mi primo y le sacaba de los bolsillos pasajes de tren que él había utilizado para ir a Gaspar Campos, la casa donde Perón estuvo viviendo cuando regresó al país. Mi mamá siempre le decía: “Ustedes vayan a buscar al viejo que van a ver que los va a traicionar”. Supongo que en estos versos estoy pensando en lo que le decía mi mamá a mi primo y también recuerdo cuando ví por la tele el momento en que Perón -con López Rega al lado- echa a la Columna Norte de la Plaza y se produce un caos tremendo. La idea de traerles la peste en vez de la revolución la saqué de una frase que dicen que le dice Freud a Jung cuando llegan a Nueva York y hay mucha gente esperándolos. Freud -citado por Lacan- dice . “Y pensar que le venimos a traer la peste”.

El poema es largo y me da pereza citarlo todo. En alguna parte también hago hablar a mi primo como si fuera un budista. Creo que el poema quedó inconcluso durante un tiempo hasta que vi una película genial: Mad Max dos, el Guerrero de la carretera. La saga de Mad Max, dirigida y guionada por George Mille,r es una obra maestra del cine australiano. Sobre todo la segunda. Fue una película que tenía algo de western, de ciencia ficción y de las revistas pulp. Filmadas al comienzo de la década del ochenta influenciaron a todas las películas post apocalípticas que vendrían después. Como sucedió en la guerra de Irak, en Mad Max se pelea por el combustible, un bien escaso en el futuro distópico. Ya no hay ciudades, ni comercios ni nada: solo el desierto por donde andan bandas de motoqueros y automovilistas vestidos de sadomasoquistas con autos tuneados. Tuve una profunda emoción estética cuando me di cuenta que la voz en off que narra la película – una voz de un hombre mayor- es la del chico salvaje que usa un boomerang y admira a Mad, el guerrero de la carretera, que va a liberar a su tribu de la opresión de los hombres comandados por Lord Humungus (un fisicoculturista con una máscara de Hockey).

En el final, una toma subjetiva del chico mira a Mad Max parado en el camino mientras ellos se marchan liberados Y el niño, con una voz ya de mayor dice: “Viajamos con las tribus del norte hacia el sur. Yo crecí y me convertí en el líder. En cuanto al guerrero del camino, nunca más lo volví a ver, ahora él vive sólo en mi memoria”. Apunté ese final en una libreta y lo cambié con algunas palabras: “La silla de mi primo está vacía/ El viento agita los árboles en la calle/ Es cierto. Todo terminó más rápido/ que un día de franco./ Después pasó el tiempo/ viajamos con las tribus del norte hacia el sur./ Algunos se reprodujeron./ Otros aprendimos que el miedo/ es la distancia que existe/ entre el dolor y la nada./ Yo crecí y me convertí en el líder./ En cuanto al guerrero del camino/ nunca más lo volví a ver./Ahora él vive/ sólo/ en mi memoria”. 

FC

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