Lo que no se aguanta más es la inflación
Dice el libro del Tao en el capítulo 11: “Treinta robustos rayos convergen en el centro de una rueda. Sin embargo… es gracias a esa parte central en la cual nada hay, que le encontramos utilidad a esa rueda”. La Argentina inflacionaria parece ser, a esta altura (y qué saturación también, a esta altura) una explicación de la propia naturaleza, una idiosincrasia y un vacío. La inflación es la Argentina.
A la trillada lista de nuestros inventos (la birome, el dulce de leche, la picana eléctrica) parecería sumarse la inflación. No tanto crearla, ni siquiera padecerla (dejemos de pensarnos un poco en la excepción) sino el encallecimiento de aprender a vivir con ella. Es una materia a la que criaste de nuestra educación. La Argentina multiplicada por cualquier cosa da inflación. Y en el centro está el vacío. Las “explicaciones” sobre la inflación que se suceden, se superponen, se desmienten, se cruzan. Leemos de Eduardo Crespo: “Nuestra peculiaridad reside en la intensidad de los componentes que explican la inflación -inercia de la inflación pasada, excesos de demanda, aumento de costos- que entran en una dinámica compleja y difícil de controlar cuando superan ciertos umbrales”. Se soltó la rueda. Alfonsín decía: “Un poquito de inflación es buena”, y se le incendió la pradera. Aldo Ferrer la intuía como parte de un país de puja distributiva. Muchos liberales la explican en la emisión monetaria. Pablo, un comerciante de San Miguel, dice “vos mirás de reojo el dólar y ya prevés y hasta metés un aumentito”. Otear el horizonte en Argentina es mirar el dólar. Otros miran las lluvias y sequías. Los que tienen miran las paritarias. Depende. ¿De qué depende? De tu lugar en la cadena alimenticia. Esta semana 3,9 tiró el INDEC como número de enero, y ese número empeora un punto en alimentos y bebidas (4,9). Es más o es menos tiempo pero esto termina llevando la plata en carretilla para volver a casa con la bolsa de pan.
Ya es un lugar común decir “la inflación es el peor impuesto para los pobres”. Lo de lugar común no le gasta su verdad. ¿Cómo era la Argentina cuando, de a ratitos, no era inflacionaria? En el año 2007 el economista Martín Kalos ubica el comienzo de este período de inflación; hacia adelante, se quemaron todos los papeles, volvimos a aprender a vivir con ella. En su riesgo sísmico. “Que el salario le gane a la inflación”, decimos como consigna, como si cada trabajador estuviera bajo bandera, como si hubiera una línea de largada de igualdad. ¿Qué cosas rompe la inflación?
Martin Kalos vuelve a ese 2007 y explica que cuando la demanda empieza a ponerse más intensa con los años y se suman otros efectos, como la suba de los precios de los commodities internacionales, la puja entre salarios e inflación, más demanda que oferta y el aumento de la emisión monetaria “son, de alguna manera, los determinantes de que la inflación se mantenga en el tiempo”. Y redondea: “La inflación es eso en definitiva: el aumento sostenido y generalizado de los precios en el tiempo. Pero hay un punto crítico: este proceso de inflación que estamos viviendo tiene una velocidad crucero que es 24 por ciento. Salvo que tuviéramos una crisis internacional como en 2009, ahí bajaba. O devaluaciones bruscas como tuvimos en el 2012 y 2014 que te la levantaba. El salto pasa en 2016 donde te pone a la inflación con un 37 por ciento durante un par de años, pero 2018, con las devaluaciones, pasamos al 50 por ciento. Ahí arranca el descalabro. Y si te fijás, 2018, 2019, 2021 tenés 50 por ciento de inflación”.
Ahora, ¿por qué importa tener una inflación alta en la Argentina? Porque trastoca las posibilidades concretas de desarrollo. Es muy difícil invertir, ahorrar, firmar un contrato de alquiler, negociar un presupuesto, empezar un laburo… No sabés si le vas a ganar a la inflación. “La mayor parte de la población, no importa cuánto le aumentes, vos le decís que le vas a aumentar 60 por ciento y no sabe si le gana a la inflación”, dice Kalos. “Y esto te genera descalabros porque tampoco te vas a preocupar por el precio de la luz si está tan barata en comparación con todo lo demás, entonces para qué me vienen a hablar de cambio energético si es el único precio que no me preocupa. Entonces no hay incentivos correctos a ahorrar energía, ahorrar y poder sostenerlo en valor a través del tiempo. Si ya sé además que lo que aporte hoy, la jubilación va a ser la mínima. Hay una serie de factores que hace que la inflación te coma en tu capacidad de preverte a futuro como familia, como pyme, y entonces estamos viviendo día a día todo el tiempo”.
Algo flota en la laguna
Eliana vive en la Localidad de Cochagual, del departamento General Sarmiento, al sur de la provincia de San Juan. Pegadito al límite con Mendoza. Mirás y hay una montaña, mirás y te entra tierra en la cara. Cochagual es una de las localidades más grandes del departamento, aunque no es de las más pobladas, es seca, y cerca de ahí las explotaciones mineras se dedican sobre todo a la producción de cal. Cuenta con pequeños núcleos de población y gran extensión territorial. Eliana es ama de casa, así se define, y montó un pequeño negocio que pasó de almacén a kiosco en su propia casa. Ese cambio “de almacén a kiosco” está atado a los costos de la inflación. Eliana se casó con un policía que, dice, “no tiene sueldo completo porque no tiene arma, debido a una condición médica que no lo incapacita pero los doctores de la policía consideraron que no podía tenerla”. Se la quitaron y cobra la mitad del sueldo. Y ahí aparece lo que no alcanza y la palabra “changa”. “Tenemos un autito, un Renault 12 y nos sirve como fuente de trabajo cuando algún vecino necesita hacer un viaje. Manejamos los dos así que cuando él no puede, los hago yo.” Tienen cinco hijos: tres varones y dos nenas. El mayor tiene ocho y el más chico tres meses.
Eliana pertenece al pueblo Huarpe, “a la comunidad sawa, que significa de corazón Huarpe”. La comunidad está ubicada en dos departamentos (Sarmiento y 25 de Mayo) y fue una de las primeras en tener la personería jurídica en San Juan. Su tío, Sergio Morales, pisa fuerte sobre un reclamo de tierras de una zona fantasma: “Las Lagunas de Guanacache”, que del agua sólo queda el nombre, son lagunas secas. La fauna se modificó, hay aves que no vinieron más, un cacho de alguna planta como un espejismo verde, el clásico algarrobo o totora lucha por crecer en medio del sol fuerte y el desecamiento de estos grandes espejos de agua que eran veintena de lagunas intercomunicadas, antes de la sobre explotación de los ríos. Este resguardo de biodiversidad es la casa del pueblo Huarpe en Cuyo (Mendoza, San Juan, San Luis). “Yo era militante hasta que me casé y fui mamá -dice Eliana- y los tiempos no son los mismos entonces no he podido seguir. Mi esposo no es de la comunidad. Tiene ascendencia originaria por uno solo de sus abuelos… Es una mezcla. Se supone que no es parte de la comunidad pero una vez que se casó conmigo se censó como parte.” Policía huarpe.
Hace tres años Eliana empezó con una verdulería en la casa. Iba a la feria de Rawson para comprar frutas y verduras. “Empezamos a vender bien porque en esta zona es raro conseguir verduras frescas y de buena calidad. Como solo me dedicaba a eso, tenía buena verdura. Varios meses vendí bien, pero a los diez meses de que la puse se vino una suba muy grande. Es normal que el precio en las verduras suba y baje por las estaciones pero esto fue demasiado. Me mató. Estaba comprando el cajón de bananas a 450 pesos, iba dos días a la semana: los martes y los sábados. Fui un día martes a comprar el cajón de bananas y valía 1200. Sólo ese cajón se llevó la mayoría de mi presupuesto, y encima pasó algo similar con las papas. Con los 10 mil pesos que llevaba no me podía traer ni la mitad de la verdura que me traía por semana. Eso me empezó a debilitar el negocio.”
“En ese momento -sigue Eliana- y pese a las objeciones de mi marido que no quería que pusiera un almacén, empecé a comprar mercadería: fideos, arroz, aderezos. Compré una heladera y puse fiambrería. Lo tenía lindo el negocio pero otra vez los precios empezaron a subir muchísimo, y pude comprar cada vez menos cantidad, menos productos. Y además hubo gente, vecinos, que se quedaron sin trabajo por la crisis, así que cuando los indemnizaban abrían varios negocios de barrio…”. Eliana enumera: “Acá nos conocemos todos, hay tres casas cada tanto. Y como abrieron varios negocios empecé a perder clientela. También hubo tiempos que tuve que cerrar porque, como a mi esposo lo estaban operando en Buenos Aires, cada seis meses tenía que viajar y toda la plata del negocio la teníamos que llevar para los gastos allá. Y comer allá es más caro que acá. Eso significaba un gasto importante y se me fue achicando el negocio. Ocupaba casi toda mi casa porque tenía fiambres, panificación, las supremas las preparaba yo. Todo casero. Pero al no tener capital para seguir invirtiendo se me apagó. O sea, me gasté la plata de la carne en un viaje a Buenos Aires y no pude volver a comprar porque cuando volví los precios ya estaban un 50 por ciento más caros. Ahora estamos pensando en cocinar y vender en la calle. Y a uno se le van ocurriendo ideas, a ver a qué le puedo echar mano. Pero es muy difícil porque empezás con un monto y al mes ese monto ya no te sirve. Y si no te fue tan bien, o no vendiste lo que tenías que vender, el negocio se cae. Con una familia tan grande la verdad que es muy difícil por los tiempos dedicarse full time a trabajar pero se hace lo que se puede, qué vamos a hacer.” El almacén donde leía Sarmiento, el almacén Huarpe. San Juan: historias entre almacenes. ¿Qué nunca falta en la Argentina? Alguien que compre morfi. Alguien que lo venda. Alguien que haga lo que sea para no bajarse de la rueda. El negocio lo abrieron y no pensaron ningún nombre hasta que al hacer la gestión para recibir Mercado pago y tarjetas de crédito, le pusieron ‘Almacén Iciel’. Un nombre mapuche, “el nombre de mi hijo mayor”, dice Eliana.
La mirada de Antonio De Tommaso es otra mirada desde Cuyo, donde lleva años midiendo el pulso desde el IOPPS (Instituto de Opinión Pública y Proyectos Sociales Argentina). “Lo que también pudimos ver en San Juan y otras provincias –me dice- es que hay un desaliento a la inversión de mediano y largo plazo, pero apenas disminuye un poco este desaliento mejora porque la inflación no es un fenómeno de psicología social, eso de ‘el argentino es inflacionario’. Lo que sí pasa es que con inflación no hay crecimiento y el quid de la cuestión está en los formadores de precios, por eso el que se tiene que ocupar es el Estado. En San Juan y Mendoza más de una empresa pequeña y mediana terminaron bajando la persiana.”
Hijo de hombre
¿Dónde hay un Tesoro Escondido? En la República de Paraguay hay una historia y una leyenda: la antigua huida de los jesuitas o la fuga al monte en la guerra de la Triple Alianza construyó el mito de un entierro masivo de riqueza. Monedas, oro, joyas. Enterrar y escapar. Alguien, algún día, esa fue la idea, podrá dar un batacazo y meter las manos en la esperanza. La Plata yvygüy, que Roa Bastos apenas nombra en su monumental “Hijo de Hombre”. “Una tarde, al pasar frente al rancho del doctor, María Regalada oyó un ruido como el de un cuerpo que cae, fue a espiar y vio al doctor arrodillado, recogiendo monedas de oro del piso, a sus pies estaba la imagen de San Ignacio.” Décadas atrás, Martha Blache publicó su investigación “Estructura del miedo (narrativas folklóricas guaraníticas)”. Varios años de trabajo a mitad de los setenta con la comunidad paraguaya del Gran Buenos Aires. Entre tantas entrevistas y apuntes transcribe el diálogo con un informante, un tal Pedro. Dice:
-¿Ha oído hablar del Tesoro Escondido?
-Plata yvygüy en Paraguay nosotros le denominamos al oro enterrado, o sea el tesoro nacional paraguayo que se disponía antes de la guerra. (…) Entonces, cuando la guerra iba llegando a su fin, Paraguay, lógicamente en desventaja, se vio obligado a enterrar las onzas de oro del gobierno de López. ¿Usted se acuerda de que el Mariscal López tuvo que abandonar Asunción? Cruzó todo el territorio paraguayo para ir a refugiarse a los montes, hacia Cerro Corá.
Sigue el diálogo. Entre los mitos guaraníes (Pombero, Pora, Curupí, Mala visión, etc.), el Tesoro Escondido lleva en fundición la nobleza perdida de un país no sabemos si tan grande por lo que efectivamente fue o por lo que hizo con lo que hicieron de él: una derrota dignísima y un mito imbatible. Fuimos ricos, y eso quedó bajo tierra. Blache en la Argentina de mitad de los setenta escarba y encuentra en cada paraguayo los restos de aquella civilización.
Hace pocos días, Sebastián Scigliano y Emiliano Bisaro publicaron este pequeño y valioso trabajo: “Resistencia sindical a la dictadura”. En una efeméride redonda de 45 años traen al lejano 17 de febrero de 1977, cuando se publicó el Decreto Nacional 385/77, que llevaba la firma de Videla (más el Ministro de Trabajo, Horacio Tomás Liendo, y el de Justicia, Julio Arnaldo Gómez). Dicen Scigliano y Bisaro que establecía la “caducidad” de los padrones sindicales, “obligando a la reafiliación de los trabajadores y las trabajadoras en el lapso de 40 días frente a los empleadores y el sindicato; y la derogación de la normativa que permitía a los sindicatos el cobro de cuotas y contribuciones a todos los trabajadores y las trabajadoras de la actividad; la determinación del universo de quiénes serán considerados como cotizantes u aportantes de los sindicatos y la modalidad en que se realizarían las contribuciones”. Sin guita y sin afiliados dejaba a los sindicatos entre Pampa y la vía.
El duro 1977 y en el mismo mes de febrero en que desaparece también el dirigente Oscar Smith, cuyos paros y acciones de “Luz y Fuerza” (pelea por salarios, pelea por delegados presos), según relató Miriam Lewin, produjo esos apagones eléctricos que también apagaban la picana. Scigliano y Bisaro (activistas de ATE) recogen la historia de otros gremios de la actividad privada. Por ejemplo, la que toman de Roberto Bonetti, actual Secretario General Adjunto de la UOM. Bonetti recuerda: “En esa época, laburaba en un empresa muy grande en Avellaneda que se llamaba Ferrum. Éramos más o menos 3000 trabajadores. Se trabajaba las 24 horas en tres turnos. Cuando vino la dictadura pasaron dos cosas. La primera es que congelaron los premios que teníamos. Eran importantes, representaban casi el 50% del sueldo. Eso generó un conflicto dentro de la empresa. Y terminó muy mal. Siete compañeros fueron en cana durante dos años y la empresa mantuvo congelados esos premios. La segunda fue con respecto al tema de la afiliación. El decreto que volteaba las afiliaciones, había que volver a afiliarse. La experiencia mía en esa fábrica fue que todo el mundo se volvió a afiliar, no hubo nadie que no firmara la ficha. Incluso los que nunca se habían afiliado al sindicato. Venían con una mesita, una persona del sindicato acompañado de uno de los delegados, que se mantuvieron en la empresa, muy limitados, pero se mantuvieron, todos muy callados, nadie abría la boca y les decían a los compañeros: ´El que se quiere volver a afiliar que llenen la ficha´, se hacía la cola frente a la mesa y después iban firmando la planilla de uno en uno. Y lo hacían en cada una de las secciones. Todo se hacía muy cautelosamente. No había manifestaciones de ningún tipo. Si había cautela era porque si llegabas a decir algo, te engrampaban y te metían en cana. Mi sección se afilió toda. En el caso de la UOM fue un éxito”.
En otro pasaje Scigliano y Bisaro cuentan que en una planta de IDEAL-ARCOR de 211 afiliados volteados se reafiliaron 181. Victorias particulares, derrota general. Una Argentina de los que sabían que si daban un paso en falso hacia atrás ya no habría retorno. Y no lo dieron. El 17 de febrero de 1977 la dictadura abrió un espacio de “libertad”. Corran, huyan, sean libres. Crear las condiciones para que se acabe la Argentina sindical. Y una mayoría de trabajadores se quedaron en su lugar. Estirando una metáfora: no pudieron contra el tesoro vandorista del país igualitario. La clase trabajadora, la clase media. Pero ese tesoro escondido de trabajadores bajo convenio, de paritarias y negociación, tiene cada vez menos tesoro. Sin embargo aún “vive” y es una línea paralela de “aristocracia obrera” (la Argentina salarial) que convive con millones de trabajadoras y trabajadores no registrados, informales, creadores de su propio empleo.
Dos delegados sindicales se toman un café. El que entra a venderles pañuelitos descartables los mira sin mirar. Está fuera de radar. Como dice Paula Abal Medina: “El mundo del trabajo que no grita y muchas veces ni siquiera sabe qué puerta hay que tocar”. La lucha ente salario e inflación es también “la” lucha en sí misma: la capacidad de representación para dar esa pelea. La inflación te sube el precio de las cosas y te dice también que estás solo. Este ciclo inflacionario agarra a los trabajadores más rotos, más fragmentados, con menos representación gremial. Eso también es parte de su tormenta perfecta. La CGT, la CTA, ahora la UTEP, corren de atrás esta carrera. La inflación desincentiva grandes inversiones y también las pequeñas astucias para capear la crisis, el emprendedorismo real, el almacén de Eliana, el kiosco de Eliana, el Renault 12, el policía remisero. Desarma el trabajo, el impulso. Diremos que hasta acá cada gobierno hace que hace y no le encuentra el agujero al mate. El gobierno actual dice ahora que estudia lanzar más medidas, más controles, más mercados, que hay galpones. La inflación es el enemigo invisible. Y en la nada del medio de eso que se juega (que el salario le gane a la inflación) se juega con menos jugadores.
En la caída de la tarde negra con su número de inflación amargo le pregunto a Eliana cómo es Cochagual. “¿Vos lo conocés, no recordás?”. Y su respuesta tendrá dos aunque y un pero (cal y arena): “Es un lugar desértico y estamos en el llano, aunque las montañas se ven hermosas desde acá. Estamos cerca del río, aunque con la sequía no tiene casi nada de agua… La tierra es salitrosa, la flora es más bien baja… pero yo puse un montón de árboles en mi casa y todos prendieron. Los árboles viven.” Un país aún con tesoros escondidos.
MR
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