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Caminata espacial

Cuando ya nos empecemos a quedar solos

Charly García

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Después del fallo que confirmó la condena a la expresidente Cristina Fernandez de Kirchner empecé a pensar, con una obstinación semi alterada, en qué es la pertenencia. Qué significa, para mí, ser argentina. Para empezar, la arquitectura de un territorio definido, una constitución simbólica y abstracta que me contiene, una estructura sensible y mental, también, un lugar con una casa, un punto de partida. El fanatismo por las personas que me dieron el pensamiento, los ideales primero adquiridos y después apropiados. Los sonidos, las voces, las formas de nombrar, entonces la música, y ahí nomás: los artistas.

Desde que tengo uso de razón, mi atmósfera es un departamento. Hubo de dos y tres ambientes, nunca más amplitud que eso. Hubo balcones que dieron a avenidas ruidosas o ventanas mínimas con ubicaciones estratégicas. Si eran luminosos, a cambio podían tener problemas de humedad y si acaso eran oscuros, podían tener, a favor, un buen grosor de paredes. Nunca hubo equilibrio en las dependencias que habité. Si algo funcionaba bien, otra cosa debía salir mal. Viví con hermanas, con mi madre y con mi padre. Con parejas, sola, con desconocidos también. En esos espacios porteños y acotados aprendí a escuchar música. Cuando viví con mi familia, en ese pasado, usábamos la música para tapar los silencios y para creernos mejores. Mis hermanas adolescentes me adoctrinaron en la poesía rockera argentina, en el reclamo político, en nunca pretender convertirme en policía. Que ese era el oficio de los enfurecidos y ellas querían que yo fuera feliz. Mi madre también aportaba sus ideas para cooperar con mi futura estructura, pero mi padre no. El hombre de la casa era el que se mantenía al margen y en silencio. Fue él quien me enseñó la falta de sonido, la falta de afectación y hasta a veces, a restarle amor a las cosas.

Los hombres que cantaban baladas en minicomponentes fueron canciones de cuna y me trajeron cierta ternura parecida a lo paternal. En esas jornadas de escucha permanente de mis hermanas púberes, conocí a Charly García. Un hombre huesudo de bigote marmolado que decía cosas buenas mientras le temblaba todo el cuerpo. Ellas no eran fanáticas justamente de esos cassettes, preferían poner otros, pero ¿qué pretendían que pasara si compartían conmigo todas esas horas de cinta magnética? Podía pasar que algo me enloqueciera o me obsesionara para siempre. ¿Qué pasa en el oído de una niña que escucha cantar tantas veces a un hombre, que no es su padre, sino otro, un extraño? Porque las primeras voces que escuchamos, y de las que nos apropiamos, son las familiares. ¿Qué hay, entonces, con el tono lírico y testosterónico de otro hombre? ¿Reemplaza al padre o lo mejora? ¿Queda dando vueltas para siempre? El lenguaje musical ¿puede transformarse en un sonido ancestral?

Charly García, o Carlos Alberto García Moreno tomó clases de piano desde los cuatro años en el Conservatorio Thibaud Piazzini de Buenos Aires y ya por esos años descubrió que tenía oído absoluto –una especie de condición o de superpoder–. Las personas que tienen oído absoluto pueden, por ejemplo, reproducir una canción que oyeron una sola vez e incluso pueden identificar notas musicales de forma aislada. El oído absoluto tiene la capacidad de distinguir tanto notas musicales como todo lo demás que no es música. La percepción es absoluta y permanente para todos los sonidos del mundo. Algo así como una condena que debe ser domesticada. Fue gracias a Charly Garcia que supe, por ejemplo, que las bocinas de los autos que oímos en la ciudad, como un telón de fondo, en realidad están afinadas en Sí bemol o que el sonido de un metal cuando cae y golpea sobre el suelo casi siempre está en Do sostenido mayor. Charly formó su primera banda cuando era un adolescente de dieciséis años. Su oído absoluto empezó a tener una vida útil y el pueblo argentino quedó totalmente subyugado al oír a ese hombre con vitiligo que cantaba tan suave como una libélula. Estas bandas tuvieron su apogeo durante la dictadura cívico militar argentina que duró siete años. El terror era concreto y fantasmal en partes iguales, pero el oído absoluto seguía ahí. Hacia la llegada de la democracia, Charly Garcia comenzó su carrera como solista con su primer disco Yendo de la cama al living y de ahí en adelante, fueron llegando unos doce discos más hasta el día de hoy, en el que Charly sigue siendo un oído absoluto guardado en el cuerpo de un anciano.

Ser argentino tiene mucho que ver con haber pasado una y mil veces por la métrica de esas canciones venidas del más allá. Y hay una canción, entre tantas otras, hay una canción. Esa canción fue escrita por Carlos Alberto cuando tenía veinte años. Es una mirada hacia el futuro. Un chico que mira hacia adelante y se escribe a sí mismo en su longevidad o en la vejez, ahí donde está afuera, casi siempre sentado en una silla de ruedas que le evita tener que poner los pies sobre la tierra. Esa canción, que se llama Cuando ya me empiece a quedar solo, habla sobre un rumor de voces que le gritan y sobre un millón de manos que lo aplauden, y sobre un fantasma que vendrá, cuando ya se empiece a quedar solo. Dicen que hay cosas que sabemos, que en realidad no las sabemos. Como si estuviéramos desdoblados. Cosas que quedan en ese porcentaje de cerebro que aparentemente no usamos. Es esa forma de mirar al futuro. Es ese chico que se sentó a escribir sobre lo que vendría, y sobre lo sórdido que sería eso. Porque ¿qué es quedarse solo pudiendo escuchar tanto, todo? Y ahí es que me encuentro yo, en esa compañía permanente que tuve de ese hombre que nunca conocí, que tomó un lugar parecido a lo paternal, solamente componiendo canciones en ciudades cercanas. Ese fanatismo que no es fanatismo sino que es otra cosa. Una especie de correspondencia, una voz familiar. Escuchar a Charly Garcia hace que mi oído se vuelva absoluto también, al menos en la duración de esos discos, de esas canciones. En la soledad que a veces crece conmigo, así como crece el pelo y los dientes cuando van pasando los años, está su música. En la impotencia que sigue despertando el vaivén actual, también, y por momentos solo queda salir a la calle, acompañar, rodearse de compañeros y subir el volumen.

CF/DTC

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