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Tribuna abierta

El futuro híbrido de la diplomacia

Diplomacia en tiempo de Covid-19

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Sabemos con toda certeza que la pandemia del Covid empujó los límites de la digitalización de la diplomacia en todas sus formas y manifestaciones. Durante el proceso, los Ministerios de Relaciones Exteriores, las embajadas y los diplomáticos tuvieron que “volverse digitales” para poder seguir haciendo su trabajo. Y debieron hacerlo no solo de manera apresurada sino integral, ya que durante los meses de confinamiento obligatorio y encierro estricto, no existió alternativa a la virtualidad como único medio para comunicarse y reproducir, en la medida de lo posible, actividades que, de otro modo, habrían lugar en persona. Todo ello, además, sin convertirse necesariamente en “embajadas virtuales” siguiendo el modelo que antes habían desarrollado algunos países.

El proceso fue único en todo sentido. Si bien la diplomacia digital se practicaba antes del inicio de la pandemia, el ritmo de la digitalización fue extraordinario. En segundo lugar, la digitalización también alcanzó, de una vez por todas, a la diplomacia tradicional, un campo relativamente virgen hasta ese entonces en materia de digitalización plena (piense el lector en el debate general de la AGNU totalmente virtual, por primera vez en la historia, en septiembre pasado o en las “visitas en línea al extranjero” de altos funcionarios durante 2020). Por último, incluso dentro del ámbito de la diplomacia públicadebieron recalibrarse muchas actividades que tradicionalmente se llevaban a cabo en persona para adaptarlas a formatos virtuales, sin perder el poder de atracción que habrían tenido de celebrarse en salones de embajadas o elegantes jardines.

La diplomacia bilateral tradicional fue relativamente más fácil de reproducir en línea: la “diplomacia del WhatsApp” ya era práctica generalizada mucho antes de la pandemia y la mayoría de las reuniones simplemente migró hacia plataformas virtuales, muy a pesar del malestar que generó al protocolo. Las ventajas quedaron asociadas, principalmente, a la posibilidad de poder sumar a más interlocutores a la conversación. Las desventajas se relacionaron, en general, con cuestiones de confidencialidad o ciberseguridad, además de la falta de interacción cara a cara y la imposibilidad de “leer” la sala de reuniones de manera integral. Otro de los principales inconvenientes fue dar inicio a una relación con la contraparte en línea, dado que es mucho más difícil que la confianza brote de una pantalla con alguien a quien se ve o con quien se habla por primera vez.

Las desventajas se relacionaron, en general, con cuestiones de confidencialidad o ciberseguridad, además de la falta de interacción cara a cara y la imposibilidad de “leer” la sala de reuniones de manera integral.

La negociación es un capítulo aparte y todas las desventajas mencionadas se agravan de manera exponencial por la falta de pasillos en los que poder conversar e instancias para poder relajarse (en ocasiones, calmar los ánimos) entre rondas interminables. Es por ello que la digitalización de la diplomacia multilateral tradicional resultó mucho más difícil para los diplomáticos acreditados en misiones permanentes ante organismos internacionales o embajadas bilaterales con responsabilidades multilaterales, por cuanto la negociación con múltiples colegas y demás partes interesadas es parte de su vida diaria, pero en persona. El Covid y el consecuente confinamiento arrebataron el elemento más importante con el que cuenta todo diplomático para hacer su trabajo -la interacción cara a cara- y esa carencia se volvió aún más dolorosa en el campo multilateral donde se espera que un diplomático realice múltiples tareas durante una misma reunión: que hable desde la banca nacional mientras intercambia puntos de vista con colega(s) de un determinado país/región/grupo de afinidad, hable con los funcionarios de la secretaría de la organización y, por supuesto, mantenga consultas informales en paralelo con otros actores importantes, en la sala de al lado.

El Covid y el consecuente confinamiento arrebataron el elemento más importante con el que cuenta todo diplomático para hacer su trabajo -la interacción cara a cara- y esa carencia se volvió aún más dolorosa en el campo multilateral

La diplomacia pública resultó ser un arma de doble filo en materia de digitalización plena. El desafío no se relacionó tanto con la comunicación estratégica a través de medios digitales sino con su mayor volumen y ritmo creciente. La atención debió concentrarse súbitamente (y durante meses, casi de manera exclusiva) en contenidos consulares para mantener permanentemente informada a la comunidad y asistirla frente a las restricciones de viaje y emergencias sanitarias.

Las actividades culturales también representaron un desafío ya que no todo es adaptable a una pantalla en formato virtual, por decirlo así. Por ejemplo, resultó relativamente fácil migrar un festival de cine a formatos en línea en lugar de proyectar los últimos éxitos de la industria cinematográfica nacional en el microcine de una embajada u otro lugar suficientemente digno para la ocasión. En definitiva, las películas se proyectan en pantallas pero la atmósfera que se logra es ciertamente diferente si puede seducirse a la audiencia durante una conversación cara a cara con el director de la película o parte del elenco.

Por más obvio que parezca, la virtualidad forzó formatos virtuales y, con ello, la necesidad de ser más creativos y originales para seguir atrayendo a un público al que otros que también ingresaban en el mundo virtual, querían atraer ofreciéndole conciertos, muestras de arte e intercambios de estudiantes en línea.

La diplomacia comercial también se vio estremecida cuando la “gastrodiplomacia” hizo su debut digital. Las degustaciones se trasladaron a plataformas en línea y estuvieron condenadas a perder el gusto a menos que se pudiera asegurar que el público hubiera obtenido previamente una buena cantidad y variedad de vinos, quesos, productos orgánicos o carne para degustar durante las charlas virtuales con sommeliers, chefs o productores que se conectaban desde todos los rincones del planeta.

La promoción de oportunidades para inversión, el turismo o la internacionalización de empresas nacionales también pudo encontrar su camino a través de conversatorios en línea especialmente diseñados para reunir a los principales interesados ​​del sector privado que fueron recibidos, virtualmente, por embajadores, agregados comerciales o funcionarios de alto nivel conectados desde sus capitales. La conversación fluyó, no se detuvo y las plataformas digitales fueron suficientemente generosas al facilitar “salas de reuniones” virtuales en las que conversar y tomarse un café servido por uno mismo, recreando los encuentros en los márgenes, las reuniones bilaterales o las charlas espontáneas que los diplomáticos saben organizar por estar bien entrenados para garantizar que la interacción tenga lugar.

El momento de máxima audiencia de la diplomacia digital ya pasó

Mientras el mundo post pandémico se impone lentamente y con intensidades diferentes según latitudes geográficas y la geopolítica de las vacunas, del mismo modo lo hace la “diplomacia híbrida”, alternando actividades virtuales y actividades presenciales con debida distancia social.

Aunque incipiente aún, gracias a la creciente inmunización y políticas que liberan del uso del barbijo, líderes mundiales, funcionarios gubernamentales, diplomáticos, académicos, empresarios y representantes del sector privado están regresando a la escena pública de modo lento pero sostenido. Y lo hacen en persona. La nueva normalidad que emerge lo hace con códigos sociales innovadores, con modales propios para el uso de desinfectante de manos, al tiempo que no solo se recupera la interacción cara a cara sino, en la mayoría de los casos, se le profesa adoración luego de más de un largo año de abstinencia.

Sin embargo, esta nueva normalidad también debe nutrirse de las muchas lecciones aprendidas de aquella virtualidad forzadamente excluyente, considerando debidamente sus ventajas y desventajas. Se trata, precisamente, del significado de lo “híbrido”: tener lo mejor de ambos mundos, en su justa medida.

Volverán a tener lugar eventos en persona y debates interesantes cuyos panelistas interactuarán con los participantes durante las pausas para tomar una taza de café que todos sostendrán en sus manos, cara a cara; podrán discutir, además, los comentarios que hizo ese panelista que no estuvo físicamente en la charla pero que se conectó desde su oficina, en su país de origen. Los estudiantes de intercambios estarán felices de poder volver a reunirse en embajadas y saludarse en persona para comenzar su experiencia educativa en el país que ahora los recibe pero al que todos ya conocían bien desde antes a partir de conversaciones virtuales introductorias mantenidas con los organizadores.

Los formatos híbridos se adaptarán sin dudas a la promoción comercial. Una vez más se podrán degustar los mejores vinos en los salones de una embajada con sommeliers que sirvan copas de ese elixir con la “uva del año” mientras se conversa con distribuidores locales que también estarán escuchando en vivo a la productora de vino que relata desde una pantalla las virtudes de su “última joya”, directamente desde su propia bodega en Argentina, mientras camina entre las vides y muestra la textura de las uvas y las hojas a un público que está reunido en el salón de una embajada ubicada en un país lejano.

No obstante, atención, las reuniones bilaterales oficiales seguirán siendo en tu despacho o en el mío, “como resulte mejor”, con la posibilidad, por supuesto, de que “alguien de capital” se sume a la conversación si la urgencia del asunto lo amerita. Y la misma lógica se trasladará a aquellas rondas de negociación en las que estén en juego intereses clave, independientemente de las virtudes que ofrecen las últimas plataformas digitales o de realidad aumentada para mantener reuniones virtuales.

El mundo post pandémico deja muy en claro el error conceptual que detectara el Profesor Corneliu Bjola del Oxford Digital Diplomacy Research Group y que denominara el “Mito de la Extinción”, según el cual la diplomacia digital reemplazaría o haría gradualmente redundantes a las formas tradicionales de la diplomacia. Debido al Covid, la diplomacia digital se vio llevada a reemplazar solo de manera temporal esas formas tradicionales de diplomacia hasta dejar finalmente expuestas sus limitaciones y reforzar la convicción de que “la confianza y entendimiento mutuo que hacen funcionar la maquinaria de la diplomacia no pueden construirse sin seres humanos”.

Para definir lo “híbrido” en términos simples, la diplomacia digital llegó para quedarse pero ha perdido la exclusividad de la que gozó como ganadora indiscutible de la máxima audiencia durante la pandemia del Covid. Sin embargo, no por ello perderá su exclusividad como herramienta inteligente y pragmática para enriquecer conversaciones que tienen lugar no solamente entre personas reales reunidas en una misma sala. Ahora que los diplomáticos cuentan con más y mejores herramientas digitales, ha llegado el momento de que pasen a ser disruptores digitales audaces y constructivos.

El autor es diplomático. Las opiniones vertidas en este artículo son personales y no representan las de personas, instituciones u organizaciones con las que el escritor puede o no estar asociado a título profesional o personal, a menos que se indique explícitamente lo contrario.

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