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OPINIÓN

De barcos, indios y caretas

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, y Alberto Fernández, presidente de la Nación Argentina.

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Ayer, Juan Chico volvió a la tierra. Militante popular, docente e indígena chaqueño, dedicó su vida a reafirmar los derechos ancestrales de los pueblos originarios y difundir la participación de su pueblo en los procesos históricos de nuestra patria. Publicó un libro bilingüe titulado Los Qom de Chaco en la Guerra de MalvinasNa Qom Na LChaco  So Halaataxac Ye Malvinas.

Fue parte de la gesta política que permitió derrotar al macrismo. Candidato a diputado por el Frente de Todos, obviamente bien atrás de los hijos de los barcos y esa mala versión de la ilustración que intentamos torpemente de imitar. Finalmente, fue aceptado en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas. Juan Chico no vino de los barcos sino del pueblo Qom, que sigue regando la tierra de la sangre de sus hijos desnutridos.

De los barcos llega mucha muerte a Abya Yala, Tahuantinsuyo, Wallmapu. Mucha muerte a la Patria Grande. Llega con la lógica ibérica de la espada y la cruz, con las intrigas disolventes del imperio británico, con la cultura consumista del capitalismo norteamericano. Llega también con la furia incomprensible de la naturaleza que diezma a nuestros pueblos con la viruela, fiebre amarilla o coronavirus.

De los barcos llegan hace cinco siglos los espejos de colores del mundo civilizado y se van la madera, el caucho, carne, los cueros, los granos, el oro, la plata, el cobre, el litio con los que occidente construyó su civilización. El mandato colonial para Nuestramérica fue y sigue siendo abastecer de materia prima a las potencias coloniazantes con la sangre que mana de sus venas abiertas, agujerando sus selvas, desmontando sus bosques, envenenando sus napas.

De los barcos también llegaron personas como mis bisabuelos -tanos, gallegos y judíos-, el descarte de la civilización cristiana, la chusma roñoza de la Europa rica, que echaron raíces en este territorio, territorio que nos guste o no nos guste, debemos compartir. Algunos de ellos se autoconvencieron que representaban la civilización europea que los expulsó frente a la barbarie sudaca que los recibió.

Sin embargo, la historia mostró en forma reiterada que los momentos de liberación, orgullo y realización nacional se produjeron cuando nos despojamos de ese deseo indigno de ser ellos y asumimos nuestra suridad, concretando la alianza entre los pueblos originarios, el pueblo pobre acriollado de los barcos y ese alucinante crisol de mestizasgos derivados de la dinámica cultural latinoamericana. 

La historia de la independencia argentina es absolutamente indisociable de los hijos de la tierra. Fueron ellos -originarios, mulatos, zambos, mestizos- los que regaron con su sangre el teatro de las guerras patrias. Las hazañas del glorioso Ejército de los Andes comandado por José de San Martín o del Ejercito del Norte comandado por Manuel Belgrano son inconcebibles sin la presencia mayoritaria de los pueblos originarios, los negros, los gauchos y los pobres. Desde entonces hasta la guerra de Malvinas, fue esa la sangre derramada en las grandes gestas nacionales.

Sin embargo, los más atildados hijos de los barcos, afincados en el puerto del plata, mercachifles y contrabandistas, patriotas de intrigas palaciegas y modales europeos, se robaron la epopeya libertaria de los pueblos del sur. Con la pluma magistral de Bartolomé Mitre crearon un San Martín a gusto de las elites porteñas y silenciaron al verdadero Libertador. Esa historia falseada se ha filtrado incluso en la dirigencia del campo popular desandando el recorrido de Arturo Jauretche, Manuel Galvéz, José María Rosa, Juan José Hernández Arregui, Raúl Scalabrini Ortiz y Abelardo Ramos, entre otros.

Ya el San Martín real nos cuenta otra historia, que desbarata la falacia oligárquica y se sintetiza en estas contundentes palabras: “Los ricos y los terratenientes se niegan a luchar, no quieren mandar a sus hijos a la batalla, me dicen que enviarán tres sirvientes por cada hijo sólo para no tener que pagar las multas, dicen que a ellos no les importa seguir siendo una colonia. Sus hijos quedan en sus casas gordos y cómodos, un día se sabrá que esta patria fue liberada por los pobres y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros que ya no volverán a ser esclavos de nadie”.

La frase lamentable de nuestro presidente Alberto Fernandez nos recuerda la vigencia de esta falsificación histórica. El pueblo pobre, el pueblo trabajador, los indios y los negros, los cabecitas y descamisados, construyendo la Patria con su sangre, con su sudor y sufrimiento; con su organización, su lucha, sus votos. Las elites porteñas y sus adláteres provincianos, ora progresistas, ora conservadores, ora condescendientes, ora intolerantes, concentrando el poder y la representación política. Esas élites no son sólo los vástagos del viejo patriciado sino también los nietos de los barcos que aún hoy se niegan a unir su destino con los cabecitas negras.

El movimiento popular de Argentina -nuestra provincia de la Patria Grande balcanizada- se retuerce de indignación cuando se desconoce, sea en el discurso o en la práctica, el protagonismo de los que no vinieron de los barcos. El peronismo es una creación heroica de esta nueva alianza entre el pueblo pobre, los pueblos originarios y los criollos patriotas que se expresa en la movilización del aluvión zoológico de los cabecitas. La ascendencia indígena del General Perón por la rama materna, su conocimiento del mapuzungun, su cercanía con la cultura gauchesca debería ser lección suficiente.

Durante los gobiernos populares latinoamericanos de la primera década de siglo XXI hubo una importante revalorización del carácter intercultural de la Patria Grande. Ejemplo de ello es la irrupción revolucionaria de Evo Morales que estableció el primer estado constitucionalmente plurinacional de Nuestramérica. En el Rio de la Plata, el ascenso póstumo del guaraní Andresito a General realizado por Cristina Fernández de Kirchner primero y Tabaré Vázquez después simboliza la necesidad de una revisión de la mitológica blancura argentino-uruguaya. Somos latinoamericanos, más hijos de la tierra que de los barcos, más marrones que blancos… y si, hasta los noventa quedaba alguna duda, las migraciones peruanas, bolivianas, paraguayas terminaron de confirmarlo.

El Frente de Todos se encuentra hoy en la encrucijada entre ser una mala imitación de la socialdemocracia europea, negando su negritud, o reconocer su esencia nacional-popular, pintándose de indio, negro, gaucho y cabecita. Puede consolidarse como una fuerza hegemonizada por los que viene “de los barcos” sea por pertenencia ideológica o por herencia genética o empoderar los componentes populares que lo integran reconociendo el protagonismo de esa negrada grasa choricera no sólo como destinatario de las políticas públicas sino como artífice de su propio destino. 

Una mirada superficial al Gabinete nos muestra la desproporcionada presencia de porteños de pensamiento progresista-colonial, que reproduce en la composición del poder lo que el presidente dijo descarnadamente frente a su par español y se expresa en agendas europeizadas para la clase media desembarcada o políticas asistencialistas que los blancos conceden a los negros como la Tarjeta Alimentar. Hay demasiado Puerto Madero y San Isidro; muy poco Norte Grande, Cordillera y conurbano profundo.

Alberto Fernández, sin embargo, tiene un mérito latinoamericanista que nadie puede quitarle y demuestra que aún en toda su porteñidad no abandona las filas del movimiento nacional-popular sudamericano. Es un defensor consecuente y corajudo de los procesos populares de la Patria Grande. Su conducta ejemplar durante el golpe de estado en Bolivia, su rápido reconocimiento de la victoria del Profesor Pedro Castillo en Perú, su apoyo consecuente a Lula y Rafael Correa en su calvario, su alianza con el México de Andrés Manuel López Obrador, su negativa a subordinarse al Grupo de Lima y rendir pleitesía a los intereses geopolíticos norteamericanos, su búsqueda de una política exterior regionalista y multipolar, son conductas que lo ennoblecen. Nosotros tenemos que agradecerle su respaldo frente a las agresiones que recibimos del gobierno de facto de Jeanine Áñez en Bolivia y del gobierno represor de Iván Duque en Colombia durante las Misiones de Solidaridad Internacional y Derechos Humanos en esos paises.

Por eso, la disonancia entre estos hechos latinoamericanistas y sus palabras colonizadas muestran que conviven en él las tensiones de nuestro propio campo político. Cuando vemos que Clarín y La Nación se preocupan por los derechos de los pueblos originarios, Jair Bolsonaro por la xenofobia, Ivan Duque por la soberanía nacional y Keiko Fujimori por el respeto a las instituciones, vemos el rostro de la verdadera hipocresía. En Alberto no hay hipocresía sino una dualidad, que no se va a definir en su propia conciencia sino en el terreno de la lucha política y social, lucha que a su vez determinará el destino de este proceso político.

Alberto Fernandez es una contradicción andante y aún nadie puede preever hacia dónde desequilibrará su indeterminación. Si vamos por más hijos corporales o espirituales de la tierra como Juan Chico y una agenda político-económica para levantar el subsuelo de la patria o continúa el predominio banal del circulo áureo y la agenda careta de los hijos corporales o espirituales de los barcos que practican un progresismo liviano casi gorila como… No quiero ofender a nadie, ya saben, como los que sin haber dejado una sola lágrima en la lucha contra el neoliberalismo se sientan en una afrancesada oficina de la Rosada a tomar café y usurpar un Frente que no es de ellos sino de todos.

JG/MGF

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