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El talentoso Mr Jeff Russo

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Se trata, apenas, de deslizamientos. La culpabilidad como etapa superior de la inocencia, habría dicho Lenin. Y los culpables que jamás sentirán culpa. Y los inocentes que se sienten culpables. Y cómo los pequeños delitos, los cotidianos, los que nunca se perciben como tales, se transforman poco a poco en otra cosa. Esa es la materia de la literatura de Patricia Highsmith. The Talented Mr Ripley, escrita por ella en 1955, es la primera de las cinco novelas en las que aparece el personaje del título, el verdadero comienzo de la carrera del libertino. Un talentoso Mr Ripley con el que el cine ha sido pródigo.

René Clément adaptó este libro inaugural junto con Paul Gegauff para su film Plein Soleil, de 1960, protagonizado por Alain Delon.

Matt Damon encarnó a Tom Ripley en una película que conserva el título de la obra de Highsmith y que fue dirigida en 1999 por Anthony Minghela. Y en su tercera encarnación, como miniserie de ocho capítulos recién estrenada por Netflix, la historia del joven Tom tiene en Andrew Scott –el Moriarty del Sherlock de la BBC, con Benedict Cumberbatch– un intérprete extraordinario.

Las otras novelas de la saga que llegaron al cine fueron la segunda, Ripley Under Ground, publicada en 1970, con una poco recordada versión de 2005, dirigida por Roger Spottiswoode y protagonizada por Barry Pepper, y la tercera, Ripley’s Game, de 1974. Liliana Cavani, en 2002, conservó el título original y su Ripley fue John Malkovich –que también hace un pequeño papel en la serie de Netflix–. Antes, en 1977, Win Wenders había titulado su versión como El amigo americano y su estrella fue Dennis Hooper, oscuro y genial.

La nueva Ripley, creada, escrita y dirigida por Steve Zaillian –que fue guionista de La lista de Schindler y de Pandillas de Nueva York, entre otros films– y dirigió En busca de Bobby Fischer y Todos los hombres del rey,  sigue escrupulosamente el texto, con una estética de cómic –o de la manera en que el cómic imitó y exageró los planos picado, contrapicado y cenital del cine–, cuadro por cuadro y cada uno de ellos pensado desde un punto de vista plástico, un concepto que el luminoso blanco y negro subraya. Las escaleras y los ascensores, en el interior, y los intrincados pasajes de Nápoles y Roma, tomados como formas geométricas abstractas, son, en todo caso, tan protagonistas como los mismos personajes –al fin y al cabo un Picasso ocupa un lugar de importancia en la escena–. Pero hay otro protagonista, casi silencioso: la música.

El trabajo de Jeff Russo –ganador de un Emmy por la música para la serie Fargo– es excepcional. En parte descansa en una selección de canciones, recurrentes, que o son escuchadas por los participantes de la historia o podrían serlo, entre las que se destacan “Il cielo in una stanza”, por Mina, “Datemi un martello”, por Rita Pavone y “Quando, Quando, Quando” por Tony Renis, que funciona como una suerte de leit-motiv. También suenan, casi siempre a lo lejos, insinuadas, al borde del silencio, escenas de óperas de Verdi, un cuarteto de Mozart e incluso la música de Nino Rota para La dolce vita de Federico Fellini –incidentalmente, Rota había sido el compositor de la música de Plein soleil, la primera encarnación fílmica de Ripley–.  

Pero lo realmente interesante es lo que Russo hace, y lo que elige no hacer, con la música incidental. Por una parte, la manera en que integra la propia sonorización del film –el ruido de un motor, un latido, las ruedas de un tren contra las vías–; por otra algo que sólo puede entenderse como una fenomenal auto restricción: el primer movimiento musical pleno, por una sección de cuerdas, aparece recién en el final del tercer episodio. En rigor, esa narración cuadro a cuadro –y en este caso la palabra “cuadro” tiene también un sentido pictórico– tiene su réplica exacta en una banda sonora que cumple dos reglas exquisitas: no se nota –pero nada sería lo mismo sin ella– y no tendría sentido sin el film. Hay, por supuesto, un disco, y allí está la música incidental en sus versiones completas. Son bellas pero no dan una idea de la fragmentariedad estructural con la que aparecen en la mini serie. Lo que no se oye pero no se puede dejar de oír.

Diego Fischerman es autor del blog “El sonido de los sueños”: https://xn--sonidodesueos-skb.com/