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¿Endometriosis? ¿Salud sexual? La medicina tiene ojos de hombre

Médicos

Esther Samper

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La medicina ha sido, durante miles de años, una disciplina dominada por los hombres y centrada principalmente en ellos mismos. Por eso, aunque las mujeres supongan alrededor del 50% de la población mundial, tienen entre un 50 y un 70% más riesgo de experimentar efectos adversos por los medicamentos que los hombres, y mayores probabilidades de no ser diagnosticadas correctamente o de que enfermedades propias de ellas reciban escaso interés científico. No obstante, en las últimas décadas han ido surgiendo poco a poco iniciativas para reforzar la investigación biomédica con un enfoque igualitario. Fruto de ello ha sido, por ejemplo, la amplia mejora del pronóstico de las mujeres cuando experimentan un ataque al corazón desde principios de este siglo, gracias a estudios específicos en los que se tenía en cuenta las particularidades de este colectivo al sufrir esta dolencia.

A pesar de estos pasos hacia una medicina más justa y menos discriminatoria, el machismo enquistado desde tiempos antiguos sigue todavía muy presente en la medicina actual. Múltiples y recientes investigaciones científicas dan fe de ello. Por ejemplo, según un artículo publicado a finales del año pasado en la revista Nature Reviews Urology, las revistas de ginecología y obstetricia se centran mucho más en el papel de las mujeres como madres que en su salud y en su bienestar.

Así, el 49% de todas estas revistas científicas se dedican exclusivamente a su función reproductiva (fertilidad, embarazo, parto, etc.) y, cuando se trata de problemas de salud no relacionados con esta función, el porcentaje desciende al 12%. Así, el desinterés científico es mucho más marcado cuando las mujeres no son fértiles (ya sea porque aún no les ha aparecido la menstruación o porque han llegado a la menopausia): solo el 4% de las revistas científicas se centran en la salud femenina durante esos años.

La responsable de la investigación, Netta Avnoon, socióloga de la Universidad de Tel Aviv, achaca este fenómeno a la predominancia masculina en el campo de la ginecología durante casi 800 años, como ha ocurrido en otras muchas especialidades médicas. Han sido los hombres los que han determinado sus áreas de más interés sobre la salud de las mujeres, que casualmente recaían en su papel como madres. De esta forma, diferentes aspectos de la salud de las mujeres han recibido una atención médica mucho menor: las enfermedades de los órganos sexuales y de los músculos y nervios de la pelvis femenina, la menopausia, la influencia del ciclo menstrual en el sistema inmunitario, el placer sexual femenino...

Un claro reflejo del desinterés de la medicina sobre la mujer fuera del ámbito de la reproducción es la endometriosis: el crecimiento de tejido endometrial en zonas anormales, fuera de la cavidad uterina. Aunque es extremadamente frecuente entre la mitad femenina de la población mundial, es una dolencia muy desconocida. Según la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO), entre el 10% y el 15 % de las mujeres sufre esta enfermedad, por lo que se estima que más de 2 millones de mujeres están afectadas en nuestro país. En todo el mundo, los cálculos apuntan a más de 190 millones de casos. A pesar de estas cifras, la causas de la endometriosis siguen siendo desconocidas y llegar al diagnóstico es muchas veces un camino extremadamente lento y tortuoso: el proceso puede tardar de media, entre siete y ocho años, según datos del Ministerio de Sanidad.

Endometriosis y mallas vaginales como ejemplo

Numerosas mujeres tienen que aguantar dolores durante años hasta dar con el diagnóstico, a veces bajo el estigma y la incomprensión de su padecimiento. En algunas de ellas, los dolores son tan intensos e incapacitantes que impactan de forma grave en diferentes aspectos de la vida y del trabajo. Asumir que es normal sufrir durante la regla, no solo entre la población general, sino también entre los médicos, es un factor que dificulta estudiar el problema y que contribuye a retrasar el diagnóstico. Por otro lado, la falta de medios para la realización de las pruebas oportunas es otro hecho que dificulta llegar hasta la endometriosis. En cualquier caso, no hay cura para esta dolencia ni tampoco ninguna acción conocida para prevenirla: el tratamiento va dirigido a controlar los síntomas.

La reducida investigación científica que se ha realizado sobre la endometriosis llama la atención si se considera el gran impacto que tiene sobre las mujeres. Sin embargo, esto no es un fenómeno aislado. Un estudio publicado en 2021 que analizó la financiación de la investigación de enfermedades en los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos (el país que más invierte en ciencia de todo el mundo) muestra que el machismo en medicina sigue muy presente. Esta investigación detectó que los NIH “destinan una parte desproporcionada de sus recursos a enfermedades que afectan principalmente a los hombres, a costa de aquellas que afectan principalmente a las mujeres”. Así, en el 75% de los casos en los que una dolencia afecta sobre todo a un género, la financiación favorecía a los hombres.

No se trata solo de que las enfermedades propias de las mujeres reciban menos recursos para investigarse, cuando colectivos de mujeres han sufrido malas prácticas sanitarias han tenido que mover cielo y tierra para que ser escuchadas y recibir compensaciones por daños y perjuicios. Uno de los episodios más recientes en ese sentido fue el escándalo de las mallas vaginales: miles de mujeres se vieron envueltas en un largo periplo judicial hasta que las autoridades sanitarias de diferentes países reconocieron que las mallas vaginales que les habían implantado para tratar la incontinencia urinaria y el prolapso de órganos pélvicos eran las causantes de graves problemas de salud, e incluso de muertes. Malas prácticas científicas, conflictos de intereses y escasa supervisión y acción por parte de las autoridades fueron los ingredientes que pusieron a numerosas mujeres en peligro. Finalmente, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, FDA, decidió prohibir estas mallas en 2019, varias décadas después de que se implantaran por primera vez. 

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