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columna nómade

Diario de la dispersión

Rosario Bléfari.

Fabián Casas

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La literatura es un terreno inestable. En todo caso, uno es esclavo de todo lo que sabe y maestro de lo que desconoce. En una clase de poesía se le puede pedir a un alumno que tome el lugar de coordinador y que diga lo que piensa sobre lo que no sabe. Que explique en detalle y analice una película que nunca vio. O que recuerde una película que vió, y qué es lo que les quedó y por qué. 

Hace poco, en una clase, hablamos de Melancolía de Lars Von Trier. La habían visto varios alumnos pero la recordaban en partes. La película está dividida en dos secciones. La primera parte se llama Justine y la segunda se llama Claire. En Justine se muestra la boda de Justine en un castillo extraordinario. La novia está deprimida y hace cualquier cosa mientras se celebra su boda. Esas bodas tan perfectas, millonarias, con todo un ritual teatral –plato frío, plato caliente, discursos, bailes- parecen hechas, como las Torres Gemelas, para ser derribadas, para destruirlas. Cuando esas bodas terminan en catástrofes –separación de los novios, peleas a piñas entre familiares, desmayos- uno siente una relajación emocional. Es lo que tenía que pasar. 

Tanto las clases altas como la clase media han dejado de lado la posibilidad de la fiesta espontánea. En realidad, la fiesta ya no está en ningún lado. Por eso yo recuerdo la única boda a la que fui y que todo era sencillo, dulce, y armonioso: la boda de mis amigos Pablo y Caro en una casa muy vieja que les habían prestado, con un jardín agreste que no había sido domesticado. 

En Claire, la segunda parte de Melancolía, dos mujeres –madre y tía- se organizan junto a un niño de unos seis años –el hijo de Claire- para resistir el fin del mundo. Melancolía, un planeta que se acerca a la tierra, va a colisionar y se los va a llevar puestos. Por supuesto, Justine, la novia deprimida de la primera parte de la película, es la única que está a la altura de las circunstancias, piensa que la vida es una estupidez y que la raza humana merece la extinción, así que no pierde la calma. Claire, en cambio, está desesperada. Justine toma las riendas del asunto y le dice al niño –que tiene miedo- que van a hacer un refugio con troncos de árboles y que bajo ese refugio no les va a pasar nada. 

Hacer un refugio simbólico, crear un método para soportar el fin. Sobre el final de su vida, Rosario Bléfari viajó a Santa Rosa, La Pampa, donde vivía su padre de ochenta y ocho años, para alejarse un poco de la tensión de la ciudad y para desarrollar su método de la dispersión. En vez del planeta Melancolía, lo que chocó con el mundo cotidiano fue la pandemia y vino el aislamiento. Rosario se quedó con su padre en Santa Rosa, mientras que su pareja y su hija (Fabio y Nina) se quedaron en Buenos Aires. En el hermoso Diario de la dispersión -hay que leerlo muchas veces porque tiene capas de sentido que no se perciben de inmediato-, Rosario cuenta también que, cuando llega el frío, al igual que Justine, ella decide armar una carpa encima de su cama, un día fechado como lunes, escribe: “Acá tengo una carpa chica, de las medidas apropiadas para armar arriba de una cama de dos plazas. Me decidí y la armé. La puse sobre el colchón desnudo y toda la ropa de la cama la acomodé adentro. El único inconveniente es que no tengo luz para leer, pero si resulta todo bien esta noche, estoy calentita y cómoda, veré de idear un sistema de iluminación. La puerta de la carpa apunta al televisor, así que si quiero puedo mirar algo acostada. Antes de dormir, ya que leer por ahora no, salvo que lo haga en el celular pero suele desvelarme”. 

Mientras leemos el Diario de la dispersión, percibimos que Rosario no sólo tenía el don de actuar, componer canciones, escribir, sino que poseía algo sustancial: un alma. Que el método de la dispersión es fundamental, en vez del de la acumulación o la concentración. Lo que fue Rosario ahora está disperso por el mundo y puede ser un colibrí que aletea en nuestro balcón o unas gotas de lluvia en una tela de araña. Entre los párrafos de escritura del diario, Bléfari resalta algunas frases que se sostienen solitarias en la página. Una de ellas dice: “El entrenamiento da resultado”. 

FC

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