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Opinión

¿Qué ven cuando la ven?

Imagen de la Casa Rosada posteada por el presidente Javier Milei.

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En los últimos días, con inusual coordinación, miles de usuarios de redes sociales descubrieron su pasión por la optometría. De modos a veces mecánicos y a veces creativos, miles de libertarios repiten que el problema de los críticos al gobierno es que “no la ven”. El presidente de la Nación también ha adoptado ese latiguillo y no se cansa de señalar la ceguera de sus detractores. (Ya que estamos: en Nochebuena fue más allá y a los defectos visuales de sus opositores les agregó perversiones morales: dijo que no aprobar el DNU en el Congreso era propio de sádicos o corruptos).

No está claro qué es lo que los críticos “no ven”. Ni siquiera está claro que los que sí la ven (a veces adolescentes ensimismados en la épica que les tocó en suerte, otras veces prestigiosos profesores reivindicando viejas disputas) vean lo mismo. Nada indica que detrás de esta diáfana óptica libertaria haya algo más que un mantra burlón para cohesionar a un grupo que (al menos todavía) no tiene mucho para mostrar. No será la primera religión fundada en el acceso privilegiado a la luz, ni la primera que asume que los herejes son, en realidad, ignorantes: las fuerzas del cielo contra los viejos meados.

Tampoco es casualidad que el “no la ven” haya aparecido junto con el DNU 70/2023, que deroga o modifica, a sola firma del Presidente, más de cien leyes y, así, flexibiliza el régimen laboral y de alquileres, permite la conversión de clubes de fútbol a sociedades anónimas y la importación de neumáticos usados, entre tantas otras cosas. Es un eslógan muy útil para respondernos a quienes nos hemos limitado a señalar que, según los parámetros que, desde hace años, ha establecido la Corte Suprema (con muy distintas composiciones), estas reformas no son “necesarias y urgentes”. Lo único que dijimos ver es que el DNU más voluminoso de nuestra historia va en contra de una de nuestras más canónicas doctrinas constitucionales. 

No será la primera religión fundada en el acceso privilegiado a la luz, ni la primera que asume que los herejes son, en realidad, ignorantes: las fuerzas del cielo contra los viejos meados

Pero parece que hay algo, no sabemos qué, que no vemos. ¿Es posible que estos guerreros de Twitter estén viendo algo que nosotros no? Sí. Pero, también, es posible que nosotros estemos viendo algo que ellos no. De hecho, no sólo es posible: la democracia se basa, precisamente, en la certeza de que los ciudadanos vemos cosas diferentes. Por eso, tenemos canales de deliberación para que las decisiones sean tan informadas como sea posible. Si uno ve algo que otro no, la democracia le da la posibilidad de intentar convencer a sus conciudadanos. Si no lo logra, en democracia, debe sufrir el destino de Casandra. Decepcionar a salvadores poco convincentes es el precio para evitar ineptos aspirantes a tiranos. Por eso, además de una posibilidad, el explicarle al otro qué es lo que hay que ver y no está viendo es una obligación. Esto es especialmente así cuando lo que muchos deberíamos ver no es un detalle, sino por qué deberíamos convertirnos, en palabras de Milei, en el primer país “liberal libertario del mundo”. Si van a refundar la patria, al menos, explíquennos por qué. 

Sobre esto, es interesante marcar, una vez más, que los inquisidores del “no la ven” no apuntan sólo contra los que critican el contenido del DNU, sino contra quienes se limitan a decir que el DNU no es la vía para modificar la estructura social, económica y cultural de un país. A diferencia de los encuadramientos de Twitter, el país no se divide entre el 55% y el 45%. El país se divide en múltiples identidades sociales y políticas. Dentro de los límites que encuentra la representación en una sociedad de masas, el lugar donde mejor están representadas esas identidades es en el Congreso.

El país no se divide entre el 55% y el 45% sino en múltiples identidades sociales y políticas. Dentro de los límites que encuentra la representación en una sociedad de masas, el lugar donde mejor están representadas esas identidades es en el Congreso

La representación legislativa es el mejor intento de que esas identidades puedan expresarse. En este sentido, tampoco el 55% es un ancho de espadas. Interpretar el mandato de las mayorías es un arte en sí mismo: las urnas no hablan, las que hablan son las personas. Entre los que votaron al actual gobierno, en primera o segunda vuelta, seguramente habrá muchos que no están satisfechos con la anulación del debate legislativo. Ni siquiera ellos no dejaron de ver el 19 de noviembre. Por todo esto, el llamado a que las leyes se hagan en el Congreso es, fundamentalmente, un llamado al diálogo. Es aceptar que, quizás, nosotros no veamos algo, pero pedir, también, ser escuchados. Tras la deliberación que propone el debate parlamentario, quizás concluyamos que entre dos antagonistas uno era ciego. Pero, quizás, tras debatir nos demos cuenta de que no solo hay dos bandos, sino muchos. Quizás, además, percibamos que todos tenemos cierta miopía, y que es una miopía particular: curable no con rayos láser, sino con una discusión civilizada.

MA/SG/JJD

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