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LOS CUADERNOS DE OTOÑO

Gilbert Simondon tiene smowing

Fabián Casas Cuadernos de otoño

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Hay pocos filósofos que escriban bien. Por eso Samuel Beckett se impresionó cuando leyó por primera vez a Schopenhauer. No sólo coincidía con el pesimismo del filósofo misógino, sino que también admiraba la prosa. De algunos filósofos es impresionante la forma en que piensan, pero no tanto como plasman eso que piensan en las páginas y se vuelve tedioso leerlos. Pienso en esas páginas magníficas de Heidegger sobre el aburrimiento y me las imagino escritas por Proust. Gilbert Simondon tiene unas páginas geniales sobre la angustia, y es creador de conceptos filosóficos que me parecen centrales para pensar este mundo en el que vivimos donde ya no se distingue cual es la vida real y cuál la vida virtual, aunque la gente masacrada en situación de calle es real e injustificada. Simondon es un filosofo de la técnica que se dedicó a producir una nueva ontología que, de alguna manera se corría del hilemorfismo y que visualizó que el ser nunca estaba terminado, y que siempre tenía un excedente de información. Que el ser es puro devenir.

Muriel Combes es una filósofa de la interpretación que escribe muy bien. Su libro Simondon, una filosofía transindividual funciona como una linterna sobre la obra del filósofo francés. Combes no sólo vuelve claro los conceptos esenciales simondonianos, sino que también se emancipa y los interpreta a su piaccere. Eso es genial. Pensar que tal vez Simondon no estaría de acuerdo con las conclusiones o las versiones que ella hace de sus ideas. Hay momentos hermosos en este libro para, empezando por Simondon, y guiados por Combes, ayudarnos a pensar todo. Por ejemplo cuando escribe: “De un sistema físico se dice que está en un equilibrio metastable (o falso equilibrio) cuando la menor modificación de los parámetros del sistema (presión, temperatura, etc) basta para romper dicho equilibrio. Es así que el agua subfundida (es decir el agua que permanece líquida a una temperatura inferior al punto de congelación) la menor impureza que tenga la estructura isomorfa a la del hielo juega un rol de un germen de cristalización y basta para solidificar el agua en hielo. Antes de toda individuación, el ser puede comprenderse como un sistema que contiene una energía potencial”.

Cuando habla del concepto de transducción, pone el ejemplo que da Simondon, que muestra como un cristal, a partir de un germen muy pequeño, crece en su agua madre en todas las direcciones y donde cada capa molecular ya constituida sirve de base estructurante a la capa que se está formando“. Un poema podría estudiarse en su ser siguiendo estas premisas. Una sociedad, una moral, podría estudiarse siguiendo estas premisas simondonianas, ya no precedemos a los objetos técnicos, sino que los objetos técnicos nos preceden y nos modifican.

Los sistemas físicos producen presión y hacen funcionar a las máquinas. Y esos objetos técnicos trafican sensaciones que los humanos replicamos. Durante mis años en el periodismo, en las redacciones, los jefes cuando querían que vos rigorearas a alguien para que trabajara alienado, te decían esta muletilla “metele presión”. Nunca me interesó meterle presión a alguien, no creo que la gente se emancipe bajo presión. Pero sí creo que la presión que a veces se da en la vida sirve para que algunas personas se fogueen y saquen algo que no sabían que tenían. No entiendo a la presión como pedagogía, sino como inmanencia en la vida cotidiana. Y para que la presión se convierta en aventura, hay que tener “hamburgo”.

Algo del chicle que pegó a Los Beatles para toda su fulgurante carrera se construyó en Hamburgo.

Con mis amigas y amigos decíamos que alguien tenía hamburgo cuando se la había bancado. El término lo habíamos sacado de la fábula de Los Beatles, de esa época en que muy jóvenes, Los Beatles tocaban en los clubes de Hamburgo día y noche, sin parar, compitiendo con los lugares de streapers y los cines pornos, viviendo en la sala de atrás de un cine rodeado de ratas, utilizando las mismas camas por turno, hacinados pero sabiendo que para que la gente los escuchara y no se fuera a hacer otra cosa, ellos tenían que ser buenísimos. Algo del chicle que pegó a Los Beatles para toda su fulgurante carrera se construyó en Hamburgo.

 Hace poco presencié las perfomances de dos músicos que tienen hamburgo. Afuera llovía y era un viernes feriado. El Chango era el músico de cierre, Nico Landa tenía que salir a tocar con su guitarra acústica ante un público que había llenado el lugar para escuchar al Chango. Landa ha formado parte de una super banda como Los Auténticos Decadentes, pero ahora está solo y ha girado por infinitos lugares, tocando en bares pequeños, fiestas de cumpleaños, pueblos alejados de pocos habitantes, antros de ciudades inmensas. Y esta noche demuestra que tiene hamburgo. Porque se gana al público a fuerza de simpatía, honestidad y de canciones hermosas. Hay una canción que queda en mi memoria cuando ya pasó todo y vuelvo caminando bajo la lluvia, se llama “Chica del barrio obrero” y es una epifanía genial sobre la potencia del amor y la habilidad para armar una canción a puro correlato objetivo. 

Conozco al Chango desde hace mucho y recuerdo lo tímido que era para cantar en público aun cuando se podía escudar en el interior de su banda. Ahora en esta fase solista es evidente que consiguió una reserva de hamburgo, porque en escena es otra persona. Acaba de sacar un disco sincrético donde prueba géneros musicales que nunca había cantado: cumbia, tango, melódico. Su voz es tan potente y cálida cuando canta hoy como cuando me llega por mi celular para charlar. Puede hacer que un lugar inmenso se convierta en el cuarto de una pieza con amigos desperdigados charlando a la marchanta.

Hace muchos años unos creativos publicitarios inventaron la palabra smowing para promocionar una ginebra. ¿Quiere tener Smowing? Preguntaban, tome ginebra Bols, se contestaban. ¿Quieren tener hamburgo?

FC

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