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Opinión

El individualismo antidemocrático de Milei

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Javier Milei ha señalado, en varias entrevistas, su criterio para distinguir quiénes están del lado bien y quiénes del lado del mal. Casta vs. no-casta, no se define, según Milei, en términos de la pertenencia a la dirigencia política de la cual forma parte como diputado nacional. Es otro el criterio que le permite distinguir quién es parte de la casta, esto es: la distinción entre individualistas vs. colectivistas. Para Milei, los individualistas defienden la libertad y el capitalismo; los colectivistas, por el contrario, desdeñan la libertad de las personas como valor fundamental y por lo tanto se oponen al capitalismo y contienen el germen del totalitarismo. La casta es el colectivismo. 

En ningún momento, en esta categórica división del mundo moral, figura la democracia como valor predominante. A los individualistas milianos les gusta mucho la libertad individual y la economía de libre mercado, pero poco conocemos acerca de qué piensan sobre la democracia. Por lo tanto, es importante indagar en el ideario libertario de Milei para discernir sus implicancias para el régimen político democrático. Para ello, debemos entender en qué consiste la tradición individualista que caracterizó a la modernidad y al pensamiento liberal y cuánto de esa tradición realmente permanece en la versión “leonizada” del diputado nacional.

¿Qué es el individualismo?

El individualismo es una corriente normativa que ha organizado el pensamiento moderno y ha sido fundamento de la teoría política liberal. En su formulación más general (y simplificada) el individualismo ético presupone que las personas, y no las colectividades sociales, tienen primacía moral. Es decir, la fuente última de valor moral reside en el individuo no en las entidades colectivas como la sociedad, la nación, la cultura, la clase. Históricamente, esta corriente ha sido plasmada en la noción iluminista de la dignidad humana. Es así que se concibe a los individuos como portadores de un atributo moral independiente de las sociedades en las que viven. Los individuos son fuente originaria de valor moral al poseer una cualidad que no se deriva ni depende de las comunidades, de las leyes, de las tradiciones que los regulan. Las sociedades y toda entidad colectiva son, en cambio, un derivado de una instancia de valor moral anterior—la dignidad humana—y deben organizarse en función de ella. Dicho de otro modo, el individuo no existe en función de la sociedad; la sociedad existe para proteger y promover un atributo moral individual que la antecede. 

De este individualismo ético se desprenden varias otras formas que incluyen, entre otros, el individualismo político, epistémico, social, económico y metodológico. Al mismo tiempo que se ramificó en todas sus variantes, el individualismo se fue entrelazando histórica y socialmente con otras tradiciones como la democrática que contiene dimensiones tanto individualistas como colectivistas. Por ejemplo, el pensamiento democrático se organiza alrededor del principio “una persona, un voto” sobre la creencia del individualismo político y epistémico de que las personas deben organizar su vida en base a sus propias facultades cognitivas y morales. No existe ordenamiento político contemporáneo que se estructure excluyentemente en función de la tradición individualista y las democracias liberales son una amalgama de aspectos colectivistas e individualistas. 

A Milei le incomoda la democracia porque, desde una perspectiva normativa, es un régimen político con aspectos claramente colectivistas. La democracia es un ordenamiento entre individuos que, a la vez, se constituye en la noción colectiva de un pueblo. Su principio regulador es el de la soberanía popular. Al mismo tiempo, el régimen democrático se sostiene en un ideal político igualitario que requiere, necesariamente, prevenir altos índices de pobreza y desigualdad. Es así que la democracia contiene el imperativo moral de redistribuir recursos escasos con el propósito de preservar las condiciones materiales y sociales que hagan posible la igualdad política. Del mismo modo, la concepción de libertad, desde un punto de vista democrático, implica una obligación igualadora que garantice las condiciones efectivas de su ejercicio. La mirada de la democracia es, pues, holística, no individualista, en tanto que toma en cuenta el impacto de las preferencias individuales en el total de la sociedad. En el universo anarco-capitalista de Milei, cualquier desvío de las decisiones individuales tomadas aisladamente a favor de la mirada estructural que incorpore sus consecuencias intencionadas y no intencionadas sobre el conjunto equivale al cercenamiento de la libertad individual. La democracia es colectivista; la democracia es la casta. 

La gravedad de la defensa de Milei de la defensa de la venta de órganos, de niños y de la libertad personal no reside en que él crea que sea viable implementarlo. La consternación es por su reduccionismo extremo al individualismo que pone en evidencia que en su razonamiento fantasioso las consideraciones democráticas nunca, ni siquiera imaginariamente, entran dentro de su cálculo. 

Para Milei, aun en un sentido estrictamente procedimental, la democracia entendida como un método de acceso al poder político a través de elecciones libres y competitivas, es un sistema irracional. Basado en literatura de economistas, y desconociendo una inmensa y valiosa literatura posterior (inclusive de economistas), Milei se afianza en la idea de que la maquinaria democrática es disfuncional en la agregación de las preferencias individuales a través del sistema de votación para producir un resultado colectivo consistente con las elecciones de los ciudadanos. Por ello, es necesario colocarle un bozal a la irracionalidad democrática con derechos individuales liberales “irrestrictos” que protejan el valor moral del individuo de esa opresión arbitraria. Su solución mágica a todos los conflictos sociales consiste en respetar irrestrictamente el proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión y en defensa al derecho a la vida, la libertad y la propiedad. Pero ningún derecho es absoluto y las nociones de agresión, vida, libertad y propiedad se definen, en nuestros ordenamientos políticos, a través de la deliberación democrática. El mantra vacío no le evita a Milei caer donde él menos quiere. 

¿Qué colectivismo?

El problema para nuestra democracia no es Milei. El problema para nuestra democracia es por qué surge Milei. Si bien sus ideas están equivocadas, el “fenómeno” Milei nos dice algo cierto acerca de nuestro sistema político. Su emergencia se debe, en parte, a la desvirtuación de las dimensiones colectivistas de nuestra democracia. 

Durante todos estos años de democracia ininterrumpida, la sociedad civil organizada y movilizada ha creado sujetos colectivos que han profundizado y arraigado el ethos democrático. La deliberación, la participación y la organización política desde la sociedad civil desataron la fuerza pedagógica de la democracia que se expresó en la conquista de derechos civiles y la creación de nuevas subjetividades democráticas. En términos de reconocimiento social, la democracia argentina ha sido a cada paso más inclusiva gracias a la lucha colectiva desde abajo. Un ejemplo es la irrupción de los movimientos sociales asociados a trabajadores informales, cooperativas y desocupados que dan respuesta a una cuestión democrática central: ¿quién está en control sobre la manera en que somos gobernados? Pero conjuntamente con esta expansión, se ha acentuado un colectivismo reduccionista desde arriba: el colectivismo democrático del Estado. Un Estado que, a contramarcha de la expansión del reconocimiento social, ha provisto cada vez menos bienes públicos que la efectivicen y ha intentado monopolizar el sentido colectivo de la democracia. 

La discusión reciente por el manejo de los planes sociales refleja algunas de estas tensiones. Cristina Fernández de Kirchner, en una de sus últimas intervenciones públicas, ofreció una mirada al respecto con una analogía que es o bien inconducente o extremadamente precisa. La vicepresidenta se preguntó, retóricamente, cómo es que el Estado no goza del control de los planes sociales si también detenta el monopolio del uso de la fuerza legítima. Esta última facultad del Estado no constituye de ninguna manera fundamento para que se apropie también de la auditoría en el reparto de la ayuda social. A no ser que la vicepresidenta entienda a esos planes como instrumento de control social desde arriba lo que supondría un nuevo avance del colectivismo estatal. La democracia contiene dimensiones colectivistas pero no todo colectivismo es democrático. Éstas son las condiciones en donde surge el reduccionismo individualista de Milei.

CY

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