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Opinión

Posnormalidad, gestión de la precariedad y paciencia para escucharnos

¿Cuál será la ciencia de nuestro momento apocalíptico?

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Todo sale mal. Cada decisión que se toma es la equivocada. Y la decisión contraria también lo es. Nunca vamos a ponernos de acuerdo. No queremos enterarnos de nada hoy. Así es el Covid. Claro que hubo tiempos peores. Pensemos en la situación de una persona nacida en Europa Central a principios del siglo XX: en 40 años de vida vio guerras, crisis, revoluciones, contrarrevoluciones, genocidios. Y una pandemia. Y si tenía algún interés por las ciencias, vio también disolverse cada certeza de lo que hasta ese momento consideraba la realidad.

Ese ciudadano existió. Fue Werner Heisenberg, el científico que formuló el principio de incertidumbre con el que cerró el primer capítulo de la física moderna. Y su historia, así como la de Schrödinger, Bohr, Einstein y otros participantes del célebre V Congreso Solvay de 1927 en Bruselas, forman el relato central de Un verdor terrible, el libro de Benjamin Labatut (Anagrama, 2021). 

Cuando dejamos de entender al mundo

En 1900 Max Planck dedujo que el calor, en lugar de irradiar ondas continuas, emitía corpúsculos. Casi descuidadamente, los llamó quanta. Cinco años después Einstein demostró que la luz se comportaba simultáneamente como partícula (corpúsculo) y como onda (incorpórea). Un discípulo suyo, Louis De Broglie, extendió esa cualidad a todos los átomos: todo es onda y partícula al mismo tiempo. Pero quedaba por establecer cómo se comportaba esa onda. Heisenberg lo hizo a través de matrices; Schrödinger, a través de la función de onda, un principio más sencillo e intuitivo (aunque misterioso), que fue preferido por la comunidad científica. Resentido, Heisenberg buscó explicar el extraño comportamiento de esas partículas y concluyó que las magnitudes de un electrón (ubicación y velocidad, por ejemplo), están conjugadas (van de a pares) y nunca podremos medirlas precisa y simultáneamente: medir una implica ignorar a la otra, la medición modifica su realidad. Apadrinado por Bohr, presentó su principio de incertidumbre en Bruselas. Fue para denostar a Heisenberg, que Einstein y Schrödinger donaron sendos hits a la cultura popular: el Dios que no juega a los dados y el gato vivo y muerto en la caja. Aquí termina el relato de Labatut, quien no duda en declarar ganador a Heisenberg. 

La historia de la Física siguió su curso: los intentos de Schrödinger por definir qué es la vida; las equívocas actitudes de Einstein y Heisenberg ante el uso de armas atómicas por Estados Unidos y el III Reich, respectivamente; los inviernos y primaveras del interés científico por los átomos. La “cuántica”, y en particular el “principio de incertidumbre”, fueron adoptados por la new age y cierta vulgata posmoderna para darle un barniz científico a su negación de “la realidad”. Poco pareció importarles que, por ejemplo, el entrelazamiento y la decoherencia vinculen a esa física microscópica con los muy reales cuerpos macroscópicos. La deconstrucción también tiene sus dogmas.

Labatut no es posmoderno ni new age, sino más bien un romántico posible en el siglo XXI, con algo de Sebald y algo de Bolaño. Pero también ama la irrealidad. Con una prosa magnífica, un googleo esmerado y parches de imaginación gótica se inventó unos científicos tortuosos que llegan a sus descubrimientos por medio de tormentos y alucinaciones terroríficas, metonimias humanas del momento apocalíptico que les tocó vivir. Para concluir que el mundo es literatura: “La física ya no debía preocuparse de la realidad sino de lo que podemos decir de la realidad”. 

Ahora bien, ¿cuál será la ciencia de nuestro momento apocalíptico? ¿Y cuál el nuevo estatuto de la realidad entre genes editados e Inteligencia Artificial?

Ahora bien, ¿cuál será la ciencia de nuestro momento apocalíptico? ¿Y cuál el nuevo estatuto de la realidad entre genes editados e Inteligencia Artificial?

Ciencia en la era posnormal

Silvio Funtowicz estudió Ciencias Exactas en la Universidad de Buenos Aires con Gregorio Klimovsky. En 1981 emigró a Gran Bretaña. Allí conoció a Jerome Ravetz, discípulo de Lakatos y exiliado del macartismo, con quien soldó una productiva sociedad intelectual. Contemporáneos de los desastres de Chernobyl, Exxon Valdez y Bhopal, Ravetz y Funtowicz se preguntaron por una ciencia para esta época de riesgos escalables provocados por la tecnología, situaciones ingobernables para la autoridad científica.

Ordenaron a las prácticas científicas sobre dos criterios: manejo de la incertidumbre (sobre datos duros) y decision stakes, lo que está en juego (sobre valores culturales). En las ciencias puras y aplicadas la incertidumbre se maneja en la situación controlada del laboratorio y la revisión por pares. Lo que pasa fuera, es problema del gobierno, la empresa o quien sea. Ni Einstein ni Heisenberg fabricaron una bomba. Poco en juego. En la práctica profesional la cosa cambia: para un médico o un ingeniero la situación escapa del laboratorio, hace falta método y cierta muñeca personal. Y hay muchos intereses en juego: clientes, comunidades, regulaciones. Un nivel más alto implica gestionar energía nuclear, pandemias o crisis ambientales: allí la incertidumbre se transforma en lisa y llana ignorancia y lo que está en juego es inconmensurable. Los datos se vuelven blandos y los valores duros. No hay normalidad: es una ciencia de la posnormalidad. “No tenemos forma de conocer la realidad, ni la verdad, ni las decisiones científicas a tomar - dice hoy Funtowicz, cuarentenado en Milán - sino que debemos decidir junto a los gobiernos cuál es el propósito y para qué lo hacemos”.

Funtowicz llevó su experiencia argentina de precariedad e incertidumbre a la discusión científica de la Universidad de Leeds. Las crisis climáticas, energéticas y sanitarias serán crecientes, las ciencias y los expertos no podrán solos con ellas. “Deben desarrollarse nuevos métodos para hacer que nuestra ignorancia sea usable”. Hay que abrir el juego: extender la revisión por pares a la comunidad, elaborar planes de contingencia flexibles e ir tanteando.

Ahora bien, ¿esa comunidad de pares extendida no es un riesgo en esta época de tribalización de la opinión? Pasaron muchas cosas desde que Ravetz y Funtowicz escribieron, y hoy la posnormalidad convive con la posverdad. ¿No es la ciencia posnormal otra capitulación a la irrealidad posmoderna? Los autores se ocuparon del tema en un paper exquisito titulado The good, the true and the post-modern, de 1992.

Siguiendo al entonces de moda Jean Baudrillard, Ravetz y Funtowicz se preguntan por el efecto de la hiperrealidad en la ciencia: los modelos y proyecciones hechos por computadoras. Elaborados con datos de calidad dudosa (a veces, meras corazonadas de expertos), los modelos se arrogan la autoridad técnica de la informática para reemplazar al experimento científico allí donde no es posible replicarlo: riesgos ambientales y sanitarios, fenómenos globales y “teorías del caos” tan caras a economistas y divulgadores. 

Gráficos y modelos en la pantalla que se toman por “realidad”: colegios sin contagios, minería sin riesgos, inmunidad de rebaño, cuarentenas sin fin. La sociedad gestionada como videojuego, un riesgo existencial. “Es difícil imaginar cómo una nueva generación que se ha visto inmersa en la hiperrealidad podrá aún ser capaz de manejar el nivel de destreza que se requiere para operar esta subestructura tecnológica especial”. 

¿Por qué insistimos en vivir dentro de simulacros? Para huir de nuestra contradicción principal: queremos vivir mejor y tenemos los medios técnicos para hacerlo pero desconocemos el impacto material de esos medios.

¿Por qué insistimos en vivir dentro de simulacros? Para huir de nuestra contradicción principal: queremos vivir mejor y tenemos los medios técnicos para hacerlo pero desconocemos el impacto material de esos medios. Pero eso no se resuelve con modelos virtuales, ni fake news, ni verdades de tribu, sino con una ciencia posnormal de la contingencia y el riesgo compartido. La realidad es extraña y terrible pero está ahí.

Ya pasó casi un siglo del V Congreso Solvay. Desde entonces la realidad existió y dejó de existir tantas veces como quisimos o pudimos: guerras y filosofías, hambrunas y alucinógenos, virus y videojuegos. Al final de la pandemia seguiremos en esta posnormalidad que Funtowicz diagnosticó hace 30 años: realidades naturales y artificiales que irrumpen en nuestras vidas, trayendo incertidumbre sobre lo que son y lo que podemos hacer con ellas. Todo saldrá mal. Cualquier decisión que se tome será equivocada. Podemos encerrarnos en la normalidad virtual que queramos o podemos salir a afrontar la posnormalidad con realismo político de verdad: gestión de la precariedad y paciencia para escucharnos.

AG

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