Más medios públicos es más democracia
Discutir sobre medios públicos de manera masiva, y no solo desde una perspectiva académica, es un fenómeno mucho más reciente de lo que se supone. Desde la llegada de la democracia fueron pocos los espacios donde estas discusiones encontraron lugar. En 2009, con la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, esta situación cambió sustancialmente: las luchas se masificaron y pasaron a formar parte de una nueva construcción del Estado.
La idea de “medios públicos”, “televisión pública” y otras conceptualizaciones similares se incorporaron a la conversación social ya entrado el siglo XXI. En Argentina, esto fue posible gracias a la imaginación política de los gobiernos de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner, como parte de la recuperación del Estado tras la crisis de 2001, que buscó incansablemente la redistribución de bienes materiales y simbólicos para reparar exclusiones e injusticias.
Debatir sobre medios públicos constituye un síntoma de fortaleza ciudadana. Por eso, como corresponde a una nueva gestión elegida democráticamente y, por tanto, con legitimidad de origen, es totalmente atendible que el Gobierno plantee una impronta propia sobre la base de un proyecto exitoso y reconocido por la sociedad argentina y la comunidad internacional, como son los casos de los medios públicos educativos en general y, en particular, de Pakapaka.
No es cuestión de buena voluntad ni falsa modestia, sino que forma parte del ideario con el que comulgamos quienes hemos fundado, creado y establecido las líneas rectoras de estas señales. En todo caso, quienes nos hemos formado con valores democráticos y concebimos la comunicación como un servicio público y a las audiencias como sujetos de derecho, celebramos el cambio de rumbo inicial en los medios públicos -tras su triunfo electoral en noviembre de 2023, Milei había anunciado su cierre y lo reafirmó en la apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso de este año-, sabiendo que este cambio pudo darse porque en el marco de la discusión de la Ley Bases, gracias a las y los diputados y senadores de la oposición a este gobierno, que impidieron su cierre al retirarlos de la lista de empresas a privatizar, junto a otras igualmente estratégicas.
Adoctrinamiento y neoliberalismo
Decíamos en la página web de los canales educativos —creados por la Ley Nacional de Educación, cuyo artículo 102 establece que forman parte del sistema educativo nacional y que hoy se encuentran suspendidos, junto con todos sus contenidos— que cuando el sistema educativo argentino fue imaginado se propuso transmitir un conjunto de saberes y, a la vez, formar argentinos (y argentinas, diríamos hoy). Qué enseñar en la escuela y cómo hacerlo es una responsabilidad de todo Estado que pretenda garantizar el derecho a la educación. Y también de pantallas como las nuestras que, a pesar de las diferencias con la escuela, debaten con insistencia qué contar y cómo hacerlo. Porque los medios públicos requieren narrativas que estén conectadas con la sociedad y que sean permeables a aquellos tres criterios que solía mencionar Jesús Martín Barbero: pensar con la propia cabeza, tener algo que decir y ganarse la escucha.
En el caso de Pakapaka y Zamba, los dos gobiernos neoliberales del siglo XXI elegidos democráticamente sentenciaron —ellos mismos— que sus contenidos “adoctrinan”. Los argentinos y argentinas sabemos el peso que connotan estas consideraciones porque forman parte del vocabulario político de nuestra historia del siglo XX.
Como bien recuerda el docente y profesor de historia Manuel Becerra en la valiosísima publicación educativa “Gloria y Loor”, en 1977 el Ministerio de Educación de la última dictadura militar repartió un folleto en las escuelas llamado “Subversión en el ámbito educativo (Conozcamos a nuestro enemigo)”. Aunque utiliza un lenguaje táctico-militar que, en tono descriptivo, se parece mucho a una recopilación de informes de inteligencia, define la “subversión” en su página 15, con un nivel muy amplio de generalidad acerca de quién puede identificarse como “subversivo”. Más adelante, menciona que el uso de bibliografía “tendenciosa” y charlas informales son “la estrategia preferida de los subversivos” para ampliar su red en el ámbito educativo.
La definición de “subversión”, claro, se refiere a un intento de destruir un orden que los redactores dejan bastante claro: lo que ellos interpretan como la identidad nacional, las tradiciones de “nuestro pueblo”, la moral cristiana, los “valores familiares”. En definitiva, el statu quo cultural de la época. De manera que cualquier crítica u objeción sostenida a ese marco ideológico era catalogada como “subversivo” por el gobierno. Se menciona en el cuadernillo que el Proceso de Reorganización Nacional estaba combatiendo la subversión en ese momento, en el marco de una supuesta guerra que se apuran en definir de manera bastante original. Hoy sabemos qué significaba ese “combate”: un plan sistemático de secuestros, torturas, violaciones, negación de la identidad y desaparición de cuerpos, con alrededor de 800 centros clandestinos de detención repartidos por todo el país.
Contenidos educativos en disputa
Toda vez que un proyecto educativo y cultural deja de producir contenidos es porque existe una decisión de tomar otros que no son propios. Lo vemos hoy en la pantalla de la TV Pública, donde nos desayunamos con que pondrán latas de telenovelas de un monopolio de comunicación mexicano, en medio de la arremetida más feroz contra nuestra soberanía audiovisual de la que se tenga memoria en democracia.
El macrismo -y sus muchos voceros mediáticos- ayudó a pavimentar la idea de que los medios públicos son un gasto y no instituciones de la democracia con objetivos, desarrollo de proyectos y presupuestos, y los contenidos de las señales fueron sometidos a un proceso de deshistorización para fomentar la imposibilidad de analizar por qué nos encontramos frente a decisiones económicas, políticas y sociales que, una vez más, se repiten.
Los primeros contenidos que –bajo la gestión del entonces ministro Hernán Lombardi– Encuentro y Pakapaka dejaron de producir fueron los de Zamba, un dibujito animado que hablaba sobre la historia argentina y latinoamericana —“está podrido por dentro”, dijo el ministro junto a las imágenes de destrucción real de los muñecos que quedaron impregnadas para siempre en la vida institucional de estas señales— y también los programas de historia de Canal Encuentro. La deshistorización del debate público se entiende en relación con el proyecto político, económico y social al que nos devolvió el macrismo con el ingreso del FMI en 2018 tras años de desendeudamiento.
En el caso del segundo gobierno neoliberal del siglo XXI, el de Javier Milei y Victoria Villarruel, no dejaron a Zamba de lado, sino que a través de una viñeta explicaron que “lo liberaron”. ¿Lo liberaron de qué? Del proyecto político que lo creó, manifiestan. Dicen, como el macrismo, que adoctrinaba.
El Gobierno le llama adoctrinamiento a la exposición de un conjunto de ideas y saberes que no les gustan. Por ejemplo, el pasado reciente, cuya enseñanza es obligatoria por ley y el que abordaron capítulos de Zamba que fueron galardonados con los premios más importante de la industria (recibió el Emmy Kids Internacional por el capítulo que enseña sobre los genocidios en el mundo). También la “ideología de género”, como le llaman las nuevas derechas internacionales a los avances de los derechos de las mujeres y diversidades. El capítulo en que Nina descubre su nombre de niña afroargentina liberta del siglo XIX obtuvo el Prix Jeunesse Internacional —el más prestigioso en materia de contenidos infantojuveniles— y también hubo un amplio trabajo sobre la perspectiva de género (“Ahora hablo yo”, le dice Nina a Zamba, que formaron juntos una dupla potentísima). De acuerdo con su propia lógica, la comunicación libertaria “quiere adoctrinar” con otro marco conceptual, con ideas que sí les gustan. No objetan la forma, sino los contenidos que están garantizados por la ley.
Vuelve a decir Manuel Becerra: “¿Quién define qué es el adoctrinamiento? En la dictadura, la Junta Militar definía quién era el subversivo. Identificar a un enemigo desde el Estado para combatirlo, pero asignarle características difusas, muy subjetivas, opinables, parece tener un subtexto: todo aquel que no comulgue con el dogma. Anunciar sanciones —o la persecución— a un enemigo difuso pero cuya característica más clara es la crítica del dogma gubernamental es exactamente lo contrario a la libertad: es un gesto de totalitarismo. El cuadernillo de la dictadura, sin embargo, parecía ser claro en qué era lo que supuestamente atacaba esa ”subversión“. ¿Qué es lo que ataca este supuesto ”adoctrinamiento“? ¿La ”libertad“, entendida como la sumisión ideológica al dogma mileísta?”.
Me encontrarán en el país de la libertad
Es necesario repetir todas las veces que sea necesario: no existe el adoctrinamiento político en la Argentina, el adoctrinamiento existe en regímenes totalitarios como fue la Alemania Nazi, el fascismo en Italia, la Unión Soviética o las dictaduras militares argentinas. Enunciar algo semejante continúa lesionando el pacto democrático conseguido en 1983. Este Gobierno hace mucho por ese objetivo.
Por eso, al hablar de la comunicación pública argentina siempre vamos a celebrar que 14 años después del nacimiento de Pakapaka aún siguen existiendo las princesas de Disney —que nos encantan, por supuesto— pero también tenemos nuestros propios superhéroes y heroínas: Juana Azurduy, José de San Martín, Remedios del Valle y Manuel Belgrano, que nos conmueven profundamente porque nos hacen conocer y amar a nuestra Patria y a nuestros compatriotas. Porque se nos parecen, porque sus superpoderes no se componen de la magia sino de algo absolutamente potente y tangible como es el sueño de la emancipación. Y siempre le vamos a agradecer a Zamba y Nina que nos hayan hecho formar parte de las asombrosas aventuras de la liberación de medio continente latinoamericano, equiparando la noción de libertad con la equidad, porque no somos libres si no tenemos los mismos derechos, valores que guardamos en lo más profundo de nuestro corazón.
JT/DTC
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