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Santiago Rey

Bariloche —

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El oeste anticipa las tormentas, la lluvia, y muchas veces las nevadas. Mirando hacia la cordillera, los barilochenses pueden adelantar si algunas horas después será conveniente usar un refuerzo de abrigo o botas para no patinar en la nieve.

En una región que vive pendiente del clima, Bariloche, recostada sobre el lago Nahuel Huapi, mira hacia el oeste para saber su destino más inmediato.

La tarde del 4 de junio de 2011, el oeste se tiñó de un gris no habitual. No era una tormenta. Una masa ennegrecida de nubes se aproximaba a una velocidad inusitada. Desde el fondo de la cordillera llegó hasta el centro de la ciudad en no más de 40 minutos. A las 16 horas se hizo de noche, y comenzó a caer una tupida lluvia de cenizas y arena. Esta vez el oeste trajo malas noticias.

La información dura dice que a las 15,15 horas de ese sábado 4 de junio de 2011, el Observatorio Vulcanológico de los Andes del Sur del Servicio Nacional de Geología y Minería de Chile (SERNAGEOMIN) dio cuenta de la explosión de un volcán ubicado en el complejo Puyehue - Cordón Caulle. Precedida por unos 230 sismos de menor intensidad, la erupción provocó una columna de material piroclástico -ceniza, humo, arena, lava solidificada por el contraste con el frío del ambiente- de unos 14 kilómetros de alto sobre el nivel del mar, y 5 kilómetros de ancho. Fueron unos cien millones de toneladas de material los que salieron de la boca del volcán. Para despedirlo fue necesario el poder equivalente a 70 bombas atómicas, calcularon los vulcanólogos chilenos. El viento oeste-este generó que la mayoría de ese material flotante cruzara la cordillera y se asentara, como una lluvia gris y abrasiva, sobre la Patagonia argentina.

No hubo en Bariloche advertencia a pesar de los 45 minutos que separaron la explosión de la llegada de las cenizas. No existió información oficial que permitiera prever lo que sucedió. Esa tarde barilochense -que se volvió noche repentina a las 16 horas-, se llenaron los supermercados de vecinos y vecinos en búsqueda de velas, agua, comida; enloqueció el tránsito habitualmente cansino de la siesta de la ciudad que aún se sueña pueblo; los pocos turistas de la pretemporada invernal recorrieron las calles sacando fotos como si la esperada nevada por fin hubiese llegado; y las autoridades locales empezaron lentamente a dimensionar la crisis que se avecinaba.

“No nos dio tiempo a nada, fue casi sorpresivo, inmediato”, repasa diez años después el ex Intendente de Bariloche Marcelo Cascón (UCR). Ese sábado a la mañana, su director de Defensa Civil, Renato Ponce, le había informado que Chile había subido la alerta del volcán a Rojo, luego de una sucesión de sismos y erupciones menores. Por ese motivo, el jefe comunal convocó a un Comité de Emergencia -COER- conformado por fuerzas de seguridad y armadas, además de organismos oficiales nacionales y provinciales. La reunión se pautó para la tarde. Mientras el ex Intendente manejaba hacia el Centro Cívico para encabezar el cónclave, el cordón Caulle-Puyehue explotó. “En 40 minutos tuvimos la ceniza encima nuestro. Había un fuertísimo viento de altura que trajo las cenizas. En otras condiciones no hubiese pasado, hubieran llegado pero no con tanta velocidad”, todavía se lamenta. La crisis social, económica y turística empezaba a vislumbrarse.

A las 16 se encendió el alumbrado público y, en ausencia de información oficial, miles de personas utilizaron las redes sociales dando respuestas a tientas. La gente se convocó en los supermercados e hizo cola para cargar nafta, mientras caía persistente la lluvia de cenizas y arena.

Una crisis que expulsó a muchos

Durante el mismo sábado 4 de junio y parte del domingo varias localidades chilenas próximas al volcán fueron evacuadas. Puyehue, Río Bueno, Lago Ranco y Futrono, primero; Los Venados, Pichico, Contrafuerte, Pocura, El Caulle, entre muchas otras, más tarde. El peligro en los poblados linderos al Cordón no era la caída de cenizas, sino los ríos de lava que bajaban de las montañas.

En Argentina ninguna ciudad ni pueblo fue evacuado, aunque en la cordillera comenzó una migración no masiva, pero significativa. Vecinos y vecinas que habían llegado a la región o tenían algún tipo de arraigo familiar en otros puntos del país, se fueron de Bariloche y Villa La Angostura, buscando reiniciar sus vidas lejos de las cenizas.

Los “nacidos y criados”, en cambio, no se fueron. Algo del arraigo y de la imposibilidad de verse en otro lugar, jugaron en esa realidad.

Para la mayoría de los que partieron consultados por elDiarioAR, la crisis por la erupción del volcán fue el último empujón de una sucesión de situaciones personales que los alejaron de la Patagonia.

“Ya no tenía trabajo y me ofrecieron un lugar en el Museo Histórico Nacional”, en Buenos Aires, recuerda Tam Muro, artista y diseñador. Pocas semanas después de la explosión se subió a un micro que en medio de una bruma amarilla por la arena y la cenizas que volaban debido al viento, recorrió los primeros kilómetros que lo alejaron de la ciudad que había elegido para vivir a principios de los ‘80.

La Bariloche de hace 40 años atrás era otra ciudad. “Llegué muy joven, en el año 80 cuando la ciudad no era ni la mitad de lo que fue 20 años después”. En la Patagonia Muro formó su familia, se desarrolló profesionalmente, hizo amistades. “Lo más importante es haber criado a mis hijos en Bariloche, y practicar un estilo de vida relacionado con la naturaleza, con valores humanos, todo eso que en esa época en Bariloche era posible”, dice recordando un tiempo que ya es historia en la región y que sedimenta una nostalgia que forma parte del ADN barilochense.

Lejos temporalmente de aquella vida, aquel 4 de junio de 2011 Muro vio desde su estudio como “se oscureció todo. Se encendieron las luces de la calle”, salió al jardín de su casa en el kilómetro 15 de la Avenida Bustillo y escuchó llover. “Pero no había agua”, aún se sorprende diez años después, “los árboles se empezaron a poner plateados en la oscuridad. Era una lluvia seca. A la mañana siguiente estaba todo tapado de arena”.

Durante el viaje de regreso a Buenos Aires sacó fotos, pudo reconocer que le “debe mucho a Bariloche”, interpretó que la crisis por las cenizas fue un elemento más de su decisión de partir y llegó a una conclusión: “Mucha gente se fue al sur para cambiar de vida, pero al final esa gente cambió el sur”. 

Algo parecido le pasó a Guillermo Levy. Estaba arriba del techo de su casa en Villa La Angostura, sacando la ceniza apelmazada por la lluvia, cuando tuvo una “experiencia cumbre. Algo parecido a un brote místico”, dice, y explica que tuvo “una dimensión total del dramatismo de la situación, de la incertidumbre profunda que teníamos todos los que estábamos allí, de la situación de orden existencial que se puso en juego”.

Allí, arriba de su casa, paleando para evitar que el techo se derrumbe por el peso, Guillermo empezó a convencerse que lo mejor sería irse. “Al principio me quedé bancando la situación, algunos meses, tratando de preservar mis propiedades, mi casa, mi estudio”, pero situaciones personales y familiares lo acercaban nuevamente a Buenos Aires, desde donde había partido con rumbo patagónico diez años antes, en plena crisis del 2001.

Villa La Angostura fue la localidad que, por cercanía con el volcán, más sufrió la caída de material piroclástico. Piedras volcánicas del tamaño de una pelota de tenis se acumularon en el piso, junto a la ceniza y la arena. Se cortó la luz, el agua -las tomas quedaron tapadas por la ceniza-, hubo desabastecimiento de algunos productos básicos. “La incertidumbre ante el devenir… eso es terrible, es el desasosiego”, lo pone en palabras Guillermo.

“El episodio de la erupción fue un agregado más” en su decisión. El día de la explosión no estaba atento a lo que sucedía, y le llamó más la atención la larga cola de autos en la estación de servicios del centro de Villa La Angostura que lo que empezaba a caer del cielo. “Me pregunté qué pasaba, pensé que venía un fin de semana largo y no me enteré. Le pregunté a un vecino y me dijo mirá para allá boludo”.

Miró para arriba y supo que su vida y la del pueblo que había elegido para vivir estaba a punto de cambiar.

El turismo en pausa

Héctor Barberis volvió a Bariloche en el último avión antes del cierre total del aeropuerto. Ese vuelo se convertiría en un hito: tuvieron que pasar seis meses para que, lentamente, se retome el vínculo aéreo de la ciudad.

Barberis aterrizó pasadas las 15 horas, pocos minutos después que el Caulle-Puyehue explotara. Antes de abordar el vuelo, un llamado lo había alertado. Juan Salguero, por entonces Intendente del Parque Nacional Nahuel Huapi le dijo: “Cuando llegues te vas a encontrar con una desgracia”.

Salguero venía monitoreando de cerca lo que sucedía en Chile con la cadena de sismos y el cambio de situación de alerta del volcán. El Parque Nacional que dirigía fue el más afectado por la caída de cenizas y arena.

Cuando bajó del avión, Barberis miró la cordillera. “Arriba de los cerros Capilla y López se veía todo negro, y había un olor a azufre insoportable”, recuerda.

Venía de Brasil, de promocionar el destino Bariloche para las vacaciones de invierno. “Íbamos a tener una temporada excelente”, repasa aún nostálgico. Empresario y titular del Ente de Promoción Turística de la ciudad, EMPROTUR -conformado por sectores públicos y privados-, supo inmediatamente que el sueño abonado con la promoción en Brasil se desbarrancaba. “No vino nadie, nadie pudo llegar”, dice ahora.

El parate turístico en Bariloche duró hasta el verano, aunque algunos micros con turismo estudiantil pudieron arribar gracias al trabajo de despeje de rutas realizado por Vialidad Nacional. Pero el paisaje no era el mismo. En lugar de nieve, los jóvenes fotografiaron las costas llenas de ceniza, la piedra pómez, el paisaje gris.

“Hubo que esperar 4 o 5 días que deje de caer piedra y ceniza para poder salir, casi no se podía circular por lo que caía del cielo y por la calidad del aire”, detalla, y realiza una comparación inevitable: encerrado en su casa a la espera que la segunda dosis de la vacuna haga su efecto, rememora que hace diez años “también mucha gente andaba con barbijo”.

Ante la emergencia toda la representación institucional y el sector privado turístico comenzaron a reunirse para buscar alternativas. Bariloche pedía a Nación por la apertura de su aeropuerto como garantía para el ingreso masivo de turistas. Pero no estaban dadas las condiciones. Ni la administración del grupo Aeropuertos Argentina 2000 -concesionaria de la estación aérea de la ciudad- ni las aerolíneas estaban dispuestas a arriesgar sus naves y a los pasajeros.

Se cayeron reservas hoteleras del invierno (durante el semestre junio-diciembre de 2011 la ocupación fue sólo del 37 por ciento), los trabajadores temporarios no fueron convocados para que desarrollen su tarea (se perdieron unos 1300 puestos de trabajo durante el invierno), y todas las excursiones fueron suspendidas.

En Buenos Aires y ante el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el senador rionegrino Miguel Pichetto gestionó ATN para los municipios afectados, excepciones tributarias para los empresarios y aportes (REPROs) para los trabajadores, consistentes en unos 600 pesos mensuales.

“Empezaron reuniones con todos los sectores, instituciones, gremios -sobre todo de comercio y gastronómicos- para ver hacia dónde íbamos, qué hacíamos, qué podíamos decir ante el bombardeo de medios de todo el país y de afuera que nos preguntaban”, explica Barberis. “No teníamos experiencia en un caso así. Sabíamos ‘vender’ la marca Bariloche, no manejar volcanes”.

“Hubo que esperar seis meses, sin temporada de invierno y con una temporada de verano muy cortita, pero Bariloche se pudo poner de pie”.

Estragos en cámara lenta

Al campo ponerse de pie le llevó mucho más. Acarreaba ya cuatro años de sequía cuando llegaron las cenizas. Las zonas rurales de las provincias de Río Negro y Neuquén padecieron la muerte de miles de cabezas de ganado, principalmente ovejas. 

Diez años después “hay gente que todavía no recuperó la situación en la que estaba. Vecinos que de tener 300 ovejas pasaron a tener 40. Además, la lana vale mucho menos ahora, y encima la sequía con la ceniza parece que se profundizó”, dice Néstor Ayuelef, Intendente de Pilcaniyeu, una pequeña localidad de unos 10 mil habitantes y distante 50 kilómetros de Bariloche.

La sequía hace estragos en cámara lenta, año tras año modifica el panorama del lugar. “Antes teníamos cuatro meses de nieve en el invierno, ahora no. La sequía sigue latente. Necesitamos que caiga más nieve, aunque a veces hace desastres, para que los campos recuperen humedad”, explica el jefe comunal.

Hacia el este, el paisaje es otro: domina la estepa, con algunos cerros bajos y ríos, pero el verde no tiene la intensidad de la cordillera.

El Departamento de Pilcaniyeu, cuya cabecera es el pueblo gobernado por Ayuelef desde hace 18 años, comprende 10.545 kilómetros cuadrados. La inmensa mayoría de ese territorio es campo, donde desperdigados pobladores y algunas estancias extranjeras se dedican a la cría de ovejas y la producción de lana. Es también, hacia el este, la puerta de entrada a la Región Sur -o Línea Sur- la extensión territorial de Río Negro ubicada paralela al límite con Chubut y caracterizada por la meseta y grandes zonas deshabitadas.

La ceniza del Cordón Caulle-Puyhue hizo estragos allí. En su trabajo “Respuestas públicas y problemas ambientales: las políticas para la actividad lanera frente a la deposición de cenizas del volcán Puyehue en Chubut y Río Negro” (VII Jornadas de Sociología de la UNLP. Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, La Plata, 2012) Andrea Alvarez Sánchez y Mercedes Ejarque recurren a información oficial para dar cuenta de la gravedad del panorama que dejaron las cenizas.

“De acuerdo a los primeros análisis -dicen- realizados por el Centro Atómico Bariloche, INVAP e INTA sobre el material caído no se detectaron sustancias tóxicas como arsénico o cianuro. Sin embargo, las características de estas cenizas mostraron sus efectos en la sanidad animal: dificultades para mantener la temperatura corporal, ceguera e irritabilidad en los ojos, malestares respiratorios, problemas digestivos, producción de abortos, problemas dentarios y muertes por inanición”.

Según datos elaborados por SENASA, “1515 productores fueron afectados por la caída de cenizas y se calcula que 776.099 ovejas aproximadamente”. La mayor parte de los productores entraban en la categoría de pequeños productores con menos de 500 ovejas.

Por su parte, cinco meses después de la explosión, Carlos Robles, jefe del Grupo Salud Animal del INTA Bariloche planteó que las cenizas produjeron “cambios bruscos en las dietas de ovinos y caprinos, por lo que son propensos a desarrollar enfermedades como la enterotoxemia, que una vez diagnosticada, es poco lo que se puede hacer para evitar la muerte”.

“Las cenizas volcánicas alteraron la alimentación del ganado: cambiaron el sabor y la textura de los pastos, además de haberlos volteado y tapado. Esta situación derivó en la necesidad de que el productor  comience a suplementar a los lanares -ovinos y caprinos- con fardos, pellets y granos”.

En la primera línea de la relación con los pequeños productores afectados estuvo el Intendente Ayuelef. Ahora recuerda: “Estaba en Pilcaniyeu y por los medios escuchábamos que Bariloche estaba en etapa de desorientación general, la ceniza había llegado antes que acá. Como a las 11 de la noche vimos que caía algo a través del alumbrado publico, como un talco. Al otro día cerca del mediodía el alumbrado público seguía prendido y estaba todo oscuro”.

El domingo 5 de junio de 2011 a la mañana, Ayuelef convocó a todas las autoridades del pueblo. Las lluvias de la tarde noche de ese día complicaron la situación: la ceniza se apelmazó y provocó rotura de techos, se hacía difícil caminar por las calles.

“Cuando a los pocos días se secó y empezó a correr con el viento, era una nube de talco que afectó todo. Nos hizo mucho daño”, repasa el todavía Intendente.

El panorama en el campo era peor. “Los animales empezaron a comer la ceniza, les causó grandes problemas en el organismo, se morían porque no tenían alimentos o porque comían lo que había, tuvimos una pérdida importante para los pequeños productores. Nunca tuvimos un detalle de (el impacto en) las grandes estancias y la Sociedad Rural, siempre trabajamos con los pequeños productores, que es gente que uno tiene que acompañar y ayudar, y que utiliza la estructura urbana de nuestro pueblo, el comercio y la salud”, explica.

“Lo que llevábamos cuando logramos llegar nunca alcanzaba, pero estábamos ahí para escuchar a la gente y darle un apretón de manos. La gente que tiene incorporado el campo, se la banca”.

Aislados y sin trabajo

Zulema Morales salió pasado el mediodía del sábado del galpón que la Asociación de Recicladores Bariloche (ARB) tiene en el vertedero local. Vio que todo se ponía oscuro y apuró el paso. Llegó a su casa cuando ya llovía arena. Era presidenta de la organización de recicladoras formada en 2003, que nucleaba a 67 personas, casi todas mujeres, casi todas sostén de familia.

“No sabíamos lo que pasaba. En el lugar sólo quedaban los que cuidaban los galpones, el resto de los compañeros habíamos alcanzado a salir. La mayoría se fueron a su casa por miedo. Nunca habíamos vivido algo así”, dice, diez años después.

La basura se tapó de arena. Era imposible trabajar en el manto de toneladas de desperdicios. “Nos costó muchísimo, estaba todo tapado de arena, no se podía respirar, tuvimos que estar encerrados”, recuerda, y explica que fue el apoyo del Gobierno nacional con los planes para los afectados lo que le permitió a la mayoría de los integrantes de la ARB contar con un ingreso mensual.

“Estuvimos dos, varios meses sin trabajar. No sabíamos si era tóxico o no. Se complicó el trabajo al aire libre por no saber lo que producía esa arena”, dice, y describe: “Era como un vidrio que se te pegaba en la cara”.

Zulema se acuerda usando barbijo y se ríe al pensar que ahora también lo necesita diariamente.

La basura que fue llegando tapó la capa de arena y ceniza, que quedó como un sedimento entre desperdicios. “La arena quedó ahí, se fue haciendo de nuevo una torta de basura y trabajamos sobre eso”.

La Presidenta de la ARB vivía y vive en el barrio 2 de Abril, parte del Alto de Bariloche. “Fue muy complicado en el barrio, nos quedamos sin comunicación, sin luz, fue un caos”, sintetiza.

En el barrio Malvinas -también del Alto- las cosas no fueron distintas. Iris Miñoz había sido recientemente elegida presidenta de la Junta Vecinal cuando explotó el volcán. Hacía varios años que llevaba adelante -y aún continúa- el Comedor Gotitas de Esfuerzo, y su elección fue un reconocimiento a esa tarea.

Ese sábado estaba cocinando para el grupo de estudiantes de un colegio técnico que aportaban a la construcción del comedor. No se sentía bien, y después de alimentar a los jóvenes se tiró un rato en la cama. “Me desperté y vi todo oscuro, me llamó una amiga y me preguntó ‘todo bien por ahí’, sí le dije sin saber lo que pasaba. Me asomé a la ventana y vi que los chicos subían todos corriendo a la camioneta, parecía de noche y ahí me dicen lo del volcán”, revive.

La demanda se disparó en el comedor. Cuatro familias cuyas casas quedaron destruidas por la caída de los techos, se alojaron en la panadería; cada día centenares de personas pasaban a buscar comida; el Gotitas de Esfuerzo y la Junta Vecinal se convirtieron en centro de distribución de la ayuda nacional que llegaba: chapas, comida, nylon, todo era una exigencia del día a día y todo era repartido por Iris según la necesidad.

Pocos días después y en medio de una nevada copiosa, llegó al comedor el por entonces viceministro de Desarrollo Social de la Nación, Sergio Berni. “Me habían mandado chapas para la gente, y Berni vino a ver qué habíamos hecho con las chapas”, recuerda Iris entre risas, “yo estaba haciendo polenta para mis vecinos y él sólo quería ver las chapas”. Imita el tono autoritario, la demanda del funcionario nacional: “Primero me bajás un cambio, no me acuerdo cómo te llamás y estoy haciendo polenta. Tendrías que saber que con la nevada no se pueden poner las chapas”, le dijo mientras “los que estaban con él, atrás, abrían los ojos grandotes”.

Iris le hizo un gesto con la mano, “allá atrás están”, le señaló, y pidió a una colaboradora de la Junta que lo acompañe a las casas más damnificadas. En el camino Berni tuvo su foto oficial entre la nieve y los techos caídos, y se fue de Bariloche.

“Era una cuestión de modo, de actitud, porque la verdad es que Desarrollo Social de Nación nos ayudó mucho”, da por cerrado el tema Iris.

Meses sin vuelos

Alerta Agropecuaria; Zona de Desastre; Emergencia Económica y Turística; REPRO; SERNAGEOMIN, comenzaron a ser términos de la jerga cotidiana. La página web de la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior (ONEMI) de Chile, era revisada compulsivamente por los barilochenses atentos a nuevas alertas volcánicas.

Un mes y medio después de la explosión, un vuelo volvió a aterrizar en Bariloche. El 18 de junio un avión de Aerolíneas Argentinas que iba con destino a Esquel fue avisado de la operatibilidad pasajera del aeropuerto barilochense, y el aterrizaje intentó mostrarse como un hito de la recuperación de la ciudad, un mojón en el intento de los operadores turísticos -públicos y privados- de demostrar la viabilidad del destino. Pero fue sólo un amague. Recién en diciembre parcialmente y desde febrero de 2012 con frecuencia casi normal, el aeropuerto retomó su actividad.

Entre junio y el verano se multiplicaron las gestiones ante el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Según el Centro de Estudios Regionales Nutriente Sur, Bariloche resignó ingresos por 1.476 millones de pesos, entre junio y diciembre de 2011.

El senador Pichetto fue el encargado de golpear la mayor cantidad de puertas oficiales. Su rol como presidente de la bancada del Frente para la Victoria en la Cámara Alta le granjeaba apretones de manos, ATNs, exenciones impositivas, créditos blandos. Eran además tiempos preelectorales: unos meses después Cristina arrasaría en los comicios nacionales con el 54 por ciento de los votos.

En la provincia de Río Negro la hegemonía radical nacida en el ‘83 estaba por llegar a su fin. Al momento de la erupción del Cordón Caulle – Puyehue, el Gobernador era Miguel Saiz, un radical que había suscripto la construcción de la Concertación Plural entre la UCR y el kirchnerismo, y que apoyaba al Gobierno de Cristina Fernández. Sin embargo, la irrupción de la candidatura provincial de Carlos Soria por el Frente para la Victoria dejó sin margen a Saiz que después de dos mandatos (2003-2011) impulsó una candidatura radical sin mayores expectativas. Fue el cierre de un ciclo de 28 años de la UCR al frente del poder provincial.

La gestión de Saiz no cosechaba elogios en Bariloche. El quiebre definitivo de la relación llegó junto con las cenizas del volcán. El Gobernador no viajó a la ciudad durante la crisis, y desde la capital provincial, Viedma, dijo: “No tenía un paraguas para proteger que no cayeran cenizas”. Los barilochenses no se lo perdonaron y se lo hicieron sentir en las urnas: Soria arrasó en la ciudad con el 46 por ciento de los votos, contra el 14 de la UCR y sus aliados.

También el Intendente Marcelo Cascón perdió en su intento de reelección. Terminó quinto en la preferencia de los barilochenses, que erigieron al peronista Omar Goye como Intendente. El mal gobierno del nuevo jefe comunal, los saqueos de diciembre de 2012, y la decisión de la gestión nacional de no sostener al Intendente, provocaron la destitución de Goye en abril de 2013.

Carlos Soria gobernó Río Negro durante 21 días. Cuando todavía las cenizas tapaban las playas, cerros, senderos y banquinas de Bariloche, el mandatario fue asesinado por su esposa, Susana Freydoz, luego de la cena familiar de fin de año.

Recuerdos colectivos

“¿Por qué insisten en recordármelo?”, se lamenta el ex Intendente Cascón al otro lado del teléfono, y se ríe. Cada aniversario de la explosión del volcán, atiende las requisitorias periodísticas, repite su vivencia, los aciertos y errores.

“El domingo (5 de junio) empezamos a limpiar la ciudad. Hay fotos con fecha y horarios”, dice esquivando aún hoy reproches por la tardanza del Municipio en activar el despeje de calles y rutas, “pero a la noche empieza a llover, se produce un corte de luz masivo, casi explota todo”. La prioridad entonces fue salvar los techos de la casas que sufrieron el peso de la ceniza mojada, y la suspensión de clases. “Eran las cuatro de la mañana del lunes, yo estaba en Defensa Civil, y llovía negro, mezcla de agua ya ceniza, estábamos tratando de comunicar la suspensión de las clases”, repasa Cascón aquellos días interminables

Cada uno de los inesperados protagonistas de esa historia colectiva tiene su recuerdo, matizado por su propia experiencia, sus memorias e insistencias vitales. Todos y todas se acuerdan dónde estaban, qué estaban haciendo, cuál fue la primera reacción ante la explosión.

Guillermo Levy dice que lo “sorprendió cómo se negó la experiencia del volcán” y dice que hubiera sido comunitariamente más productivo “laburar esa experiencia, trabajarla culturalmente. Tenemos una tendencia a negar los episodios traumáticos. Es propio del ser humano la negación, la mayoría prefiere olvidar. Yo creo que hay que sacarle el jugo a un evento de ese dramatismo. Para mí fue una de las experiencias más potentes”.

Tam Muro se recuerda pintando los dos años anteriores a la explosión, debido a la falta de un trabajo estable. “Me había dedicado a pintar, sufría la falta de trabajo y de horizonte. Se habían juntado muchas cosas”, dice explicando la decisión de irse de Bariloche. Antes de la pandemia de Covid y las sucesivas cuarentenas trataba de volver cada dos o tres meses. Trataba de evitar un doble desarraigo.

Néstor Ayuelef lleva muchos años como Intendente y, dice, ha pasado “momentos muy complejos”. Recuerda “una tormenta muy grande en la región que arrasó con el puente del Paraje Los Molles” e incomunicó la zona y el contacto con algunos pobladores. Compara lo sucedido durante la erupción del volcán con el Covid, y dice que “es difícil tomar decisiones, acertar, tener recursos para las demandas. Somos un pueblo pequeño con una zona urbana y una rural muy grande, y no es nada sencillo resolver todas esas cuestiones en los dos lugares”.

Héctor Barberis ya había vivido en Bariloche el terremoto de Valdivia, Chile,  que se sintió fuerte en la ciudad cordillerana argentina y causó un lagomoto en el Nahuel Huapi. “Me acuerdo, pero era muy chiquito”, dice, y explica que “nada se compara con lo que pasó con las cenizas. Fue un shock terrible, algo que nunca habíamos vivido”.

Zulema Morales logró viajar a El Bolsón ese sábado 4 de junio. Bajo una lluvia de arena y ceniza, “en medio de un caos” partió hacia el sur. “Tenía que ver a mi abuela”, dice. El material que escupió el volcán casi no llegó a El Bolsón. Dos días después Zulema caminó nuevamente el manto de desechos del vertedero de Bariloche y dos meses después volvió a trabajar sacando de la basura algo para reciclar y vender.

Pocas horas después del comienzo de la caída de cenizas, Iris Miñoz se obsesionó con juntar agua. En ollas, baldes y frascos; de la canilla y de la vertiente cercana. Mientras empezaba a recibir a los primeros vecinos preocupados por lo que estaba pasando, juntaba agua como una reacción instintiva, de supervivencia, biológica. Al día siguiente llegaron los camiones de Gendarmería con bidones y tanques. Pero ella ya estaba preparada.

SR

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