Manzur, un “Menemcito” que renovó al Gobierno y apuesta a quedarse con todo

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El debut de Juan Manzur como jefe de Gabinete estuvo precedido por una discusión con la ministra de Salud, Carla Vizzotti. Fue el martes 21 de septiembre, a las 7.30 de la mañana, en una Casa Rosada semidesierta. Faltaban minutos para que anunciaran juntos la flexibilización de las medidas sanitarias y el cese de la obligatoriedad del uso del barbijo al aire libre. Vizzotti, partidaria de esperar unos días para analizar la evolución de los contagios, insistía en demorar la conferencia de prensa. El jefe de Gabinete, que había batallado contra la Gripe A como ministro de Salud de Cristina Kirchner, decidió avanzar igual, sin recurrir ni siquiera a la habitual ronda de consulta con los epidemiólogos. Al día siguiente de haber asumido, Manzur tomaba su primera decisión política.

En ese instante preciso empezó una nueva fase del gobierno de Alberto Fernández, de la que mañana se cumplen tres semanas. El cambio en la dinámica de gestión, con anuncios diarios y gestualidad ejecutiva, responde a la impronta y al papel asignado a Manzur, un personaje único de la política argentina, inabarcable.

Es un jefe de Gabinete que, después de hacer equilibrio entre el Presidente y la vicepresidenta, se convirtió en una suerte de primer ministro, la figura de gestión más importante en los gobiernos parlamentarios. Es un producto del peronismo tradicional, que combina una experiencia como funcionario en el conurbano, una carrera ascendente como gobernador en el Norte y un vínculo estrecho con la CGT. Es un empresario millonario, con orígenes modestos. Es un católico maronita, descendiente de libaneses, al que la comunidad judía trata como a uno de los suyos. Es un desconocido para el gran público nacional, con llegada a todas las terminales del poder real de la Argentina y buenos contactos internacionales. Es un dirigente con mil y una relaciones, y un solo jefe político: él mismo. Es un tucumano risueño y entrador, al que, por su trato afable en el mano a mano, muchos en la política le dicen “Menemcito”. Es el “Negro”. Es el “Turco”. Es un político ambicioso al que, por sus inocultables aspiraciones de poder, algunos le empezaron a llamar Juan XXIII.    

A la conferencia con Vizzotti le siguió, a la mañana siguiente, la primera reunión de gabinete convocada por Manzur. Después, la seguidilla de anuncios económicos, apuntados a revertir el resultado de las PASO, una obsesión que desvela al jefe de Gabinete, convertido también en jefe de campaña. Pero Manzur no sólo cambió los horarios del Gobierno y aceleró medidas, sino que modificó también la mecánica de funcionamiento. “Alberto le delegó buena parte de la gestión”, asegura un funcionario con despacho en la Casa Rosada. “Manzur avanza sin consultar, valida con los hechos ya consumados, con Santiago [Cafiero] no era así”, dice un integrante del gabinete, algo sorprendido. Un senador cercano a Cristina lo explica así: “Cafiero, al estar recién empezando, estaba obligado a consultar todas las decisiones. Manzur puede coordinar con Alberto las grandes líneas una vez a la semana y después avanzar por su cuenta. Ahora que tiene un jefe de Gabinete, Alberto puede dedicarse a ser presidente”.        

La mención que Cristina hizo de Manzur en su última carta pública, en la que aseguró que habían acordado con el Presidente que el tucumano reemplazara a Cafiero en la Jefatura de Gabinete, es un capítulo de una saga desconcertante. “Lo nombró para atribuírselo, pero Juan es de Alberto. Él ya le había dicho que lo iba a designar en la Jefatura de Gabinete después del 14 de noviembre. Estaba todo cerrado”, dice un dirigente muy cercano al Presidente. “Cristina es pragmática. Lo que sirve, sirve. Quería un peso pesado en ese cargo y quería un gabinete menos porteño y con más capacidad de gestión”, cuenta un senador ligado a la vicepresidenta. En el entorno de Manzur reconocen que ya había hablado de una designación con el Presidente, pero advierten que la aparición de su nombre en la carta de Cristina no le dejó margen para decir que no, pese a la disputa interna que mantiene con Osvaldo Jaldo, su vicegobernador.

“A él no lo procesaron”

La relación entre Manzur y Cristina es tan contradictoria y cambiante como la historia de la vicepresidenta con el peronismo tradicional. En julio de este año, ella había disparado contra el entonces gobernador de Tucumán, en un acto en Lomas de Zamora, al sugerir que había sido beneficiado en una causa por supuestas irregularidades en el plan Qunita. “A él no lo procesaron, a los demás sí”, dijo. La reconciliación se produjo al día siguiente. La vicepresidenta lo llamó, por intermedio de Máximo Kirchner, para pedirle disculpas. Fue la continuación de una conversación a solas que habían tenido a principios de este año, en la que saldaron la mayoría de sus diferencias, cuentan dirigentes que los conocen muy bien a los dos. No se veían ni hablaban desde hacía más de seis años.

La relación se quebró de manera abrupta, en 2016. Ella lo había colocado en el primer plano de la política nacional en julio de 2009, al designarlo como ministro de Salud, en medio del avance de la epidemia de la Gripe A. En febrero de 2015, cuando él regresó a su provincia para ser candidato a gobernador, Cristina lo despidió con honores: “Juan vino en un momento donde los diarios decían que íbamos a adelantar las elecciones y nos íbamos a ir del gobierno. Y lo recuerdo muy bien porque Juan llegó a Olivos, al despacho de la Jefatura de Gobierno, y entró con ese optimismo y esa sonrisa que lo caracterizan. Puede estar lloviendo sapos, piedras y culebras, en medio de un terremoto, y él está con la sonrisa. Y entró riéndose y salió riéndose, y dijo: ‘Vamos a salir, Presidenta. Yo sé lo que le digo, vamos a poder afrontar esta crisis sanitaria grave, vamos a salir’”.

En junio de 2016, seis meses después de que Cristina abandonara la Casa Rosada y sólo una semana después de la detención del exsecretario de Obras Públicas José López, Manzur se convirtió en uno de los primeros gobernadores en sostener que el kirchnerismo era parte del pasado, una “etapa que ya pasó”. En 2018, el entonces gobernador de Tucumán juntó a todo el peronismo no kirchnerista, Sergio Massa y Miguel Pichetto incluidos, en un acto multitudinario por el Día de la Lealtad, en el que convocó “sin excepción” a la unidad para ganarle a Mauricio Macri en 2019. Apenas Cristina anunció la candidatura de Alberto, Manzur se dedicó a articular el respaldo de los gobernadores del Norte y, todavía más importante, recurrió a sus contactos empresariales para recaudar fondos para la campaña. Con varios viajes a la provincia, Alberto enseguida dejó claro que era su favorito entre los gobernadores. “El Turco le va ser leal a Alberto, como siempre fue leal a los gobernadores y a los sindicatos. Pero ya no tiene jefe político. Ni Alberto ni Cristina. El jefe de Juan Manzur es Juan Manzur”, dice un amigo del jefe de Gabinete.   

Integrante del sector más conservador de la sociedad tucumana, Manzur jugaba al rugby en Natación y Gimnasia, un club de la capital provincial. Era ala. Son los jugadores que se ubican en la última línea en los scrum. El puesto, explican los expertos, requiere de dos características principales: deben ser jugadores inteligentes, para organizar el juego cuando el equipo propio logra quedarse con la pelota, y aguerridos, porque forman la primera línea de defensa cuando el balón sale por el otro lado del scrum y arranca el ataque del adversario. En esos años se hizo muy amigo del médico Gabriel Yedlin, actual ministro de Desarrollo Social de Tucumán, un vínculo que lo acercó a la Medicina y a la comunidad judía. Para ir a la universidad con su amigo, que era un año mayor, Manzur rindió libre el último año de la escuela secundaria. Acababa de morir de su padre y vivía con su madre y su hermana. En los años siguientes, pasó casi todas las tardes en la casa de los hermanos Yedlin, tres varones. Los tres estudiaban Medicina, como había hecho su padre. Manzur se convirtió en uno más de la familia, a punto tal que cuando se instaló en Buenos Aires para hacer la residencia, en el Hospital Álvarez, vivió en la casa de Sara, una tía abuela de los Yedlin.

Para la asunción de su segundo mandato como gobernador, en diciembre de 2019, Manzur organizó una ceremonia que mostró que sus contactos con la colectividad judía se habían multiplicado y cruzado fronteras. Es una relación que le permitió, a su vez, tejer un vínculo aceitado con el mundo de negocios de los Estados Unidos. David Baruch Lau, gran rabino de Israel, encabezó una comitiva que llegó desde ese país y, en septiembre pasado, le mandó una carta para felicitarlo por su designación en la Jefatura de Gabinete. Otro contingente arribó desde Nueva York, sede del Congreso Judío Mundial y de Jabad Lubavitch, un movimiento de judíos ortodoxos que todos los años invita a Manzur a su encuentro anual en los Estados Unidos. Su contacto más importante en ese país es Jill Biden, la actual primera dama, a la que Manzur conoció en 2016, durante una visita que ella hizo a Tucumán, como contó Diego Genoud en elDiarioAR.

El cruce entre religión y negocios explica también la relación estrecha que el jefe de Gabinete tiene con el empresario Adrián Werthein, expresidente del Congreso Judío Latinoamericano. Otra vertiente importante de los contactos empresariales del jefe de Gabinete proviene de su paso por el Ministerio de Salud, donde se hizo muy amigo del empresario farmacéutico Hugo Sigman. Aunque Manzur es católico maronita, una comunidad cristiana que reconoce la autoridad de la Iglesia romana pero que tiene a un patriarca propio en el Líbano, es el político “judío” más importante de la Argentina. Es un lugar que en algún momento ocupó su antecesor en la gobernación de Tucumán, José Alperovich.

Con el traje de político

Manzur se calzó el traje de político sólo después de asumir como ministro de Salud de Tucumán, en 2003. En 2005, le pidió a Alperovich que lo designara presidente de la Convención Constituyente que, al año siguiente, reformó la Constitución provincial y habilitó la reelección del gobernador. “Quería aprender de rosca y entrar en contacto con todos los jugadores”, cuenta un amigo de Manzur que siguió de cerca ese proceso. En 2015 contó con el apoyo de Alperovich para pelear por la gobernación. “La relación entre ellos se cortó porque José quiso volver en 2019 y Juan no aceptó dar un paso al costado”. Para Manzur, la de Alperovich también era una etapa superada.

Su carrera en Tucumán no había sido su primera experiencia en la función pública. Justo en la previa del estallido social de 2001, Manzur quedó a cargo de las 59 salas de salud de La Matanza. Fue hace veinte años, cuando asumió como director de Atención Primaria del municipio, entonces gobernado por Alberto Balestrini. Antes había sido director de epidemiología de la provincia de San Luis, cargo al que llegó de la mano de un profesor de la Universidad de Buenos Aires, donde Manzur hizo la maestría en Salud Pública. A Balestrini se lo recomendó Ginés González García, que conoció al médico tucumano por intermedio de la familia Yedlin. En 2002 lo designaron como secretario de Salud del municipio, cargo que ocupó hasta diciembre de 2003, cuando asumió como ministro en Tucumán. “Tiene relación con casi todos los intendentes del conurbano. Es uno de los nuestros”, dice un jefe comunal de la Tercera Sección, la única en la que se impuso el peronismo en las últimas PASO. “Es un Menemcito. Te ponés a hablar con él y parece que lo conocieras de toda la vida. Tiene la madera de un militante del Gran Buenos Aires, que con nada tiene que hacer magia. Sabe gobernar porque se formó acá: hizo desde el jardín de infantes hasta la universidad”, lo pinta otro intendente. Manzur siguió alimentando esos vínculos desde el Ministerio de Salud de la Nación y en su primera semana como jefe de Gabinete visitó a uno de sus amigos de la política, el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, que en 2001 era el presidente del Consejo Deliberante.   

Antes de aceptar la Jefatura de Gabinete, Manzur habló con varios de sus amigos de la política, con otros gobernadores, con sindicalistas de la CGT, como Héctor Daer. En esas horas frenéticas, un intendente del conurbano le describió en términos dramáticos el desafío que estaba por enfrentar. “O te suicidás, o das un salto al futuro”, le dijo, y le advirtió que la diferencia radicaba en la autoridad que le diera el Presidente para ejercer el cargo. Con Alberto corrido del centro de la comunicación, Manzur copó la centralidad de la gestión diaria de la Casa Rosada y alimenta las expectativas del sector peronismo que quiere tener a uno de los suyos en la presidencia. “Juan está obsesionado con dar vuelta la elección. Quiere ser el dueño de los votos que se recuperen para quedar anotado en la lista de los que podrían pelear por el premio mayor”, cuenta un compañero de gabinete. En la mirada de los que rodean al dirigente tucumano hay cuatro escenarios posibles en caso de que el Frente de Todos logre retener el poder. El primero, que Cristina logre colocar a Máximo Kirchner o a Axel Kicillof, algo que hoy parece improbable. El segundo, que Alberto logre la reelección. El tercero, que Massa aparezca como alternativa. El cuarto, escenario que da origen al apodo de Juan XXIII, tiene como protagonista a Manzur, como referente del peronismo tradicional. Con 52 años, Manzur sabe que puede seguir esperando. Mientras tanto, sigue sumando nombres a su agenda. 

GS/WC