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Opinión

Si no se te ocurrió ni una idea acá

Tamara Tenenbaum Ensayo general rojo

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Hay cosas sobre las que escribir es una trampa. Hace un par de semanas puse en esta misma columna que me parecía muy difícil escribir sobre música, y hoy quiero escribir sobre una canción, pero definitivamente no quiero explicarla, ni convertirla en un debate entre liberación y dependencia, ni reducirla a las conversaciones que produjo, mal de esta época si los hay. Y así y todo hay que intentarlo, porque no se puede dejar de escribir sobre “Basta de Berlín”, el nuevo sencillo de Lucas Martí: yo no puedo, porque es una canción espectacular, pero sobre todo porque es una canción escrita para mí y para mis amigos. Es una trampa, una trampa en la que hay que dejarse caer.    

Como me señaló, de hecho, un amigo, “Basta de Berlín” dialoga con un viejo tema de la banda chilena Los prisioneros, “Por qué no se van, que es tan corta y clara que puedo ponerla entera:

Si sueñas con Nueva York y con Europa,

Te quejas de nuestra gente y de su ropa,

Vives amando el cine arte del Normandie

Si eres artista y los indios no te entienden,

Si tu vanguardia aquí no se vende,

Si quieres ser occidental de segunda mano

¿Por qué no te vas?

¿Por qué no se van, no se van del país?

 

Si viajas todos los años a Italia

Si la cultura es tan rica en Alemania

¿Por qué el próximo año no te quedas allá?

Si aquí no tienen los medios que reclamas

Si aquí tu genio y talento no da fama

Si tu apellido no es González ni Tapia

¿Por qué no te vas?

¿Por qué no se van, no se van del país?

La canción de Los prisioneros es muy distinta de la de Lucas Martí. Musicalmente es redonda y contundente y su tono, aunque irónico, está mucho más apoyado en la bronca: “Por qué no se van” es, si cabe la frase, un clarísimo pop de protesta. Pero por supuesto sí comparte con “Basta de Berlín” un tema, y un destinatario: no ya “los empresarios”, no ya la clásica “clase tilinga”. Los dos primeros versos de “Basta de Berlín” (Si no se te ocurrió ni una idea acá / No ocurrirá en Berlín) nos ubican firmemente en un segmento específico, que es la clase creativa: un grupo que se autopercibe, en general, a la izquierda de esos magnates que dicen que en la Argentina no se puede hacer nada, a la izquierda de quienes hablan de los “países serios”, a la izquierda de quienes organizan complejos esquemas para no pagar impuestos en un país ni en otro; un grupo que se cree muy lejos de todo eso y que, sin embargo, se encuentra soñando con la beca en Europa, estudiando sobre crypto y stablecoins a ver si esos 1.500 dólares de la nota, la obrita o el estipendio pueden llegar enteros y verdes a su bolsillo sin pisar suelo argentino y sintiendo, sí, sin confesarlo, que el secreto del fracaso está en el subdesarrollo, que en Europa todos seríamos Goethe, Flaubert o Harold Pinter. Hay una forma amable y lógica de saltear la tensión en la vida cotidiana: una hace lo que puede y lo que quiere, las decisiones vitales y privadas no son necesariamente declaraciones de principios. Es sano, está bien. No es que la contradicción, por otra parte, sea tan clara: es ingenuo pensar que se trata de un debate entre vender la patria y hacer patria, como si lo que hacemos quienes —pudiendo, por diversos privilegios simbólicos y económicos, irnos a vivir a otro país— elegimos vivir en Argentina fuera “hacer patria”, como si quedarse en un lugar que por razones azarosas a vos justo te está tratando bien te convirtiera en un héroe nacional. Pero evidentemente hay un nudo que insiste y persiste, porque si no, no existirían estas canciones. 

Lo que hace Lucas Martí —la diferencia entre un artista y un tuitero— es ponerse a jugar con esas ideas en lugar de organizarlas en un a favor / en contra. No se trata de alcanzar una conclusión sino de otra cosa, y en parte se me ocurre que es por eso que la canción tiene una estructura tan especial, que yo reconstruiría como A / B / A / C / D / A / C, o más en detalle: estribillo / algo que parece una estrofa repetida unas cuantas veces / Transición instrumental con cita al himno nacional / una especie de puente cantado por Manuela Mantero / Estribillo roto / C Transición instrumental con guiño reggaetonero y cita final al himno de nuevo, esta vez sin letra. La ira que se leía en el tema de Los prisioneros aquí aparece solamente en el título, que es hermoso y categórico: la canción, en cambio, es puro amor e ironía abierta, de esa que no se entiende para qué lado va. Martí habla de nuestras ganas, de ese hambre de vértigo y producción que en el primer mundo se extraña (“acá la gente si no tiene financiamiento ni se junta a ensayar”, me contaba una actriz instalada en Europa) y también de nuestra insignificancia, de ese “nadie sabe dónde estamos”, abrazado con todo el cuerpo a un Obelisco de cartón. La ironía también es musical: en la tradición de The Smiths pero también del indie nacional de los 90s para acá, una letra intensa e intensamente política se mezcla con melodías y arreglos inocentes solo en apariencia. Los guiños al himno son varios, musicales y verbales: mis favoritos son los dos menos obvios, el de la coda final, todo desarmado en un arreglo de cuerdas, y el momento en que se canta “tengo ilusión de morir amando donde estoy”, que al menos yo leí como una versión posmoderna y enamorada del “o juremos con gloria morir”.

Podría pasarme diez páginas analizando cada verso, cada cuadro del video. También podríamos dedicarnos un buen rato a hablar de cómo se ubica esta canción en la carrera de Lucas Martí; a mí me interesa sobre todo cómo lo ubica como un compositor que de alguna manera se las arregla siempre para estar a la vez en su propio baile y conectadísimo con una época. Ya con “Memoria de un beso”, su canción de la cuarentena anterior, me había hecho pensar en eso: en una canción que él podría haber compuesto en cualquier momento pero que a la vez parecía irrevocablemente actual, una canción que le pertenecía tanto a él como al presente, y en este tema lo volví a pensar. Sobre todo, lo recordé en ese final instrumental hermoso y poético, donde mete como por error un compás de reggaeton para que vayas a chequear el celular a ver qué pasó, para hacer una pregunta aguda sobre el presente e interrogar al “ser nacional” no solo desde el mundo desarrollado sino también desde el nuevo mainstream latino, que definitivamente nos interroga como argentinos que siempre, por h o por b, la terminan mirando de afuera. Si siempre fuimos, como bien dijeron los prisioneros, “occidentales de segunda mano”, ahora la sensación es que somos también “caribeños de segunda mano”. Pero en fin, de todas las cosas que podría seguir diciendo sobre esta canción, creo que quiero quedarme con el que hoy es mi par de versos favorito: No entendés que somos la performance / En esta Argentina gris. Por cómo están puestos esos versos en una primera lectura podría parecer sencillamente una arenga: quedate, somos el acto central de este país, la banda que cierra el escenario principal. Y sin embargo, ya la elección de la palabra “performance” denota una capa más de desconfianza: ¿nos quedamos y qué? ¿Eso nos hace la Argentina verdadera, a los habitantes de la comuna 15? ¿No será que en el fondo es todo una perfo y da igual donde una esté, si total, como dice Mariana Enríquez, “el dinero es un país”? No sé. Yo por lo pronto, Lucas Martí, también me siento abrazada al Obelisco: cinco personas distintas me mandaron tu tema cuando salió porque pensaron que me representaba a mí y a mi forma de princesa judía porteña de amar a la Argentina, a nuestra pertenencia neurótica al gran pueblo argentino.  

TT

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