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Análisis

Es la política, estúpido

Javier Milei, en su despacho, el día de su asunción presidencial.

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El gobierno de Javier Milei entendió que gobierna en hiperminoría recién a 46 días de haber asumido. Luis Caputo anunció este viernes a las 8 de la noche, de un 26 de enero, como para que nadie se entere, que retira todo el paquete fiscal de la famosa ley Bases, bautizada por el periodismo como ley ómnibus, que ahora con suerte vendría a ser ley combi o ley van.

En el proyecto quedará todavía una cantidad de medidas impopulares que no están para nada listas para ser aprobadas, mal que le pese al ministro de Economía. Entre ellas, las facultades delegadas en nueve materias: económica, financiera, fiscal, de seguridad, tarifaria, energética, administrativa, previsional y de salud.

En torno de esos superpoderes y de otras propuestas como las privatizaciones de las empresas del Estado, pedir permiso para reuniones de más de 30 personas en la calle y una insidiosa reforma de los organismos de cultura, entre otras, girará la nueva/vieja discusión en la sesión de la Cámara de Diputados, que ahora habrá que ver si se realiza la semana que viene o cuándo.

La conferencia de prensa del ministro de Economía es la admisión de dos carencias: la capacidad de negociar y la humildad. En los últimos días, sus declaraciones en Twitter, con amenazas a los gobernadores con “recortes inmediatos” si no se aprobaba la ley ómnibus, no hicieron más que hundir las pocas chances que tenía ese proyecto de ley, que ya era un Frankenstein, de obtener la media sanción en Diputados. A esos posteos se les sumaron las declaraciones en privado que el jueves le atribuyó el diario Clarín al presidente Milei, “los voy a dejar sin un peso”, y las públicas que se conocieron este viernes de la entrevista que le dio el martes a CNN: “No estoy dispuesto a negociar nada”.

Ahora deberán empezar casi de cero una discusión parlamentaria que a esta altura del partido ya debería estar saldada, y con la incógnita de cómo se llegará a cumplir la obsesión del déficit cero.

La oposición dialoguista —que está llena de políticos profesionales, como Miguel Pichetto— venía insistentemente reclamando quicio y diálogo, y sólo encontró aprietes y amenazas de parte del Presidente y su ministro de Economía, a quienes a partir de ahora, pese a la bravuconería, no les quedará otra que negociar y ceder. ¿No era acaso esa la manera de encarar una gestión sin partido político, sin gobernadores, sin intendentes y con tan sólo el 15% diputados y el 10% de los senadores?

La Argentina sufre una muy crítica situación social, un desorden macroeconómico y un duro peso de la deuda. No tiene margen para un gobierno sin visión; débil y, a la vez, petulante.

Milei jugó a todo o nada y se quedó con nada. Puso toda la carne al asador pero no consiguió el carbón. Desperdició sus mejores días, que son los primeros de cada gestión nueva, esa luna de miel que en las democracias de hoy en verdad vienen siendo cada vez más cortas.

The economy, stupid, fue la frase estrella de Bill Clinton en su campaña contra George Bush, a quien se le atribuye la derrota por haberle otorgado en su gobierno un excesivo protagonismo a la política exterior en perjuicio de la política económica. En la Argentina de hoy esto parece ser exactamente al revés: es la economía el centro de la atención y los esfuerzos del poder, que desatiende (y no entiende) la vía para sanearla. Es la política. Si no, no hay gobierno.

JJD

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