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Las consecuencias emocionales de la pandemia podrían durar más que las económicas y prolongarse hasta 2030

Una mujer sentada con dolor de cabeza

Patricia Gea

elDiario.es —

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Es posible que, después de casi dos años de pandemia, la economía se termine recuperando antes que nuestra salud mental. Primero fue el confinamiento, esa circunstancia extraordinaria que nos obligó a separarnos de nuestros seres queridos, el aire libre y las rutinas, pero después llegaron en goteo las muertes sin despedida, la incertidumbre, el miedo al contagio, la pérdida de empleos y la vista de un horizonte lejano e impreciso del fin de la pandemia. Durante todo este tiempo estuvimos cargando nuestra mochila con vivencias emocionales difíciles y nuevas y lo más realista es afirmar que el dolor de ese peso, inevitablemente, se prolongará.

Se proyectan problemas de adaptación, fatiga mental, mayor vulnerabilidad, incremento de ideas de desesperanza o suicidio –especialmente estas en la población adolescente- y trastornos de estrés postraumático entre los profesionales sanitarios

Esa es la conclusión que se desprende del último Estudio publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de España que aborda, entre otras, las Tendencias en Salud Mental a corto y medio plazo a través de un método –Delphi- que permite determinar la probabilidad de que acontezcan determinados eventos en el espacio temporal de una década, lo que nos situaría en el año 2030. Expertos especialistas en distintas áreas de la psicología y la psiquiatría apuntan a que, en la actualidad, la pandemia provocó un aumento de la ansiedad en toda la población debido al aislamiento y la incertidumbre, los cambios en el estilo de vida, los problemas económicos y laborales y los duelos.

De cara al futuro, proyectan problemas de adaptación, fatiga mental, mayor vulnerabilidad, incremento de ideas de desesperanza o suicidio –especialmente estas en la población adolescente- y trastornos de estrés postraumático entre los profesionales sanitarios. A la vez, prevén una aumento de la sensibilización hacia los trastornos mentales, algo que ya habita en la conversación pública y política, aunque son escépticos con que se traduzca en la implementación de una Estrategia de Salud Mental eficiente y coordinada. Por grupos de población, la encuesta señala a mujeres y jóvenes como principales afectados por la ansiedad.

Las emociones que hemos venido experimentando encuentran su razón de ser en la psicología y los procesos vitales, pero se movieron dentro de un contexto absolutamente excepcional. “El ser humano es el único ser vivo que puede imaginar o proyectar escenarios futuros, nos gusta tener control sobre las cosas, pero durante este tiempo no ha sido posible y ahora es poco útil para la supervivencia”, afirma Arancha Santos de la Rosa, psicóloga sanitaria en Cepsicap Psicólogos.

Primera barrera: el confinamiento

En marzo de 2020 nuestra vida dejó, de golpe, de ser tal y como la conocíamos. Se rompieron nuestras rutinas, dejamos de estar expuestos a la luz solar, se alteraron nuestros ritmos biológicos, sufrimos lo que en psicología se conoce como ‘hambre de piel’. “La falta de contacto físico con nuestros seres queridos ha hecho muchísimo daño. Nuestro sistema nervioso percibe como una amenaza el hecho de no ser tocados por otros. El ser humano no está hecho para estar aislado ni quieto”, explica Santos de la Rosa. Así que nuestro cuerpo reaccionó como si estuviera expuesto a peligros permanentes: el aislamiento alteró los patrones de alimentación, de sueño y repercutió en nuestro estado de ánimo.

“A medida que vamos recuperando la vida normal, todos estos efectos se van pasando”, aclara la psicóloga. “Una de las cosas que tiene el ser humano es que es súper flexible. De la misma forma que nos adaptamos a estar confinados nos adaptamos también a lo de antes”. El problema es que, cuanto más tiempo sufrimos los comportamientos restringidos, más nos cuesta recuperarnos. Así lo constata el trabajo de los expertos en las consultas. “Hay personas que siguen muy aisladas, con mucho miedo y a las que se les está haciendo muy difícil retomar su vida y convivir. Lo siguen sufriendo de la misma forma que hace dos años, cuando estábamos confinados”. El hecho de no visualizar un plazo límite de fin de pandemia, es decir, la incertidumbre, agrava el sentimiento de angustia.

Cuando lo único permanente es el cambio

“Una de las cosas que se han hecho más evidentes con esta situación es que lo único permanente es el cambio”, afirma Santos de la Rosa. “La incertidumbre nos afecta emocionalmente y la pandemia nos ha enseñado que cuando parece que todo está controlado aparece un nuevo escenario, una nueva variante que lo altera todo”. Por eso, tal y como señala el estudio del CIS, el mayor reto actual de la sociedad es aprender a vivir en el presente y aprender a manejarnos con lo que tenemos delante. Esto nos permite llevar mejor la incertidumbre que tanta ansiedad nos provoca.

“La mente humana ha aprendido evolutivamente a detectar peligros para evitarlos y lo que ocurre ahora es que esta función está hiperactivada. La incertidumbre prolonga esa forma de funcionamiento causándonos aún más daño. Hay otra forma de vivir todo esto que es aceptando lo que se nos da y haciendo con ello lo que podemos de la mejor forma que podemos”, aclara la psicóloga. Pero reconoce que no es fácil en un contexto en el que además hemos tenido que hacer frente a otras vivencias muy duras como la pérdida, no solo de las personas de nuestro entorno sino de prácticamente todo lo que teníamos.

Los duelos

En el imaginario colectivo, el duelo se entiende y se manifiesta ante la muerte de un ser querido, pero Santos de la Rosa explica que es un proceso emocional que abarca otros tipos de pérdida de muy diferentes tipos. “Durante la pandemia hemos hecho duelos también de contacto, de actividades, de trabajos, de rutinas”. Y añade que la reacción del ser humano ante estas pérdidas es una emoción de tristeza, algo normal y adaptativo. “La tristeza no es en sí un trastorno, sino una forma que tiene nuestra mente de autorregularse y asimilar lo que está sucediendo”.

Dependiendo de la personalidad y el contexto, hay personas que se adaptaron mejor que otras a hechos muy cotidianos, como el poder viajar, el poder quedar con los amigos o acudir a trabajar. Otra cosa distinta, más difícil de superar, aunque también tiene que ver con los rituales a los que estamos acostumbrados, fueron las muertes sin despedidas.

“El no poder ser acompañados en dolor de la muerte de un ser querido con un abrazo, ni recibir a las personas que en ese momento hubieran asistido a visitarnos ha hecho que los duelos hayan comenzado de una forma complicada”. Este extraño inicio de la pérdida hace que, un proceso emocional normal –insiste, no patológico– a la larga se complique. “Es necesario y sienta bien decir, de alguna forma, ‘adiós’ a la persona que ha fallecido. Los rituales culturales, religiosos o sociales vinculados a la muerte tienen su razón de ser y si no se producen el duelo se hace más largo, más doloroso e incluso puede demorarse su manifestación hasta meses después”.

Los grandes perjudicados: niños, adolescentes y mujeres

El hospital Gregorio Marañón de Madrid fue uno de los primeros en dar la voz de alarma este verano al ver multiplicadas las urgencias pediátricas por motivos psiquiátricos. No hay todavía datos oficiales sobre el aumento percibido por los especialistas, pero la organización Save the Children se aproximó al impacto con una encuesta propia cuyos resultados publicó a mediados de diciembre y que revela que trastornos como la ansiedad o la depresión se dan cuatro veces más. Mientras que antes de pandemia, en 2019, afectaban al 1,1% de los niños y niñas de entre 4 y 14 años, en 2021 aumentaron hasta el 4%. Los problemas de conducta —entre ellos el déficit de atención o los comportamientos destructivos— se multiplicaron por tres (2,5% a 6,9%).

“Lo que estamos viendo en la clínica nos pone los pelos de punta”, cuenta la psicóloga. En los niños más pequeños se observan más problemas de ansiedad, crisis de pánico, miedo a morir, a enfermar, a atragantarse, cuadros obsesivo-compulsivos con rituales de limpieza y obsesión con el contagio“. Pero los que más nos preocupan, dice, son los adolescentes. ”Estamos viendo mucha desregulación emocional, mucha tristeza profunda, sensación de desesperanza. También que se han incrementado las conductas autolesivas con cortes, por ejemplo, como una forma de regular el dolor, e ideas de suicidio con cierta gravedad“.

La diferencia con otros grupos es que en la etapa evolutiva en la que están, más desvinculados de la familia y con mayor necesidad de relacionarse con sus iguales, la pandemia les hizo sentirse aislados y provocó relaciones conflictivas en casa. “Hemos percibido que en los hogares se ha dado excesiva importancia a lo académico, lo que es un error en una situación así. Hemos perdido de vista que los adolescentes son seres humanos que están aprendiendo a vivir en un escenario muy complicado. No necesitaban sacar buenas notas, necesitaban apoyo, cuidado y comprensión. No estaban en disposición de concentrarse en los estudios, sino de sobrevivir”. La criminalización constante de sus conductas, apunta, también los afectó mucho, cuando en realidad “la mayoría han sido muy cuidadosos y han tenido mucho miedo de contagiar a sus familias”. Cree que habiendo pasado por un trauma tan grande no es raro que pasen por un estrés postraumático.

La encuesta del CIS también señala que las mujeres sufrieron más la ansiedad y otros trastornos emocionales que otros grupos de población. “Por el rol que juegan en la sociedad, ha sido durísimo para ellas teletrabajar en casa y a la vez hacerse cargo de las tareas, el cuidado de los niños y de familiares mayores y dependientes”. En junio de 2020, un informe sobre las consecuencias psicológicas del Covid-19 y el confinamiento liderado por la Universidad del País Vasco puso de manifiesto hasta qué punto existen diferencias de género a la hora de analizar cuál es el impacto en la salud mental de la crisis del coronavirus. Según este estudio, sobre una encuesta realizada a 6.829 personas, un 46% dijo experimentar un incremento del malestar psicológico general, pero las mujeres informaron de una escalada más acusada: el 12% afirmó que había subido “mucho” frente al 6,8% de los hombres.

“En situaciones donde se ve tan afectada la supervivencia emergen los comportamientos primitivos, y uno de ellos en las mujeres es cuidar”, explica Santos de la Rosa. “El problema viene cuando nos metemos mucho en ese rol y olvidamos que la primera persona a la que tenemos que cuidar es a nosotras mismas: tener nuestro espacio, hacer cosas que nos gusten y permitirnos relajarnos”.

Perspectiva de futuro

En el horizonte a diez años vista que plantea la encuesta del CIS, algunos de estos problemas podrían mantenerse. “No me gustaría que se prolongasen hasta 2030, pero no es descabellado que así sea a juzgar por lo que estamos viendo en consulta. Los recursos públicos de salud mental son vergonzosos, las personas no tienen acceso a la atención psicológica y se están medicalizando dificultades emocionales que no requieren medicación”. De la forma en que se están tratando, con fármacos y una visión cortoplacista que no hace más que poner parches, la ansiedad y otros trastornos se pueden volver crónicos.

La psicóloga afirma, además, que una de las cualidades de las emociones es que se contagian tanto o más que los virus. “Si veo alrededor o tengo en la boca todo el rato expresiones como ‘me da ansiedad…’, vamos a generar esa respuesta emocional”. Aunque, aclara, decir y reconocer que tenés ansiedad no tiene por qué ser problemático en sí. “Pero no hay que confundir la ansiedad como emoción con la ansiedad como trastorno. El trastorno cursa con crisis de pánico continuados o fobias muy intensas que afectan a la vida de la persona. La ansiedad como emoción no es un problema. De hecho, nos ha permitido sobrevivir. Sin esas emociones –miedo, ansiedad, tristeza- no estaríamos aquí”.

Santos de la Rosa pide, para concluir, no olvidar el daño que también hizo la soledad no elegida, un mal que ya padecíamos como sociedad y que con la pandemia se evidenció aún más, así como las altas tasas de suicidio. “Tengamos presente la frase ‘un mono solo es un mono muerto’. Necesitamos los unos de los otros para sobrevivir, apoyarnos, cooperar. Eso protege nuestra salud física y mental. Cuando estamos solos nuestro cuerpo responde peor ante las amenazas. Todos podemos ser agentes de cambio en la salud mental”.

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