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columna nómade Opinión

Etología de la paternidad

Cada padre es una manera de ser. Tanto para el hijo o la hija.

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“Cuando papá me regaló el reloj del abuelo, me dijo, Quentin, te lo doy no para que recuerdes el tiempo, sino para que puedas olvidarlo de cuando en cuando por un momento y no malgastes todos tus esfuerzos tratando de conquistarlo. Porque ninguna batalla se gana, dijo. Ni siquiera son libradas. El campo de batalla sólo revela al hombre su propia locura y desesperación . Y la victoria es una ilusión de los filósofos y tontos”, este recuerdo es del dos de junio de 1910. Lo anota el joven Quentin Compson en el capítulo segundo de El sonido y la furia donde él va a suicidarse. 

No es lo mismo una columna en un diario de papel que en un diario digital, está construida de otro material. Una columna en una casa a veces sirve para que alguien se apoye a fumar un cigarrillo y una columna que marcha en la guerra puede ser un lugar lleno de desesperación o entusiasmo. Una columna puede ser una madre o un padre. Cuando la columna cede, porque tarde o temprano todo cede, el poeta Dylan Thomas le escribe a su padre este poema: “No entres dócilmente en esa noche quieta./ La vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día./ Rabia, rabia contra la agonía de la luz”. 

Llevo en auto a mi amigo Caaman y cuando pasamos por una plaza, él me dice que recuerda que en ese lugar su padre lo llevaba a jugar. Cuando le pregunto cuándo fue, me dice que no sabe. Me doy cuenta que el tiempo es una fábula que nos contamos los humanos, que el espacio es lo que existe de verdad. Sabés dónde sucedió algo, pero no cuándo. En esa plaza está materializado el recuerdo del padre jugando con el hijo, el tiempo no importa. El correlato objetivo no se posa en el tiempo, se posa en las cosas. 

Fabio me dice que sacó entradas para ver un recital con Nina, su hija, y que ahora las entradas son electrónicas, ya no se pueden tocar, pero igual se pueden perder si el celular no anda o la aplicación falla. Y que casi se pierden el recital si no fuera que Nina consiguió hacer una triangulación tecnológica que permitió que recuperaran las entradas y padre e hija disfrutaran del concierto. 

Querido papá, soñé con vos después de mucho tiempo. Yo me despertaba en un lugar parecido a un resort, en una playa, y preguntaba por vos y todos me señalaban el lugar donde estabas, en una especie de casa de madera -como la de Tarzán en la jungla- y yo caminaba hacia ahí. Estaba amaneciendo y el clima era estupendo. Me costaba caminar porque estaba descalzo y pisaba arena, pero arena de verdad, como la que pisan los obreros de la obra, hasta que llegaba al lugar donde vos estabas sentado leyendo una revista –siempre te gusto más leer revistas que libros- y me decías: ¿Cómo estás querido? No recuerdo qué hablamos. Pero era una conversación genial, satisfactoria. Me sentía muy feliz de volver a verte. Y entonces yo te pedía la revista. Te decía que era de una colección que tenía. Y vos me decías: Ya sé, ya sé querido. ¡Si yo te las compro! Y entonces te ponías la revista debajo de las nalgas -entre tu culo y la silla- para jugar a que no me la ibas a devolver. 

Leo en la revista Almagro, una traducción de un reportaje a Vinciane Despret. Ella dice: “Un animal es una manera de conocer el mundo. La frase de Mark Bekoff es crucial porque redirecciona y experimenta la idea apasionante que propuso Deleuze de que cada animal es una manera de ser. En su curso sobre Spinoza Deleuze decía que, lejos de buscar esencias, los etólogos van a investigar en los animales sus maneras de ser, y más precisamente lo que pueden, aquello de lo que son capaces. Por lo tanto la etología es, según Deleuze, la ciencia práctica de las potencias. Bekoff dice, entonces: cada ser es una manera de conocer”. 

Cada padre es una manera de ser. Tanto para el hijo o la hija -Nina tratando de conseguir su entrada digital que el padre analógico no puede- como para el hombre que un día, se convierte en padre. Un padre es un instrumento para conocer el mundo. Usamos nuestros celulares para grabar, filmar, pero no sabemos cómo lo hace el aparato, es un misterio salvo que nos especialicemos en la técnica. No sabemos nada de nuestros padres, de cómo funcionan. Ningún padre sabe de todo lo que es capaz, lo va aprendiendo a medida que prueba. 

En su último libro, Lupa de la inmersión (Editorial Caleta Olivia), Daniel Durand investiga en cómo ser padre, en qué consiste esa práctica ancestral. Lo hace a través de esa lupa que es un poema. Poemas cortos. En uno, construye el objeto con lo que va observar. “Debe tener mi edad, unos 50./ Está sentado en la vereda, rompe/cuidadosamente un frasco de vidrio/con una piedra, hasta que le queda/ sobre el redondel de la base./Toca con las yemas los bordes filosos/ lo mira y lo acerca despacio/a su cara. Veo como su ojo desmedido/ intenta leer un diario”. 

Este poema que acabo de transcribir se llama “Lectura: ¿cómo se lee a un padre?”. Hace poco Daniel me contó que volvió de un país muy lejano donde vivía porque quería estar con su padre, que ya está grande. Cuando se fue, era sólo hijo, ahora que volvió es padre. Conozco al padre de Daniel, así que me lo puedo imaginar en este otro poema en que aparece: “Miro las hojas verdes pastel del sauce/no hay tanta angustia en las ramas/que bajan hasta el suelo, hojas viejas/ de mayo que pronto, harán su último/número de color. (…)Primero titilarán/hacia los amarillos, veré después/ a mi padre barrerlas todas las tardes/ acompañando su trabajo con protestas”. Pero Alon, el hijo del poeta, fulgura también en los poemas, como en “Niño con banana”: “La banana que pide que le pelen/ debe ser perfecta, verse/ blanca y en el punto justo/ entre lo duro y lo blandengue/ no tener machucones oscuros/ ni cordones colgantes de fibra,/entonces sí,/ la empuña y la va comiendo despacio/mientras deambula por la casa/ iluminando las habitaciones/ con su antorcha vegetal”. 

Querido papá -le escribe Julian Sorel en los escritos hallados póstumos de Stendhal y que no fueron publicados, versiones que podría haber tenido la novela, caminos que no siguió- no sabés la alegría que me da cuando salgo del Liceo y te veo esperándome en la puerta, veo tu cara entre la de los otros padres y es diferente para mí, porque es la cara de mi padre, que está feliz, que viene a buscarme. Esa felicidad que siento en mi cara mientras te busco y ansío que me abraces es la misma felicidad que crece en tu cara. 

FC

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