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El 2023 ya llegó El mapa del Frente de Todos

La guerra del emoji: Cámpora-Evita, una vieja interna que astilla la unidad del PJ

Emilio Pérsico y Máximo Kirchner

Pablo Ibáñez

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Cuando se escriba el diario íntimo sobre el año 2022 del Frente de Todos, se relatará que la última guerra peronista se declaró por Twitter y con emojis. Que ocurrió un viernes entre capturas de pantalla y casi sin palabras. Ya no el imperio de la imagen: sino el del lenguaje de los iconitos amarillos que dicen -o sugieren- posiciones, sentimientos, estados de ánimo.

El formato en que La Cámpora y el Movimiento Evita visibilizaron sus disputas es lo único nuevo porque esa batalla es antigua, casi preexistente a la plataforma Twitter -que se volvió masiva, en Argentina, allá por el 2010- que eligieron ambos clanes políticos para confesarse su mutuo desamor.

El primer paso de la coreografía tuitera se dio en la cuenta oficial de @la_campora que citó notas de Clarín e Infobae cuyos títulos coinciden en contar que el Evita se juntó con la CGT para enfrentar al kirchnerismo. “Y Macri también?” dice el encabezado y agrega un emoji de cara pensativa. No hay que ser muy sofisticado para entender que es un comentario irónico, claramente mordaz, pero que a la vez pone a socios del FdT como aliados de Mauricio Macri.

En un duelo de caballeros eso rankea como ofensa, aunque no sería la primera vez que desde la trinchera K se imputa empatía con el dispositivo PRO: de hecho, entre el 2016 y el 2019, cuando el Evita junto a otras orgas sociales mantuvo una relación de negociación y tironeo con el gobierno de Macri, fue objeto de críticas recurrentes del kirchnerismo. En ese tiempo surgió la picardía de llamarlos Movimiento Carolina, por Carolina Stanley, la entonces ministra de Desarrollo Social macrista.

Una hora y media más tarde, @MovimientoEvita respondió, citando el tuit de @la_campora. “Compañerxs, hagámonos cargo de los problemas que sufre la Argentina y trabajemos para resolverlos. Además, no era que Clarín miente?”. En el retruque apareció, claro, un emoji. Un duelo icónico, no por emblemático, sino por el uso de iconitos.

El cruce tuitero sintetiza un clima de hostilidad cruzada, cuyo primer paso puso ser la rebeldía del Evita a fusionarse, allá por el 2012, en Unidos y Organizados (UyO) la mega orga que impulsó La Cámpora para que todos los grupos dispersos queden bajo un mismo paraguas y una sola marca. El M-E se resistió a ceder su identidad y se consolidó, desde entonces, como una organización con juego y despliegue propio. Hay una tesis que suele decir que no compiten por el mismo sujeto político. Se suele decir, como simplificación extrema, que el camporismo interpela sectores medios y el Evita sectores bajos.

Unidades

La guerra peronista del emoji tiene, más allá de la peculiaridad del formato y el tono, derivaciones absolutamente mundanas. Corona un clima que se viene gestando hace semanas y se expresa en un asunto: a pesar de la incomunicación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, de la distancia enorme entre las distintas expresiones del FdT, no existe -como existió meses atrás- el clamor para retomar las conversaciones ni los pedidos para preservar la unidad.

La unidad, per se, dejó de ser un objetivo y parece empezar a mutar en otra dirección: la idea de que la unidad está astillada, que es imposible o inaceptable aspirar a un esquema único, de boleta centralizada, y aunque sigan formando parte de un mismo ecosistema, los diferentes sectores tendrán posiciones y ofertas políticas electorales diferentes.

Por eso, la guerra del emoji entre La Cámpora y El Evita, en la que cada uno asociado a sectores sindicales y otras organizaciones, expresa que la idea convencional de unidad ya no está en el menú y, en ese sentido, puede definirse que el 21 de noviembre del 2022 empezó a armarse la hipótesis de una competencia interna en el FdT. Aparece, ahí, otra derivación: por la posición que expresó en estos días el Evita, y ante la matemática ajustada en Diputados, con esa riña intraperonista, parece haber terminado de naufragar cualquier intento por eliminar o modificar las PASO.

Los diputados del Evita, junto a los de otras organizaciones, anticiparon su voto negativo a reformar el esquema de primarias. La razón, no del todo explicitada, es sencilla: sacar las PASO Implica quedar librados a la voluntad de una mesa de acuerdo donde Cristina Kirchner tiene altísima preponderancia y, según indica la lógica, tendería a que en las boletas del 2023 se priorice a lo propio, en particular al camporismo. Una sentencia repetida en el cristinismo es: “Ella poner la mayor cantidad de votos ¿no es obvio que tenga una mayor decisión sobre cómo se integran las boletas?”.

Dudas compartidas

Máximo Kirchner, como contó elDiarioAr, validó el debate dentro del consejo del PJ bonaerense pero no termina de decir si quiere o no avanzar con una reforma de las PASO. Arguyen, a su lado, que no está claro si dan los números en el Congreso pero la verdad es que el diputado no está convencido de la conveniencia de modificar esa ley. Sostiene, por un lado, que eliminarla no tendría el efecto crítico que se supone para la oposición pero, sin decirlo, deja circular que en las disputas locales, quizá a La Cámpora, le conviene que exista una herramienta como las PASO sino para usarlas, al menos para tenerlas ahí para la negociación interna.

La guerra del emoji sugiere, en ese marco, que la única forma de mantener algún nivel de cohesión a futuro es que haya PASO donde se puedan resolver cuestiones electorales. Lo que el Evita quiere, por caso, en La Matanza, territorio de Fernando Espinoza, y un instrumento que algunos entienden que bien usado, es decir si mediara una autorización para que haya competencia en todos los territorios y todos los niveles, podría convertirse en una ventaja competitiva del FdT.

La historia demuestra lo contrario: Cristina nunca permitió las PASO y cuando se enfrentó a un escenario donde puso, teóricamente, utilizar esa herramienta -en el 2017, cuando se anotó Florencio Randazzo- prefirió entregar el sello PJ, armar uno propio y llevarse votos y dirigentes a ese sello de goma que bautizó Unidad Ciudadana. Sería una novedad, y Cristina suele aportar novedades, que ahora decida autorizar de manera masiva las primarias algo que resisten, con tanta o más intensidad que la vice, los intendentes y gobernadores. Por eso, en el PJ existe una mandamiento que establece que en los distritos que gobierna un peronista, no se permiten primarias. Hay excepciones: lo sabe Walter Festa, ex intendente de Moreno, un camporista que se autonomizó, rompió su vínculo con los Kirchner, y en el 2019 enfrentó una primaria con seis listas. Perdió.

La tensión de hoy

En la superficie, aunque se trata de un conflicto de fondo, hay una discusión en torno a qué hacer con los bonos para trabajadores y la asistencia para sectores vulnerables. El Evita y la CGT se resisten a que haya bonos de fin de año. Con el impulso de Juan Grabois, avanzó en el Gobierno una medida que validó Sergio Massa para otorgar una asistencia a sectores que no tienen ningún tipo de cobertura. Una especie de IFE por única vez.

“Nosotros decimos que hay que dar bono y, además, reabrir paritarias: las dos cosas. El bono es esencial para algunos sectores con bajos sueldos pero la paritaria es un instrumento permanente”; explican en La Cámpora. En la CGT, que aparece como aliada táctica del Evita, sostienen que el bono con monto fijo firmado por el Gobierno le quita entidad a los sindicatos, que son los que deben negociar los acuerdos salariales.

La CGT lanzó, el 17 de octubre, la idea de conformar un frente político sindical para disputar espacios y cargos dentro del peronismo. Aunque hubo conversaciones, hace meses, con Cristina Kirchner, la central obrera entró en dos disputas paralelas: con un sector interno, encabezado por Pablo Moyano -que tiene alianzas externas y compartió plaza de Mayo con Máximo Kirchner- y con sectores K, algo que tomó más ruido con el discurso del diputado Kirchner en ese acto frente a Casa Rosada. Detrás están las relaciones y terminales que esos grupos -CGT y el EVITA- tienen con Alberto Fernández.

PI

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