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COLUMNA NÓMADE

Six Feet Under

Six Feet Under

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Un hombre está sentado en la vereda de un edificio famoso de New York, tiene bajo el brazo un disco y también tiene un libro, una lapicera y un revolver. Va a usar las cuatro cosas. Ahora, muchos años después de ese suceso, Los Beatles que quedan cruzando la calle, Paul McCartney y Ringo Starr, van a tomar las nuevas tecnologías digitales para utilizar un viejo demo donde John Lennon cantaba y tocaba al piano una maqueta de una canción. Y van a revivir también un solo de guitarra de George Harrison y todo parece un capítulo nuevo de esa serie genial que se llamó Six Feet Under.  

Una serie que parecía hablar de la muerte, de lo que sucede en el entorno de la muerte, pero que en realidad hablaba del paso del tiempo y de lo que el tiempo nos hace a nosotros y de cómo usar el tiempo para escribir historias. Hablaba de una familia de funerarios, Fisher e hijos, y de lo que era crecer con cadáveres en el sótano de tu casa. Pero también de que el humor negro, la comedia, puede ser un buen sistema para afrontar lo que más tememos en el mundo: la muerte. Tanto que  no dejamos tranquilos a los muertos y ellos siempre tienen su fiesta de retorno. 

Algunas noches no podía dormir porque pensaba en la muerte, en que eso era inevitable y que no había vuelta que darle. La idea de mi finitud me enloquecía de terror. Estaba en la primaria, dormía en el mismo cuarto que mi hermano Juan: yo en la cama marinera de arriba. Lo que se estaba fortaleciendo era mi Yo y él era el que no aceptaba la impermanencia. Para paliar ese horror, bajaba a la cama de mi hermano -que estaba leyendo historietas- y me acostaba a leerlas a su lado. Así me dormía. Las historietas me sacaban de mí.  

Hay algo en las narraciones, en la historias, que llegan no al Yo sino al Sí Mismo. ¿Qué es el Sí Mismo? Algo que sabe en uno sin que uno sepa que sabe. Lo podés reconocer cuando abandonás la idea de que tenés un talento que te pertenece o dejás de lado las fábulas de que sos el elegido y podés reconocer “siento que Eso piensa en mi”.   

El tiempo tiene la desgracia de tener que hacerse ver. No puede ser invisible: pone canas en las cabezas, arrugas en la frente, alguna dentadura postiza en un vaso. Como la mayoría de los influencers, no soporta el anonimato. Nosotros somos seres que podemos temporalizar. Es decir, a muchos nos gustaría permanecer en el tiempo como los objetos, imperturbables sin saber que existimos, pero el tiempo pasa a través de nosotros y nos despierta: te queda un verano, te queda una eternidad, en realidad no sabés cuánto te queda. Como máquinas de carne y hueso con conciencia, estamos abiertos al mundo y - a diferencia de los animales- tenemos que crear cultura para poder existir. 

Soy un ser que sabe que va a morir, un ser finito. Entre el mundo y yo se abre un juego, una distancia y en esa distancia está mi libertad: libertad para hacer miles de cosas o ninguna, para tomar decisiones o luchar para conseguir determinadas cosas

Y la cultura -la creativa, las instituciones, las formas de comportarse en la mesa, el lugar donde elegimos cagar y tapar la mierda- es la manera en que los humanos encontramos la posibilidad de olvidarnos del ser y de la muerte. Las instituciones nos dan cierta idea de confortabilidad, pero lo que de verdad hacen es convertirnos en objetos, nos reifican y hacen que nosotros reifiquemos a los demás: entonces las personas ya no son para nosotros seres abiertos y libres que pueden llevarnos a lugares peligrosos y potentes sino objetos que utilizamos para tratar de sacarle una tajada al mundo: es pura utilidad.  

Creamos un mundo que no podemos habitar, estamos cosificados por la pura necesidad y la obligación de no aburrirnos nunca. Porque si nos aburrimos, en esa afección tan común que a veces nos toma de sorpresa, entra el tiempo gateando. Y con el tiempo, cuando de verdad llegamos al centro de nuestro ser -no al centro de lo que debemos ser o lo que quieran que seamos o nos conviene ser- lo que encontramos es la pura nada. Antes de nuestra llegada a la tierra la nada no existía. La nada es la huella en la arena de nuestra presencia en la tierra.  

Valor frente  a la nada es lo mismo que tener valor frente a la angustia para poder mirar a nuestra existencia de frente. Soy un ser que sabe que va a morir, un ser finito. Entre el mundo y yo se abre un juego, una distancia y en esa distancia está mi libertad: libertad para hacer miles de cosas o ninguna, para tomar decisiones o luchar para conseguir determinadas cosas. Esa libertad siempre está precedida de la angustia, la reina sin sombra de todas las afecciones. Ese juego que hay entre yo y el mundo permite la contingencia de que me pueda pasar cualquier cosa y que nadie –de manera transcendente- me esté cuidando. Me cuidan, a su manera, mis seres queridos, y las personas anónimas que ponen su vida en estado de servicio para los demás. Una forma clave de combatir la angustia es estar en estado de servicio por los demás. Los gitanos lo decían de esta manera: el Diablo nos quiere con los pies fríos.  

Recuerdo un amigo al que se le había muerto la madre muy joven. Él estaba llorando en el velatorio, se preguntaba una y mil veces “¿Por qué a mi?” Y todos los que se le acercaban lo consolaban hasta que llegó un tío y le preguntó: “¿Y por qué no?” A mi amigo este tío le pareció cruel. Pero con el paso del tiempo se dio cuenta de que en realidad este tío le había explicado el amor fati: el amor por tu destino, aceptar tu herida. 

FC

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