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Opinión

El mito del Sarmiento presencial del aula

Juan José Becerra Pura espuma rojo

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Las clases presenciales en pandemia son un objeto de discusión política en el que proliferan los matices, los cruces de argumentos antagónicos y la suspensión de un veredicto tajante. En el mapa de UNICEF que actualiza en cantidad de semanas el cierre de escuelas en todo el mundo, sin la delicadeza de contrastarlo con una dinámica de contagios, vemos una bolsa de dados en la que uno mete la mano, saca un puñado y sale lo que sale.

Habrán escuchado y leído hasta la descompensación que la Argentina tiene que seguir siempre, pero siempre siempre, el ejemplo inespecífico de Uruguay. ¿Cómo? ¡Siendo Uruguay! ¿Cómo podría darse una imitación inespecífica sino replicando todas las especificidades? Por ejemplo, adoptando por vía de la envidia sana a todos sus presidentes, se llamen Pepe Mujica o Lacalle Pou. Es lo uruguayo, no una de sus ofertas ideológicas lo que se envidia. Otra especificidad que se invoca con ilusión, en su versión de última moda, es el promedio de semanas sin clases: 27, cuando nosotros tenemos 46.

Sólo 27 semanas sin clases en Uruguay. Igual que en China, igual que en Chad. Armo esta serie falsamente conectada mediante el factor común del número 27 para desarmarla de inmediato. China tiene 1.400 millones de habitantes, y Uruguay 3,4 millones. El PBI per cápita de China es de 10 mil dólares, y el de Uruguay es de 16 mil (el de Chad es de 700). ¿Es Uruguay un país superior a China? ¿Por eso lo envidiamos tanto?  

El párrafo anterior ha querido sembrar la duda en el importador/exportador argentino dedicado al rubro extrapolación. Hasta podríamos agregar un poco más de barro al recordar que en Estados Unidos las escuelas cerraron 47 semanas, y que de los países de América Latina que no son Uruguay, el promedio es de más de 40 semanas de escuelas cerradas. Excepto ¡Venezuela y Surinam! 

Cualquier experimento sofista que intente pegotear a la Argentina con el país pandémico de los sueños, terminará en un pastiche argumental. Entren al mapa de UNICEF y verán que lo que hace un país mediano con su educación en pandemia es, en proporciones muy parejas, lo mismo que están haciendo simultáneamente una potencia económica y un país con pobreza extrema. Mejor no inspirarse en esa confusión, salvo que se desee experimentar el ridículo.

¿Podemos quedar, entonces, con el fetiche de las estadísticas  globales en la mano, en que no vale la pena molestarse en castigar o en premiar un país con la alusión de otro? ¿Quedamos en que hacerlo es como comparar animales con árboles? Bien. Muchas gracias por la reflexión.

Lo que sí no parece prestarse al matiz, es que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires destinaba en 2011 el 27,5 % de su presupuesto a la educación, y en 2021 va a destinar el 17,3%. Son hechos de la inversión pública tallados en piedra, de la que no te salva ni el superhéroe uruguayo Luis Suárez, tomados del Ministerio de Hacienda y Finanzas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En un degradé presupuestario gélido, vemos caer por un palo enjabonado el desdén por la educación, fenómeno probado que no parece tener un vínculo natural con la desesperación sarmientina en la que se volatiliza Horacio Rodríguez Larreta. 

¿Por qué ese sarmientismo tardío por parte de quienes le dan a la educación pública una importancia decreciente de modo sostenido, o sea calculado, irrumpe como una bomba de deber intransigente justo en el momento en el que los contagios y las muertes por coronavirus crecen hacia sus picos nevados? 

Se podría decir que es típico de cierta escuela política (en el sentido de baile típico, de poncho típico), maniobrar en la discusión pública para situar los asuntos de segundo grado de importancia en lugar de los primeros. Si entre 2015 y 2019, el discurso de Estado bloqueaba la agenda pública con la quimera de la “transparencia”, negando la existencia siquiera marginal de una destrucción de diseño de la economía, ¿por qué no agitar la bandera de la educación presencial en una semana con días de casi 30 mil contagios y más de 500 muertos diarios?

El sarmientismo tardío bebe de las fuentes de un mito: el Sarmiento “presencialista”, que nunca existió. Es un cuento que se inventa en Recuerdos de Provincia (1850), cuando dice que ingresó a la escuela de primeras letras en 1816 a los cinco años y siguió durante nueve años “sin una falta”. Para decirnos más adelante que en 1821, es decir seis años y no nueve después de su ingreso, siguió sus estudios en el Seminario de Loreto de Córdoba. ¿En qué quedamos, Padre del Aula?

El tufillo a Ley 1.420 en el llamado de Rodríguez Larreta al todo o nada de la asistencia física a clase tiene menos de pionerismo que de slogan del siglo XIX. Pero si se resaltan las circunstancias de su decisión, que viene cabalgando desde octubre del año pasado sobre las escuelas privadas (la mitad del sistema en la ciudad que siempre será gobernada por el espectro de Bartolomé Mitre), quizás se entienda sin gritos. Es un gesto de acercamiento a los autogobernados y al ala agreta del Pro. Los entubados pasan. Quedan las escuelas. Como dice Rodríguez Larreta: “La educación es la base de nuestro desarrollo como sociedad, lo que garantiza la libertad de elegir, lo que fortalece nuestra democracia”. Me gusta lo de la libertad de elegir, aunque me falte el ¿qué? 

Pero, ¡uf! ¡Qué emoción! ¡Qué… genuino! Para desatar el nudo de rieles que tengo en la garganta, me voy a deslizar hacia la realidad más real, que es la de la literatura. Los amantes de Robert Walser (ni hablar los de Enrique Vila-Matas), habrán leído su Jakob Von Gunten (1909). Es una reprobación de la escuela. La compone minuciosamente el propio Jakob durante su paso por la escuela Benjamenta. Dice que está allí, aprendiendo unos “escasos conocimientos” para ponerlos “al servicio de alguien”. En cuanto a él, “no espera nada de la vida”. 

Water Benjamin (“de Walser pueden leerse muchas cosas, pero de él nada de nada”) dijo que el “personaje” de Jakob Von Gunten no es tanto Jakob como la escuela que lo atormenta. Podríamos agregar que hay un segundo tormento, que es el afuera, el futuro al que Jakob va a salir despedido a servir en desventaja. Pero el sarmientismo tardío, que está en todas, ya debe tener en su cabeza la economía en la que el alumno presencial tendrá garantizada la libertad de elegir.    

JJB

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