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COLUMNA NÓMADE

Celine Dion, Arjona: esa música de mierda

Ricardo Arjona

Fabián Casas

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Se puede escribir poesía después de Arjona. Es más, para muchísima gente, la poesía es Arjona. Estoy en un auto y la remisera que me lleva tiene cierto aire a Margaret Thatcher. Si Margaret en vez de estar construida con hierro hubiese estado hecha de un material más dulce. Es un viaje de dos horas y la remisera me cuenta muchas cosas de su vida. Su marido está jubilado y sus hijos son grandes y se fueron de la casa. Ella trabajó mucho tiempo en una oficina y después de que la despidieron con la indemnización se compró un autito y después un auto y ahora un autazo. Consiguió el milagro de multiplicar los peces y le gusta seguir trabajando. Con su marido –me dice– suelen elegir lugares para irse de vacaciones. Le pregunto si le gusta manejar porque me impresiona lo bien que lo hace. El auto huele al limón de los discos importados que comprábamos con mi hermano cuando éramos unos niños. ¿Pensás que las mujeres no sabemos manejar?, me dice. Sí, la picanteo. Es un prejuicio que tengo. La gente prejuiciosa como yo nos perdemos muchas cosas en el mundo. Es una pena, como dice la canción de Bonnie Tyler, que tanto me gusta, le digo. Pienso en los editores de sensibilidad, una nueva moda que trajo lo políticamente correcto, esos editores que se contratan para que en los libros no aparezcan cosas que puedan ofender a nadie. No sé quién es Bonnie Tyler, me dice. Le tarareo la canción. Cantás muy mal, me dice. Nos reímos. Estoy de acuerdo con ella. Pienso en Shakira, cantando esa canción con la voz metida adentro de un vaso para parecer igual a todas, sin buscar una voz particular, una voz que tenga una inestabilidad, repitiendo ese estribillo: Las mujeres ya no lloran, ahora facturan, o algo así. A los hombres les dijeron durante años que no podían llorar y que tenían que facturar. Ahora Shakira se lo dice a las mujeres y a los hombres.  

Margarita me dice: yo soy fan de Arjona. Noto que me mira de reojo. Nunca lo escuché, le digo. Me vuelve a mirar de reojo. Siento que no me cree. ¿No sabés quién es Arjona? Sí, le digo, un grasa que la rompe, llena estadios. Pero nunca lo escuché y sé que es grasa porque eso dice la inteligencia argenta a la que pertenezco o quisiera pertenecer, a la gente cool. Margarita se mata de risa. Arjona no es grasa, querido, es genial, me dice. Pienso en una canción de los Babasónicos que dice: “Soy un groncho y mi noche es esta!”. Me encanta esa reivindicación de ser un groncho. La grasa te puede ensuciar las manos, pero también hace mover las ruedas. Ese verso impresionante de Cucurto en un poema muy emotivo sobre su padre: “Una milanesa es una grasada en sí, pero tiene un par de verdades”.  

No sé si existe un fan típico de alguien, pero creo que algunos fans de Arjona son paranoicos, porque suelen ser apaleados por la crítica de la cultura elevada. Margarita cree que la música de Arjona me parece una mierda. Pero nunca lo escuché, le vuelvo a decir. Hay una canción que Arjona le hizo a la menstruación que es una obra maestra, él entiende bien lo que sentimos las mujeres, me dice. Me bajo del auto de Margarita. Entro a mi casa. Busco la letra de la canción de Arjona, lo voy a escuchar por primera vez. La canción se llama De vez en mes. A Arjona no le importa nada, va a todo lo que da: “De vez en mes te hacés artista/dejando un cuadro impresionista/ debajo del edredón”. Unas estrofas más adelante pone otra imagen: “De vez en mes una cigüeña se suicida/ y ahí estás tú tan deprimida/buscándole una explicación”.  La canción es larga y el tema es tremendamente obvio. La vida es corta y también puede ser tremendamente obvia. Si pasáramos los versos a versiones geométricas, veríamos que la canción de Arjona es muy estable. Tanto en la letra como en la melodía. A veces hay canciones que son estables desde la letra pero la melodía es inestable, lo cual produce un desacuerdo que hace que la canción resulte fea y a posteriori interesante. Como las canciones de Fernando Cabrera.  

Margarita no lo sabe pero hay un libro que busca comprendernos. Se llama Música de mierda y es de Carl Wilson. Fue un libro de culto entre los críticos musicales porque el autor hizo un estudio de la historia del gusto a partir de tratar de entender porque Céline Dion era, para la inteligencia musical –y para él mismo–, una artista detestada a pesar de vender millones de discos. Spinoza decía, “antes de juzgar, comprender”. Wilson trata de hacer eso. Desmontar tus prejuicios, tratar de buscar los orígenes de tu gusto en tu clase social o contra tu clase social, investigar en los fans de Céline Dion, Citar a Kant en su análisis de la belleza o a Bourdieu: “El gusto es una forma de diferenciarnos de los demás, de perseguir la distinción. Y su producto final es la perpetuación de la estructura de clases”.  

La situación es arquetípica. Una persona en cierto momento oye una canción o lee un libro y te das cuenta de que no estás tan solo. “Puede tratarse –escribe Wilson– del encuentro artístico más intenso que tengas jamás. Pero habitualmente el músico es alguien como Kurt Cobain y el libro es El Guardián entre el centeno”. Pero cuando el talismán es una canción tan trillada de Céline Dion, dice Wilson, uno piensa que la persona está mal de la cabeza o que le falta sensibilidad. Pero inmediatamente pasa a deconstruir lo que alguien considera la verdadera sensibilidad. ¿Quién es el dueño de la verdadera sensibilidad?  

Wilson mete las manos en el barro y se pone a analizar lo que hace Céline Dion en sus canciones y llega a puntos altísimos: “Alguien dijo que la lucha libre es una novela colocada de esteroides. En ese sentido tal vez Céline Dion es música metal colocada de estrógenos. Y el metal, no lo olvidemos, ha visto cómo se le abrían las puertas de la crítica. El metal es todo oscuridad y rebelión, mientras que Céline es todo velas y comunión, pero fijémonos cómo la hipermasculinidad y la hiperfeminidad pueden hallar un punto de encuentro, lo mismo que sucede con el capitalismo plutocrático y el comunismo de economía planificada”. Y lo mismo que pasa –podríamos agregar– con Shakira y Bizarrap.  

Este análisis me hizo acordar a otro brillante de Ezequiel Alemian sobre la banda de Pappo, Riff. Está en un libro que se llama 10 discos del rock nacional presentados por diez escritores. Una joyita escondida en las librerías de viejo, ahora. Leamos lo que dice Alemian sobre el riff: “No conocía la expresión 'riff' antes de escuchar a la banda, e incluso un tiempo después de haberla empezado a escuchar me enteré de que esa palabra denominaba a un determinado recurso o forma, o momento musical. Pero incluso hoy, como si todavía no lo supiese, me pregunto ¿qué es un riff? ¿Qué era un riff para Pappo en la época en que integraba Riff? El riff tiene dos momentos heroicos: el de la emergencia y el del extravío. Emerge naturalmente del corazón del sonido de la banda, de su arquitectura instrumental. Hasta podría decirse que es previsible: todo el tema hasta ese momento ha sido una forma de preparación, la preparación  de un terreno, como si fuese una página en blanco. Preparación también dada por la longitud y el escalonamiento de los temas, por cierto efecto de ansiedad, encantatorio. La guitarra emerge como una síntesis, condensación de algo que ha estado insinuándose. Naturalmente, surge al final de la primera vuelta del tema, es su momento de simetría”.  

Tengo un amigo que desayuna escuchando a los Sex Pistols. No sé cómo puede hacer eso. Pero sé que mi amigo considera que yo soy un grasa porque me gusta José Luis Perales. La verdad es que tanto One direction como los Sex Pistols son grupos prefabricados. Y que si mi departamento no está al lado de mi amigo, no me preocupa que escuche a los Pistols a la mañana. Mientras nadie te obligue a escuchar a alguien, no entiendo el enojo por el mal gusto o buen gusto ajeno. ¿Soy mejor persona porque escucho a John Cage? ¿Soy mejor persona porque escucho a Arjona? A veces podemos, como los perros, escuchar una frecuencia que nadie parece escuchar. Nuestro grupo preferido, secreto, se hizo popular y ya no nos gusta. El libro de Wilson es notable porque nos obliga a pensar contra uno mismo, a encontrar un lugar vital en la diferencia. La canción central de Titanic es de Céline Dion, así que debo haberla escuchado.  

FC

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