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Entrevista
Robert Griffiths, líder comunista de Gran Bretaña: “Los isleños les importan más a los argentinos que a los británicos”

Robert Griffiths, secretario general del Partido Comunista Británico

Pablo Corso

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El lunes 14 de marzo llovió sobre la tumba de Karl Marx en el cementerio londinense de Highgate. En el 139° aniversario de su muerte, un puñado de hombres y mujeres se habían reunido alrededor del gran busto de bronce para escuchar a Robert Griffiths, que lanzó una flecha desde el pasado. En línea con la visión de Lenin del imperialismo como fase superior del capitalismo, la invasión rusa sobre Ucrania estaba más cerca de los intereses oligarcas que de los del pueblo, argumentó el secretario general del Partido Comunista Británico (PCB). “Debemos rechazar su guerra y luchar por la paz”, insistió el líder, que cerró con la arenga que brilla en letras doradas sobre la piedra gris del monumento: “¡Trabajadores del mundo, únanse!”

Griffiths es un profesor universitario jubilado que vive en un complejo de viviendas adosadas en Cardiff, la capital galesa donde nació hace 70 años. Mientras imaginaba un futuro como boxeador, se lo aseguraba estudiando Economía en la universidad inglesa de Bath. A los 21 empezó a militar en el partido independentista Plaid Cymru. A los 28 fundó el Movimiento por una República Socialista Galesa, que sería investigado por una serie de atentados con bombas que lo llevaron primero a la cárcel y después a la absolución. A los 32 se unió al Partido Comunista de Gran Bretaña (PCGB), pero se desilusionó con la burocracia. Tras su disolución con la caída de la Unión Soviética, los disidentes formaron el PCB y se alzaron con una gran victoria simbólica: la exclusividad para usar la hoz y el martillo en las boletas electorales.

“En los aspectos fundamentales, la sociedad no ha cambiado tanto”, argumentó en 2010 ante una entrevistadora de la BBC que buscaba convencerlo de la intrascendencia de sus ideas. Secretario general desde 1998, tiene en claro que su partido importa menos en la contienda por los votos que en las causas sindicales y pacifistas, como un fantasma que sigue recorriendo el mundo para advertir sobre las injusticias que persisten. De esos principios está hecho su rechazo a la apropiación inglesa de las Malvinas.

¿Qué sabía de Argentina antes de la guerra?

Yo militaba en una campaña por los Derechos Humanos que habíamos impulsado muchos en la izquierda contra la represión de la Junta (sic). Se presentó una delegación al Ministerio de Relaciones Exteriores de Londres con una lista de nombres de socialistas y comunistas argentinos desaparecidos, a quienes obviamente se había torturado y asesinado. El ministro la descartó y nos dijo que era “vieja propaganda soviética”. Ellos estaban felices de vender armas y buques de guerra a la dictadura.

¿Qué pensaba sobre la guerra en 1982?

Recuerdo muy claramente haber ido a un encuentro público del PCGB contra el envío de tropas aquella primavera. La posición era muy clara: la cuestión de la soberanía no debía resolverse por la fuerza. Llamamos al comienzo de las negociaciones para alcanzar un acuerdo justo, sin la soberanía del imperialismo británico. Era una posición corajuda: el fervor nacionalista tenía eco en casi todos los medios. Además de estar acuerdo con muchas de las ideas del partido, admiré que mantuviera firmes sus principios. Eso me acercó a ellos.

¿Era una posición generalizada en la izquierda británica?

No. Buena parte del laborismo estaba a favor de la guerra. El hecho de que Argentina tuviera esa Junta de extrema derecha arrastró a muchos británicos de izquierda hacia posiciones pro-bélicas. Resultaba entendible a cierto nivel. Ya era lo suficientemente malo que el pueblo argentino estuviera gobernado por una dictadura fascista. ¿Por qué debía aceptarse que eso se extendiera a los isleños? Entre la izquierda más radical, algunos creían que las tropas debían luchar “con fundamentos socialistas”; no sé qué querían decir con eso. Había mucha confusión, sumada a que el gobierno de Thatcher era muy impopular, con sus políticas de austeridad, privatización y leyes antisindicales. La victoria en la guerra jugó un gran papel en su recuperación y en la reelección de 1983.

El mismo escenario que hubieran deseado los militares argentinos.

Al final, la derrota llevó a la caída de la Junta. Al menos salió algo bueno de la guerra. Las personas comunes de todo el mundo queremos básicamente las mismas cosas: una vida decente, justicia social, algo de prosperidad. Los trabajadores no deberían luchar entre ellos. Hay un viejo eslogan comunista que dice que el enemigo está en casa. En ese momento, el principal enemigo del pueblo argentino era la dictadura, y el de los trabajadores británicos, el gobierno de Thatcher. Deberíamos haber luchado para hacerlos caer, unos en solidaridad con otros.

Corea del Centro

Aquella utopía se vislumbra en La chica del sur (2012), el documental donde José Luis García recuerda que los comunistas británicos confirmaron su postura anti-imperialista en 1989, durante el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en Corea del Norte. Las imágenes muestran a un grupo de barbudos argentinos y a un inglés con anteojos firmando el acuerdo sobre una mesa de madera. Carlos Polimeni, que estuvo en Pionyang como periodista invitado, recuerda que intervinieron cuatro delegados entonces identificados con la izquierda: su colega Edi Zunino, el actual publicista Luis Schenone, Oscar Laborde (vicepresidente del Parlasur) y Hernán Lombardi (diputado nacional por el PRO). Hubo fotos y un aplauso cerrado: una escena solemne frente a la herida abierta. 

Pocos entonces, y pocos ahora, hablaban del elefante en la habitación.

¿Qué representaban los isleños -y qué representan hoy- para los británicos?

Nadie les dedicó un pensamiento antes de la guerra. El gobierno británico hubiera estado feliz de deshacerse de las Malvinas en otros términos, manteniendo ciertos derechos sobre los recursos minerales y petroleros. A los isleños se los consideraba un poco como una molestia. Ya habíamos restringido su derecho a vivir aquí. Y desde la guerra, no recuerdo la última vez que escuché a alguien hablar sobre ellos o sus condiciones de vida. La gente les presta algo de atención sólo cuando empiezan a batir los tambores de guerra y a flamear la [bandera británica] Union Jack. Sospecho que les importan más a los argentinos que al gobierno y a la mayoría de los británicos.

¿Cuál es la postura del PCB respecto a la situación actual en las islas?

No apoyamos el reclamo histórico de Gran Bretaña. Pero hay un gran obstáculo a superar para alcanzar un acuerdo: la población está casi ciento por ciento a favor de seguir como un territorio británico de ultramar. La única solución viable y legítima llegará tras un proceso de negociaciones. Tendría que haber algún arreglo interino. Pero el resultado, tarde o temprano, debería ser la soberanía argentina.

¿Cómo se llegaría a eso?

Sería un diplomático muy exitoso si tuviera una respuesta sencilla (risas). Deberían haber discusiones entre ambos gobiernos, con la asistencia de otros poderes y los buenos oficios de Naciones Unidas. Los isleños pueden ser persuadidos de que es posible alcanzar un futuro próspero en sociedad con los argentinos. Como alguien de Gales, soy muy consciente de las comunidades que se asentaron felizmente [en la Patagonia]. Pero dados los eventos en la guerra, va a haber que superar barreras en términos de confianza. Quizá -y esto puede sonar parcial- los primeros gestos de amistad genuina deberían llegar desde Argentina.

¿En qué clase de gestos piensa?

En primera instancia, económicos: mejorar el comercio, alentar el uso conjunto de infraestructura y servicios. Podría haber visitas mutuas, delegaciones entre las islas y el continente, tours culturales y artísticos. Argentina no debería hacerlo todo.

¿Cómo imagina el futuro de las islas?

Es necesario, tarde o temprano, un acuerdo permanente sobre su estatus y el de sus habitantes. Alcanza con mirar el mapa para darse cuenta de que los isleños comparten sus mejores intereses con los argentinos. Son dos pueblos en una posición inmejorable para ayudarse, pero no podemos forzar una relación que sólo llegará a través de medidas genuinas de reconciliación, amistad y una creciente comprensión de que el futuro debe ser compartido.

PC

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