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Opinión

Recuperemos los derechos humanos: son de todos

Alfonsín y las Madres de Plaza de Mayo

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“No nos van a venir a decir a nosotros qué hacer con los derechos humanos”, declaró el jefe de Gabinete Cafiero a propósito de las privaciones de libertad y otras violaciones de derechos humanos ocurridas en Formosa. “Somos los hijos de las Madres y de las Abuelas”, agregó parafraseando a Néstor Kirchner. El secretario Pietragalla Corti, por su parte, minimizó los hechos y negó la existencia de violaciones de derechos humanos. Dos concejalas opositoras merecieron detenciones por denunciarlas. En ese negacionismo se cifra una de las derrotas más grandes de la democracia argentina: la transformación de la agenda de derechos humanos en una identidad partidista. No es sólo una pérdida para quienes no pertenecen al partido de gobierno, es una pérdida para las y los habitantes de este país.

La evidencia de violaciones de derechos humanos contra formoseñas y formoseños, con detenciones nocturnas en comunidades originarias, allanamientos, confinamientos por tiempo indefinido en centros carentes de higiene y privacidad, la separación de bebés y niños de sus madres son lo suficientemente graves para despertar repudio y denuncia desde la esfera pública. Una denuncia, en primer lugar, del movimiento de derechos humanos, que también atraviese los antagonismos políticos en los que se posicionan los partidos, los referentes de la academia, la ciencia, el periodismo y la cultura. Lo más grave de muchas de estas violaciones es que no son nuevas: ocurrían antes de la pandemia, en los lugares más vulnerables y alejados de la capital provincial. Pero también ocurrían en la capital: persecuciones a periodistas terminaron en denuncias ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Una violación de derechos humanos debería despertar un circuito institucional (especialmente, judicial), político (de consensos partidarios) y cultural (de representación simbólica del repudio) que haga real el “nunca más” que nuestro país legitimó como modo de vida común. Sin embargo, ya desde el fundacional discurso de Kirchner en la ESMA en 2004 la reivindicación de los derechos humanos se volvió un instrumento de una construcción de identidad partidaria. En ese discurso, el entonces presidente pide disculpas por el silencio del Estado ante los deberes de memoria, verdad y justicia, haciendo caso omiso de la CONADEP, del Nunca Más, del juicio a las juntas militares y los que le siguieron, cuyas condenas y procesos fueron bloqueados por los indultos de Menem.

El dispositivo de señalamiento y repudio a la violación de derechos humanos funciona distinto si se trata de una gestión opositora. La mera sospecha o posibilidad de violación de derechos humanos ocurrida bajo el mandato de un dirigente de la oposición -o de un presidente no peronista- despierta una reacción mucho más rápida y clara, a veces, incluso, apresurada. Y no está mal que así sea. Al contrario, conlleva una mayor vigilancia y prevención. Es bueno saber que estos reflejos existen. El problema de la doble vara no es que sea muy exigente hacia un sector, es que se aplica a una minoría de distritos y a mandatos presidenciales que ocurren con menos frecuencia. El resultado es la desprotección de los derechos humanos en la mayor parte de los distritos y de los mandatos presidenciales, que coinciden con los del actual oficialismo nacional. No es un problema de ecuanimidad, es un problema de protección de los derechos.

La cuarentena no disparó solamente un incremento de violaciones de derechos humanos en Formosa. La violencia institucional en la aplicación del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) con el apoyo del código penal (según declaraciones textuales del Presidente de la Nación) terminó en al menos 23 muertes a manos de policías, entre ellos, la de Magalí Morales en una comisaría puntana, y sin incluir la muerte aún no esclarecida de Facundo Astudillo Castro. La ministra Sabina Frederic y el secretario Horacio Pietragalla Corti eludieron rendir cuentas ante la exigencia de los diputados opositores de las comisiones de Seguridad y de Derechos Humanos cuando se presentaron ante su plenario en agosto pasado.

La construcción de una identidad política en las que unos son “hijos de las madres y de las abuelas” y otros son “basura, la dictadura” destruye un sentido de comunidad que dan los derechos humanos. Si al menos esta división correspondiera a méritos y deméritos efectivos de un lado y de otro para que el sayo les quepa, quizá sería más difícil de discutir. Pero la ventaja que tenemos es que, con honestidad intelectual, podemos rápidamente desarmar este uso armamentista de los derechos humanos, y recordar que la “aniquilación de la subversión”, el apoyo a la autoamnistía militar, la falta de apoyo a la CONADEP, los indultos y casos graves de violencia institucional, inclusive desapariciones, fueron señales emitidas del mismo lado que hoy se reivindica como propietario. ¿Será posible que el movimiento de derechos humanos recupere la memoria y sea igualmente crítico de cualquier gestión? No parece en el corto plazo. Pero si comenzamos un diálogo abierto, en el que se puedan reconocer las debilidades y los méritos de las distintas identidades políticas, y nos dejamos atravesar igualmente por los valores de los derechos humanos, quizá recuperemos una casa común para cada habitante de este país.

HCH

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