En el libro El yo y el ello hay dos ideas que me parecen muy importante: Freud plantea que el yo no solo se defiende del deseo (el ello), sino también de las críticas del superyó y que la histeria suele tener un modo privilegiado de rechazar estas críticas: devolverlas, es decir, “castigar al amo con sus propias armas”.
Es una idea bellísima, que muestra claramente el funcionamiento de la histeria, en particular en sus discusiones con esa forma del superyó que puede ser una pareja. Cuando su pareja le dice que algo no le gustó, no le hizo bien, le causó sufrimiento, la histeria responde: “Pero vos la otra vez...”, “Vos también hacés cosas que a mí me hacen mal...”, etc.
De esta forma la histeria se blinda y se mantiene incólume. Intocable, no se le puede decir nada. Sin duda es todo un momento en el análisis de la histeria, llegar a ese punto en que pueda escuchar... sin atajarse, sin que el ataque sea la mejor defensa.
Es cierto que también el atajarse demuestra la posición del otro como superyó. El superyó no es algo que está en el cerebro o la mente, sino que está en el lazo con los otros. Funciona como superyó no solo todo aquel a quien se le devuelven las críticas histéricamente (en redes es muy lindo esto: alguien postea algo y ahí ya está la histeria comentando cualquier cosa, hablando de todo lo que el posteo no considera; si el posteo es sobre canguros, ahí la histeria comenta sobre que no hay que olvidarse de los osos panda, con lo que no hace más que dar cuenta de cuán afectada resultó por el texto), sino quien dice conocernos, como el superyó sabe (del ello) lo que el yo no sabe.
Por eso las madres suelen ser superyoicas, pero también las parejas, los amigos... No por nada el slogan de un conocido supermercado es “Yo te conozco”. ¿Qué es lo que sabe ese supermercado? Que nos alcanza con creer que ahorramos, mucho más que gastar menos; por eso hace esas promociones en que, sobre precios altos, incluye el descuento en una segunda unidad. Sabe que somos neuróticos, que nos alcanza con una creencia antes que con un acto, porque si quisiéramos pagar menos, no iríamos a Coto.
Es muy importante la observación freudiana: la defensa respecto de la crítica de quien sabe sobre nosotros algo que no sabemos (sobre nuestro deseo). En las relaciones de pareja heterosexuales es común que ellas (la esposa es una versión del superyó) sepan mejor que ellos sobre su erotismo: ¿Por qué te escribe esa mujer? ¿Por qué te compraste una camisa nueva? Puede ser frenético y enloquecedor –para una mujer– funcionar en el lugar del superyó.
A veces se confunde con los celos, pero no tiene nada que ver. Son cosas distintas. Y si él es un obsesivo, responderá con fastidio, se molestará para llegar finalmente hasta la más disparatada de las reconvenciones: “Entiendo lo que decís, pero no es la forma”, “De acuerdo, pero no te podés poner así” y es claro que decirle a una mujer cómo (no) tiene que ponerse es como tirar nafta a un fuego.
No por nada Freud decía, también, que el superyó hunde sus raíces en el ello.
LL/MF