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Opinión Perdón que interrumpa

Ultima visita al 2001, ese museo de grandes novedades.

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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A mi hermano Emiliano Quinteros

Llega diciembre y la política con lo de siempre: “Hay que pasar diciembre”. Esa manera repetida de recordarnos cada año, gobierno a gobierno, que vivimos bajo el imperio de ese fantasma. El mínimo común de una gobernabilidad fijado en el rito de pasar diciembre. Alsogaray dijo en el nudo del siglo 20: “Hay que pasar el invierno”. Entramos al siglo 21 diciendo hay que pasar diciembre. ¿Dónde está el 2001? En la mecánica automática de esa frase sin pasión. 

Una mesa debate “a veinte años del 2001” en el CCK o el Centro Cultural de la Cooperación, le apaga el fuego, lo diseca, lo hace polvo no enamorado. Hay más 2001 en Milei llamando leones a sus seguidores, hablándoles de Cavallo, que en los homenajes a una “gesta popular”. El 2001 no vive de la Memoria. Vive en los que no disciplinó con su recuerdo, los que no hizo más responsables. Los que no lo llevan encima, desmemoriados, ni hablan del partido de Estado, o los que nadaban en líquido amniótico mientras el país ardía. ¿Quieren un Cavallo para que lo solucione o un Cavallo para que lo haga estallar de nuevo? En palabras exactas de Alejandro Galliano, tenemos en el corazón “el oscuro deseo de un estallido que solucione los problemas económicos en un parpadeo”. “Habrá algunos muertos, habrá más pobreza, pero la economía rebota y la política se endereza. Siempre será racional apostar al caos, siempre será buen negocio esperar que las crisis maduren”, redondea Galliano. ¿Dónde está el 2001? En el deseo de que todo estalle para que todo se ordene.

Igual, el 2001 será recordado en ritual, habrá desfiles de los cuerpos que han sido salvados, lista de muertos queridos. Ahí entra Gastón Riva, un pingazo repartidor de pizza que salió “a hacer ruido”, un mártir motorizado. Y a la vez, no es posible mirar atrás sin sentir que estalló la garrafa de nuestro siglo XX: ahorristas, jubilados, trabajadores precarizados, desocupados, madres, oficinistas, sindicatos, policías y empleados de seguridad a los tiros, bancos rotos, políticos escapando en ambulancias, estado de sitio metido en el culo y la cara inolvidable de Enrique Mathov en la oficina con sus mil monitores. Apocalipsis y un día el país siguió. Recuerdo una entrevista en un canal de cable donde Aníbal Ibarra explicaba el operativo de limpieza de la plaza tras los destrozos. La política no estaba para más: limpiar la escena del crimen como Harvey Keitel en Tiempos Violentos. Llegar, limpiar, huir. Y al otro día, el ruido oxidado de la rueda, la lenta vuelta a la normalidad. ¿Dónde está el 2001? En el siga, siga argentino: se nos caen las torres, nos volvemos a levantar.

Después del 2001 no hubo una sola parte de la sociedad que no asumiera que si se moviliza y sale a la calle obtiene cosas. Así como los sindicatos, la Iglesia, los partidos, las izquierdas, los organismos de derechos humanos, el feminismo o los movimientos sociales, llegaron las velas de Blumberg, las cacerolas y cortes de ruta del campo. Democracia de la calle sin los protocolos de la “plaza pública”. Porque hasta Quebracho tenía protocolos: su pañuelo palestino, sus piedras y palos para la tercera guerra mundial, su lista de seguridad, su abogado pegado al teléfono, sus infiltrados. Pero no la furia del ahorrista golpeando la chapa de un banco cerrado hasta agotarse. La marcha del orgullo capitalista: los miles que sin pudor muestran el abajo el colchón saqueado. La clase media, el hecho maldito del país peronista. El 2001 nos sacó la culpa a todos: puede ser cada vez más privado lo que se pone en público. El leitmotiv feminista pero mi homebanking. Cada cual lleva a la calle lo que se le canta. El chico disfrazado con dólares que grita en 2012 contra el cepo, el chacarero que dice “Yegua montonera” en las rutas en 2008, el terraplanista contra las vacunas en el Obelisco en 2020, la guerra de almohadas en el Planetario en 2006; todo convive con lo de siempre, con el “Yanqui vas a correr” que pintó La Venceremos en una pared del centro. Mi cuerpo, mi plaza, mi brainstorming. El 2001 corrió el velo. A las patas en la fuente les dijeron correte que entramos todos. Ya no es sólo la plaza protegida con “narrativas”. Es plaza abierta, deshilachada, con símbolos menos controlados, con un matete de bolsas negras y piedras, sin la curaduría del arte político. Los que sienten que salen por primera vez con sus carteles que no discutieron con nadie, que no corroboraron su pertinencia en una asamblea. A muchos no los reprimirán jamás, y lo saben porque pasan por al lado de la policía como si supieran que están para reprimir a los otros, pero llevan encima el retorno de lo reprimido, de lo que no conviene decir. La plaza es de todos. Democracia, bancate ese defecto. ¿Dónde está el 2001? En el fin de la “plaza calificada” de izquierda: mi plaza, mi decisión.

Y también fue nuestro Woodstock generacional. Es decir, por un  lado que si todos los que dicen que fueron hubieran estado ahí nos hubiéramos llevado el sillón de Rivadavia en andas, y por otro lado, a la vez: todos estuvimos ahí. Porque para estar ahí había que ir a cualquier esquina. Era simplemente respirar el humo del baño maría de las casas argentinas. Porque si vos no ibas a la crisis, la crisis iba a vos, decía la instrucción cívica del periodismo. La cacerola, el arte rupestre de las viralizaciones. El voto bronca, la primera red social. Los primates del siglo 21. “Rompan todo”, el eco del viejo grito del Gran Billy. Los Feinman celebraron un día la misma plaza. Eduardo y José Pablo. Todo el mundo dispuesto a romper todo. Y en un momento casi rompen a Moisés Ikonicoff. Va mi recuerdo: lo tenía al lado, sector sur de la plaza, mediodía, él cantaba como uno más hasta que vieron que no era uno más. Lo empujaron, le pegaron, aunque hubo brazos para defenderlo. Del Yo y Platero a Yo, caníbal había un solo paso y no lo dimos, a Dios gracias. Y en ese vaivén, en ese romper todo y a la vez salvar la tabla de Moisés, aún reconozco a muchos en la primera intuición vertiginosa. ¿Dónde está el 2001? En las militancias conservacionistas: nacimos tirando piedras, crecimos cuidando un orden posible. 

¿Quién cantó, quién fue el primero que cantó “Que se vayan todos”? Tiene que haber sido uno. Un ocurrente. ¿Quién fue el Vicente López y Planes de la desintegración nacional? La que duró un suspiro pero que reinició la política. Y después: todos los viernes, todos los santos viernes que se intentó repetir la escena. Por otro argentinazo, bramaron las izquierdas como si supieran el secreto de la coca cola. Y el secreto es que no tiene secreto. Y así cada viernes, y otro, y otro, y “este viernes, compañeros, no pudo ser, así que nos vemos el viernes que viene en la plaza a la misma hora”. La izquierda y ese tic nervioso del director de cine que no conforme grita oootra vez: “¡repetimos escena!”. Pero chau, se acabó. Rompimos todo. Ahora a reconstruir. De casa a los piedrazos, de los piedrazos a casa. Porque imitar lo que pasó, activar las palancas y el movimiento sincronizado para repetir el eclipse en el que el sol de la Sociedad tapó al Estado es imposible. El doble vínculo de la psicología: “seamos espontáneos”. Ya está. Lo que pasó en un día de todas las furias. Millones de líneas paralelas. La sociedad tuvo el hacha en la mano. Y casi todo lo que se hizo desde 2001 y en nombre del 2001 fue también para sacarle el hacha de las manos. Estos veinte años no se hizo el socialismo, se estatizó el progresismo. El 2001 fue un orden roto por dentro. No fue anti capitalista, fue también de los que creyeron demasiado en él. No lo rompieron los resistentes, aunque hicieron su parte, lo terminaron rompiendo los creyentes. Pero nadie supo que el 20 de diciembre era el 20 de diciembre, como nadie se puso el despertador un 29 de Mayo porque hoy, compañera, compañero, hacemos el Cordobazo. ¿Dónde está el 2001? En la lección eterna de la Historia: primero el acontecimiento, después el símbolo.

No se fueron todos, se lavaron la cara. La noche ciudadana del 19 con vecinos con Constituciones en la mano parió al macrismo. Y el día largo del 20 con vecinos, oficinistas, militantes y motoqueros parió al kirchnerismo. Lucha de clases medias: las viejas asambleas migraron a los consorcios de edificios. Uno, hijo de las cacerolas; otro, hijo de las asambleas (del ¡piquete y cacerola!). La lucha es una sola: coaliciones que ordenaron pare el gusto politológico. Progres y pobres contra los que agregan valor: el Partido del Conurbano versus el Partido de la Pampa Húmeda. Y aprender a vivir la crisis (sin solucionarla). Siete años después del 2001 volvieron las cacerolas para protestar contra la resolución 125 que afectaba a un sector vital de la economía. ¿Dónde está el 2001? En el 2008: del Que se vayan todos a la grieta.

Santiago del Estero estalló en el 93, Cutral Có y Plaza Huincul en el 96, Tartagal y Mosconi en el 97, Corrientes en el 99, Ingeniero White en el 2000, La Ruta 3 en La Matanza en mayo de 2001. Y el “Perro” Santillán, el último Mohicano, cruzó la década como lo que fue: un irreductible. ¿Dónde está el 2001? En el “acuerdo social” no escrito: sin planes no se puede, sólo con planes no alcanza.

Pero la larga mecha nacional tuvo su episodio final en Plaza de Mayo. El 2001 fue metropolitano, fue en el Conurbano, fue porteño. Fue en el kilómetro 0. Un militante cordobés, que vivía en un departamentito alquilado en Once, el 20 se levantó de la siesta y llamó al teléfono del único compañero con celular: “che, culiado, ¿qué pasó?”. ¿Dónde está el 2001? En el orden duhaldista: gobernar el AMBA es gobernar la Nación. 

Un día Eduardo Feinman mostró un huevo de gallina al aire, en el gran programa de la época (Después de hora de Daniel Hadad). Dijo: “el huevo es proteína pura”. Quería pesar la proteína del huevo contra los que se lo tiraron a la delegación del FMI. Pero otro día dijo que el pueblo eligió su moneda. “¿Alguien vio un dólar?”, trinó el General Perón el siglo pasado, y Feinman en el primer año del siglo XXI (que no nos encontró unidos, pero sí dominados) dijo: “el pueblo eligió su moneda, el dólar”. Clivaje del 2001: dolarizadores versus devaluadores. Del corralito al cepo: gobernar el dólar es gobernar la Argentina. Sostener la convertibilidad supuso que la política representó demasiado. Nadie quiso ponerle el cascabel al gato para romper la ilusión de tener democracia y te tener moneda. Así crece también la dimensión patriótica de Remes Lenicov: hizo lo que había que hacer y pagó el precio. ¿Dónde está el 2001? En lo que el Estado sabe: prefiero que no tengas ahorro antes que tener que comértelos.

Ya crecidos, acostumbrados, mientras nada parece nuevo por demasiado tiempo, y la política que corría escrachada ahora se revolea la palabra “casta”, y el kirchnerismo y el macrismo son el status quo, y a la nueva crisis se le echan encima los cuidados paliativos: soja, retenciones, planes, cepo, devaluaciones. Las columnas de esta tensa Pax romana de veinte años, la única promesa mínima de esta segunda transición cumplida hasta ahora, jugando al límite: “había una vez un país que estalló y ya no estalla más”. ¿Nunca más? El siglo XXI nos encontró injustos y no estallados. Pero en la vergüenza del presente: la mitad de la Argentina pobre. Al espejo del 2001 le rebota y a nosotros nos explota. ¿Cambiamos todo para que nada cambie? Entramos a la democracia cantando “dónde han escondido las flores”, casi la rompemos cantando “son todo narco”, ¿y ahora qué cantamos? ¿Qué nos queda? Lo de siempre: hacer un país por el que haya valido tanto la pena estallar.

MR

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