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La crisis del FDT

Para la tregua o la ruptura, Alberto y Cristina empezaron el recuento de aliados

Alberto Fernández durante el acto oficial por Malvinas

Pablo Ibáñez

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Los publicistas que cranearon el lema “Malvinas nos une” no pudieron anticipar, hace meses, que cuando el mensaje se multiplicara en los actos por los 40 años del inicio de la guerra, el gobierno explicitaría un estado de fractura de tal magnitud que en dos fechas sensibles, como el 24 de marzo y el 2 de abril, Alberto Fernández y Cristina Kirchner no pudiesen mostrarse juntos.

Los dos actos por Malvinas mostraron, desde los simbólico, no solo distancia personal entre los Fernández sino hasta qué punto la pelea doméstica todo lo abarca y lo contamina. Están, para la comidilla, los detalles operativos: si Presidencia convocó o no a la vice -algo que ocurre, casi, por default: un mail que se dispara como un bot-, o si Cristina prefirió su propio acto, en un ritual para mostrar su agenda propia, la que empezó a desplegar hace una semana con el proyecto que Oscar Parrili, con el asesoramiento de un ex banquero, armó para “repatriar” fondos argentinos en el exterior, y profundizó con el encuentro con Marc Stanley, el embajador de EEUU en Buenos Aires.

Sergio Massa nos une, podría ser el eslogan de entrecasa de un FdT que cruje y se fragmenta. O, quizá, Mauricio Macri nos une. “Que esté Macri ahí, de nuevo, como amenaza, es lo único que nos puede servir para volver a estar juntos”, le dijo un ministro a elDiarioAR. No es un detalle menor porque Macri no expresa solo la derrota sino que va atado a la hipótesis de que el jefe del PRO, de volver a ser presidente, iría más a fondo en todos los frentes. Incluso, el judicial.

- Cristina no me va a voltear un ministro. - Al ministro te lo va a voltear la gente.

Pero el fantasma Macri no alcanza para desandar la tirria política entre los Fernández. La situación interna, aunque se retome la comunicación entre el presidente y su vice, tiende a agravarse. De los pedidos de una cumbre entre Alberto y Cristina, se pasó a tratar de construir una “nueva normalidad” que permita mantener activo el gobierno para luego escalar a otro estadío: un sutil, y a veces no tanto, poroteo de aliados y sectores, acercamientos y acuerdos, como preparativo para una futura disputa política y/o electoral.

La metáfora bélica suena mal frente al aniversario del desembarco en Malvinas pero, en términos políticos, es lo que está ocurriendo: Alberto y Cristina alistan las tropas para una batalla posible o, en el mejor de los casos, para estar más fuertes para sentarse a negociar la paz.

Agenda y poroteo

Cristina desbloqueó un nivel de acción política. Fracasó en la paritaria personal con Alberto, luego recurrió a cartas y discursos, y dispuso renuncias para forzar que el presidente la escuche. Eligió, ahora, el camino de la agenda propia. El proyecto sobre los fondos de argentinos en el exterior, que estiman en 350 mil millones de dólares, se nutre de un texto de David Lipton, director interino del FMI, y revisita con el estilo de la vice la cuestión deuda porque aparece como “alternativa”, a simple vista testimonial, para discutir algo más grueso: quien paga el acuerdo con el fondo.

El proyecto parece condenado a naufragar en Diputados, aunque el kirchnerismo prevé que al menos expondrá a la oposición porque la obligará a definir una postura. Pero, detrás, aparece otro lenguaje: con esos despliegues Cristina, Máximo Kirchner y sus legisladores, explicitan de manera abierta no solo sus diferencias sino, sobre todo, su desarraigo del gobierno.

Anabel Fernández Sagasti, una de las firmantes iniciales del proyecto -junto a Oscar Parrilli y Martín Doñate, entre otros, aunque luego se sumaron todos los senadores- dijo en C5N algo que se repetía en privado pero pocas veces se planteó con tanta claridad: que todo el equipo económico del gobierno lo integran funcionarios que, dijo la senadora mendocina, “son del sector del Presidente” y la “mayoría de las medidas económicas vienen de ese sector.”

Fernández Sagasti no lo dijo pero se la puede sobreinterpretar de otro modo: que el problema no es solo Martín Guzmán. El ministro de Economía, blanco móvil del cristinismo, fue el centro de una conversación que tuvo Alberto Fernández con un dirigente K que, por pedido de la vice, le trasmitió el deseo de hacer cambios en el equipo económico. El diálogo, sintético y fatal, se reproduce así:

- Cristina no me va a voltear un ministro.

- Al ministro te lo va a voltear la gente.

La presión explícita de Cristina para desplazar a Guzmán opera, hasta acá, en el sentido inverso. La paradoja para Fernández es que la crisis interna del FdT requiere que el mapa del gobierno y de su gabinete se modifique, se adapte al nuevo escenario de alianzas y rivales. Pero, hasta acá, se resiste a hacer cualquier movimiento: así como no parece dispuesto a entregar a Guzmán, tampoco da señales de avanzar con el desplazamiento de funcionarios de La Cámpora (el domingo, en una entrevista en TVP elogió a Pablo Ceriani, de Aerolíneas), mientras la dinámica lo pone frente a otras crisis.

En los últimos días, según cuentan en la intimidad de Olivos, funcionarios amenazaron con dejar sus cargos: Julián Domínguez dio a entender que si se aplicaba una suma general de retenciones “no podría seguir” en Agricultura. Circuló, además, la versión de que Juan Zabaleta advirtió que si se creaba el Ministerio de la Economía Popular, cargo que promueve Emilio Pérsico, dejaría Desarrollo Social pero se desmintió en el más alto nivel, se afirmó que la relación entre Zabaleta y Pérsico es buena y que la teoría de una crisis es alimentada por otros sectores internos.

En medio volvió a sonar el rumor de un recambio en la jefatura de Gabinete. El jueves, Juan Manzur, trasmitió que no dejará su cargo. ¿Por qué eso es relevante? Fernández, a pesar del recelo inicial, está agradecido con Manzur por haber asumido la jefatura en el que fue su peor momento político y por eso difícilmente accione contra el ex gobernador de Tucumán. “Manzur va a dejar de ser jefe de Gabinete cuando él lo decida”, dice un entornista presidencial.

Si ese dictamen perdura, no parece haber motivos para que en lo inmediato Manzur deje la jefatura de Gabinete ¿Para volver a Tucumán, donde a simple vista no tiene chances de reelegir, aunque hay una interpretación jurídica que lo podría llevar a discutir esa posibilidad? Aparece otra razón: Manzur es, dentro del sistema Fernández, uno de los que propone que el presidente juegue más duro, algo que todavía no ocurrió.

Tropa

Hasta acá, al margen de la frialdad recíproca con Cristina y Máximo, Fernández se limita a tratar de neutralizar los movimientos que hace el dispositivo K. De algún modo, quizá con ese objetivo oculto, Cristina logra que Alberto salga de la parálisis. En el dispositivo K hay un diagnóstico lapidario sobre el presidente, referido a la desconexión con la situación social. La burbuja Olivos, la llaman. Sobre ese argumento, montan sus acciones políticas.

Incluso con costos para los propios. Un informe que circuló en el FdT, atribuido al catalán Antoni Gutierrez Rubí, ubica a Máximo Kirchner en la cima de la imagen negativa entre los dirigentes del oficialismo, con 66 puntos de rechazo, cifra que alcanzó -y consolidó- por la posición que tuvo en la saga FMI. Puede haber algo de sacrificio: cuando informó a un grupo selecto su renuncia al bloque, explicó que su renuncia era para poder hacer lo que otros, en particular Cristina y Axel Kicillof, no podían hacer: cuestionar el acuerdo con el Fondo y marcarle la cancha al gobierno.

El gobernador fue, en enero, quien advirtió a Cristina sobre los cambios en los términos del acuerdo con el FMI. En privado los consideró dramáticos pero luego, en público, al igual que “Wado” De Pedro, en el juego de roles, prefirió hablar de la “catástrofe” que evitada el entendimiento. Kicillof apareció, en estos días, en la órbita envenenada de la Casa Rosada. Su discurso junto a Hebe de Bonafini, donde dijo “al que no le interese pelearse con nadie, que sepa que no lo necesitamos” -que se leyó como un misíl a Fernández- alimentó el malestar del capítulo Daniel Gollán, el diputado que había anticipado su voto a favor del acuerdo con el FMI, pero luego migró a la abstención. Según la versión que llegó a oídos del presidente, Gollán cambió de voto porque lo llamaron del entorno de Cristina pero, en medio, consultó a Kicillof sobre qué hacer, ante lo cual el gobernador le dijo que haga lo que pedía la vice.

Kicillof opera bajo el mando de Cristina pero, incluso más que la vice, mantiene una actitud de baja tensión. No solo por la dependencia de la provincia respecto a la asistencia financiera, sino porque el gobernador solo se mueve en una clave similar a la de Fernández: conseguir su reelección. Enfocado en un segundo mandato, Kicillof avisa que si algo no aparece en su menú es la intención de ser candidato a presidente. Igual, al final, será la vice la que defina dónde y cómo jugará cada uno en el ajedrez electoral del 2023.

Por lo pronto, no le pide que aumente la tensión con Fernández. Esa tarea se la encargó a Máximo, que sin sus oficios de jefe de bloque, se dedica a peinar el territorio y a establecer contactos con dirigentes de todo tipo y color. En esa lógica se concretó el encuentro con Pablo Moyano esta semana y, antes, el despliegue para ayudar a que Abel Furlán desplace a Antonio Caló en la jefatura de la UOM. Lo dos movimientos generaron una reacción: Fernández buscó un encuentro con Furlán y luego invitó a Moyano a Casa Rosada.

En defensa propia, en una conducta habitual de él, Fernández convoca a aquellos dirigentes que lo cuestionan. Cuando entrevió el acercamiento público de Furlán y Pablo Moyano -que está incómodo en la CGT del amigo del presidente Hécror Daer- al planeta K, reaccionó. Quizá haga lo mismo cuando se entere que desde el Instituto Patria retomaron el diálogo con dirigentes del PJ, entre ellos el ex canciller Felipe Solá, que se fue en malos términos del gabinete. En el mejor de los casos, el apotegma de Flavio: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.

PI

Se agregó información sobre una versión en Desarrollo Social.

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