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PSICOANÁLISIS

Que explote todo o ¿que el síntoma reviente?

Cuando funciona como tapón, Lacan propone que lo mejor sería que el síntoma reviente.

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¡Que explote todo! Esta frase tan repetida por estos días me lleva a reflexionar sobre el síntoma desde la perspectiva del psicoanálisis. Es un concepto que nos permite poner en relación el síntoma singular de cada uno y las formas del síntoma social. 

El síntoma es un concepto que permite anudar estas dos dimensiones, sin necesidad de establecer entre ellas una relación causa-efecto. Sólo plantear que la práctica analítica debe consonar con el malestar de su época.  

Fue Marx quien situó que el modo de producción capitalista conduce al trabajador a la proletarización, empujándolo a la desposesión no sólo de la plusvalía sino del lazo discursivo con otros. Estos procesos suelen tener oleadas que llevan los síntomas sociales a niveles insoportables. La historia viene demostrando la imposibilidad de que las tensiones lleguen a dirimirse en una síntesis.  

Paralelo a ello, los analistas recibimos cada vez más personas con dificultades de un tenor tal que muchas veces les impide situarse en un discurso y establecer lazos de amistad, de pareja, familiares. 

Tomando en cuenta estos dos planos del malestar contemporáneo, la frase: ¡Que explote todo!, puede resonar en el hartazgo de muchos sujetos. 

Luego de cierto estupor, resonó para mí en cierta proposición de Lacan acerca del tratamiento analítico del síntoma: “Lo mejor sería que lo real del síntoma explote!”   No sé de antemano dónde me conducirá esta resonancia, pero me dejo orientar por ella.  

Cuando llevaba a uno de mis hijos al homeópata, y le mostraba que había colocado un cicatrizante sobre un impétigo, él me explicaba que en la concepción homeopática al síntoma no hay que taparlo sino dejarlo supurar hacia afuera, mientras la cura procede desde el interior del organismo activando nuevas defensas.

Quien consulta a un analista lo hace para hablar de lo que no funciona. Un acontecimiento que viene de lo real, traumatiza, choca con los ideales del sujeto, desacomoda, se desboca, causa angustia. Produce un padecimiento que deja al sujeto expuesto a esa X que ha aparecido en la ecuación de su vida. Lo deja solo, fuera de discurso. 

Como vengo diciendo en notas anteriores, los seres hablantes no podemos permanecer demasiado tiempo al borde del agujero, del sin-sentido, pues genera un estado cercano a la perplejidad. Entonces, el agujero supura, esa X pulsa desde el interior con sed de sentido. El síntoma se pone charlatán, pide hablar “de eso” -con el amigo, con el cura o el terapeuta-. Talking Cure, lo llamó una de las primeras pacientes de Josef Breuer. 

El vínculo con un analista ya es un intento de reestablecer un lazo social, de hacer entrar al síntoma en un discurso. El sujeto supone un mensaje a descifrar para despejar la X de la ecuación.

Pero en un análisis, el desciframiento no se agota en dar curso indefinido a la maquinaria del sentido; sin por ello desconocer que en algunos casos logra que el síntoma se desplace y se apacigüe. Siguiendo una metáfora propia del mercado, digamos que a veces esto basta para producir una “economía” aceptable entre exceso y escasez de goce.  

Pero en otros, el sentido es como el tapón del impétigo, termina alimentándolo, multiplicándolo. Es que cuando lo real insiste, -como en esta coyuntura ocurre con el síntoma social-, se rompe toda ilusión de comprender. 

Es ahí que Lacan propone que lo mejor sería que el síntoma reviente. 

Aclaremos: un analista dista de ser un salvaje que gozaría viendo volar por los aires los fragmentos de cuerpo o pensamiento, que componían el síntoma de su paciente, y menos para reconstruirlo según un orden de funcionamiento acorde al discurso de turno. 

Los ecos de la resonancia recién comienzan. Aporto lo que me arma –primero-, un poco de sentido. Es el detalle diferencial entre el enunciado Que explote TODO, ofrecida al síntoma social y el sugerido por Lacan para el tratamiento del síntoma singular, cuando el sentido en lugar de curar, tapona: Lo que sería mejor, lo que deberíamos tratar de lograr, es que lo real del síntoma reviente, y esa es la cuestión: ¿cómo hacerlo?

Un análisis implica un desmontaje de las defensas que han llevado a padecer porque implican un mal arreglo con el goce. La interpretación analítica quita a las palabras el sentido común, y utiliza la equivocidad para producir un vacío de sentido. Sí, pero para hacer resonar Otra cosa desde el interior mismo, no una identificación masificante. 

Para que algo así acontezca es condición un cambio de lógica. El enunciado apelativo al TODO se emite precisamente, desde la lógica de lo universal, donde la excepción funda la regla. Esto habilita el llamado a un ser excepcional, Amo de una verdad que –como ordenadora de la experiencia del mundo–, regiría para todos. Movimiento pendular de la historia y, por qué no decirlo, también el de algunas corrientes terapéuticas.

El analista se orienta, en cambio, desde una lógica de No-todo, donde un sujeto sea advertido de la incompletud del Otro. No-todo ES… ni en el Otro ni en el sujeto. Tocar esa zona, permite pasar del Ser –y su trampa yoica– a la existencia, lugar de emergencia de un goce de la vida que se ejercite en el lazo con los otros. El psicoanálisis, como discurso y como praxis, no plantea un idilio con el goce, sí poder arreglárselas mejor con lo que hay, lo cual no es poca cosa.

Resonancias. En cuanto al malestar social, mi anhelo algo utópico, es que distintas lecturas puedan ir formalizándolo como un síntoma tratable. Hasta aquí llega la mía, al menos por ahora.

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