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OPINION

Lecciones brasileñas para una estabilización exitosa

Lula y Bolsonaro, en el debate del domingo último en Brasil. El antecedente del Plan Real y la estabilización.

Ricardo Delgado

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El 30 de octubre Brasil elegirá, en balotaje, su nuevo presidente a partir de enero de 2023. Mientras siguen en debate las supuestas sorpresivas razones por las que Jair Bolsonaro quedó apenas a 5 puntos de Luiz Inácio “Lula” Da Silva, es evidente que parte de la explicación radica en razones económicas.

Brasil tuvo deflación en los últimos dos meses (bajando la tasa interanual de 11,9% a 8,7%) y el PIB no sólo recuperó lo perdido en la pandemia, sino que ya se acerca a los niveles de 2014, el último pico de actividad. Las mayores transferencias de ingresos a los sectores vulnerables también hicieron su aporte.

La relevancia de Brasil para la economía local es bien conocida. Desde principal socio comercial y destino de exportaciones industriales hasta plataforma para complementar inversiones regionales, es relevante además por su experiencia en la lucha contra la inflación. Desde hace prácticamente tres décadas dejó de ser un problema en el país vecino. A partir de la mitad de los noventa y hasta mediados de los 2000 se ubicó en 9% anual promedio, en tanto desde entonces cayó al 5% anual. 

¿Qué políticas siguió Brasil para sostener casi 30 años semejante performance inflacionaria? ¿Qué condiciones son necesarias?

La definitiva estabilización brasileña empieza en febrero de 1994, con el Plan Real, durante la presidencia de Itamar Franco y con Fernando Henrique Cardoso como ministro de Economía. Entre 1992 y 1994 los precios se habían multiplicado por 4.600, con índices que oscilaban entre 35% y 45% al mes. La media docena de planes fracasados desde mediados de los años ochenta había consolidado complejos mecanismos de indexación de salarios y contratos muy difícil de erradicar.

A diferencia de los programas anteriores, la estabilización de 1994 fue planificada con tiempo y buscó diferenciarse de las experiencias de los años '80, basadas en la ruptura de contratos y efectos “sorpresa”. Todas las medidas fueron anunciadas y, pese a la inercia y la indexación al dólar, no hubo congelamientos de precios y salarios.

La gran diferencia es que incluyó una drástica apertura a los capitales extranjeros, con la continuidad de un significativo programa de privatizaciones incluida, y a las importaciones. De este modo, el déficit en cuenta corriente pasó de 0,2% del producto en 1994 al 2,4% al año siguiente y alcanzó el 4,3% en 1999. 

El contexto externo era muy diferente al de los '80. Predominaba el Consenso de Washington que facilitaba implementar estrategias de estabilización basadas en la competencia externa sobre los bienes transables en un contexto de apreciación real. 

La secuencia previa del programa también fue novedosa; en el año anterior al Plan se consolidó el superávit fiscal primario, creándose además un Fondo de Resiliencia Social para atenuar los costos del ajuste sobre los sectores más vulnerables, en un contexto donde el producto por habitante había caído 10% entre 1990 y 1993.

A su vez, se crearon unidades indexadas para quebrar la inercia. En los tres meses previos al lanzamiento del plan, todos los precios de la economía fueron congelados y fijados en Unidades de Valor Real (UVR), que se actualizaban según las variaciones del tipo de cambio. En tanto, las transacciones se realizaban en cruzados-reales. Lo relevante fue que los precios relativos de los bienes y servicios medidos en UVR se mantuvieron constantes, eliminando de este modo la inercia inflacionaria. En otras palabras, los precios absolutos fueron sincronizados mediante el congelamiento de los precios relativos en UVR. 

Cuando en julio de 1994 el real reemplazó al cruzado como moneda, hubo una fuerte contracción monetaria, con control de agregados y, de la mano del superávit primario, comenzó a caer la carga de la deuda, permitiendo la consolidación a nivel del resultado financiero. El déficit primario cayó del 5% del PBI en el segundo trimestre del 1994 al 0,5% durante el primero del 1995, con gran contribución de los ingresos por privatizaciones, en tanto el resultado financiero siguió siendo deficitario, en torno a los 2 puntos.

Entre 1994 y 1996, la tasa de interés nominal se ubicó por encima de la tasa de inflación y ésta, por sobre la devaluación. Desde ya, la estrategia generó un significativo ingreso de capitales (las reservas aumentaron 33% entre 1994 y 1995), una fuerte apreciación real (27% en 6 meses, entre el segundo y el cuarto trimestre de 1994) y un deterioro de la cuenta corriente (el déficit se multiplicó por 10 entre 1994 y 1995).

La apertura y el ingreso de capitales generaron el crecimiento del crédito bancario y del consumo de bienes transables, en línea con el deterioro del balance comercial (de un superávit de U$S 10.500 millones en 1994 a un déficit de U$S 3.500 millones en 1995). La reestructuración, previa al plan, de la deuda externa generó una elevada participación de los mercados financieros locales en el financiamiento del fisco, entre ellos los bancos. El sistema financiero y el mercado de capitales eran no sólo sólidos sino capaces de absorber los ingresos de capitales sin mayores disrupciones en las tasas de interés.

La inflación se desplomó de 916% en 1994 al 22,4% en 1995 y al 9,6% en 1996, y el PIB se recuperó a una tasa promedio de 3,4% anual entre 1994 y 1998, en un contexto de fuerte apreciación real de la moneda brasileña. 

Como contracara, el Plan Real implicó un incremento de la fragilidad externa, asociada con la dependencia de los capitales extranjeros, que derivó en la crisis de 1999. La salida del esquema, en particular del déficit en cuenta corriente, resultó muy dificultosa debido al amplio apoyo social generado por la estabilidad asociada a la apreciación cambiaria.

A diferencia de lo observado en la Argentina en los años '90, el desempleo se mantuvo bajo y los salarios reales crecieron (10% entre 1994 y 1995). Esto es así ya que el Plan Real no tuvo un tipo de cambio nominal fijo, permitiendo ajustar el valor de la moneda a distintas coyunturas y evitando que el empleo absorba las oscilaciones del balance de pagos. 

Las importantes fuentes externas de financiamiento (en este caso, privatizaciones y flujos financieros) en un contexto de fuerte apreciación cambiaria, además del ajuste fiscal y monetario, fueron los ingredientes centrales del comienzo de la estabilización brasileña. Nada nuevo. El apoyo externo para fortalecer las reservas y volver creíble la estrategia antiinflacionaria se vuelve esencial en todas las experiencias internacionales.

CC

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