Del “Mono Relojero” al daño económico, los porqués del giro de Fernández
Un memorioso, funcionario joven y peronista, mencionó a Eduardo Duhalde y su cruzada antinocturna de la segunda parte de la década de 1990, aquella aventura marketinera que apuntó a cerrar la noche a las 4 AM y limitar las “matinés”. Fue el Duhalde ascendente, en modo candidato presidencial, conservador, padre de familia, policía de las noches.
Aquella medida cayó bien en ciertos círculos, sectores con cierta nostalgia del orden perdido, pero generó una rebeldía manifiesta en los jóvenes y hasta derivó en un hit inevitable y festivalero, “El Mono Relojero” de Kapanga, que arengaba con un “andate a dormir vos, yo quiero estar de la cabeza”. Simbolismo: “Cabeza” o “Cabezón” eran, en la informalidad, el apodo de Duhalde.
¿Quien va a poder controlar? Imposible. Va a terminar en batallas campales entre la Policía y los pibes
El Mono de Kapanga (Martín Fabio), autor de la canción, transitó los bordes: jugó con aquello de “se te nota fascistoide, con olor a represión”, metió el más sugerente “si vos no podés dormirte” o el nada críptico “estás más duro que una mesa”. Alguien —es una invitación pública— podrá contar con detalles y magia la historia de esa canción, la de los “dueños del reloj” que cierra con una secuencia armónica del Himno Nacional.
Era 1996, el año de “la maldita policía” y la interna entre Duhalde y Carlos Menem; el de la aparición de los “Sin Gorra” y la irrupción del fenomenal negocio de las agencias de seguridad privada y la antesala del manodurismo que luego encarnó Carlos Ruckauf.
La rebeldía a la veda nocturna de Duhalde sobrevuela desde la semana pasada en los oficialismos. En eDiarioAR se contó hace una semana como un factor de preocupación en el gabinete de Alberto Fernández, pero se replicó, luego, en las provincias y los municipios. En los conurbanos, en el profundo y en el premium —el incumplimiento no es clasista— casi no hubo cuarentena, nunca. “¿Quien va a poder controlar? Imposible. Va a terminar en batallas campales entre la Policía y los pibes”, advirtió a mitad de semana un dirigente con peso en el conurbano sur.
El martes, con un nuevo aumento de casos y un informe sobre el crecimiento en los próximos días, Alberto Fernández apuró una convocatoria a los gobernadores y les propuso una restricción nocturna. Un plan para limitar la circulación en la madrugada, destinado específicamente a ordenar la noche, los bares, las fiestas, una veda para el ecosistema joven que es, o se cree, inmune al estilete del Covid-19, pero es un eficaz vector de propagación del virus.
En diciembre, con la curva en baja, Fernández respiró: Argentina dejó de estar en el top de países con proporción de contagiados y, luego de meses críticos, volvió a confiar que el balance final con la pandemia no había sido tan malo. En esos días, en Olivos, circulaba por celular y por mail una placa en la que, según una proyección de Fernando Polack, el experto que luego encabezó el estudio de Pfizer en Argentina, la cifra de muertos por el COVID-19 en la Argentina sin ninguna política de restricción rondaría entre los 59.572 y 271.672. Por esos días, el parte oficial registraba 39.888 fallecidos. Estuvo, según esa cuenta, por debate del piso mínimo.
El fantasma de un rebrote dramático, luego de la experiencia de los países europeos, empujó a Fernández a proponer una medida restrictiva segmentada y parcial, un poco un gesto, otro poco voluntad de dar señales de Estado presente, pero sin afectar la economía que quiere despabilarse. En ese desfiladero, sin autorizar el libre albedrío sanitario ni dar otro mazazo a la actividad económica, Fernández halló el atajo de “cerrar la noche” que luego se topó con otras imposibilidades.
Una, referida al comercio nocturno; otra, al turismo y una final, la más difícil, sobre la aplicación: quiénes, cómo, a qué costo y con qué éxito se puede aplicar la restricción de circulación nocturna. Al final, tras conversaciones con gobernadores y funcionarios, accedió a dejar atrás la restricción estricta y pasó a una veda light donde cada provincia, en función de sus necesidades y su urgencias puede adaptar la norma.
Pero esa autonomía —limitada por dos indicadores epidemiológicos de aplicación silvestre— tiene una cláusula gatillo: a los efectos los deberá enfrentar luego cada provincia. Fernández —lo dijo Santiago Cafiero y lo reconocen en las provincias— buscó acuerdos para que las medidas tengan consenso y evitó, por eso, aplicar un DNU que impusiera condiciones y optó por un decreto simple.
La limitación de la circulación chocó con mucha resistencia. El miércoles, entre los gobernadores, hubo coincidencia para aplicar algún tipo de restricción nocturna, pero aparecieron matices sobre qué hacer y qué no, a qué hora y con qué profundidad. “Los muertos son de todos, no de una provincia. Al final, se los van a anotar a Alberto”, dijo, molesto, un ministro meses atrás en medio de la tensión entre Nación, Buenos Aires y CABA por la cuarentena, con Horario Rodríguez Larreta como promotor del aperturismo.
El crimen político de Fernández son sus formas: que una propuesta suya no se aplique o, más específicamente, que se difunda esa propuesta y luego se frustre por la resistencia de otros actores. Fernández se arriesga a pagar el costo de ese giro con un salvoconducto entrelíneas, algo así como #yo quise hacer una cosa pero ustedes deciden hacer otra#.
Un ministro graficó la encrucijada. “Los que hoy no quieren restringir nada, si la situación empeora, nos van a acusar de no hacer nada. Y va a empeorar”, dijo sin optimismo. La revisión del episodio, en la road movie en tiempo real que es el mundo en pandemia será más o menos amable con el pasar de los días y las semanas.
Apareció, luego, otro componente. ¿Cómo restringir la actividad sin alterar, otra vez, la economía? No hay fórmula, admiten en el Gobierno, donde las ilusiones de una campaña de concientización son eso: una ilusión. Hubo varios spot con ese fin, en los que puso la voz Pedro Saborido, dirigidos a los jóvenes.
Apareció otro factor: la temporada turística, muy sensible para sectores que estuvieron casi sin actividad los últimos 10 meses. Parece volver la discusión economía versus salud, pero así como en junio pasado se impuso el criterio aperturista esta vez la pulseada se resolvió antes de empezar. Y fue a favor de la apertura comercial.
“Si cerramos el turismo, vamos a tener que repartir ATP turísticos. Nos va a salir más caro”, apuntó un funcionario en una de las múltiples charlas en la previa del anuncio del viernes. Martín Guzmán, que viajó a Neuquén con “Wado” De Pedro, militó con intensidad la teoría de preservar la Economía, bajo el paradigma “una dosis de expectativa; otra de necesidad fiscal. Como si no quisiera mandar a dormir a un país que recién empieza a despertar.
PI
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