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Análisis

Cafiero, las listas y la danza de los nominados para el cambio de gabinete

Santiago Cafiero, el candidato de los que quieren su cargo.

Diego Genoud

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“Estás en el peor lugar de todos”, dice Santiago Cafiero que le dijo Sergio Massa entre risas y en más de una oportunidad. El ahora presidente de la Cámara de Diputados asumió hace una vida con la irreverencia de sus apenas 37 años y duró nada en el cargo. Pronto se fue enfrentado con la presidenta que lo había elegido, de apuro, para reemplazar a Alberto Fernández en pleno conflicto con el campo. No solo Massa dice -o decía hasta hace poco- tener un mal recuerdo de su paso por el Ejecutivo. El gobernador de Chaco, Jorge Capitanich -que permaneció 465 días en el puesto-, le transmitió a Cafiero algo similar. Por eso, el jefe de Gabinete que eligió Fernández para administrar la Argentina ingobernable se ríe cada vez que su nombre circula en la lista de nominados. Y se viene riendo hace rato.

Ya hace un año que la pandemia, la herencia y las diferencias de criterios al interior del Frente de Todos desataron la presión de los sectores alineados con Cristina Fernández para reemplazar a Cafiero. Hubo por lo menos dos intentos fuertes de arrebatarle el despacho de Balcarce 50. Uno de ellos coincidió con aquella frase de Aníbal Fernández que las usinas cristinistas hicieron viral: que los ministros pidan la pelota y salgan a defender a Alberto. Pasado el tiempo, el nieto del ex gobernador bonaerense resistió de mil maneras. No sólo lo sostuvo el Presidente: también él se esforzó por sentarse a todas las mesas de diálogo interno del gobierno, cederle la iniciativa al ala legislativa del pancristinismo y amasar relaciones de confianza con Massa, con Máximo Kirchner y con Eduardo De Pedro.

En una muestra de autosuficiencia que le cuesta caro, el profesor de Derecho Penal decidió armar un gabinete con políticos que no habían sido probados en el fuego de las primeras líneas, propio de una Suecia sin pandemia. Sin embargo, 18 meses después y puertas adentro, el contraste es fuerte. Mientras desde afuera se lo critica por ser el Marcos Peña de Fernández y desde adentro se le exige más volumen político, Cafiero se convirtió en imprescindible para un presidente que delega en él una enorme variedad de tareas. Tanto que, dentro del gabinete, algunos ministros que tienen mayor rodaje en la política se lo reconocen. Sin embargo, a 10 días del cierre de listas, el nombre de Cafiero vuelve a sonar. Ahora se lo postula como eventual candidato en la provincia de Buenos Aires, una forma elegante de sacarlo de la cancha para pelear en el distrito clave y terminar, en cinco meses, sentado como uno más en el universo donde reina la sociedad Massa-Máximo. En un curioso viraje, los que ayer lo acusaban de ineficaz ahora lo promueven como la mejor cara para representar al gobierno. ¿Fernández prefiere un bloque albertista antes que ministros que le respondan?, la pregunta, retórica, surge desde la residencia de Olivos.

De acuerdo a las encuestas que manejan cerca del Presidente, Cafiero mide bien en provincia pero lo que mejor mide es la marca del Frente de Todos. Una esgrima del ismo de Alberto para zafar de la invitación: sobran postulantes para encabezar la boleta. “Olvidáte. Alberto no lo va a sacrificar”, dice un ministro que anticipa un mayor protagonismo de Fernández en campaña, con anuncios como el de este martes en Lomas de Zamora.

El Presidente está en otro plan. Quiere recuperar la centralidad, se dice en busca del equilibrio perdido dentro de la coalición oficialista y apuesta a definir la puja por las listas que libran en las provincias La Cámpora y los gobernadores. Con la vacunación en niveles récord, Fernández pretende pasar a otro estadio y empezar a cobrar en política las medidas que tomará el gobierno hasta que llegue a hora de ir a votar.

“Sacarlo a Santiago sería dejar a Alberto desarmado y más debilitado”, agrega un funcionario de diálogo frecuente con el cristinismo y el albertismo nonato. Al Presidente solo le traería problemas y lo obligaría a rearmar su circuito de poder, un ejercicio para el que no le sobran soldados.

Mientras la vicepresidenta se refugiaba en El Calafate y su hijo se ausentaba en el álbum de campaña conurbana que marcó el regreso de Fernández a la provincia, la versión sobre la salida de Cafiero crecía en intensidad. Así por lo menos lo sentían en el primer piso de la Casa Rosada, donde ya no se asustan de casi nada. Desde La Cámpora, no niegan ni confirman la intención de desplazar al jefe de Gabinete, algo que ya se intentó más de una vez. Tampoco Massa reconoce lo que advierten políticos experimentados que lo conocen bien: su intención de volver al Ejecutivo en un revival que le permitiría presentarse como salvador de una administración que no arranca y perfilarse con ventaja en la carrera hacia 2023; ésta vez además con el respaldo de Máximo.  

En un elenco que carece de envergadura para gobernar la emergencia -la mitad de la alianza oficialista así lo piensa-, Cafiero ocupa el sillón más codiciado. Pero su nombre es apenas un síntoma y no es el único que circula como eventual candidato, en el marco de una operación que apuntaría a cambiar el gabinete y darle mayor volumen político de cara a la nueva etapa que se abre. Néstor Kirchner lo hizo en 2005 cuando llevó como candidatos a Rafael Bielsa, Alicia Kirchner y José Pampuro. Claro, no se desprendió de su jefe de gabinete.

Entre los ministros que en el cristinismo ven desgastados figura también Daniel Arroyo, que conduce un ministerio tan estratégico como loteado entre organizaciones sociales y el camporismo. Otros mencionan a Matías Lammens, aunque no está claro qué lugar ocuparía en listas que parecen reservadas para Leandro Santoro como candidato a diputado nacional y Gisela Marziotta como primera candidata a legisladora.

Por último, algunos incluyen a Gabriel Katopodis en la lista de los eventuales candidatos en provincia. El caso del ministro de Obras Públicas parece el más lejano porque logró tender puentes que exceden a la familia de los intendentes: se lleva bien con los gobernadores, con La Cámpora, con los movimientos sociales y con los sindicatos. Por eso, entre las hipótesis en danza, se habla de Katopodis jefe de Gabinete, lo cual dejaría libre para los terceros en discordia el preciado tesoro de la obra pública.

Finalmente, está el futuro de Martin Guzmán, que después de su intento vano de echar a Federico Basualdo parece haberse acomodado en un lugar menos confrontativo y más cómodo, el de librar pocas batallas y sobrevivir en el cargo. Guzmán es el interlocutor predilecto de Kristalina Georgieva y, más allá de los esfuerzos televisivos de Martín Redrado para presentarse como alternativa, no aparece por ahora otro reemplazante. 

Fernández, según dicen en Casa Rosada, coincide en que el gobierno debe empezar una nueva etapa, aunque no está tan convencido de que ese movimiento implique resignar a parte de su tropa, mucho menos, a sus soldados más leales y confiables. Desmentidas y cruces al margen, el itinerario del Frente de Todos confirma que cada vez que cae un albertista su lugar lo ocupa un cristinista. Distinta es la suerte de Massa, que logró preservar el ministerio de Transporte para su sector tras la muerte trágica de Mario Meoni. Ahí, se supone, también pesó la palabra de Máximo. 

Después de apuntar por carta a “los funcionarios que no funcionan” y pedirle en vivo y en directo a los que tienen miedo “que se busquen otro laburo”, Cristina no logró los cambios profundos que reclamaban a su lado. Hoy parece enfocada en la campaña en la provincia de Buenos Aires junto a Axel Kicillof. Pero nadie puede creer que haya desistido de su reclamo de fondo. Faltan 10 días y solo hay una certeza: los candidatos y el gabinete que viene solo pueden salir de una nueva charla, entre Cristina y Alberto.

GD

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