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Caminata espacial

Escribir como una actriz

Samantha Harvey posa con el trofeo tras ganar el premio Booker 2024, en Londres, el martes 12 de noviembre de 2024.

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Si en la portada se abre paso el universo, lo primero que una piensa es que es una historia sobre alienígenas. Los planetas puestos ahí, en una equidistancia bonita pero falsa. Pero Orbital, la novela de la autora británica Samantha Harvey no va de eso. No hay vidas futuras, o sí, pero más bien de las ordinarias. Las de Elon Musk colonizando Marte bajo la insignia de evitar la extinción humana, mientras los humanos sean él mismo y sus amigos. Pero Orbital tampoco va de eso. Es una historia real, común y corriente, cuanto común pueda ser habitar el espacio exterior por un periodo de nueve meses. Ahí dentro flotan seis astronautas día y noche, dentro de trajes inflados que imaginamos deben ser como un disfraz de oso o de empanada en oficio marketinero. Hay gente como nosotros que trabaja de eso. De salir allá afuera, expuestos a algún tipo de radiación que a la larga les trae graves enfermedades, pero estando allá al fin. ¿Lo hacen por nosotros, los que estamos en la Tierra yendo al cine o pagando el alquiler? En teoría sí. Pero más bien lo hacen por ellos. Una vida de tal adrenalina debe ser inconcebible para la mayoría de los seres humanos. Orbital habla sobre ese fenómeno que debería tener un nombre pero todavía no lo tiene: el del astronauta que sale al espacio por un periodo de tiempo en el que se amalgama tanto con el espacio exterior, que en el momento de volver a la Tierra se siente un extraño. Como si nunca hubiera sido de acá. Como si la fuerza de gravedad le pareciera un despropósito, incluso las verdaderas dimensiones: un techo, un subterráneo, una terraza, una calle muy angosta o incluso muy ancha, tener que esperar a que las luces de un semáforo cambien para poder cruzar. Claro. ¿En qué se convertirán todas esas convenciones habiendo estado un tiempo allá afuera? En donde todo es colores, texturas, superstición. Al lado del espacio infinito no existen puntos de comparación. Todo parece ridículo. Todo se derrite como una vela. Pero igual hay que seguir creyendo, porque flotar allá afuera es una cosa, pero flotar en la Tierra se llama locura. 

 No conocía a Samantha Harvey. Supe que ganó el Premio Booker el año pasado con esta novela. Que ésta es la quinta que escribe, antes tiene, por ejemplo, una novela que se llama The Wilderness sobre un hombre con alzheimer y The Western Wind, sobre la muerte del habitante más rico de un pueblo de la Inglaterra medieval. Uno de los jurados del premio dijo que la novela es bella y milagrosa y pensé que eran dos adjetivos justos. Sobre todo cuando habla de milagro. Porque el efecto que queda después es evidente, como si alguien hubiera abierto una ventana, como si te hubieran puesto un audífono cuando realmente lo necesitabas. Otro plano. 

Entonces pensé en las clases de actuación. En que no todas las escritoras o escritores están vinculados con el teatro, pero muchos sí. En qué ofrece la práctica teatral al momento de escribir novelas, sobre todo si se construyen a partir de soliloquios, de personajes que son realmente ajenos a uno. El teatro puede ser una herramienta útil y hasta obligatoria para escribir narrativa. ¿Cómo sabe Samantha Harvey todo lo que escribe? ¿Cómo se coloca, con tanta liviandad, en la cabeza de gente que no existe, en un lugar en el que ella nunca estuvo? Y sobre todo, esto: ¿cómo logra que sea tan verdadero? Seis astronautas obnubilados con la Tierra, como insectos alrededor de un foquito de luz. La Tierra como reina madre de todas las cosas, más magnética que un hijo, que una madre, que un amor. El teatro ofrece eso, desdoblarse en la máxima expresión. Una especie de empatía corporal. Tanto en la práctica como en la teoría. Hoy soy una mujer con tres perros que vive en una camioneta, mañana soy una vendedora de fósforos, pasado soy una madre que ha perdido a su hijo. Aunque parezca solo un juego, ese vaivén algo trae. La composición no es solamente física, hay algo más profundo que se va estructurando ahí. Actuar como ese personaje, pensar como ese personaje, hasta que ya esté del todo pulido. Como una pieza artesanal. 

Ahí miro a Samantha Harvey, miro cómo escribe. Sospecho que no contó con las herramientas del teatro, lo que la transforma en una heroína para mí, pero aún así: escribe como si fuera una astronauta y me gusta pensar que todas sus novelas las escribió así. Con un nivel de encarnadura abismal. Como una gran actriz. 

 

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