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Opinión

Panamá y un bicentenario en dos tiempos: entre el Canal y el Tapón

La inauguración en agosto de 1914 del Canal excavado en el istmo de Panamá es un hito mayor en la historia económica global. Antes el comercio marítimo internacional entre Atlántico y Pacífico navegaba por el estrecho de Magallanes al sur de Chile y la Argentina. Ampliado en 2016, y siempre encarando mejoras, la mayoría de los barcos que lo cruzan llevan bandera de las dos superpotencias rivales, EEUU y China.

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Topónimo de origen indígena, panamá significa ‘abundancia’: ‘de peces’, o bien, las lenguas autóctonas son volátiles, ‘de mariposas’. Y panamá nombra también a un majestuoso árbol de frondosa sombra. Si el país del que se desprendió, Colombia, lleva estampado el nombre del navegante genovés, almirante español y presunto descubridor americano a las órdenes de la Corona de Castilla, panamá es palabra de quienes ya estaban aquí.  Como toponímico, Panamá designa hoy al país transcontinental  ubicado entre las Américas del Sur y Central, al Canal bioceánico que lo atraviesa, y a su ciudad capital. Por el norte y el sur sus orillas bordean el Mar Caribe y el Océano Pacífico; por tierra, al este limita con Colombia y al oeste con Costa Rica. Su territorio de 75 475 kilómetros cuadrados, donde viven 4.314.768 personas, se extiende angostado en ese accidente geográfico que se llama Istmo de Panamá.

Desde la era de la conquista española, su ubicación estratégica le otorgó al país de Rubén Blades, el reggaetón, el Canal y los Panama Papers un lugar sin par para el tránsito de personas, bienes, mercancías y asientos contables. Por ahí circulaba el transporte terrestre de mercancías (sobre todo la plata y el oro, provenientes de las minas peruanas con destino a la península ibérica) desde las costas del Pacífico al Atlántico.  Esta privilegiada función transístmica, que favorece la apertura y la convivencia multirracial, desencadenó asimétricas correlaciones de fuerzas e intereses geopolíticos como lo fueron sus dos independencias y el Tratado Torrijos-Carter.

En 1821, el Istmo de Panamá se emancipa de España y se une voluntariamente a la Gran Colombia, los actuales países de Colombia, Ecuador y Venezuela, creada en 1819 por Simón Bolívar en un logro parcial del proyecto explícito en su Carta de Jamaica de una confederación desde la Patagonia hasta México y cuya capital fuese Panamá. Una  segunda emancipación concluirá Panamá en 1903. Cuando después de 17 intentos frustrados de separación de Colombia y de separaciones declaradas en vano, se proclama República de Panamá, con el aval de Washington de muy alto costo: la construcción de un Canal y los derechos del mismo durante 76 años (Tratado Hay- Bunau Barilla). Panamá pasó de provincia colombiana a neo colonia estadounidense.

Cuatro siglos después de la fundación de la ciudad capital de Panamá, el 15 de agosto de 1519 por Pedro Arias Dávila, parecía que el destino del istmo quedaba sellado, condenado a ser el paso entre dos océanos para acelerar la expansión y crecimiento del capitalismo en todas sus fases: mercantil e industrial. Al igual que la Enmienda Platt en Cuba, el Tratado Hay-Bunau Varilla sancionaba la intervención norteamericana en los asuntos internos del Estado agudizada por la presencia del enclave colonial −económico político y militar− a lo largo de diez millas de ambas riberas del canal que fue factor gravitante a lo largo del siglo XX

En 1968, el  General Omar Torrijos asume el mando de la Guardia Nacional, en una escala que trascendía los límites panameños, “la rebelión de los generales”, prevista por los militares argentinos desde 1962 quienes anunciaron con precisión la defensa nacional inseparable de un desarrollo económico independiente.  Un militarismo progresista no sin analogías con Juan Velasco Alvarado en Perú y Juan José Torres en Bolivia. Torrijos, quien asume el poder del país en 1969, negocia con EEUU bajo la administración del demócrata Jimmy Carter – que promovía la reducción de las FFAA de ese país en el mundo y una nueva política de derechos humanos- nuevos términos para redefinir las relaciones bilaterales.  Condiciones favorables nunca antes conocidas permitieron el consenso de un Tratado que pusiera un plazo de término a la administración de EEUU en la Zona del Canal, evacuara todas las bases extranjeras y se reglara el traspaso a Panamá.

Gabriel García Márquez ponderó a Torrijos en el discurso que pronunciara cuando recibió en 1982 el Nobel de Literatura: “había devuelto la dignidad al pueblo”. Cuando muere Torrijos en un accidente aéreo -nunca investigado- el 31 de julio de 1981, le sucede en el poder, el general Manuel Antonio Noriega, con  vínculos con la CIA y también con los carteles de Medellín. Simon Tisdall, columnista de The Guardian, cuenta que aparte de los temas de derechos humanos y de seguridad, George Bush padre “tenía muchos motivos personales para hacerlo desaparecer (a Noriega)”. Las relaciones con EEUU comienzan a  deteriorarse bajo varios  pretextos. El fundamental, la desestabilización del  país para garantizar el control del Canal después del año 2000 y liquidar  los contactos, del Gobierno panameño con Japón, para una ampliación del Canal, que le daría no solo presencia en Centro América sino también una posición de poder sobre el comercio mundial. El 20 de diciembre de 1989, el mismo año de la Caída del Muro de Berlín, por orden del presidente George H. W. Bush, el general Colin Powell, impulsa la operación “Causa Justa”, con el despliegue de 27.000 soldados en Panamá y, después de 14 días la entrega del general Noriega. Las cifras oficiales hablan de 500 muertos y organizaciones de derechos humanos ubican la cifra en 3.000, sumando soldados y civiles.

En diciembre de 1999, EEUU le entrega a Panamá el control del Canal, como lo establece el Tratado Torrijos-Carter, pero impide que Japón consiguiera sus objetivos. Finalmente, en 2007 comienzan las obras que concluyen en 2016. 

Otra conflictiva dinámica a la del Canal enfrenta Panamá en la muy tensa situación de la frontera con Colombia, la más pequeña en kilómetros (4,6% del total de fronteras), pero no la menos compleja. Una frontera que se constituye en una prolongación del conflicto colombiano, al que no es inmune Panamá que recibe un aumento de desplazamientos poblacionales hacia la región fronteriza y dentro del país. Cuatro de las cinco comarcas indígenas panameñas (Kuna Yala, Emberá Waunan, Wargandi y Madugandí) están situadas en la zona aledaña con Colombia.

Ambos lados del borde colombo-panameño forman una unidad parcial. Emplazados en regiones con condiciones y realidades muy similares tienen poblaciones pluriculturales en condiciones de pobreza o extrema pobreza, instaladas sobre territorios ricos en biodiversidad y en recursos naturales terrestres, acuáticos y minerales, con poca presencia del Estado y de la sociedad civil nacional, en la mira de grandes intereses económicos globales. Las diferencias se encuentran en la dimensión espacial y el caudal poblacional, y en otras más de fondo, como son los procesos políticos de ambos países, y la violencia armada que invade progresivamente ambas regiones, directa (Colombia) o indirectamente (Panamá). Panamá es un puente de cargamentos de armas y drogas que burlan la seguridad de los distintos pasos aduaneros del país.

Resultado de las fumigaciones para la erradicación de narco cultivos en Colombia, las áreas de ilícitos se han desplazado a zonas ambientalmente frágiles tanto en el interior de la región amazónica como en el bosque andino y alto andino, con posible extensión al Darién y la comarca indígena Kuna Yala, afectando áreas como el Parque Nacional Darién y otras que podrían ser sujetos de fumigación en el futuro. En consecuencia, las actividades criminales -el asesinato, el sicariato, el robo, el fraude, tráfico de armas y otros- han aumentado en grado inédito. Motivo del llamado de algunos sectores a reconstituir un ejército nacional (remilitarismo), y a otros a presionar por el retorno de los enclaves militares estadounidenses (remilitarización). La violencia que no llegó nunca por su frontera centroamericana en los años ‘80, que estalló en dictadura e invasión en los ‘90, alcanza un grado importante de amenaza en país que hace más de cien años se separó de Colombia y justo 200 se proclamó República. A la violencia se suma el alto grado corrupción gubernamental perpetradas por las anteriores gestiones que ahora litiga el hijo del ex presidente Ricardo Martinelli (2009-2014).

Los migrantes no solo provienen de Colombia, sino también de Haití, Cuba, Venezuela, Senegal y otros países africanos, con sus maletas y niños en brazos, bajo la extorsión de coyotes y grupos paramilitares como el llamado Cartel del Golfo, que controlan la zona. “Los migrantes, lamentablemente, son víctimas de los traficantes de personas”, que se aprovechan de las “ansias y necesidades” de los extranjeros por “cumplir su sueño americano”, afirmó recientemente a la AFP Santiago Paz, Jefe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Panamá. “Estas personas están en tránsito, no buscan permanecer en ninguno de los países de Centroamérica”.

La crisis generada en el puerto colombiano de Necoclí, que los lleva a frontera con Panamá para atravesar el Darién, movilizó a los presidentes de Panamá, Laurentino Cortizo  y de Colombia, Iván Duque, a una reunión virtual convocada por Panamá, con la participación de cancilleres de varios países latinoamericanos, entre ellos Brasil, México, Chile, Colombia y Costa Rica, y representantes de EEUU y Canadá. Como resultado, los dos países acuerdan  un máximo diario de 650 migrantes del aluvión que viene por la frontera selvática de Darién desde Colombia, huyendo de la crisis generada por covid-19, la pobreza y la violencia en sus países de origen en su ruta hacia EEUU y Canadá. 

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