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Y DESPUÉS ES AHORA NARRACIONES

Cumplir feliz

Clarence Wendle

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Venimos esquivando el cumpleaños infantil con sala completa desde siempre. Alguna vez Ramón quiso salón como la mayoría de sus compañerites pero se desató una pandemia y no sólo no hubo salón sino que ni siquiera compañerites y le celebramos en un patio en provincia, su papá, su abuela, yo. Ese día también el cumpleañero se sintió especial y a la hora de la siesta se escabulló a una esquina del patio desolado con una tijera y nos sorprendió con un peinado digno de El Orfanato. Agujeros en su pelo adelante y atrás, el desastre estaba hecho. No es fácil cumplir años. No es fácil cumplir años en pandemia. No es fácil ser protagonista de uno mismo.

Este año conseguimos negociar salón por algo parecido que fue el salón del sum del edificio en el que vive su papá. La clase completa, menos algunxs que no están por el feriado. Así y todo, son un montón. Algunas madres y padres firman autorizaciones para que les llevemos caminando, la casa del papá de Ramón está a la vuelta de la escuela, es sólo dar la vuelta a la manzana, pero ya entonces todxs esxs niñxs son nuestra responsabilidad. La alegría de que le confíen a una el hijx, pero y la responsabilidad. Por suerte esa caminata va escoltada de otras madres que caminan con sus hijes hasta la puerta. Les niñes avanzan al  grito de “multitud!”. Los entusiasma andar en banda por la calle. Venimos bien, hasta que en algún momento algo se desata y echan a correr. Una de las niñas tropieza con un cantero, cae y se larga a llorar. Zás. Voy hacia ella. Les conozco a todxs desde hace bastante pero a muy pocos les conozco un poco más, como para poder desentrañar de un llanto si es grave, si es susto, si es qué. Recuerdo que esta niña en particular se dobló el pie hace poco en el patio de la escuela y le tuvieron que poner una férula, veo entonces en su llanto más que la caída, el susto de que le haya podido suceder eso otra vez. La consuelo, le miro el brazo, se raspó un poco, no es nada grave, la convenzo, se levanta, Ramón le da la mano, siguen caminando, ella se distrae, se sobrepone, se olvida pero a mí ya no se me quita el ‘zás’. Ahora todxs estxs niñxs son mi responsabilidad. 

Ya en el salón vidriado del sum la acústica no ayuda. Además, está rodeado de unos patios y al fondo hay una pileta con un poco de pasto. A nada de eso se puede acceder hoy por cuestiones de consorcio y es como un castigo tantálico, el aire libre tan a la vista, el aire libre al que no se puede acceder. Es lo primero que le genera mal humor a Ramón. Si es su casa, si es un patio al que siempre va, cómo es que ahora no puede acceder con lxs amigxs. Primer no de una serie que cae igual de peor, cada uno de esos no. Si es mi casa, por qué no puedo salir. Ese primer no absurdo si no fuera por las reglas de convivencia, desata un ataque de llanto que hay que remontar. Es el cumpleañero, despotrica, llora a moco tendido -literalmente-. Nosotrxs llevamos 2 horas decorando el salón. Mi mamá hizo una torta, la decoró con un símbolo de Naruto que sacó de internet. Pero Ramón llora a moco tendido porque no puede salir al patio y ya este cumpleaños le parece de lo peor. Lxs amiguites se acercan, ¿qué le pasa a Ramón? 

Una vez contenida la crisis, algunes niñes comienzan a acudir: que si pueden comer, que por qué abre los regalos ahora Ramón, si se puede eso, cuando la tradición del salón es que se echen todos los paquetes en un arcón y se abran después en la casa. Que sí, que se puede, digo yo. Quieren globos, me pongo a inflar, tarda en llegar el animador. Me tiene cautiva un grupo, arrinconada, pidiéndome globos de un color especial cada quién, uno se explota frente a mi boca, todos temen, reímos, vuelvo a inflar. Mientras tanto Ramón desempaquetó un arma con balas a presión que todos le celebran y entran a correr por el piso lustroso del salón, corren con Ramón, corren de Ramón. Con un globo entre los dientes le pido que no dispare al cuerpo, que no les apunte a lxs amigues, que no vale disparar. Otro no. En algún momento accede a jugar sin balas, me parece lo mejor. ¿Dónde estás, animador? Algún niñe me pide bebida, otro tiene los cordones desatados, otro está sentado en un rincón con ojos llorosos, me acercó, qué pasó, Ramón no me quiere prestar el arma y yo, “es que se lo acaban de regalar” al mismo tiempo que  “Ramón prestá el arma”. Les niñes juegan a deslizarse por el piso lustroso, corren de acá para allá. Están sudadxs y aceleradxs. Mientras tanto el animador me escribe que la calle está fatal y que no encuentra para estacionar. Acá adentro todo pende de un hilo.

Desensilla el animador finalmente con un monociclo en la mano, entra campante, sabe cómo hablarles a lxs niñxs, se sosiegan, acatan, se sientan en círculo. Su voz es certera y hasta severa pero funciona, un círculo, cola en el piso, dejamos los globos, dejamos de comer y ahora es sólo su voz la que retumba en el salón. Todos acatan, menos Ramón, que sigue deambulando, no sabe qué hacer consigo mismo, confirma que no quería animador. Prefería seguir jugando libremente, un niño quiere ir al baño, el animador le dice que ahora no, Ramón viene hacia nosotrxs como una flecha, ¡le dijo que no puede ir al baño! Como de costumbre, indignado con la ley. Entiendo desde dónde razona pero ahora mismo todos estos pequeños traseros quietos y en contacto con el piso parecen más a salvo que del modo que propone Ramón. Es su conveniencia versus/contra la nuestra, en eso tiene razón. Es mi cumpleaños y no puedo hacer nada de lo que quiero, como si el hecho de cumplir los años habilitara una zona franca libre de toda mirada y ley, un portal dionisíaco hecho de gritos corridas glucosa y balas a presión.

Hay un rato de tregua con el animador ejerciendo su poder de encantamiento, Ramón va y viene, nunca se instala del todo pero tampoco detenta del todo el boicot.

Me distiendo un poco, hablo con las dos madres amigas que se quedaron, intento bromear acerca de mí misma, de mi stress. Habría sido el momento de cebarme el mate que ingenuamente me llevé visualizando no sé qué tipo de evento, definitivamente este no. Les niñes juegan con maderitas y animalitos, arman casitas para los animales mientras el animador les canta en su guitarra. Una de las niñas sale disparada al baño, me alegra que ya se ocupen de eso solxs. Sin embargo, un rato más tarde el animador, atento, me dice que la niña nunca volvió. Que cree que se enojó por algo y se encerró. Un nuevo zás.

Voy al baño. Efectivamente la puerta está cerrada. Efectivamente está la niña dentro. Efectivamente se encerró. Efectivamente no quiere salir. Hablo con ella a través de la madera, lo intento con muchas palabras, retomo, no me enojo, lo vuelvo a intentar, callo algunos minutos, sigo, pero no. Pido ayuda. Va el papá de Ramón, no funciona. Va una de las madres amigas, tampoco. Va la otra, no. Entre medio, qué pasa con Pepita, qué pasa con Pepita, nada nada sigan jugando, se enojó, está todo bien, ya va a salir. Finalmente, va el animador. No sé si la habrá agarrado por sorpresa o qué pero por los menos consigue que ella abra la puerta. Podemos entonces comprobar que no está demasiado mal, sólo bloqueada. El animador le habla bien, con voz firme, pero Pepita le banca la parada y no conseguimos hacerla salir. Consulto con madres amigas, llamo a la mamá, la mamá atiende con buena onda, dice que viene, que a veces pasa, me maldigo por no haberla llamado antes.

Ya casi es la hora y sólo faltan la torta y la piñata pero bueno, falta la piñata. Por suerte, el animador se queda para todo eso y sigue acompañando con su guitarra que calma las fieras con mucha efectividad. Les advierto antes de la salvajada de la piñata: hay más caramelos para todxs, nadie se va a quedar sin, se abren las compuertas, las fieras se liberan y en tres dos uno, alguien empieza a llorar. Dice que le doblaron el pie, no lo sé, sólo veo que tiene su bolsita vacía, lo alzo, pesa muchísimo, lo saco de ahí, lo siento en una silla, llora, le reviso el tobillo, no tiene nada, tampoco caramelos, creo que por eso lloró, y acaso también le hayan pisado el pie. Algunos amiguites se acercan, negocio dulces, los ponemos en su bolsita, el niñe se calma, se integra, ya pasó. 

Ahora sólo queda el momento despedida y un drama más: no queda souvenir para Ramón porque un niño vino con hermanito y no tenía una de más. Escándalo número… Ya no puedo ni contar. Le decimos que le vamos a armar otro, que tenemos los elementos, que de todos modos, tantas cosas recibió, que no necesita justo eso.

Les acompañamos en multitud hasta la puerta. Ahí, detrás del grupo de madres y padres expectantes, una rozagante ambulancia del SAME como símbolo de lo que podría haber sido a cada momento y no fue, espera a algún vecino del edificio. Les entregamos a sus hijos contra el fondo de la ambulancia, gracias gracias chau chau, hemos sobrevivido a esto, gracias por venir.

Adentro, Ramón juega con un globo, corre de acá para allá, está aliviado y -se diría- feliz. Él también ha sobrevivido a ser el celebrado, a veces creo que sólo hay que cumplir para haber cumplido, para el momento posterior. Entendió que ha comenzado su año de vida número ocho, se lo expliqué el otro día cepillándose los dientes, asintió como si solo quisiera ser cortés, y a los días se lo explicó a alguien con absoluta claridad: cumplí los siete, ya los terminé, ya los viví. Ahora empiezo el octavo.

RP

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