La otra cara del triple femicidio de Florencio Varela

Los curas villeros hacen frente a la retirada del Estado y el avance narco: “Muchos chicos arrancan a los 10 años”

“Nosotros elegimos vivir en las villas para intentar llegar antes que la droga, la violencia y las armas; hablamos de las ‘tres C de la vida’: capilla, colegio y club’, que se oponen a las ‘tres C de la muerte’: calle, cárcel y cementerio”, dice el padre Adrián Bennardis, cura villero, integrante del equipo de Sacerdotes de barrios populares de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, desde la parroquia de Villa Soldati donde vive hace 10 años. 

Surgidos en 1969 al calor del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, los curas villeros ofrecen sensibilidad, trabajo silencioso y acompañamiento en un momento marcado por la indiferencia, la cultura de la imagen y la virtualidad. Su trabajo –atender adicciones, organizar comedores, impulsar la urbanización– cobra hoy mayor relevancia frente al hambre en las villas, la retirada del Estado y el avance del narcotráfico.

“Ser cura villero y no recibir amenazas es como tirarse al agua y no mojarse”

Para los curas, el femicidio de Morena Verdi, Brenda Del Castillo y Lara Gutiérrez, por el que reclamaron presencia estatal “inteligente y cooperativa” para que las villas dejen de ser “tierra arrasada”, no es un fenómeno aislado. 

“No nos sorprende en lo más mínimo esta violencia tan encarnizada”, afirma el padre Pedro Bayá Casal, de la parroquia Inmaculada Concepción del barrio de Belgrano, quien vivió 17 años en distintas villas. Los curas, acostumbrados a convivir con el narcotráfico, lo eligieron para hablar con los medios sobre el triple femicidio, ya que él ya no reside en barrios populares. “Ser cura villero y no recibir amenazas es como tirarse al agua y no mojarse”, aclara.

La muerte se empieza a naturalizar, pero ¿qué es el narco? Es tu vecino, es el hombre que lleva a sus niños al club, al comedor. El sentido que le dan a la palabra ‘narco’ lo ponen desde afuera, porque adentro, en el barrio, son todos vecinos, gente que lleva a sus hijos a bautizar, colaboran para las fiestas

 “Me recuerda a varias situaciones en el barrio. Lo novedoso es que son tres chicas en simultáneo y transmitido en vivo, pero tengo presente otros casos con este grado extremo de crueldad”, afirma. 

“El problema es que la muerte se empieza a naturalizar, pero ¿qué es el narco?”, se pregunta el padre Bayá Casal. “El narco es tu vecino, es el hombre que lleva a sus niños al club, al comedor. El sentido que le dan a la palabra ‘narco’ lo ponen desde afuera, porque adentro, en el barrio, son todos vecinos, gente que lleva a sus hijos a bautizar, colaboran para las fiestas. Y uno acepta a todos, no se puede andar diciendo ‘vos sí, vos no’. Es más complejo el asunto”. 

El Estado se retira, ingresa el narcotráfico  

En las villas, la retirada del Estado abre espacio a escenas cada vez más frecuentes: personas que se involucran en el narcotráfico y reparten alimentos en comedores ante la falta de recursos, adolescentes que venden droga para pagar deudas de apuestas online o familias que aceptan que les financien fiestas de 15. La Conferencia Episcopal advierte que esta precarización expone a muchos a la muerte, mientras unos 300.000 jóvenes en el país requieren asistencia por consumo problemático. Frente a ello, curas villeros y la Justicia impulsan la Pastoral Judicial, con Hogares de Cristo y oficinas en parroquias, para acompañar a los jóvenes y sostener comunidades abandonadas.

“¿Comprende al que roba?”, se le consulta al cura Bennardis, que ésta tarde acompañó a un joven que atraviesa una audiencia judicial. “Jesús estaba rodeado de pecadores. Si yo no estoy rodeado de ellos, algo está mal”, responde.

Muchos chicos comienzan a los 10 años y ya para los 14 enfrentan un derrumbe profundo

“¿Y al vecino que se convierte en narco?”, se le pregunta. “Comprendo que no hay trabajo, y eso complejiza todo. No lo justifico, pero tampoco soy quien para juzgar. Sí digo que los que venden son arruinadores de familias. Pero el juicio no me corresponde”, dice. 

Los curas villeros alertan sobre un fenómeno nuevo que se está extendiendo: niños de apenas 10 años empiezan a consumir e incursionan en el narcomenudeo. “Muchos chicos comienzan a los 10 años y ya para los 14 enfrentan un derrumbe profundo”, advierte el padre Leonardo Silio de la parroquia San Martín de Porres de Moreno Sur y coordinador de la Pastoral Nacional de Adicciones de la Episcopal Argentina. 

“Las familias llegan desesperadas porque muchos también son utilizados como vendedores en el narcomenudeo, convirtiéndose en carne de cañón”, lamenta, y el padre Bennardis agrega: “Muchos lo toman como una changa más y terminan atrapados en esa lógica criminal”.

A la falta de trabajo y los desalojos, principal preocupación en los barrios populares de la Ciudad, se suma la retirada del Estado, que se traduce en la ausencia de fondos para comedores, talleres y programas sociales. Esa falta de contención abre espacio para que el narcotráfico se infiltre, ofreciendo una salida de supervivencia y alterando la dinámica de la comunidad.

 “El clima que se respira es el del día a día. No hay posibilidad de proyectar a largo plazo. El pensamiento es ‘hoy comí, hoy tengo techo, hoy conseguí una changa, ya está’. Es una realidad marcada por la urgencia”, advierte el Bennardis.  

“El corte de fondos para talleres y espacios de formación deja a los chicos con más tiempo libre. Eso desprotege a los barrios y genera mayor riesgo. Si la parroquia no estuviera, la gente se sentiría mucho más desprotegida. Hay familias que no pueden pagar remedios ni cargar la SUBE para ir al hospital. En algunos barrios somos la única contención”, aporta el cura Silio desde Moreno. 

El cierre de las casa la Sedronar deja barrios sin contención

En simultáneo, más de 30 Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) fueron cerradas en distintos puntos del país por la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar), dejando a miles de personas y familias con problemas de adicción sin contención. Los servicios consistían en la atención ambulatoria, terapias individuales y grupales, y articulación con otros servicios de salud mental. Los profesionales, por ahora, mantienen el trabajo pese al cese del sostén estatal.

Florencia Fuertes, coordinadora y psicóloga del Centro de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) de Retiro, recibió a fines de septiembre la notificación de que el convenio con el Estado había sido anulado. La medida dejó al espacio sin presupuesto y sin vínculo con organismos públicos. “Solo seguimos por vocación. No sabemos si el mes que viene podremos seguir”, advierte Fuertes.

“Somos el primer umbral para que las personas accedan a la salud y proyecten un futuro”, explica la psicóloga. Aunque estos dispositivos existían antes del convenio con Sedronar en 2019, la formalización trajo presupuesto y reconocimiento como espacio de salud mental. Desde fines de 2023, sin embargo, enfrentaron obstáculos: congelamiento de fondos, deterioro salarial y falta de insumos, hasta la notificación de cierre. “Se hablaba de auditorías, pero nunca hubo. Directamente nos cerraron el convenio”, dice Fuertes.

El CAAC se convirtió en refugio frente a la violencia intrafamiliar, intentos de suicidio y consumos en adolescentes, además de atender consultas de salud física. La falta de centros cercanos, agravada por el cierre del hospital Bonaparte, lo transformó en la primera puerta de acceso para vecinos sin posibilidad de trasladarse al centro. “Cerrar estos espacios es como levantar murallas en los barrios populares; muchos jóvenes quedan sin acceso a derechos”, advierte Fuertes.

La falta de trabajo, el origen de todo

Tras una reunión para organizar la Peregrinación de Luján, a las nueve de la noche, en la parroquia Virgen Inmaculada de Villa Soldati, el padre Bennardis responde unas últimas preguntas.

–¿Cuál es el origen de todos los males padre?

–La desigualdad y falta de trabajo que no permite sostener los sueños ni llevar el pan. A partir de ahí se originan todos los flagelos.

-¿Se puede entender la desigualdad y la pobreza sin haberla vivido, o al menos acompañado?

–Creo que existe la compasión, lo que hoy se llama empatía. En términos católicos sería el corazón latiendo al ritmo del otro, ponerse en sus zapatos. Siempre habrá una distancia entre quien lo vive y quien lo comprende, pero sí se puede. Se trata de escuchar, de no juzgar, de no dar consejos, sino caminar al lado del otro, abrazarlo. Cristiana y humanamente se puede.

–¿Qué situaciones le generan bronca?

–Las grandes desigualdades. Muchas veces el dolor se tapa con bronca. También alguna muerte injusta me produce bronca, aunque siempre intento atravesar ese sentimiento desde la fe.

-¿Se deprime seguido?

–No. El Papa Francisco dice que el tiempo por venir siempre es mejor. Esa certeza de que Dios está presente me mueve. Claro que hay momentos difíciles: cuando un pibe recae muchas veces y uno ve que no puede salir, eso duele. Pero la fe enseña que no se puede estar acá sin esa mirada.

–¿Cuándo siente paz?

–Cuando veo la presencia de Dios en los avances. Algunos chicos que hace diez años comenzaron ayudando en el club descubrieron allí su vocación, terminaron el secundario, estudiaron Educación Física y hoy son profesores. Eso me da una paz profunda. También la dan las fiestas en el barrio: los bautismos, las celebraciones que terminan con un budín, un bizcochuelo y una gaseosa. Nuestro pueblo es celebrativo, siempre encuentra motivos para brindar.

–¿Qué es para usted la hipocresía y dónde la ve más reflejada hoy?

–En algunos sectores dirigentes. Y no hablo solo de políticos: también de empresarios, dirigentes de clubes, medios de comunicación. Es la hipocresía de alejarse del sentir popular. También existe en sectores populares, pero la que más me duele es la otra.

–¿Los medios de comunicación tienen una agenda que está alejada de la realidad?

–No veo mucha televisión porque estoy todo el día en movimiento. Sí sé que, cuando se habla de nuestros barrios, la mayoría de las veces se muestran las cosas malas y no lo bueno. Si se muestra algo bueno, suele ser con un tono amarillista. Se acercan a partir de un hecho trágico, pero no para mostrar lo hermoso que también hay en nuestros barrios.

–¿Puede caracterizar el tiempo en que vivimos?

–Vivimos en un tiempo donde todo es mercado: lo que no cotiza no vale. Y se refleja en una dirigencia más preocupada por la imagen y el dinero que por el esfuerzo o la educación.

 LN/MG