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Perdón que interrumpa Opinión

Tirar la primera piedra: deuda, inflación y vidrios rotos

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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El Frente de Todos está en la lona. Su solución o disolución se puede encontrar en la ensaladera de chimentos crueles de estos días, pero también es un resultado de época. Se explica por adentro y por afuera. ¿Qué época hizo posible al Frente de Todos? Una que ya no existe más. “Contra Macri estábamos mejor”. ¿Qué época fundó el Frente de Todos? La época lo fundió a él. La Pandemia que arrancó prácticamente cuando arrancó la actual presidencia se encendió con el motor de una fe ciega: #ElEstadotesalva. Incluso la resistencia oficial a la demagogia de un ajuste de la política (un gesto, bajarse por unos meses los salarios, lo que sea) se rechazaba con desdén autosuficiente. Pero a ese arranque de banderas, aplausos, himno en los balcones y mesa tripartita finalmente lo pasaron por encima estos dos años en los que surfeamos en torno a la palabra “casta”. La sociedad se conoció más a sí misma y los “privilegios” se contaron de a uno. Ahora el Frente de Todos se encuentra en un largo debate sobre el Frente de Todos y eso vuelve a su política una mera “meta-política” en la que parece haber cada vez menos sociedad.

La lista de errores (Vicentín, vacunatorio vip, foto, cierre de escuelas, etc.) se superpone a la forma de equilibrio interno que resultó su tormenta perfecta: el cristinismo trina porque Alberto no hizo lo que ellos querían que hiciese y Alberto trina porque la parte del contrato que cree cumplida es la de no haber construido su liderazgo. Veámoslo así: si CFK en las cartas reveló las 18 reuniones hechas a su pedido; Alberto, como respuesta, puede constar que no hubo brote de “albertismo” que él mismo no fuera capaz de cortar de cuajo. Más que como una “lealtad” como una forma de llevar adelante su presidencia: “hacer la suya”… sin liderar. Síganme, no los voy a liderar. Una suerte de vacío paradójico, que está en el medio de la negociación con el FMI: el presidente logró que el Congreso le vote el acuerdo con una mayoría que dejó aislado al cristinismo. Alberto no lidera pero sabe empujar el carro. Sin embargo, lo hace en una colectivización de la “ética de la responsabilidad”, porque no son votos que se le suman netamente por su liderazgo, sino por precaución institucional: tratan de que no se caiga. A la par, de uno y otro lado se turnan para un deporte: disparen contra Guzmán. El objetivo preferido de todas las mirillas. Curiosa coincidencia no sólo porque Guzmán sea, tal vez, de los pocos ministros que pueden ostentar algún resultado concreto; sino también porque incluso desde su trayectoria de outsider académico, hizo lo que parece prohibido: política. Macaneó, franeleó, puso tiempos, tensó, tropezó, se cerró… pero tuvo poder. Tocó el tabú de la interna oficialista: quiénes pueden y quiénes no pueden hacer política.

¿Quién tiene el poder? Desde 2008/2009 (¿Qué te pasa, Clarín?) la pregunta es dónde está el poder con mayúsculas. Una pregunta de paranoicos, de pragmáticos, pero una pregunta “necesaria”. Macri llegó el poder “para devolverlo” e imantó su fracaso en una lectura: no importa quién gobierne, el poder sólo puede ser peronista. Porque si durante las presidencias de Cristina se hacía docencia sobre que el poder es el otro (los medios hegemónicos, las corporaciones, Magnetto, Lorenzetti, Stiuso), la presidencia de Macri decía que el poder eran “ellos” (los sindicatos, los movimientos sociales, los gobernadores). El poder del Frente de Todos es una pelota que va desde un extremo en que dicen “el que decide es Alberto” a otro en que dicen “Cristina me vetó”. ¿Quién tiene el poder? Quizás, el verdadero poder (transformador), entonces, se encuentre en el llano. En el negocio de ser oposición (aún, gobernando): libre de responsabilidades y costos, bajo el abrigo de “tener razón” y “abriendo procesos” porque todo en Argentina es proceso. La política está endémicamente peleada con cualquier idea de resultado. Tiene el poder el que bloquea. De Venceremos a Opondremos.

 

En el principio, fue el nombre

 

Teresa Rodríguez fue una joven de 24 años, madre de tres hijos, asesinada durante la segunda pueblada en Cutral-Có – Plaza Huincul, provincia de Neuquén. La primera pueblada había ocurrido en junio de 1996, ante los costos de la privatización de YPF y Gas del Estado; la segunda en abril de 1997, en el origen de un conflicto docente por la reducción de salarios y trabajadores en la provincialización educativa dispuesta por la Ley Federal de Educación votada durante el gobierno de Menem. Las movilizaciones las condujo la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén (ATEN). No había un cobre. Eso era el olor a gomas quemadas. Y en la represión del 12 de abril murió Teresa. Una bala rebotó en el piso, le entró por el cuello y…. como siempre hubo versiones de “francotiradores”, pero el calibre 9mm dejó poco margen para la interpretación. Un suboficial de la policía fue procesado, luego absuelto. No se pudo saber quién disparó. Sandra, su hermana, la recordó alegre y fanática de Gilda y Soledad. A fines de los años noventa su nombre fue a dar al nombre de un movimiento de desocupados, un “grupo piquetero”, cuyo origen se remonta a la ciudad de Mar del Plata, que es uno de los termómetros veloces de las crisis argentinas. Casi todo el peronismo estaba lejísimo de Teresa. Las piedras saben por viejas. Para el viejo piquete la “clase política”… sos vos.

Teresa Rodríguez es el nombre de donde viene eso que nombramos estos días con la sigla MTR. Y los que lo puso en el ojo de la tormenta (el apedreo del Congreso que alcanzó el despacho de la vicepresidenta) ya tiene causa y detenidos (el venezolano Jaru Alexander Guerrero Rodríguez, de 29 años; Oscar Santillán, de 54 años; ambos del MTR). El periodismo es servicio: se escribieron notas con antecedentes, datos personales y copias de chats de cada uno de los que estuvo en el balurdo. El ministro Juan Zabaleta sirvió en bandeja a uno de los detenidos. Escribió en twitter: Supimos que uno de los detenidos por el ataque al despacho de @CFKArgentina era beneficiario de Potenciar Trabajo desde noviembre de 2018. Ya lo dimos de baja. La sociedad argentina los ayuda para que puedan trabajar, no para que atenten contra la vicepresidenta. Dado de baja sin asumir la presunción de inocencia. Su caso contribuyó a decir lo que parece imposible no decir sobre los movimientos sociales: se han vuelto lo indefendible de la política. No se levantará nadie a defenderlos. Las intendencias (columna vertebral del peronismo) suelen inevitablemente tensionar con ellos. Son los señalados, los que todo el mundo señala. Son tan “blanco fácil” los movimientos sociales que, paradójicamente, producen que un cronista sobreestime su inteligencia frente a una mujer del Polo Obrero que le pasó el trapo solamente diciendo lo que él creyó que era incapaz de decir. La overloquista. Pero no están eximidos de cuestionamientos reales (caminan entre los lados del arco iris, ya son parte de “la” política) sólo que en un país que oscila entre ufanarse por su cobertura social y lamentarse por el 40% de pobres quizás cabe una última pregunta para todos, ¿hubiera habido políticas sociales sin los movimientos sociales? O, más aún, ¿qué habría sin ellos?

Tantos años de polarización crearon un conservadurismo tal que para resolver algo mínimo (como votar el acuerdo con el FMI que patea las cosas para adelante) la política debe deshacer por un ratito las coaliciones. ¿Quién hace docencia, quién dice lo que no se espera escuchar, quién arriesga? Alcira, una antigua peronista nacida en los años treinta, jubilada, empleada de comercio, madre de varios hijos, a la hora de pasar en limpio su mayor recuerdo de Perón utiliza una frase. “Nos enseñó la palabra ahorro”. Perón tuvo que hacer su ajuste en 1952, mirar la economía de frente con un plan de estabilización. Hasta Milei lo suma a su “línea histórica”. Alcira lleva en su oído esa enseñanza corta, directa al bolsillo, que dice algo sobre la “docencia política”. La política es también una enseñanza de los bolsillos, de las astucias y los sacrificios. Los liderazgos se cocinan también en el camino difícil. Ponerle nombres a las cosas. Puntos sobre las íes. La Revolución cubana, esa que ama la izquierda contra viento y marea, es también una historia de “períodos especiales”. “No va a haber reforma laboral”, decimos sabiendo cómo termina la historia y a la vez que el mundo del trabajo ya está reformado. Vendedores ambulantes con mercado pago. Explicar el mundo que viene con otros nombres que no son el gps de lo “nuevo” pero al que el fantasma del “neoliberalismo” le queda corto.

La asunción de Boric, tan fritada con proyecciones regionalistas, tuvo, en cambio, una imagen más simple y menos romántica: cuando abandona el balcón junto a su esposa, se da vuelta tras saludar al pueblo, suspira y levanta las cejas. “¿En qué me metí?”, podemos leer más allá de lo interpretado del gesto (incluyendo el curiosísimo ademán del edecán militar que lo sigue). Boric parece decirle al mundo “qué difícil va a ser esto”. Y eso debería ser visto incluso por los que machacan contra él. A riesgo de ponerle subtítulos, finalmente haya sido eso: el gesto de un hombre que ese día no da más. Pero no sabe (o sabe a medias) que también ya habla con la posteridad. Boric, un izquierdista inteligente, arrancó así. Diciendo “esto no tiene nombre”. Una vez a mitad de los años noventa le preguntaron a Joaquín Sabina sobre el Subcomandante Marcos. El español, vivísimo, un pícaro vendedor de metáforas como espejitos de colores, dijo: “me gusta porque duda”. En mi propio oído juvenil puso por primera vez dos palabras que no conocía juntas: izquierda y duda. Íconos de dos culturas (la psicobolche uno, el autonomismo insurgente el otro), se unieron porque el Sub no aseguró la victoria pero evitó la masacre. Dudar. Sentir que es demasiado.

Alberto Fernández nombró la inflación en la metáfora de la guerra. Quiso buscar algo que le permitiera ponerse un casco. Anunció que iba a anunciar. Inflación es una palabra escasa en el vocabulario del gobierno, pero ahora la nombra, la asignan multicausal. Y es un modo duhaldista de decir las cosas: todos tienen razón. El economista Ricardo Rotsztein enumera “las causas” una por una. “La teoría monetarista es la más conocida. Dice que la inflación es causada por la emisión monetaria (por la emisión de dinero en exceso). Otra teoría es la de la inflación de costos; y la estamos viendo a nivel mundial: algún bien esencial, algún insumo, puede ser el petróleo, el trigo o la soja, sube a nivel internacional y ese precio fundamental en la economía se traslada al resto de los mercados. Si sube el petróleo, sube la nafta; si sube la nafta, sube el transporte; si sube el transporte, sube el precio de todos los bienes. Después tenemos la inflación oligopólica que, en realidad, hace foco en que si los empresarios tienen poder de mercado, tienen capacidad para fijar los precios y propagar la inflación. Después tenemos la inflación por puja distributiva: la puja entre empresarios y trabajadores por repartirse el excedente, y los empresarios, cuando ceden, trasladan ese aumento a los productos. Después la inflación inercial: también sería un mecanismo de propagación donde más allá de cuál es la causa de la inflación, hay mecanismos en la economía (los de indexación) que hacen que el primer shock que causó la inflación tenga efectos más duraderos. Lo pienso así: tiramos una piedra a un estanque, ese es un aumento del petróleo; después ese aumento genera ondas expansivas por los mecanismos de indexación, entonces las paritarias hacen que suban los salarios; los contratos de alquiler hacen que suban los alquileres y así en cada uno de los mercados, ese primer shock, esa primera onda expansiva que fue el aumento del petróleo, se esparce al resto de la economía.” Piedras, piedras… ¿y quién tiró esa otra, la vieja piedra inercial? 

El segundo nombre de Argentina es inflación.

 

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