El patrón de la vereda
Escena
“Quedate tranquila”, me dice a bordo de una Duster que ocupa todo el ancho de la vereda de mi casa. Vuelvo a pedirle que mueva su SUV. Vuelve a lanzar ese imperativo que jamás tranquilizó a nadie, mientras permanece casi inmóvil en uno de los vehículos que todas las semanas fracturan cada vez más las baldosas vainilla para las que ya no hay reemplazo.
Escena (II)
“Toda persona que esté en la vereda no va a tener ningún problema. Se puede manifestar ahí. Lo que no queremos son cortes de calles y rutas”, dice la flamante ministra de Seguridad Patricia Bullrich en el anuncio de su protocolo antipiquetes.
Escena (III)
La madre de mi amiga Clara anda en silla de ruedas y usa una pierna ortopédica. Por la tormenta con ráfagas, la vereda de su casa quedó llena de ramas y la puerta, bloqueada. Piden que las saquen pero nadie viene. Las corre mi amiga dos días después, sola, trepada, cansada.
Escena (III) bis
“Bomberos, Policía y Defensa Civil se encuentran trabajando para asistir a los vecinos, que los autos puedan volver a circular y que se restablezcan los servicios”, tuitea el Gobierno de la Ciudad después del temporal. Hay tres prioridades y una de ellas es que los autos circulen. Días después, el jefe de Gobierno Jorge Macri anuncia ayuda para los ciudadanos damnificados, no solo para reparar sus viviendas sino también sus autos. Para estos últimos se puede acceder a un subsidio de hasta un millón y medio de pesos. Todavía hay troncos tirados en veredas y parques.
And... scene
Aunque no parezca, estas escenas tienen algo en común: el desprecio de la vereda como espacio para circular. Es un desdén que se expresa de varias formas. Una es forzando a los transeúntes a bajar a la calle y exponerse al peligro del paso de los autos. Otra es recordando –por si hiciera falta– que en estos nuevos tiempos la prioridad no son los peatones ni el acceso a lugares sin estacionamiento, mucho menos quienes tienen movilidad reducida.
El mensaje implícito: los automovilistas tienen más derecho, tienen derecho a más. Después de todo, son propietarios de un rodado y no solo de un par de piernas para caminar. La organización urbana del último siglo les asignó la mayor parte del espacio público de circulación. No contentos con eso, muchos conductores se arrogan el derecho de bloquear el tránsito ellos mismos parando sobre ciclovías o en doble fila, para bajar a comprar algo, ir al consultorio médico o sentarse a tomar un café.
Y están los que, además, son patrones de la vereda. La negativa del conductor de la Duster a dejar de ocupar la acera oculta otras negativas: se rehúsa a buscar un lugar más lejos para dejar su vehículo, a caminar para moverse así sean los pocos pasos desde el lugar de estacionamiento, a bajar a la calle y usar los pies pudiendo seguir subido al pedestal vehicular. Ese tipo de automovilistas sabe que fuera de su auto tiene menos poder simbólico, está a la altura del resto, vale menos.
Del otro lado, los peatones no tienen derecho a molestarse. Deben quedarse “tranquilos”, sortear los obstáculos, contentarse con que saquen las ramas de las calles y no de las veredas, ahora también compartir el poco espacio que les queda con personas que hacen uso de su derecho a protestar. Y eso únicamente en la ciudad formal: la vereda es un derecho al que no acceden quienes viven en villas, donde hay pasillos pero no aceras que dividan el tránsito peatonal del vehicular.
Una hipótesis
A diferencia de otras capitales, la red de transporte público en el AMBA es una gran flecha que apunta al centro porteño. En Retiro confluyen tres líneas ferroviarias y dos de subte. En Constitución una de subte se cruza con otra de trenes –y, si se termina el Viaducto Belgrano Sur, con otra más–. Al Obelisco llegan tres líneas subterráneas, combis que unen CABA con GBA y 34 líneas de colectivos.
En ese esquema radial, es clave la llamada “última milla”, un término usado para el tramo final del transporte de mercancías pero que bien puede aplicarse a otros procesos. Los ciudadanos no consumen, trabajan o hacen trámites en cuatro ruedas. Ni siquiera los automovilistas: deben estacionar su vehículo en alguna parte y finalizar su viaje a pie. Las veredas y las calles peatonalizadas son el principal vaso comunicante, sobre todo en el Microcentro, el escenario de protestas por excelencia.
De otra forma, ¿cómo se accede a las oficinas de las principales casas matrices de los bancos y a las oficinas públicas y privadas? ¿Cómo se ingresa a la Casa Rosada y a los ministerios? ¿Por dónde se entra a los comercios que alimentan y sostienen esta estructura, léase cafés, kioscos, restaurantes y locales de comida para llevar? ¿Y a los hoteles y viviendas?
De ponerse en práctica la pretensión de Bullrich, quienes quieran llegar a oficinas y comercios van a terminar haciendo lo que para los manifestantes está prohibido y que además pone en riesgo la vida: caminar por la calzada. Y como no se trata de un mero transeúnte, un caso aislado, sino de buena parte de las personas que van todos los días al centro, habrá una multitud caminando por la calle, y conductores de autos y colectivos, motociclistas y ciclistas teniendo que detener su marcha.
Por otro lado, el ancho de dos veredas es menor que el de una calle –en el Microcentro suelen ser de dos metros de ancho cada una–, por lo que correr a los manifestantes a la acera implicaría extender la protesta por más cuadras. Una marcha fina y alargada. La marcha del trencito.
Llevo al absurdo estas situaciones sólo para mostrar cómo la reivindicación del derecho a la circulación vehicular por parte de la clase dominante –avalada por las capas medias– deriva en una propuesta que agrava la situación que se pretende eliminar.
El corrimiento a la vereda de todo lo que “moleste”, “perturbe el orden” o “esté de sobra” habla de lo poco que le interesa a la clase política el espacio urbano más democrático. Hay críticas a la “invasión” de las aceras por parte de los manteros, pero cuando son los autos, los árboles caídos o los manifestantes desplazados los que las ocupan, su defensa se hace a un lado. Más que el dónde, es el qué o el quiénes lo que marca la diferencia. No es una cuestión de circulación, es una cuestión de clase.
KN/DTC
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