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Estrategia digital para la diplomacia de la pospandemia

Diplomacia digital

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Lo aseguran tanto académicos como profesionales de múltiples campos, incluida la diplomacia: la virtualidad ha llegado para quedarse como método de trabajo y convivir en el mundo “híbrido” del futuro junto a los formatos a los que estábamos tan cómodamente acostumbrados antes del confinamiento forzoso al que nos obligó la pandemia del Covid-19. 

La diplomacia no fue ni será excepción. Como se ha afirmado desde este espacio, la digitalización de la diplomacia dejó en evidencia las muchas ventajas que suma a la labor diplomática tradicional, ventajas que fueron profundizadas y ciertamente aceleradas como nunca antes a raíz de las necesidades impuestas por la pandemia.

Ya antes de ésta, la emergencia y aceleración de las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación habían abierto la escena internacional a nuevos actores a través de procesos que autores como el académico español Juan Luis Manfredi denominan “desintermediación” de recursos y procesos, rompiendo viejas estructuras jerárquicas de los poderes tradicionalmente constituidos. Como contracara, ello trajo aparejado nuevos problemas en materia de seguridad y confidencialidad, multiplicando las fuentes de legitimación, participación y comunicación. En definitiva, se venía conformando una suerte de diplomacia en red, en la que internet y las redes sociales también pasaron a ser utilizados para la consecución de los objetivos de política exterior.

Pasado el “pico de audiencia” de la digitalización exclusiva de la diplomacia, a medida que el mundo avanza, no sin tropiezos, hacia una normalidad que se tilda de “nueva” porque mucho dista aún de aquélla del mundo prepandémico, la presencia y aceleración tecnológica aplicada cada vez más a la diplomacia nos interpela a pensar cómo defender y promover los intereses nacionales en un entorno digital, manteniendo intacta la esencia de la actividad diplomática.

Se trata de un desafío también para la diplomacia argentina del siglo XXI y toca analizar las lecciones aprendidas a través de un prisma fundamental: el necesario llamado a la innovación y a la disrupción digital también en el ejercicio de la diplomacia. Se trata, en definitiva, de abrazar nuevas tecnologías, servirse de sus muchas herramientas, con los debidos recaudos y pautas de aplicación necesarias para instituciones tradicionales como las cancillerías donde “innovación y tradición pueden coexistir en política exterior”, tal como afirma el italiano Andreas Sandre, autor del libro Digital Diplomacy, quien acertadamente sostiene que la diplomacia necesita abrirse a nuevas ideas –y mayor colaboración entre los actores en juego– para hacer frente a los nuevos desafíos de la era digital y de un mundo cada vez más complejo e interconectado.

Los desafíos podrán ser mayores para los servicios exteriores, pero también lo son las nuevas y valiosas oportunidades que quedaron demostradas durante el confinamiento y que forzaron también a la diplomacia a un uso más eficiente y estratégico de la gestión del conocimiento y recursos digitales, la mejora de los canales de comunicación para asuntos consulares, la promoción de la diplomacia pública en general y hasta aventurarse virtualmente en actividades tradicionalmente reservadas a la diplomacia presencial, entre personas de carne y hueso.

Con tantas lecciones aprendidas, de lo que se trata es de diseñar una estrategia de diplomacia digital que genere valor, más allá de una mera transmisión de datos, comunicados de prensa o una sucesión de fotografías de reuniones oficiales.

Dicha estrategia deberá profundizar acciones que identifiquen audiencias específicas a las cuales se dirigen los mensajes, en particular sus demandas e intereses para determinar, en función de ello, los contenidos y objetivos a lograr en la acción diplomática. Fundamental resultará estar abierto a lo que los teóricos de la diplomacia pública denominan la “escucha”, es decir, estar abiertos al intercambio y diálogo cuando la materia lo permita y, así, defender ideas, principios y valores que sustentan la política exterior en el competitivo mercado de la virtualidad. De igual importancia resulta establecer de antemano indicadores de rendimiento para poder medir la eficacia de la acción diplomática y, a la luz de resultados mensurables, evaluar ajustes o modificaciones. Todo lo cual exige una estrecha coordinación interna (off y online), y externa entre las diferentes agencias y organismos del estado (cancillería, demás ministerios y organismos pertinentes, así como la red de representaciones en el exterior).

En esta senda, pueden identificarse varias tendencias y mandatos cada vez menos implícitos que, sin ánimo de ser exhaustivo, me propongo describir como reflexiones a tener en cuenta al momento de concebir una estrategia diplomática digital de comunicación estratégica. 

1. AVANZAR DEL “BUSINESS AS USUAL” A LA DISRUPCIÓN DIGITAL. Llegó el momento de que diplomáticas y diplomáticos se conviertan en disruptores digitales y promuevan el cambio dentro y más allá de sus instituciones mediante el uso estratégico de la innovación y la tecnología para el cumplimiento de sus funciones. Se trata, nada menos, de no perder ese mismo espíritu innovador que en muchos casos -forzados por las circunstancias- profesionales de la diplomacia de todo el mundo descubrieron cuando la pandemia azotaba con fuerza y el confinamiento los obligó a ser creativos, a pensar más allá de los formatos tradicionales y diseñar conceptos y productos novedosos.

Sin dudas existirán siempre nuevas fronteras a alcanzar en materia de innovación siempre en desarrollo y los objetivos se podrán ir ampliando de modo continuado, pero lo importante es establecer una cultura de la innovación y contar con pautas claras y precisas para la acción diplomática digital en aquellos campos en que dicha acción es no sólo posible sino promisoria y efectiva.

Con ese espíritu deberá darse un paso más para avanzar del uso de redes sociales y para adentrarse y complementarlas con otros recursos digitales que, como fueron las plataformas para videoconferencias en plena pandemia y los chatbots en algunos sistema consulares, permitan desarrollos tecnológicos que faciliten y complementen la labor diplomática.  

2. AVANZAR DE LA ADAPTACIÓN A LA ADOPCIÓN. Si bien el debate académico entre “adaptar” y “adoptar” recursos tecnológicos para la labor diplomática coincide en el objetivo final, no resulta del todo pacífico respecto del sentido y orden que atribuyen a cada término al referirse al uso, incorporación y necesaria adecuación que las cancillerías hacen de la tecnología tanto ya existente como la específicamente desarrollada “a medida” para la consecución de objetivos de política exterior. 

Adoptar los recursos tecnológicos existentes para adaptarlos y aplicarlos a los fines que se procuran es, en suma, el propósito común a fin de maximizar la aplicación de las tecnologías de la información y la comunicación a la actividad diplomática. 

En lo que a primera vista pareciera un camino inverso, también es cierto que quienes ejercen la diplomacia debieron adaptar tecnologías que ya existían y que empleaban, en su mayoría, en sus vidas privadas para luego adoptarlas en su labor profesional.

En un intento de alcanzar una solución salomónica a un debate abierto no tanto en sustancia como en alcance, autores como Corneliu Bjola afirma que nos encontramos en un intermezzo entre la “adaptación” que nos fuerza a analizar cuestiones tecnológicas vigentes para saber adecuarlas y la necesaria “adopción” posterior de aquéllo que funciona y conviene aplicar a la acción diplomática. Otros, como Ilan Manor, sostienen que la diplomacia digital se encuentra “entre la adopción y la adaptación”, oscilando entre la inversión en tecnología que las cancillerías así “adoptan” y la “adaptación” que el diplomático hace de recursos ya disponibles para otros fines y las adecua al ejercicio de su labor. 

De lo que se trata, en definitiva, es de saber servirse de los recursos tecnológicos disponibles para adecuarlos (adaptarlos) con miras a su uso (adopción) en el marco de una estrategia digital de comunicación integral dirigida a promover objetivos de política exterior. Como alertan no pocos, el uso de dichas tecnologías por la relativamente fácil accesibilidad y, en algunos casos, modo de uso puede correr el riesgo de que la diplomacia digital quede “desacoplada” de la política exterior. 

3. AVANZAR DE LA PRESENCIALIDAD O VIRTUALIDAD EXCLUSIVA A FORMATOS HÍBRIDOS. También en la diplomacia la pandemia demostró las grandes ventajas que ofrece la virtualidad como formato alternativo para hacer parte de la labor, es decir, ejercer determinadas funciones en línea (o, incluso, parte de éstas, en sus instancias preliminares), tras haber confirmado que, en su versión digital, determinadas actividades pueden resultar no sólo menos costosas sino más ágiles e inclusivas. 

En efecto, habitualmente se repara en la reducción de costos como una de las principales ventajas de las reuniones virtuales al permitir la participación desde cualquier punto del planeta, sin desplazarse físicamente; también en la mayor democratización y apertura que -accesibilidad garantizada mediante- habilita sumarse a todo aquel que no podría haberse desplazado para hacerlo en persona. La mayor eficiencia en materia de uso del tiempo y, dependiendo la materia, la agilidad en la toma de decisiones suelen ser destacadas asimismo como provechosas en el mundo virtual.

Contrariamente, los costos del mundo exclusivamente virtual han quedado reiteradamente asociados a la falta de contacto personal que posibilita la construcción de la confianza cara a cara, esencial en la labor diplomática, así como la imposibilidad de “leer” los gestos de una contraparte y la temperatura de una sala, costos que se ven exponencialmente agravados en el ejercicio de funciones clave de la diplomacia como la negociación y la representación. Y la falta de garantías absolutas en términos de confidencialidad se suma a legítimas preocupaciones en materia de ciberseguridad.

En el toma y daca, los formatos híbridos resuelven las desventajas y se sirven de las muchas ventajas que ofrece la virtualidad para el ejercicio de determinadas funciones diplomáticas. En el interjuego entre virtualidad y presencialidad, una actividad en formato híbrido no debe implicar el mero traslado a una pantalla de tanto como se pueda de una actividad en particular, sino que exige ser selectivo a la hora de determinar en qué áreas, temas, contexto y en qué justa proporción ello resulta no solo posible técnicamente sino, fundamentalmente, conveniente. Una vez más, de ello se trata, precisamente, el significado de lo “híbrido”: tener lo mejor de ambos mundos, en su justa medida.

4. AVANZAR DE LA TÁCTICA A LA ESTRATEGIA. La inmediatez de la comunicación que posibilitan las redes sociales, su fácil acceso y reducido costo llevaron a que la creciente digitalización de la diplomacia priorizara, en general, ese recurso y, con ello, el corto plazo sin una necesaria visión estratégica concebida en función de política exterior. De allí que también desde la academia se coincide con la necesidad de institucionalizar una cultura de innovación con metas, audiencias como objetivo y parámetros de evaluación predefinidos y medibles.

Una estrategia diplomática digital debe orientarse a objetivos diplomáticos determinados para la acción exterior, analizando escenarios, decidiendo las herramientas, construyendo las necesarias narrativas y evaluando los resultados en un mundo globalizado en el que conceptos derivados del Marketing como el de “marca país” o de las Relaciones Internacionales como el “soft power” se han convertido en alto valor también en el mundo de la virtualidad.

Avanzar de la táctica (cortoplacista en esencia y, por momentos, esporádica y hasta impulsiva) hacia una estrategia digital integral para la acción diplomática para la consecución de objetivos de política exterior requiere un enfoque más estructurado y con objetivos claros para informar primero pero, fundamentalmente, interactuar y poder responder las demandas de audiencias que han sido identificadas previamente.

A tal fin, como advierten empíricamente desde la academia, para dar el salto al diseño estratégico de la acción digital en política exterior, además de la formación tradicional de diplomáticas y diplomáticos, su entrenamiento deberá incluir nociones y habilidades necesarias también en materia de análisis de datos, razonamiento visual y pensamiento adaptativo para comprender patrones de comportamientos en línea, proyección efectiva de mensajes y reacciones exitosas a sucesos en línea en tiempo real, entre otros.

Al mismo tiempo, no por ello la diplomacia digital debe reducirse a un ejercicio de métricas efectistas sino que debe evaluar si la interacción y despliegue digital logra dar forma y alcanzar audiencias que se han fijado como objetivo y si puede avanzarse en un relacionamiento con miras a moldear sus percepciones y actitudes respecto de los valores y principios de la política exterior del país.

5. AVANZAR DEL MONÓLOGO AL DIÁLOGO. Como fuera anticipado, para ser estratégica, la comunicación diplomática no puede quedar limitada al “arte de elaborar mensajes” sino que debe poder interactuar con audiencias específicamente identificadas con propósitos bien claros y cumplir, siempre, objetivos de la política exterior. Muy en particular, en el vasto ámbito de la diplomacia pública.

Muy importante en el desarrollo de tal estrategia es la necesidad de avanzar siempre “del monólogo al diálogo” por cuanto se debe fomentar la participación y la interacción ciudadana y no convertirse solamente en altavoz de los mensajes oficiales emanados de autoridades nacionales. Además de ser necesariamente abierta y transparente, resulta fundamental que quien ejerza la diplomacia digital esté preparado siempre para escuchar y moldear la comunicación para que sea verdaderamente estratégica. La opinión pública se empodera considerablemente al tener un canal directo para expresar sus opiniones y, como alerta Luigi Di Martino, “ser visto como alguien que escucha es ahora un acto de compromiso público en sí mismo”. En ese sentido, un servicio exterior moderno debe estar preparado para escuchar y poder así servir a sus connacionales en un mundo donde las distancias y los tiempos se acortan.

En esta línea, Twitter y otras redes sociales pueden ser útiles para la detección temprana de oportunidades y poder enfocarse en las demandas de las audiencias locales que están permanentemente conectadas a las redes. Esto enfrenta a la diplomacia moderna a una realidad relativamente novedosa por cuanto la comunicación estratégica es hoy, en gran parte, digital y a través de las redes sociales. Esto significa entender cómo funcionan, cómo se transmiten los mensajes y qué prácticas socioculturales son habituales en ellas.  

6. AVANZAR DE LA DIPLOMACIA CIENTÍFICA Y TÉCNICA A LA TECPLOMACIA . Desarrollar una estrategia digital y una cultura de la innovación requiere también la asociación entre las cancillerías y otros actores clave en nuestro mundo hiper interconectado que escuche, atienda y dialogue también con organizaciones no gubernamentales y privados, incluido el sector privado tecnológico. 

Una estrategia digital integral está llamada a mantener no solo una continuada colaboración sino, en determinadas instancias, asociaciones con actores privados del sector tecnológico para el desarrollo de capacidades y herramientas específicamente digitales diseñadas a medida para la acción diplomática, también de manera estratégica, para el logro de objetivos predeterminados y medibles. Me refiero a determinados recursos que, al tiempo que garanticen la seguridad y resguardo de la confidencialidad, brinden desarrollos (aplicaciones móviles, programas específicos, plataformas virtuales para videoconferencias y actividades en línea, bots, algoritmos, entre otros) que coadyuven a un relacionamiento internacional virtual inteligente. 

Figuras como los “embajadores tecnológicos” y otros funcionarios han comenzado a ser acreditados no ya ante gobiernos sino ante regiones o sectores tecnológicos específicos del mundo privado para realizar una labor diplomática específica, la llamada “tecplomacia”, y promover la colaboración y asociación entre sector público y privado en materia científico-técnica en su vertiente específicamente digital.

En suma, cuando hablamos de diplomacia digital y sus potencialidades, no cabe la nostalgia de aquella copla que sentencia que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Los desafíos que desata la digitalización de la diplomacia son tan crecientes como veloces, pero también lo son las oportunidades. Y, en este caso, superan los riesgos que podrían quedar asociados a la innovación dentro de estructuras tradicionalmente reticentes al cambio. Las cancillerías, a través de sus diplomáticos, han demostrado estar a la altura de las circunstancias en situaciones de crisis y la pandemia, sin duda, llevó a desarrollar al extremo la capacidad de adaptación, resiliencia y creatividad de quienes debieron ejercer su labor en condiciones especialmente diferentes al medio habitual en el cual el contacto cara a cara y las relaciones personales definen gran parte de la esencia de la profesión.

La digitalización de la diplomacia es una realidad a la que no tiene sentido resistirse ni oponerse; saber conjugar sus métodos y pautas propias con las grandes virtudes de la profesión en su versión tradicional permitirá orientar la acción diplomática futura en el marco de una estrategia digital integral que lleve a los servicios exteriores a sacar el máximo provecho de la tecnología de modo no sólo seguro y transparente sino inteligente y significativo.

El autor es diplomático. Las opiniones vertidas en este artículo son personales y no representan las de personas, instituciones u organizaciones con las que el escritor puede o no estar asociado a título profesional o personal, a menos que se indique explícitamente lo contrario. 

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