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Pura espuma Opinión

La gorra de Santi Maratea y el ladrillo del sindicato

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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La colecta de Santi Maratea nació sobreinterpretada. ¿El hecho? A priori irreprochable. Él mismo lo explicó más o menos así: estaba por salir, vi las imágenes de los incendios en Corrientes, los yacarés escapando de las llamas, y me quedé juntando plata. El recorte biográfico que se hizo de él, con sus tips más obvios, fue pispeado por la mayoría: de dónde viene, cuándo nació, educado con qué (un chico que nació en los años noventa, en la zona norte del Gran Buenos Aires, cuya educación sentimental incluyó las novelas de Cris Morena). Pero su trayectoria solidaria de influencer también se monta sobre una tradición de la “educación televisiva”: juntar dinero para las buenas causas. Esa pantalla hecha de cara a los que pueden dar. Santiago Aragón escribió: “Pensar que la propuesta de una colecta certifica que el Estado no funciona es tan reduccionista como creer que quien participa en ella expía pecados. Quien dona acude al llamado de la urgencia. Lo hace por los canales que le resultan familiares y le generan confianza. Si nadie es el Che Guevara por donar, tampoco se transforma en él por pelearse con el donante. Santi Maratea es un Julián Weich 2.0 (…) que solo ‘desnuda la ineficiencia del Estado’ a aquellos usuarios que creían en su inutilidad de antemano”. Dicho en criollo: matar al mensajero. Aunque, ¿matar en el camino la fantasía de la ayuda “real”? Pero además: el Estado nace de lo común, de la asociación, del bendito “bien común”. Oponer asociarse o colaborar con bancar el Estado es como oponer dos cosas, la manteca y los huevos, que son parte del mismo budín. Ya lo vimos con la pandemia: hay vida afuera del Estado. O el Estado solo existe porque “esa vida” existe. 

La introducción del sketch de Álvarez y Borges (lo mejor que dio la televisión argentina, porque tal vez nació la televisión para darnos eso) tenía siempre el momento inicial (después de los chistes reos entre Alberto Olmedo y Silvia Pérez) en que el humorista pasaba “saluditos” y hacía el mangazo para alguna colecta para la Casa Cuna o el Hospital Gutiérrez. La tele siempre pasó la gorra. Pensemos tres hitos: la gran colecta nacional de la televisión estatal de 24 horas por Malvinas, conducida por Pinky y Cacho Fontana, sobre un furor tal que incluyó -incluso- algunas caras de artistas prácticamente recién llegados del exilio o desempolvados de la censura. Y terminó en la famosa estafa. Años después, ya en democracia, el primer canal privatizado, el 9, el de Romay, metió su Sábados de la bondad con el extraordinario Leonardo Simons, que ayudaba a los hospitales. Y después  Un sol para los chicos. Julián Weich y la marca de Unicef, que en los años noventa terminó de expandirse en la confianza pública. La primera emisión fue en 1992, diez años después que la de Malvinas, y en esa primera también (como aquellas 24 horas) se hizo en cadena nacional (todos los canales de aire emitieron el mismo programa benéfico). “¡Tenemos en total un millón trescientos sesenta y ocho mil cuatrocientos doce!”, gritaba Weich en cualquier emisión. Lloraba, los autos hacían luces, los famosos que atendían los teléfonos levantaban los brazos. Un peso, un dólar. La patente de una marca. Sonaba de nuevo “un sol, un sol para los chicos” con la “o” estirada, ese jingle horripilante que parecía odiar a los chicos y a los televidentes, como el estribillo de una publicidad de colchones. 

Pero Santiago Maratea no nació televisado. Nació al lado de las aplicaciones de pago y las historias de Instagram, y se metió de lleno en la discusión de época menos novedosa: la de la “anti política”. Eso que los politizados aman odiar y que está en el repertorio de lenguajes históricos que dejó la crisis (¿cómo hacer política para los que la odian?). Pro, Cambiemos, Milei fundaron alternativas que absorben esa energía nihilista. La política del siglo XXI viene con eso encima. Auditar al Estado. Todos somos directores técnicos en el mundial, todos somos administradores del Estado en la crisis. En el conflicto con el campo también aparecía esta sombra: ¿en qué gastarán la plata de las retenciones? “Dámela a mí que hago escuelas y caminos”, pudo decir un chacarero cualquiera. Juan Carr también viene cruzando las épocas. El macrismo no lo perdonó. Fue el “Maratea” de ellos. Hombre curtido con piel tostada, mocasines náuticos gastados y saco de corderoy, un peregrino del corredor norte que pasó de joven por la Iglesia de base, adhirió al camporismo, se recicló en su definitiva Red solidaria, amigo de famosos. Juan Carr es el tío de Maratea. 

Eduardo Minutella lo resumió en un tuit: “Una colecta ante una emergencia es algo más viejo que las carabelas y tiene que ver con la idea misma de comunidad. Lo que no es tan viejo es la sobreinterpretación burda tipo ‘te salva el sector privado’ o ‘reproduce antipolítica’”. El último domingo de misa el cura de una parroquia de Villa Urquiza explicó en su sermón cómo bajarte una app y donar para Cáritas en la opción Corrientes. ¿Quién diría que eso es “antipolítica” o “contra el Estado”? ¿Oponer solidaridad a Estado es funcional a qué? La deriva de esa tirria viaja y toma formas: lo privado versus lo público; los que tienen empleo estatal y los “a mí nadie me regaló nada”. El Estado, en el centro del problema. Después, lo de siempre: hay cosas que no se resuelven por una app. Los problemas son más grandes que las grietas.

Un sindicato para mi país

Luis Cáceres vivió en una villa, se involucró de joven en la militancia política (pertenecía al sindicato de municipales del municipio de General Sarmiento, hoy San Miguel) y desde los años 2000 integra el Movimiento Evita. Desde hace unos años es el Secretario General de la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (UOLRA). En todas las oficinas donde está, a Luis le gusta colgar un mapa de la Argentina. El sindicato es un sindicato de “frontera”: tiene que explorar, buscar dónde está la actividad, quiénes la hacen, y cómo. Él inventó un concepto: “el patrón oculto”. Sobre ladrilleros y sobre Luis, Paula Abal Medina trazó este mapa. El sindicalismo como civilización. En la película Las aguas bajan turbias (de Hugo del Carril, 1952) se muestra esa Argentina pre moderna, y de cómo el sindicalismo entonces podía ser “civilizatorio” en un sentido literal: agarrarle la mano al capataz que sostenía el látigo y liberar al mensú de la explotación pura para… convertirlo en un trabajador. Esa aurora, ese ímpetu justicialista, ubicaba a los sindicatos en el contrapeso del sistema político, en la otra mitad de la mesa capitalista. ¿Qué somos? Trabajadores. Hoy está en duda todo, porque está en duda la existencia misma de esa mesa. ¿Quién te explota? ¿Con quién hablás? Está en duda la condición de un trabajador o trabajadora que no tiene un patrón, como si estuviésemos en el ocaso de aquella aurora moderna. Los datos que maneja UOLRA son contundentes: hay actividad ladrillera en 21 provincias, distribuida en más de 200 localidades y son alrededor de 160.000 familias las que trabajan en la actividad, siendo mayoritario el porcentaje que lo hace en la llamada economía popular. Su arco va desde las grandes fábricas, donde hay trabajadores en relación de dependencia, hasta los pequeños emprendimientos familiares.

El de Ladrilleros podría ser llamado un sindicato de frontera porque busca a sus trabajadores, y para convencerlos justamente de que son trabajadores, de que pertenecen a una estructura productiva, de que tienen derechos y un gremio. Ese camino es una solidaridad no puramente estatal (buscar reconocimiento) ni personal (buscar la afiliación) pero interpela todo. Es un eslabón perfecto por el que pasa todo el menjunje de lo que es la economía hoy: entre lo registrado, lo no registrado, los derechos, la informalidad. Paula Abal Medina dice: “La construcción común entre ladrilleros y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) expande los márgenes del movimiento obrero de la Argentina, haciendo juntura donde había frontera”. Explica cómo los ladrilleros están fabricando un nuevo sindicalismo: “La Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (UOLRA) es un sindicato en reinvención. Su dinámica expansiva actúa religando la heterogeneidad: trabajadores con patrón y sin patrón, de grandes fábricas y de cachimbos, con salario y sin salario, mensualizados y a destajo, laburantes con patrón oculto, trabajadores ‘con papeles y sin papeles’, obreros organizados en pequeñas cooperativas”. La UOLRA se sienta en la mesa de la CGT, y cuenta con respaldo político desde los tiempos de la reunificación del 2016 cuando Juan Carlos Schmid integró el Triunvirato. Gerardo Martínez (UOCRA) y Andrés Rodríguez (UPCN) respaldaron la reincorporación del sindicato a la CGT y se mantienen cercanos. En definitiva, la tarea de la UOLRA no parece dedicada sólo a representar trabajadores de tal actividad, sino también a ordenarla, mapearla, entenderla (es un trabajo estacional, que para mucho en invierno y en época de lluvias, con muchos trabajadores migrantes, que en su mayoría llegan de Bolivia). Hablamos con Luis Cáceres para sumergirnos en el mundo ladrillero. ¿Cómo se hacen las cosas? Con ladrillos. 

¿Qué se necesita para hacer un ladrillo? 

Básicamente la tierra, y después depende dónde: el aserrín se usa en algunas provincias, en otras se usa cáscara de arroz. Después necesitás la pala, la carretilla, el molde y la forma de producción que se mantuvo a lo largo de cientos de años. La esposa, el esposo, los hijos, los parientes van armando esos emprendimientos. Cuando nosotros empezamos a recorrer, por empezar la provincia de Buenos Aires, primero nos encontramos con fábricas. Y a medida que fuimos recorriendo las fábricas nos encontramos con que la mayoría de los trabajadores son de la comunidad boliviana, trabajadores migrantes, sin derechos y que tenían (los pocos que sabían de su existencia) una mala imagen del sindicato. Los ladrilleros son trabajadores temporarios, en su gran mayoría, y cuando empezamos a recibir información de compañeros o compañeras de las provincias que nos decían que ahí había actividad ladrillera, fuimos descubriendo estas realidades. 

¿Y cómo fue esa llegada?

Cada vez que llegamos a una fábrica o emprendimiento nos miraban como sapos de otro pozo. Como diciendo “qué quieren, qué me van a sacar, qué me van a pedir”. Nuestra premisa es ir, ver, oír y aprender. Entonces decíamos: “Ustedes dejan la vida en el trabajo pero no reciben ningún derecho, no ponen el precio del ladrillo”. Porque el precio del ladrillo lo pone el que compra, el intermediario. Nosotros venimos a decirles que la única manera de cambiar esa realidad es la unidad y la organización, y el sindicato es la herramienta que les puede permitir transformar su vida. No prometemos milagros, pero si construimos una organización podemos cambiar la realidad. Otro ejemplo fueron las mujeres ladrilleras. En las primeras recorridas que hicimos encontramos a las mujeres que cuando íbamos a preguntarles “compañera, ¿usted trabaja?”, te decían “no, no trabajo; yo ayudo”. “¿Y cómo ayuda?”. Y ellas te decían: “yo llevo el agua, apilo los ladrillos”. “¡Pero eso es trabajo, usted trabaja!”, y ellas volvían a decirte: “No, no, no, yo ayudo”. Nunca en esta actividad se reconoció a la mujer como trabajadora ladrillera. Nosotros asumimos en la comisión del sindicato a mediados del 2015. En la primera asamblea del 2016 modificamos el estatuto: ampliamos nuestra representación. A partir de esa modificación, representamos todo tipo de actividades, menos el ladrillo cerámico, todo tipo de ladrillo que se hace en Argentina, a los trabajadores que efectúen su labor cualquiera sea su categoría y la característica jurídica de la empresa en la actividad, e incorporamos a las mujeres como trabajadoras y creamos la Secretaría de Igualdad y Género. Así que hoy logramos que las mujeres ladrilleras se asuman como trabajadoras y participen del sindicato con el objetivo no solamente de que tengan un espacio dentro de la organización sobre sus derechos de género sino que conduzcan. No es que hay una secretaría y las compañeras van todas a la secretaría. En la UOLRA las compañeras tienen un rol protagónico. 

¿Cómo combatían el desencanto o la indiferencia?

Hay un ejemplo importante que se dio en el barrio Los Hornos, de Entre Ríos. Cuando fuimos, nos llevó un compañero y nos dijo: “Hay un barrio que son todas familias ladrilleras”. Son argentinos y argentinas. La cuestión es que llegamos una tarde que hacía frío y se acercaron algunos: cuatro, cinco. Y uno que estaba tomando mate, flaco y alto, se quedó mirándonos. Yo no lo conocía. Nosotros estábamos planteándoles a qué se debía nuestra presencia, los objetivos que teníamos. La cuestión es que nos escuchan, y por ahí preguntaban alguna cosa, todo frío. Y este compañero se mantenía a distancia, y escuchábamos que murmuraba. Entonces le digo por qué no se acerca. Me mira de costado y me dice: “Ustedes son todos políticos, vienen porque hay elecciones, son todos chorros”. Y se fue. Ese mismo compañero cuando firmamos el primer convenio de colaboración, que fue con el gobierno de Entre Ríos, entró y firmó el convenio como parte de la delegación de Entre Ríos. Pasa el tiempo y uno se olvida de esas cosas pero ese es el ejemplo de lo que queremos construir. Eso es lo que les decimos a los compañeros y compañeras cuando los visitamos, porque ése es nuestro objetivo: que los ladrilleros se apropien del sindicato. A este compañero, que hizo un garabato, porque después nos enteramos que en ese momento no sabía leer ni escribir, lo tenemos en la foto del convenio: el ministro de Gobierno de la provincia y él, ahí, en la foto de la firma. Eso simboliza el sindicato. 

¿Qué cosas iban cambiando concretamente? 

Lo primero, lo más importante, es la palabra. Cuando decimos algo, lo cumplimos. Hay una anécdota en Pirané, Formosa, una asamblea grande de 150 compañeros y compañeras, una tarde de 50 grados de calor. Había ido con Ramón Romero, delegado de Santa Fe, que sabe guaraní. Lo digo porque cuando llegamos empezaron a hablar en guaraní y decían de nosotros “uy, mirá la cara de chorro que tienen estos”. ¡Eso decían en guaraní! La cuestión es que Ramón, que entendía lo que decían, me dice “si de acá salimos con vida tenemos que aplaudir”. Pero terminamos sacándonos fotos. Y cuando volvimos a ir a verlos decían que era la primera vez que alguien cumplía su palabra. El primer hecho simbólico es cumplir con la palabra y después empezar a generar las condiciones para que las compañeras y compañeros empiecen a participar. Que vean que el sindicato es una herramienta suya, que pueden usar para pelear sabiendo que el camino que tienen por delante es difícil, lleno de obstáculos, que tienen que haber determinadas condiciones para que se produzca ese cambio, pero que sin organización no es posible; que sin unidad es imposible poder cambiar. Armar cooperativa, mejorar el precio, tener obra social. Otro ejemplo en Villa Dolores, Córdoba: llegamos al último horno y encontramos un compañero. ¿Cómo se llama el compañero? Aurelio. Encontramos al compañero y nos presentaron y nos dijo “nosotros tenemos una mala experiencia con el sindicato porque ya antes venían acá y nos sacaban plata”. Y le digo “bueno, nosotros asumimos hace poco tiempo la comisión, queremos conocer la realidad y representar a todos los trabajadores de la familia ladrillera y nuestra propuesta es una economía popular con emprendimientos familiares a través de una cooperativa y nosotros tenemos ganas de armarla”. “Sí, nosotros tenemos un compañero que está a cargo de esto”, responde. Le preguntamos si estaba por ahí y lo fue a buscar. Y se fue en bicicleta. Y al rato apareció con un compañero: Justino. Nos presentamos, dijimos cuáles eran nuestros objetivos, dijimos que queríamos armar una cooperativa y el compañero Justino nos dice “sí, queremos armar una cooperativa, inclusive hemos pagado para que nos ayude un contador pero nos estafaron”. Después él fue presidente de la cooperativa, comentó la idea, que querían que sus hijos tengan los mismos derechos, poder acceder a los derechos que tienen los trabajadores en la Argentina. Pudimos lograr que las familias ladrilleras de la economía popular puedan acceder al monotributo social agropecuario. Cuando recibieron el carnet y se iban a atender a una clínica… Accedían a un derecho que si bien lo daba el Estado, era el sindicato el canal para que pudieran tenerlo.

Y cuando lo corta Macri pierden toda cobertura...

Pierden toda la cobertura. La mitad lo pagaba el Desarrollo Social, la otra mitad pagaba Agricultura. Cuando lo elimina Macri, tenía que cubrir ese cincuenta por ciento que cubría el Ministerio de Agricultura porque Desarrollo lo seguía cubriendo... 

¿Qué significa “patrón oculto”?

La actividad se compone en dos sectores: la fábrica ladrillera, donde hay trabajadores con patrón, y los emprendimientos productivos familiares. Y en medio de estos sectores está el “patrón oculto”. Que es el dueño de una tierra que supuestamente les alquila a familias que trabajan dentro de esa tierra. Lo fuimos reduciendo. Cuando Tomada era ministro de Trabajo pudimos articular una política de fiscalización e hicimos un operativo importante. Es una situación parecida a lo que se da con los trabajadores rurales. Y ahí encontrábamos que había trabajo esclavo, familias indocumentadas, trabajo infantil, un nivel de explotación muy grande. Cuando nos llega esa información de que había esa situación de trabajo, hicimos operativos importantes. El más importante y el más simbólico fue en Córdoba, en Río Cuarto, donde nos llega la denuncia de un campo donde vivían y trabajaban familias bolivianas en condiciones de explotación y que el dueño del campo era el dueño del corralón más importante. Entonces armamos una coordinación con el Ministerio de Trabajo de Nación, con la AFIP, fueron de la Secretaría de DDHH de la provincia de Córdoba. Un operativo grande. Nosotros fuimos en cinco o seis coches. Esa fue la primera vez que llevamos a dos delegados (uno de ellos boliviano, un compañero paisano, Juan Ocampo, y el otro Luis Ortega); eran los dos primeros delegados gremiales que elegimos en la Provincia de Buenos Aires. Y fueron con nosotros, llegamos de sorpresa, todo bien articulado. Cuando llegamos era un campo grande, fuimos hasta el fondo, nos vieron llegar y no encontramos a nadie. Pero se veía el adobe recién hecho. Y de pronto escuchamos… que lloraba un bebé. Y de dónde viene el llanto: de abajo de un nylon, ahí había un bebé. Llamamos a Juan Ocampo y se puso a hablar él, no sé si en aymará o quechua. Les contaron que estaban los maridos también ahí gracias al compañero que se pudo comunicar. Eso es un patrón oculto, y ese hombre terminó preso.

¿Y qué pasa con el estigma que cargan los sindicatos, los planes; el cuestionamiento sobre la forma de organización? 

Un compañero de Avellaneda, en el norte de Santa Fe, es manco. Y justo un compañero lo filmó mientras trabajaba, lo subió al canal de Youtube nuestro y tuvo más de un millón de personas que lo vieron y que lo viralizaron como ejemplo del trabajo criticando a los “planeros”, a los “choriplaneros”, ¿no? Y ese es un ejemplo de la paradoja: esa imagen del manco está sostenida sobre un montón de políticas que, la gente que celebra que el manco trabaje, a la vez rechaza.

MR

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