¿Podría apagarse Internet? Un viaje a las entrañas del frágil sistema que mantiene unido al mundo moderno
Es la mañana siguiente a la caída de Internet y, aunque te gustaría pensar que estarías encantado, lo más probable es que te estés preguntando qué hacer. Podrías comprar comida con un talonario de cheques, si es que tenés uno. Llamar al trabajo con el teléfono fijo, si el tuyo sigue conectado. Después de eso, podrías conducir hasta un comercio, siempre y cuando aún sepas cómo orientarte sin 5G.
Una falla en un centro de datos en el estado estadounidense de Virginia la pasada semana nos recordó que lo improbable no es imposible. Puede que Internet se haya convertido en un eje irremplazable de la vida moderna, pero también es una red de programas obsoletos y una infraestructura física que chirrían, lo que lleva a algunos a preguntarse qué haría falta para tumbarlo todo.
La respuesta podría ser tan simple como una buena dosis de mala suerte, unos pocos ataques dirigidos, o ambas cosas. Un fenómeno meteorológico extremo deja fuera de servicio varios centros de datos clave. Una línea de código escrita por la inteligencia artificial en las profundidades de un gran proveedor —como Amazon, Google o Microsoft— se activa inesperadamente y provoca un error de software en cascada. Un grupo armado o una agencia de inteligencia corta un par de cables submarinos.
Esto sería malo. Pero el verdadero evento apocalíptico, del tipo que los pocos expertos en Internet del mundo aún temen en sus chats privados, es ligeramente diferente: un error repentino y en cadena en los protocolos obsoletos y anticuados que sustentan todo Internet. Pensá en los cables que dirigen el flujo de la conexión o en las listas de direcciones que permiten que una máquina localice a otra.
Lo llamaremos “la gran caída” y, si ocurriera, como mínimo, necesitarías un talonario de cheques. “La gran caída” podría empezar cuando un tornado de verano atravesara la ciudad de Council Bluffs, Iowa, arrasando un conjunto de edificios bajos que son centros de datos y parte integral de la oferta de Google. Esta área, llamada us-central1, es un clúster de centros de datos de Google, crítico para sus servicios de alojamiento en la nube, así como para YouTube y Gmail. Un apagón aquí en 2019 tumbó estos servicios en Estados Unidos y Europa.
Las cenas se queman mientras los videos de cocina de YouTube quedan entrecortados. Trabajadores de todo el mundo actualizan frenéticamente sus correos electrónicos, de repente inaccesibles, y luego se resignan a interactuar en persona. Altos funcionarios de EEUU notan que algunos servicios gubernamentales se ralentizaron, antes de volver a planificar una nueva ofensiva por Signal.
Todo esto es un inconveniente, pero ni de lejos el fin de Internet. “Técnicamente, si tenemos dos dispositivos en red y un router entre ellos, Internet está funcionando”, dice Michał rysiek Woźniak, que trabaja en el DNS [siglas en inglés del Sistema de Nombres de Dominio], el sistema implicado en la falla de esta semana. Pero “sin duda hay una gran concentración en Internet”, afirma Steven Murdoch, profesor de informática en el University College de Londres. “Es lo mismo que ocurre con la economía. Es más barato gestionar todo en el mismo lugar”.
Pero, ¿qué pasaría si una ola de calor en el este de EEUU afectara a US East-1, parte de un complejo de Virginia que alberga el “datacenter alley” (el callejón de los centros de datos), un centro clave para Amazon Web Services (AWS), el foco de la interrupción de esta semana? Mientras tanto, un ciberataque afecta a un importante clúster europeo, por ejemplo, en Fráncfort o Londres. A raíz de ello, las redes redirigen el tráfico a centros secundarios, centros de datos menos utilizados, que, al igual que las vías de servicio en un atasco de tráfico, se vuelven rápidamente inutilizables.
O, si nos desviamos de las películas de desastres hacia los peligros de la automatización, el aumento del tráfico podría activar un bug (un error) en la infraestructura interna de AWS, reescrita por inteligencia artificial hace meses; quizás uno que pasó desapercibido después de que cientos de empleados de AWS fueran despedidos este verano como parte del mayor impulso de la compañía hacia la automatización. Abrumada por peticiones desconocidas, AWS empieza a tambalearse.
Signal se cae. También Slack, Netflix y el banco Lloyd's. Los robots aspiradores Roomba enmudecen. Los colchones inteligentes se vuelven locos y las cerraduras inteligentes fallan.
Con Amazon y Google fuera de juego, Internet se volvería irreconocible. AWS, Microsoft y Google juntos representan más del 60% del mercado mundial de servicios en la nube, y es casi imposible dar cifras aproximadas de cuántos servicios dependen de ellos.
“Pero Internet, en su nivel más rudimentario, seguiría funcionando”, dice Doug Madory, un experto en infraestructura de Internet que estudia este tipo de interrupciones. “Simplemente no podrías hacer nada de lo que estás acostumbrado a hacer en Internet porque todo eso se gestiona desde estos metacentros”.
Quizás pienses que la mayor amenaza es un ataque a un cable submarino. Esto entusiasma a los think tanks de Washington, pero por lo demás apenas se haría nada. Los cables submarinos se rompen con regularidad, dice Madory; de hecho, la ONU estima que hay de 150 a 200 averías al año. “Realmente tendrías que cargarte un montón de ellos para afectar a las comunicaciones. Creo que la industria de los cables submarinos te diría: 'Hombre, hacemos esto todo el tiempo'”.
Entonces, un grupo de hackers anónimo lanza un ataque contra un proveedor de servicios DNS, uno de los listines telefónicos de Internet. Verisign, por ejemplo, gestiona todos los sitios online que terminan en '.com' o '.net'. Ultranet, los '.biz' y '.us'. Madory dice que es extremadamente improbable que uno de ellos pueda ser tumbado. “Si algo le pasara a Verisign, '.com' desaparecería. Tienen un incentivo financiero enorme para asegurarse de que eso nunca ocurra”.
Pero se necesitaría un error de esa magnitud, uno que afectara a infraestructuras más fundamentales que Amazon y Google, para devastar el ecosistema digital. Si ocurriera, sería algo sin precedentes. Sin los '.com', los bancos, los hospitales, los servicios financieros y la mayoría de las plataformas de comunicación quedarían fuera de servicio. Algunas infraestructuras gubernamentales de Internet seguirían funcionando, como el sistema de mensajería segura Siprnet de Estados Unidos.
Los últimos en caer
Al menos para una comunidad de expertos, seguiría existiendo Internet. Al fin y al cabo, existen blogs autohospedados y plataformas sociales descentralizadas como Mastodon, así como dominios especializados como '.io', para el Océano Índico Británico, y '.is', para Islandia.
Esa vulnerabilidad afectaba a un sistema que opera un nivel por encima del DNS: el protocolo BGP (Border Gateway Protocol), encargado de dirigir todo el tráfico de Internet. Madory considera que algo así es extremadamente improbable: sería una situación de emergencia total, y el protocolo es “muy resistente; si no lo fuera, ya habría fallado hace tiempo”.
Eso sí, si Internet se cerrara por completo, no está claro si se podría volver a poner en marcha, afirma Murdoch. “Nadie apagó Internet después de haberlo encendido. Nadie sabe con certeza cómo se podría volver a encender”. En el Reino Unido existe un plan de contingencia no virtual, o al menos existía. Si Internet se apagara, las personas que saben cómo funciona se reunirían en un pub a las afueras de Londres y decidirían qué hacer, afirma Murdoch: “No sé si esto sigue siendo así. Fue hace bastantes años y nunca me dijeron qué pub era”.
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