De Borges, Smith y las tareas de cuidado
Tengo abiertas en mi computadora incontables pestañas de publicaciones por leer. Sé que hay una que abrí hace apenas unos días. El newsletter de la revista La Tecla Eñe del sábado 29 de abril traía una nota con el título: “¿Quién le hacía la cena a Borges?”. El texto está escrito por Angelina Azín Olleros y en su título rebota la traducción al español del libro de Katrine Marçal, ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?
La metonimia de los títulos es eficaz: en la preparación de la cena con la que una madre se encargaba de que su hijo se alimentara mientras desarrollaba su carrera profesional, la autora sintetiza la importancia de la economía general del cuidado. En el tono de pregunta y la ausencia del nombre propio de la encargada de las cenas, se sintetiza la invisibilidad a la que la historia y las formas de contar la historia han sometido a esas trabajadoras imperceptibles.
Cuando Borges se fue del país en los años 80, ella recibió como única indemnización un pequeño busto del autor de El Aleph, que nunca quiso vender pese a las dificultades económicas que afrontó desde que quedó sin trabajo casi a sus 60 años
Otra pestaña abierta es el últimamente tan mentado ChatGPT. Se me ocurre hacerle la pregunta que da título al artículo. La respuesta que me da a “Quién le hacía la cena a Borges?” no es verdadera, pero es elocuente para sintetizar un estado de los discursos públicos y de la feminización de las tareas de cuidado:
“Jorge Luis Borges, el famoso escritor argentino, no se casó hasta su vejez. En sus últimos años, solía vivir con su madre, su hermana y luego con su asistente personal, quienes se encargaban de preparar sus comidas. Después de la muerte de su madre y su hermana, Borges contrató a una asistente personal llamada María Kodama, quien luego se convirtió en su esposa. Durante su matrimonio, Kodama se encargó de cocinar para él y de cuidarlo hasta su muerte en 1986”.
La respuesta es incorrecta y clasista, pero elocuente en su error. Contesta que fueron “las mujeres de su vida” (madre, hermana y una “asistente” que luego sería esposa) las encargadas de preparar las cenas de Borges. La respuesta correcta no era menos femenina, pero sí agrega un dato: quien le preparó las cenas y se encargó de todas las tareas del cuidado desde los años cincuenta hasta los ochenta fue Epifanía Ubeda, más conocida como Fanny, una mujer correntina, nacida en 1922, que desde sus 14 años trabajó de empleada de casas particulares. Claro que nombrarla así (“trabajadora de casas particulares”) es un modo de reconocerle un lugar en la cadena de producción que no tuvo ni en los años cincuenta ni cuando Borges se fue del país en los años 80 y ella recibió como única indemnización un pequeño busto del autor de El Aleph. Según cuenta ella misma, nunca quiso vender ese busto, pese a las dificultades económicas que afrontó desde que quedó sin trabajo casi a sus 60 años.
Recién subrayaba que “nombrar como trabajadora de casas particulares” a Fanni Ubeda era un modo de ubicarla en la cadena de producción que no estaba activo cuando ella era quien le preparaba la cena a Borges. En Economía para sostener la vida, el reciente libro publicado por la economista Lucía Cirmi Obón, la autora despliega en teorías y dispositivos técnicos esa operación de reubicación: reconfigura los modos de nombrar, de comprender y de ubicar en la cadena de producción.
En sus discusiones sobre arte y política, Jacques Ranciere postula una perspectiva que tal vez sirva para pensar este libro. Según Ranciere, la política es aquello que irrumpe en la distribución de lo sensible, generando nuevas configuraciones de la experiencia sensorial y nuevos modos de dar sentidos a esas experiencias: un nuevo reparto o nueva distribución de lo sensible. Como política de redistribución de los modos de lo sensible, el libro historiza, analiza y consigue dar forma a nuevos modos de dar sentidos a distintas prácticas.
La economía que presenta Cirmi Obón deja de excluir de su cuerpo fundamental las tareas de cuidado (no sólo esas cenas que cada noche se preparan) y permite el despliegue de una economía política que las integre y las tenga en cuenta como parte fundamental de la micro y la macroeconomía.
Desde la perspectiva que presenta la economista, las tareas del cuidado dejan de ser una natural tarea asignada a las mujeres por fuera de su tiempo de trabajo y deja de considerarse que “no trabaja” quien se dedica a las tareas de cuidado: las tareas de cuidado son trabajo en su libro y en tanto tales han de pensarse como parte fundamental de la economía.
Las tareas de cuidado dejan de ser necesariamente la práctica feminizada y minusvalorada que todavía hoy son, para ser una práctica reconocida como parte de las tareas fundamentales que sostienen la vida.
Las tareas del cuidado son subrayadas en su carácter de tareas imprescindibles para la reproducción de la vida y, si son reubicadas como necesidades, son repensadas como derechos: el derecho a ser cuidados y cuidadas, pero también el derecho a cuidar, tanto para mujeres como para hombres.
El libro Economía para sostener la vida no sólo se piensa el derecho a recibir cuidados, sino el derecho a poder brindar cuidados y se postula este derecho con una perspectiva de profesionalización de esas tareas. En este libro no sólo se piensa sino que se piensa para volver posible la práctica política. Se proponen formas de no conformarnos con el mundo que nos toca y formas de poder trastocarlo en uno mejor, en un mundo más cuidado. Un mundo donde la vida no esté al servicio de la economía, sino un mundo en el que la economía esté al servicio de sostener vidas cuidadas.
SH/PI
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