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Opinión

“Yes, you are”: Nine Inch Nails y un pequeño momento para recordar

Nine Inch Nails

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A la hora de recordar recitales hay varios que se vienen a la memoria de forma casi automática: Queen en el Live Aid del 85, Deep Purple en Estocolmo del 70, la despedida a Freddie Mercury en el 92. Hendrix dándole amor y prendiendo fuego a su guitarra en Monterrey, Ozzy Osbourne mordiendo un murciélago y vacunándose contra la rabia en Iowa, las postales en modos runa de Pink Floyd en Pompeya haciendo del elitismo un activo o Britney comiéndole la boca a Madonna en los MTV Awards. En el terreno nacional, podemos mencionar el “Gracias totales” de la despedida de Soda o a Charly cantando Seminare bajo una torrencial lluvia y ni hablar del divertido momento en el que el Colorado Mustaine, mientras brindaba su show en el escenario de Obras en 1994 ,se sorprendió con el “Megadeth, Megadeth, aguante Megadeth” que cantaba la turba al corear su riff de Symphony of Destruction. El cántico, sincretismo thrashero y futbolero, se volvió popular y fue adoptado por fans de la banda en todo el mundo. Argentina for export, potencia mundial. En 1994, el año de las piernas cortadas y la muerte de Kurt Cobain, se editó una placa de una banda que en vivo produjo otro momento arriba de un escenario digno de recuperarse. Eso sí, disclaimer, se trata de un instante pequeño, minimalista, que de hecho pasó desapercibido, a diferencia de todos los que mencionamos, que ya son parte del canon de la cultura pop. Pero bueno, vayamos por partes y pongamos en contexto a nuestro rescate olvidado, a nuestro Trinche Carlovich de los recitales.

1994 fue un año especialmente activo no solo en la música; con decir que el mismo primero de enero el Ejército Zapatista de Liberación Nacional inició de forma sorpresiva una insurrección armada en México de corte anti neoliberal que asombró al mundo por su estética y por su timming (al copiar el truquito de Castro de 1959 de combinar pan dulce y garrapiñadas con revoluciones campesinas). Sin embargo, el campanazo en pos de los nadies del subcomandante Marcos y sus soldados fue un poco como un relámpago en una noche de oscuridad. En efecto, la cosa venía rumbeada para el otro lado (y las protestas antiglobalización más masivas serían especialmente crudas recién al final de la década, con la cumbre de Seattle en el 99). Así, desde al menos la caída de la URSS, los grandes relatos se desvanecían en el aire como foto de hermanos de Marty McFly y todo parecía ser capitalismo sin contrapesos. Momentum en el que Francis Fukuyama, con su ya mítico El Fin de la Historia, haría la de Nietzsche con Dios, pero con el comunismo y todos sus anexos y amenities (loco que, para lo muerto que lo veían entonces, hoy el socialismo sea un villano tan actual). Pero bueno, en definitiva, ese espíritu de estar bailando sobre la caída del Muro de Berlín sin dudas impregnó mucho del arte de ese período, menos épico y más fragmentado (tras que todo fin de siglo siempre enciende las usinas milenaristas e incalmas). La indagación en cierta reducción a la unidad (“individualismo”) se volvió muy relevante y los collages y las mezclas parecieron copar la parada. Vanguardia MTV.

En ese humus tan especial, el 8 de marzo aparecíaThe Downward Spiral del grupo Nine Inch Nails (la mejor banda de rock industrial de la historia, consumida por personas propias de un libro de Bajtín). La Espiral Descendente, tal su nombre en castellano, fue grabada en Le Pig, un estudio creado ad hoc en la casa donde Sharon Tate fue asesinada a manos del clan Manson (demolido luego de la grabación). La placa resultó fundacional en el Zeitgeist de toda aquella época de derrotas de las grandes victorias, álbum introspectivo, oscuro, pero también una apuesta a las texturas, los samplers, la mezcla, la hibridez, un paracetamol de giro lingüístico y, a la sazón, pieza fundacional del rock de los noventa. Disco conceptual que giraba en torno al eterno tropo del descenso a los infiernos del protagonista (en los hechos, el propio Trent Reznor, líder de la banda, que por entonces atravesaba sus propias tormentas personales). 

Una creación escabrosa, tenebrosa por momentos, que jugaba con la herejía, la carne, la sangre, la podredumbre, todo para recrear el fresco de una sociedad entregada como nunca antes al placer de un consumismo efímero (una potente imagen literaria que mínimo paga dividendos desde la conversión de la mujer de Lot en sal en Sodoma). En lo musical, The Downward Spiral  resultó una novedad, dado que introducía dentro de las potentes bases distorsionadas del industrial (The March of the Pigs), melodías suaves y reconfortantes (como en A warm place), construyendo un sonido muy especial, muchas veces emulado. Una obra nacida para llevar el sello de agua del Parental Advisory por lo al límite de su estética (en especial el recordado video del tema Closer, que ponía en situación imágenes oníricas y chocantes muy propias de la tradición del Gran Guiñol). Un espiral descendente en la locura de un fin de siglo que se mostraba poco amable, malestar de la cultura gore con latex negro. Y, sin embargo, el último tema, llamado Hurt, iba para arriba entre tanta espeleología del dolor. Poco, nada, imperceptible, pero para arriba. Un puntito para salvarse del descenso.

Hurt fue el tema franquicia de la banda y el que en su suavidad melódica logró traspasar las fronteras de un género freak y disonante, especialmente cuando Johnny Cash lo reversionó en el 2002 y lo domó, como buen cowboy, llevándolo desde el country al mundo. Una canción que en lo musical aportaba en su grabación original un truco muy posmo y samplero, explicado por el propio Trent Reznor, que fue grabar un segundo de un violín para meterlo en una reverberación infinita que generaba un tono fijo como de un órgano, no muy afinado pero potente. Ese sonido, puesto al principio del estribillo, generaba un clímax muy especial, como de un despertar. Abrir los ojos, sacar la cabeza del agua, tomar conciencia de sí. 

La letra de Hurt iba en la misma línea que la composición y sintetizaba la situación de desilusión y desencanto de los 90 en particular ,tanto como los grandes temas de la civilización occidental en general. “I hurt myself today/ To see if I still feel/ I focus on the pain/ The only thing that's real”, con esa potente línea comenzaba, situando el agobio entre la soledad, el aletargamiento y la crudeza del dolor como conexión con lo real (cuatro versos y ya la boca se nos llenaba de sabor a Kubrik y Burgess). “The needle tears a hole/The old familiar sting/Try to kill it all away/ But I remember everything”. Borges, teléfono. Luego, el estribillo con los temas de la soledad y el aislamiento que generan la percepción del mundo a lo largo de la vida. “What have I become? My sweetest friend/ Everyone I know/ Goes away in the end/ You could have it all/ My empire of dirt/ I will let you down/ I will make you hurt”. En un punto, lo del Imperio de la Suciedad, del Polvo, tiene un tono post apocalíptico, muy Mad Max. “I wear this crown of shit/ Upon my liar's chair/ Beneath the stains of time/ The feelings disappear/ You are someone else/ I am still right here”. La imagen de la corona de mierda en el trono de mentiras en su crudeza es hermosa porque remite a Victor Hugo y su Jorobado, o a La comedia humana de Balzac. El reino de los abandonados, el rey con la corona de heces que mira la multitud. “Full of broken thoughts/ I cannot repair/ Beneath the stains of time/ The feelings disappear”, esta es la línea más posmoderna de la canción, los pensamientos rotos, la disociación que no se puede reparar. Y en final, el remate, en un disco totalmente dark y repleto de tristeza, mostraba de todos modos una salida: “If I could start again/ A million miles away/ I would keep myself/ I would find a way”. El punto de fuga que, de hecho, generaba una canción como Hurt, metida ahí para sacar la cabeza después de tanta bajada al averno. 

Finalmente, nuestro nodo, el cenit del artículo, que habla sobre dicha canción, en vivo: Nueva York, 30 de julio del 2017, bastantes años después. Huelga decir que en entretanto en el mundo hubo varias vueltas y, especialmente Trent Reznor y NIN, habían tenido mil idas y venidas, demonios y adicciones explotadas, conjuradas, elaboradas, atravesadas, todo eso que solemos ver en esos documentales entre sensacionalistas y moralistas que se suelen hacer sobre el rock. Y entonces, en el marco del Panorama Festival, que tampoco importa mucho,  cantaron Hurt.

La performance fue conmovedora, con una intensidad menos industrial y más melódica, usando el sonido del violín encerrado en el infinito de la canción original. Y en un momento en que Trent Reznor cantaba “You are someone else, but I still right here”, en medio de un silencio respetuoso y embelesado del público, se escuchó a alguien gritarle “Yes, you are”. Ovación y un momento digno de destacarse. La idea de decirle a un artista caracterizado por dejarlo todo, el “si, vos todavía estás” era desde ya un reconocimiento a la trayectoria, a la carrera. Pero, en un nivel más íntimo, había algo en esa frase, mucho más profundo, que apelaba a lo comunitario, al abrazo de los rotos, al momento de la catarsis. Vos, el mejor de nosotros, estás acá, y cantás diciendo que nos vas a desilusionar, y nunca lo hiciste, y si lo hiciste, no importa, porque de dolor está hecha la vida, así como de agua la sandía. Identidad hecha momento, momento de terciopelo.

Mucho se ha discutido en estos años sobre el acercamiento un poco escolástico de la generación X hacia los consumos artísticos, y cómo las generaciones posteriores viven con más desenfado y menos prejuicios la experiencia cultural (recordemos la polémica por el uso del autotune, por caso). A sabiendas de que ese debate es medio bizantino (y replicado en cada intersección generacional desde mínimo el siglo XVIII) es interesante detenerse un poco para cerrar en el por qué fue tan relevante la música en los 90. 

Es famosa, ya no importa si fue del todo cierto, la imagen de la escuela que dio clases el día después de la bomba de Hiroshima. Un maestro decidió continuar más allá de la tragedia y dio su lección, mientras de fondo se veía el sol que salía a regalarle a la condición humana, plebeya y sucia, otro amanecer. Un relato de la redención, de la superación, que todos más o menos conocemos con Japón y su posguerra (aunque tanta industria y radioactividad les costaría engendrar un Godzila). Bueno, pensemos que vivir los 90, montarse sobre el fracaso de un proyecto de 70 años, casi sobre la caída de la fe de un siglo, para muchos fue como tener una bomba atómica explotando en la cabeza (luego de rebotar en el Muro de Berlín). Y así la canción, la belleza ahí, al alcance de la mano, por ejemplo con Nine Inch Nails y su Hurt, fue para muchos el equivalente a vivir aquella clase bella y redentora que daba el maestro el día después del hongo nuclear. ¿Por qué no agradecer por eso?

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