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Jazmín Bazán

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 “Me siento como alguien que esperaba juntar piedras y encontró perlas”, reflexionaba la periodista estadounidense Louise Bryant sobre la Revolución rusa. Bryant había viajado al epicentro de los hechos junto a John Reed, su colega y compañero de vida. Pero, a diferencia de él, su mirada no se dirigió únicamente a los agitados acontecimientos previos a la toma del Palacio de Invierno. En cambio, puso el foco en las mujeres: en las trabajadoras, las campesinas, las jóvenes, las combatientes, quienes, según la autora, personificaban a Rusia, “hambrienta, con frío y descalza -olvidándolo todo- planeando nuevas batallas, nuevos caminos hacia la libertad”.

   Fue allí donde, en 1920, se legalizó por primera vez en la historia la interrupción voluntaria del embarazo y se consideró al tema como un problema de salud pública. Aún antes de que en los países centrales existiera un derecho tan elemental como el sufragio femenino.

   Aquel hito fue la expresión de una larga militancia socialista contra la opresión, iniciada por los fundadores del marxismo: en 1868, Carlos Marx escribió que “cualquiera que sepa algo sobre historia entiende que ningún cambio social es posible sin el fermento femenino”; y Federico Engels dio lugar a uno de los debates más vívidos de los feminismos, hasta el día de hoy, al explorar la relación entre patriarcado y capitalismo. 

   Esta lucha fue continuada posteriormente por dirigentes comunistas, como Augusto Bebel, Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo y Alexandra Kollontai. Pero la conquista del aborto en Rusia -uno de tantos progresos adquiridos en materia de derechos de las mujeres- no se puede explicar sin abordar también el rol de las obreras y campesinas a lo largo de la revolución. Fue, de hecho, una protesta de trabajadoras textiles, durante el Día Internacional de la Mujer de 1917, el puntapié para la revuelta masiva que derivó en la caída del zar y la apertura de uno de los procesos sociales más importantes del siglo XX. 

   Bessie Beatty, otra cronista norteamericana que se hizo presente en el lugar unos meses más tarde, anotaba: “El destino se estaba preparando para el más espectacular y singular fenómeno de la guerra: la mujer soldado. No la mujer individual que agarra una espada o disparó un arma en alguna página de la historia, sino la mujer unida y peleando en masa”. Luego del triunfo soviético, estas luchadoras ocuparon puestos de liderazgo y participaron en diversas instancias de organización, rebelándose contra largos siglos de privilegio masculino.

   Bajo circunstancias hostiles -el ataque de 14 ejércitos extranjeros, el bloqueo internacional, el hambre y la guerra civil-, el nuevo régimen implementó una legislación pionera en términos de emancipación femenina. En 1917, junto a la jornada laboral de ocho horas, se otorgaron licencias por maternidad con goce de salario, permisos de lactancia y se prohibió el trabajo nocturno para las mujeres, al igual que el despido de embarazadas. Los decretos sobre matrimonio civil y divorcio instituyeron el consentimiento como base del casamiento (que escapó a la tutela de la iglesia) y permitieron la disolución de las uniones por cualquiera de las partes. El Código Civil de 1918 abolió el estatus inferior de las mujeres y sostuvo su igualdad ante la ley. También se eliminó la figura del hijo “ilegítimo” y se estipuló la obligatoriedad de la cuota alimentaria. Se crearon lavanderías, guarderías, comedores comunitarios, y se dejó de criminalizar la homosexualidad y a quienes ejercían la prostitución.

   Sobre la base de estas conquistas democráticas progresivas, que en otros lugares del mundo demorarían décadas, el 10 de noviembre de 1920 fue publicado el Decreto sobre la legalización del aborto (una práctica que, en los hechos, había sido despenalizada desde el momento de la toma del poder por parte de los bolcheviques). 

   Alexandra Kollontai, Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública y miembro del Comité Central del partido, contaba que la iniciativa surgió de los “Departamentos de trabajadoras”, que reunían a miles de mujeres. “El aborto existe y ocurre en todas partes, y ninguna medida o ley punitiva logró erradicarlo. (…) El aborto, cuando se realiza en condiciones médicas adecuadas, es menos dañino y peligroso”, estimaba. La dirigente sabía que las perjudicadas eran las más pobres. Famosa por impulsar políticas a favor de las obreras y por sus escritos sobre la familia y el amor libre, Kollontai consideraba que la educación sexual, así como la socialización de las tareas domésticas y de crianza, eventualmente harían innecesaria esta medida; pero, dadas las difíciles condiciones que atravesaban las trabajadoras y campesinas rusas, entendía que la legalización era primordial. 

Famosa por impulsar políticas de género, Kollontai creía que la educación sexual, así como la socialización de las tareas domésticas y de crianza, harían innecesaria esta medida; pero las difíciles condiciones del país, la legalización era primordial

    El aborto no dejaba de ser visto como algo negativo por muchos juristas y militantes. Sin embargo, los fundamentos del decreto de 1920 eran contundentes y mantienen una actualidad sorprendente: “Durante las últimas décadas, el número de mujeres que recurren a la interrupción artificial del embarazo ha crecido tanto en Occidente como en este país. La legislación de todos los países combate este mal mediante el castigo de la mujer que decide practicarse un aborto y del médico que lo realiza. Sin arrojar resultados favorables, este método de lucha contra el aborto ha impulsado la práctica de abortos clandestinos y ha hecho de las mujeres víctimas de charlatanes mercenarios y a menudo ignorantes, que hacen una profesión de las operaciones secretas. Como resultado, hasta el 50 % de estas mujeres desarrollan infecciones en el transcurso de la operación y hasta el 4 % de ellas mueren”. 

   Las conclusiones, a su vez, eran categóricas: “Permitir que este tipo de operaciones se practique libremente y sin cargo alguno en los hospitales soviéticos, donde las condiciones necesarias para minimizar el daño de la operación estén aseguradas”. El documento estaba firmado por el Comisario del Pueblo de Justicia, Kurskii; y el Comisario del Pueblo de Salud, N. Semashko. El control para su aplicación estaba a cargo de la División para la Protección de la Maternidad e Infancia. 

   Los revolucionarios y revolucionarias prefiguraban una sociedad libre de explotación y de opresión, aunque la efectiva aplicación de la ley entró en contradicción con las condiciones materiales de una Rusia pobre y asediada. En aquel extenso territorio, donde florecían pueblos campesinos semiaislados, no solo escaseaban hospitales, sino profesionales capacitados. La falta de anestesia conformaba otro problema: destinada al frente de batalla, muchas veces resultaba en procedimientos seguros, pero dolorosos. De todas formas, miles de mujeres dejaron de acudir a parteras sin licencia o a curanderos, y las muertes por esta causa descendieron notablemente. Finalmente, se rompieron milenios de soledad y silencio respecto a embarazos no deseados. Se calcula que casi un 50 % de las que abortaban vivía en la pobreza; un 15 % no quería tener más hijos o hijas; y otro 12 % lo hacía por problemas de salud. El ejemplo fue único en el mundo y no deja de llamar la atención cien años después, cuando este derecho sigue siendo negado en distintos países.

   El avance de la crisis económica y la progresiva burocratización de la Unión Soviética erosionaron esta conquista. En 1936, alejándose de las ideas que impulsaron la revolución, la dictadura estalinista -que impuso la tortura y persecución a opositores como política de Estado- emitió un decreto que penalizó nuevamente la práctica. “La mujer soviética tiene los mismos derechos que el hombre, pero eso no la exime del gran y noble deber que la naturaleza le ha asignado: ser madre, dar la vida”, declaró Stalin. No fue el único ataque a las libertades del pueblo soviético: poco antes, había vuelto a criminalizar la homosexualidad y la prostitución. 

En 1936, alejándose de las ideas que impulsaron la revolución, la dictadura estalinista -que impuso la tortura y persecución a opositores como política de Estado- emitió un decreto que penalizó nuevamente la práctica.

   “Habiendo revelado su incapacidad para atender a las mujeres que se ven obligadas a recurrir al aborto con la asistencia médica y el saneamiento necesarios, el Estado hace un cambio brusco de rumbo y toma el camino de la prohibición. (…) Es la filosofía de un sacerdote, dotado también de los poderes de un gendarme”, aseveraba León Trotsky, uno de los protagonistas de la insurrección de 1917, desde su exilio obligado. 

   La investigadora Wendy Goldman demostró que la ilegalización no mermó la práctica, sino que la relegó a la oscuridad: en 1939, se contabilizaban más abortos en Rusia que en 1936. Por otra parte, los registros médicos de la época mostraron un incremento de infecciones, peritonitis, perforaciones, hemorragias, inflamaciones crónicas, sepsis, esterilidad y otras complicaciones generadas por procedimientos insalubres. 

   Pese a estos retrocesos posteriores, los aires libertarios de los primeros años de gobierno soviético -que impactaron en la vida de millones de mujeres- constituyen una experiencia histórica ineludible para los feminismos que, en la segunda década del siglo XXI, continúan peleando en Argentina y otras latitudes para que el aborto sea ley.

JB

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