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DESDE LEJOS, CERCA

Discusiones que valen la pena, cómo darlas sin perder a todos tus contactos

Para tener una discusión, nosotros también tenemos que estar dispuestos a evaluar honestamente los puntos del otro. Y eso implica también dejar de lado nuestros sesgos.

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Hemos pasado por tiempos intensos de discusión en los últimos meses, y lo más probable es que sigamos por un tiempo más en este clima. El tema con las discusiones es que pueden ser interesantes y divertidas, pero también pueden volverse aburridas y hasta violentas. Así que vale prepararnos y pensar: qué discusiones valen la pena y cómo llevarlas para no terminar solos. 

Hay muchas razones para discutir, pero vamos a centrarnos en un objetivo: tratar de que la otra persona nos escuche. O sea, no literalmente, sino que algo de lo que le estamos diciendo pueda hacerla cambiar de opinión. Y no es que exista una receta mágica para convencer personas, pero sí hay algunas cuestiones que la evidencia muestra que pueden ayudar más a que sean más receptivos. 

Una de ellas es entrar en los detalles. Muchas veces discutimos grandes conceptos o ideas, a favor o en contra de la justicia social o de dolarizar la economía, en donde se mezclan muchas cuestiones a la vez. Si entrásemos más en los detalles, de a qué nos referimos y qué significa en la práctica, y sobre todo, si somos conscientes de lo poco que sabemos en muchos casos, probablemente sería más fácil ponernos de acuerdo. 

Se han hecho varios estudios en esta línea que muestran que tendemos a pensar que sabemos más de cómo funcionan las cosas de lo que sabemos realmente. A nivel cotidiano, por ejemplo, existen hecho estudios en los que les preguntan a las personas cuánto saben sobre cómo funciona un cierre, un mecanismo que usamos todos los días cuando nos ponemos un jean o abrimos una cartuchera. En general, la gente dice que sabe cómo funciona. Pero cuando les piden que lo expliquen con el mayor detalle posible, empiezan a hacer agua, y terminan el ejercicio bastante menos convencidos de que lo saben. 

En una discusión se pueden jugar muchas cosas que van más allá de los argumentos que se puedan presentar de lado y lado. Hay emociones, sentimientos de pertenencia a un grupo y muchos otros factores

Lo mismo ocurre con temas más complejos. En una investigación le pedían a las personas su opinión sobre un tema, como las políticas para mitigar el cambio climático, y que dijeran cuán bien lo entendían. Los participantes tendían a sobreestimar su comprensión, pero cuando trataban de explicarlo y se daban cuenta de que no sabían tanto, tendían a moderar su opinión. No pasaba lo mismo cuando les pedían que simplemente listen las razones por las que estaban a favor o en contra de una política. Es decir, no basta simplemente con pensar en el tema un rato, lo que cambia es tener que tratar de explicarlo. Un primer paso para discutir con otro, es establecer cuánto sabemos realmente del tema y qué estamos discutiendo, en lugar de trenzarse directo sobre lo que le parece a cada uno.  

Si de casualidad sos más bien moderado en tus opiniones, eso también puede ayudar, pero tenés que ser un moderado convencido. Un estudio que se hizo en nuestro país, mostró que cuando ponían a un grupo de personas con distintas opiniones a discutir sobre un tema, como el aborto, uno de los factores clave para lograr un consenso era la presencia de personas que tuviesen un opinión más cercana al centro. Pero no se trata de personas que no tienen una opinión sobre el tema y por eso se posicionan en el centro, sino que tienen una postura fuerte y moderada. 

No hay tantas personas en esa situación. “Son casos raros, lo típico es que cuando una persona se ubica en el centro en un debate, no es porque está convencida de esa posición sino que tiene incertidumbre sobre el tema”, explica Joaquín Navajas, uno de los autores de del estudio y Director del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella. Y agregó que la forma en la que pueden ayudar a lograr acuerdos, es gracias a “un proceso de mediación”, en el que logran mover las posiciones más extremas hacia el centro. Así que si tenés posiciones moderadas, podés jugar un rol clave en las discusiones. 

Si todo falla, hay una pregunta que puede ayudar a dilucidar si la otra persona tiene alguna posibilidad de ser convencida: ¿Qué necesitarías para convencerte de que no es como vos pensás? Si no hay absolutamente nada que pueda convencer al otro, quizás es tiempo de dejar la discusión, no se trata de argumentos. 

Y lo mismo vale de nuestro lado. Para tener una discusión, nosotros también tenemos que estar dispuestos a evaluar honestamente los puntos del otro. Y eso implica también dejar de lado nuestros sesgos. Uno de ellos es el sesgo de confirmación, que nos hace incorporar de manera mucho más fácil información que está alineada con lo que pensamos. Básicamente definimos nuestra postura sobre un tema, y luego lo que hacemos es buscar evidencia que confirme eso. Y cuando nos cruzamos con evidencia que nos contradice, la desechamos con alguna excusa de tipo “no está bien hecho ese estudio”, “esos datos están mal”. Pero algunas cosas pueden ayudarnos a reducir este sesgo. 

Entre los muchos estudios que se han hecho sobre esto, hay uno en el que le pidieron a un grupo de personas que tomaran posición sobre un tema viendo algunos materiales (se trataba de cómo resolver un problema energético y el rol que podía tener la energía nuclear) y luego discutieran con otra persona que tenía una postura diferente. Solo que a algunos les pidieron que discutieran para convencer al otro, y a otros que lo hicieran para buscar consenso y ponerse de acuerdo. En el caso de los que buscaban consenso, encontraron que después de discutir tenían menos tendencia a interpretar los datos según su propia postura, o sea bajaba su sesgo de confirmación. Tener conversaciones con los que piensan distinto sin buscar ganarlas, puede ayudar a que tengamos una mejor comprensión. 

En una discusión se pueden jugar muchas cosas que van más allá de los argumentos que se puedan presentar de lado y lado. Hay emociones, sentimientos de pertenencia a un grupo y muchos otros factores. Pero eso no quiere decir que nunca sirva argumentar y tratar de convencer a otro (o dejarnos convencer). Para hacerlo, vale la pena tratar de entender qué se le juega a la otra persona, y no quedarse en la discusión de las grandes ideas, sino entrar en los detalles y desarmar los grandes conceptos para buscar consensos y puntos comunes. A menos que todos alrededor nuestro piensen igual, necesitamos poder discutir bien. 

OS

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