Dolarización y competencia de monedas en Zimbabwe: historia de un fracaso
Todo indica que el gobierno de Javier Milei prepara el terreno para habilitar una “competencia de monedas” como paso previo a la dolarización plena. En algún momento se autorizará a cobrar bienes y servicios en la moneda que cada proveedor quiera. Luego de un tiempo, supuestamente, el peso circulará poco y se volverá irrelevante. Allí vendría su eliminación, dejando al dólar como único circulante de curso legal. Adiós a la moneda propia.
Fuera de algunas naciones insulares muy pequeñas, casi no hay países que siguieran esta vía. De los pocos que hay, todas economías pequeñas y poco industrializadas, ninguno puede mostrar resultados deslumbrantes como los que se nos anuncian. En América Latina conocemos el caso de Ecuador, que mejoró sus problemas de inflación luego de dolarizar en el año 2000, pero pronto entró en un estancamiento. Hoy su economía tiene los problemas de pobreza de siempre, a los que se agregó el florecimiento del crimen organizado y el narcotráfico, también asociados a la incapacidad del Estado de controlar la tentación de lavar allí los dólares mal habidos.
Menos conocido para nosotros es el caso de Zimbabwe, que viene transitando experimentos monetarios que pueden darnos alguna clave de lo que puede ocurrir aquí. Para entenderlos entrevisté a Patrick Bond, economista sudafricano de renombre mundial, profesor en la Universidad de Johannesburgo, que conoce como pocos la realidad de ese país. Zimbabwe, explica Bond, era uno de los países más promisorios del sur de África. Hoy depende principalmente de la agricultura, la minería y las remesas que mandan sus trabajadores migrantes, “en parte porque la desindustrialización neoliberal acabó con una economía manufacturera que alguna vez fue fuerte”. Su recorrido luego de independizarse de Gran Bretaña fue similar al de muchos países subdesarrollados: un escenario de pobreza, endeudamiento externo, inflación, corrupción y déficit fiscal por momentos fuera de control.
En ese marco, desde 2006 Zimbabwe entró en un proceso hiperinflacionario que dos años después alcanzó la sorprendente tasa de un billón por ciento anual. La moneda local se depreciaba tan rápido que llegaron a imprimirse billetes de 1 Trillón. En 2008 el gobierno se vio forzado a permitir que cada uno usase la moneda que pudiera –dólares, libras, euros, el rand de la vecina Sudáfrica– en sus transacciones cotidianas. Durante doce meses hubo una competencia de monedas. Llamarla “libre” sería una exageración, ya que muchos asalariados, especialmente los del sector público, no pudieron optar: debieron resignarse a cobrar en moneda local, aunque tuviesen que pagar sus compras en otras. En febrero de 2009 el dictador Robert Mugabe dispuso finalmente la dolarización total y la total libertad de flujos financieros. Una economía de mercado plena sin moneda propia.
Inicialmente el resultado pareció bueno. Durante los siguientes cinco años la inflación se mantuvo bajo control y la economía se recuperó. El problema era entonces de dónde obtener dólares, que no llegaban de un superávit comercial, sino más bien de las remesas que mandaban los zimbabwenses que emigraban, lo que suponía una disparidad muy grande entre las familias que los recibían y las que no. Hubo varios cambios adversos importantes, señala Bond. Como salían del país más dólares que los que ingresaban, el acceso al dinero se volvía complicado. Había que ofrecer “tasas de interés muy altas para atraer más dólares al país, pero sin controles cambiarios adecuados para evitar la fuga de capitales”, lo que fomentó el lavado de dinero y la actividad criminal. Para la producción el crédito se volvió imposible. Para las clases bajas la situación empeoró: “Los salarios pagados a la gran mayoría de los trabajadores (funcionarios públicos) se redujeron a 100 dólares mensuales durante los primeros seis meses de 2009 y sólo aumentaron a 140 dólares a mediados de año, e incluso ahora, 15 años después, el componente estándar de los salarios en dólares sigue siendo por debajo de $250. Eso dejó a la mayoría de los zimbabwenses desesperados, por lo que muchos se convirtieron en vendedores ambulantes de artículos pequeños, como tarjetas SIM telefónicas, cigarrillos o alimentos, o se fueron al extranjero”.
Luego, hubo también un problema práctico: “Dada la falta de monedas, el billete de 1 dólar era la denominación mínima, pero era demasiado alta para innumerables productos y servicios locales, por lo que los vueltos se daban en dulces o incluso huevos. Otro problema fue que los billetes de dólares estadounidenses en circulación comenzaron a deteriorarse y no había forma de cambiarlos por otros nuevos”.
Presionado por la falta de circulante y la dificultad de mejorar sus finanzas, desde 2014 el gobierno volvió a emitir moneda local. Se acuñaron monedas físicas convertibles para las transacciones pequeñas y una moneda electrónica que se depositaba en las cuentas bancarias. Supuestamente eran “dólares estadounidenses”, pero obviamente no tenían respaldo. Pronto se sinceró la diferencia y esa moneda electrónica, conocida como “dólar RTGS”, convivió con los dólares reales circulantes. Nuevamente una competencia de monedas. “En aras de la liquidez, explica Bond, para lubricar la economía y permitir el comercio, en última instancia se necesitaba una moneda local. Pero la corrupción generalizada en el acceso a las divisas por parte de familias privilegiadas significaba que podían ganar fortunas recurriendo al mercado negro, que a menudo era un 50% más lucrativo que vender divisas a través de canales oficiales”. Una receta para la devaluación.
Como los nuevos RTGS se depreciaban rápidamente y la situación económica empeoraba, en 2019 el gobierno intentó un golpe de timón con la reintroducción de una moneda local de curso legal exclusivo. Se prohibía el uso de divisas extranjeras. Pero la inflación hizo que el intento durara poco y pronto se volvió a la competencia de monedas, con las disparidades que eso ya había traído en el pasado: el sector informal utilizaba moneda fuerte, pero los empleados del sector formal cobraban en la local y veían sus ingresos hundirse.
El último desarrollo en esta historia es de hace pocas semanas. A comienzos de abril el gobierno sorprendió con el anuncio de que la moneda local se reemplazaría por una nueva llamada ZIG, respaldada en las reservas de oro del país. En una economía informal que se maneja en dólares estadounidenses, su arranque no fue nada auspicioso: se devaluó rápidamente.
El balance de la experiencia de Zimbabwe muestra que la dolarización y la competencia de monedas no solo no mejoraron la vida de las personas y la performance de la economía, sino que trajeron problemas y disparidades nuevos. Además, no resultaron siquiera sostenibles en el mediano plazo. Patrick Bond es categórico en este sentido: el problema no es solo el de acceder a los dólares –cosa que la dolarización no resuelve–, sino también que “recurrir al mercado de divisas extranjeras en lugar de tener una moneda local confiable significa perder soberanía sobre la política monetaria, incluida la fijación de tasas de interés y el manejo adecuado de las transacciones financieras”. El remedio puede ser peor que la enfermedad. Aunque esta semana el FMI respaldó la nueva moneda, la gran pregunta es si la población podrá “acabar con su adicción al dólar”, sin lo cual no habrá moneda local que aguante. Dolarizar es fácil. Desdolarizar no.
“La tragedia, agrega Bond, es que el mundo necesita desesperadamente desdolarizarse debido a tantas distorsiones creadas por la influencia internacional de la Reserva Federal de Estados Unidos y su capacidad para imprimir dólares. Pero como los países del BRIC no lograron hacer avanzar esta agenda en agosto pasado, en su cumbre de Johannesburgo, no hay alternativa en el horizonte.”
En estos días el gobierno festejó que el riesgo de hiperinflación que Milei había anunciado al asumir está superado. ¿Para qué sostener la idea de dolarizar entonces? Supuestamente, para quitarle “para siempre” a los políticos la maquinita de imprimir billetes. Malas noticias: el ejemplo de Zimbabwe muestra que dolarizar ni siquiera garantiza eso.
Muchos países han logrado salir de procesos inflacionarios sin resignar sus monedas. Pero, hasta el momento, no existe ninguno que haya prosperado sin moneda propia y sin poder manejar su política monetaria. Poquísimos fueron lo suficientemente torpes como para creer que es una buena idea.
EA/DTC
0