El guiso, ese héroe colectivo

Faltan unos días para que salga esta columna, pero es probable que la conversación sobre El eternauta todavía suene fuerte. La verdad es que muchas veces nos ponemos megalómanos y obsesivos con un objeto cultural, con una noticia o una copa de fútbol. Generalmente el tema lo amerita (un presidente que viola la Constitución, salir campeones en el Mundial, una serie de Stagnaro basada en Oesterheld); lo que no tiene tanta razón de ser, si me preguntan a mí, es nuestro caudal infinito de opiniones lanzadas al viento digital. No es tan importante si para vos la copa la aseguró Scaloni o fue De Paul cuidándolo a Messi. No sé si vale la pena contar en redes qué parte de la adaptación audiovisual, si los bichos o la nieve, te pareció poco fiel. Opinar no está mal, y el ejercicio del juicio crítico es necesario. Pero todo junto, multiplicado por internet, es agotador.
Habrán visto esa frase de difusión de la serie en todos lados, “el único héroe es el héroe colectivo”. La recibí como aire fresco, una apelación a lo comunitario en tiempos de todo lo contrario. Pero me sorprendió, en la marejada infinita de opiniones, que para muchísima gente Juan Salvo encarna a ese héroe en El eternauta. Ya es desconcertante, de por sí, condensar en un personaje un concepto que aplica a un grupo por definición. Más todavía es extraño endilgárselo a éste, que será el protagonista de la historia, pero que en definitiva nunca deja de preocuparse por sus cosas, su familia, su historia personal. Lo mismo que hacemos todos, por otra parte. Acá nadie te juzga, Juan. Un personaje valiente, fundamental para que avance la historia y de grandes talentos. Pero no diría que encarna al héroe colectivo (insisto: nadie lo hace, por eso necesitamos la comunidad). Son las mujeres, durante los primeros capítulos, quienes le recuerdan una y otra vez que nadie se salva solo. Las “esposas”. Ellas piensan en grupo. En el chico oriental, en la mujer embarazada, en los vecinos del barrio.

Pero esta es una columna sobre comida, y El eternauta poco dice al respecto. Me quedo con el héroe colectivo, esa unión que hace la fuerza, ese nadie-en-especial-pero-juntos-podemos. En la cocina, no caben dudas, ese héroe es el guiso. Un conjunto de ingredientes de bajo perfil, ninguno ganador por sí solo. En el guiso no hay cabida para superhéroes individuales, no van el lomo, ni el salmón ni las almendras. Es un territorio de cebollas, conserva de tomates y maíz pisado. No hay varitas mágicas en el guiso: hay tiempos largos, pases cortos y jugadores de toda la cancha. Es la sublimación de lo que queda en la heladera y la alacena: el rejunte de siempre, donde lo viejo funciona. Como los sobrevivientes, un rejunte de gente común que combina sus talentos cotidianos y modestos para salvarse. Los héroes de El Eternauta, y del guiso, son “lo que hay”. Y con lo que hay, cuando queremos, o cuando lo necesitamos, hacemos maravillas.
Hay algunos secretos para que el guiso sea épico, claro. Ya mencionamos, al pasar, el tiempo. No está bueno apurar los platos de olla. El líquido y la grasa son vehículos del sabor, si los dejamos trabajar. Los recortes de carne más duros se vuelven tiernos y, al hacerlo, le dan colágeno al conjunto; el colágeno es textura, es untuosidad, es amor guisero del bueno. Las especias, que por separado son demasiado fuertes, se van poniendo de acuerdo y armando una cosa nueva. El tomate va perdiendo acidez y mostrando dulzor. Quiero llevarles tranquilidad: no voy a explotar la metáfora al punto de identificar ingredientes con personajes. Pero casi que funcionaría bien.
Hay que ser pacientes con el guiso, y también hay que ser generosos. Eso no significa poner mucho de todo, tampoco lo más caro ni lo más difícil de conseguir. Ser generosos en la cocina, la mayoría de las veces, es poner el cuerpo, el tiempo o la dedicación que nos resistimos a dar. Puede ser picar más chiquita la zanahoria, o remojar el día anterior las lentejas. Puede ser espumar la superficie, retirando las impurezas. Puede ser agregar una hoja de laurel, pimentón ahumado, ese chorrito de vino tinto. Si sos medio light, quizás ser generoso sea animarte a ponerle panceta. Si sos muy carnívoro, el esfuerzo de sumarle verdeo, o apio, o un par de hongos secos. El asunto es darle amor al guiso, algo más que lo mínimo imprescindible, salir un centímetro de tu zona de confort, casi como una ofrenda.
Y en la misma línea: siempre, pero siempre, se calcula guiso de más. Porque el tiempo hace su magia y el sabor mejora al día siguiente. Para convidar, para que sobre. Para freezar, agradeciendo que no vivimos un apocalipsis, que podemos, y que tu “yo” del futuro será feliz con esa porción congelada cuando esté cansado, apurado y sin resto para ser generoso ni consigo mismo. Ahí sale ese guiso salvador, superhéroe, que te rescata y te devuelve todo el amor que supiste ponerle. Lo bien que hiciste.
NK/DTC
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