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El sistema que gobierna la ciudad de Buenos Aires

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Empecemos por la pregunta que se hacen muchos hoy: ¿cómo seguirá el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta si definitivamente pierde los puntos de coparticipación en la Corte Suprema por el conflicto con Nación? El jefe de Gobierno porteño presentó los recortes en el gasto público a los que se vería obligado como un camino inexorable hacia un “período especial” de restricciones a la cubana (sin revolución, claro). Esto nos obliga a repasar cómo se ha gobernado la Ciudad más rica del país.

Por estas horas circuló un tuit para el consumo irónico que —en el contexto del debate por el aborto legal— aseguraba que para Larreta “la vida comienza desde el momento de la concesión”. Ingenioso y certero, sirve como disparador para pensar cómo las distintas administraciones del PRO en la Ciudad impusieron un modelo de negocios, Mauricio Macri primero y Larreta después. Y cómo fue que conquistaron una gobernabilidad granítica. Precisamente, el territorio del que nuevamente esperan que se convierta en la catapulta para reconquistar la presidencia del país.

La explicación no tiene una causa única y no alcanza con detallar el abultado volumen de su presupuesto que es el tercero del país — juega un rol, por supuesto—, pero se combinó con una política de cooptar y atacar. Golpe y negociación.

Hoy el bloque oficialista en la Legislatura está conformado por un cóctel que mezcla al Partido Socialista (“socialista asintomático”), el radicalismo, la Coalición Cívica, entre otros y llega hasta el PRO. Además, en las pasadas elecciones recibió el apoyo del defensor de las libertades para unos pocos, José Luis Espert.

Este sistema aceitado logra conseguir la aprobación de leyes no sólo con los votos propios, sino que rotativamente algunos de sus aliados —explícitos o no—, van aportando lo necesario. Es un engranaje en el que de a uno por vez se van subiendo al podio para conformar las mayorías necesarias. Alternativamente los deja oponerse los unos a los otros en un juego del “como si” fuera democrático.

Cuando esto no alcanza, se ha recurrido a los buenos servicios del peronismo porteño. Por eso para quienes conocen el paño fue inesperado, pero no extraño el misil que —en su intento de subir a Larreta al ring electoral nacional— disparó recientemente el diputado Máximo Kirchner cuando sentenció que “hay muchos que son antiperonistas con el interior del país y con los aliados, pero cuando ven a alguno del peronismo porteño, al jefe de Gobierno le brillan los ojos”. Es justo decir que los votos para las privatizaciones de tierras no siempre fueron aportados por el PJ estricto, sino por otres diputades que se pintan de progresistas y hasta incluso de verde. Este “sistema” es el que permite que el “extractivismo urbano” que se ve expuesto en Costa Salguero, por ejemplo, se haya consolidado como modelo de negocios en un territorio donde no hay minerales para saquear ni posibilidades sojeras, pero sí valiosas tierras para el megaemprendimiento inmobiliario. El sistema de votación de doble lectura y con mayorías especiales que tiene la Legislatura obliga a renovar ese pacto periódicamente.

Este acuerdismo perpetuo permitió también colonizar al Poder Judicial de la Ciudad hasta límites inauditos. Los organismos de control funcionan con un reparto de roles entre oficialismo y oposición en discusiones que no pasan de los portales locales.

Eso explica que se haya privatizado y concesionado tanto sin mayores conflictos. Incluso cuando, por ejemplo, la conducción de los poderosos sindicatos que encuadran a los trabajadores y trabajadoras de la Ciudad está en manos de la oposición peronista.

El “sistema” se completa con atacar todo lo que no se puede cooptar o adornar. Así lo ha hecho con los referentes de la educación que es un ámbito opositor con fuerte peso de la izquierda, donde vienen intentando imponer su modelo privatista de una escuela presuntamente “neutral” y “desideologizada” que no es más que un modelo de plataforma meritocrático y cerrado, donde el o la docente no puede aportar contenidos. Se expresó en la lucha que están dando para imponer la Unicaba y cerrar los institutos de formación docente. Es decir, lo que dijo la ministra Soledad Acuña sobre los “zurdos, viejos y fracasados” al frente de las aulas no fue un exabrupto y expresó sus concepciones más profundas. En ese área fue en la que más resistencia enfrentó la administración de Larreta y no logró los avances tan mentados de gestión.

El Gobierno porteño encuentra otro escollo desde hace tiempo en las luchas del sector de la salud con fuertes movimientos de autoconvocados, enfermeras, residentes y concurrentes.

Pero si algo faltaba para un modelo de Ciudad amarilla era la Policía propia: tener el monopolio de la violencia estatal rompiendo otros organismos como la Federal que controlaba el territorio. No dudaron en enfrentarse para conseguir una Policía a su imagen y semejanza. Esto incluye cámaras, reconocimiento facial, duras leyes de control social y un aceitado sistema de espionaje al que Mauricio Macri siempre fue adicto y que terminó en el escándalo de los policías porteños que conformaron la lista de “Super Mario Bros”.

Todo sazonado, como es de público conocimiento, con las finas hierbas de una fuerte protección mediática.

El “sistema” que gobierna la Ciudad es un combo que incluye un abultado presupuesto, blindaje mediático, represión y persecución, pero no podría funcionar sin sus infaltables “dadores voluntarios de gobernabilidad”. El Frente de Izquierda tiene el honor de no formar parte.

 

*Diputada por la ciudad de Buenos Aires y referente del PTS/Frente de Izquierda

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